domingo, 5 de agosto de 2007

POEMA DE JOSÉ ACOSTA TITULADO "CABALLO".

Con talante humanista deseo compartir e intercambiar el con el lector, ubicado en el plano de la penúltima palabra, tal y como conviene al análisis crítico de los textos literarios. Una vez más me atrevo a interpretar, para aportar el brillante poema "Caballo".

Caballo

(Este caballo mide cuatro alambradas;/ si salta, cree, dará con el vacío) / En el vacío, lleno de niebla, un caballo se muere. Patas arriba da coces/ contra nada como intentando zafarse de su cuerpo. Liberado al fin,/ sus relinchos se dispersan como abismo en la misma región donde la humana/ voz busca ser articulada. Allí todo vaga sin haber nacido. Increado el caballo/ trota sobre el mapa de su sombra hasta dar con el caballo que lo contendrá./ El caballo rompe la pared desvaneciéndose. En el lugar donde estaba quedó / un hueco donde duerme otro caballo".

1.- El vacío o la nada, lugar de la experiencia metafísica del poeta José Acosta.

Abro con un fuerte de la metafísica para fundamentar la cuestión. Me refiero a Martín Heidegger, quien en su ensayo sobre ¿Qué es la Metafísica? Nos puede iluminar en esta disquisición. Para este filósofo es posible que en la existencia del hombre se dé un temple de ánimo que le coloque ante la nada, pero resulta, sostiene, que este temple de ánimo radical es la angustia existencial.

A mi juicio el poema que nos ocupa es un claro espejo de la angustia existencial que el poeta con profundidad e inteligencia traspone en la figura del caballo. Es la angustia lo que hace que el poeta, pienso yo, se sienta ante el vacío y la nada. El estado de ánimo desde el cual parece situarse se análogo al de los agonizantes que ven venir el especto o sombra de la muerte.

El agonizante que sufre jadea, grita (relincha), se lamenta y se revuelca en el lecho de muerte, rebelándose, tal vez, contra las sombras de misterio y el dolor que lo atrincheran inexorablemente en el muro que separa este tiempo del otro tiempo, es decir, de lo tempóreo de la eternidad infinita.

La angustia descubre y hace patente la nada. La existencia ante la nada, ante el vacío nos hace estar "suspensos" en el abismo de la nada, desasidos de todo porque no hay nada de qué prenderse. Como se nos escapa el ente total la nada nos acosa. La angustia nos empuja a "quebrar la oquedad del silencio con palabras incoherentes". En esa suspensión en el abismo de la nada la voz del poeta se dispersa porque no puede aprehender ni articular su otra voz, porque allí "todo vaga sin haber nacido".

La nada se descubre en la angustia, se nos hace patente en ella y a través de ella. En la angustia nos sale al encuentro la nada "a una con el ente total", el cual se nos escapa totalmente.

La nada, tal y como la concibe Heidegger, no atrae, sino que rechaza, nos remite al ente total ("al caballo que lo contendrá) al tiempo que lo deja escapar. Es este fenómeno de "rechazadora remisión" lo que acosa la existencia del caballo-poeta en la angustia.

La esencia de la nada es el anonadamiento ante el ente total que se escabulle. La nada misma anonada porque ella nos remite al ente total haciendo que éste se nos escape. La nada "lleva, al existir, por vez primera, ante el ente en cuanto tal", donde, como dijera Hegel, "el ser puro y la pura nada son lo mismo".

2.- Entre la angustia y la nada como experiencia poética.

Después del preámbulo anterior, retomemos el poema. Al hacernos alguna pregunta en torno al vacío como expresión de la nada, quiérase o no, nos situamos ante la cuestión metafísica, es decir, ante la realidad increada o trascendente.

Querría decir que José Acosta en este poema adquiere altura y profundidad. Se sumerge en la nada para extraer de allí un significativo poema con abisal estremecimiento. Comparo su experiencia, al menos en el poema que nos ocupa, a la de Mallarmé, el cual escribe a su amigo Henri Cazalis (1887) lo siguiente: "he hecho un largo descenso a la Nada para poder hablar con certidumbre. No hay más que Belleza, y ésta sólo tiene una expresión perfecta: la Poesía". En este plano, y no es pretencioso decirlo, se sitúa Acosta para la creación de este poema.

Para acercarnos a nuestro poeta es bueno resaltar con cuánto énfasis hace acopio de términos como vacío, niebla, nada, abismo, noche, hueco, región donde habitan seres increados, lo cual pone de manifiesto que estamos ante un poema eminentemente trascendente.

El caballo, símbolo que sirve de inspiración al poeta para alumbrar la honda y entrañable revelación originaria de su ser, tiene la misma estatura de una persona, la de él mismo. Esta persona se ve impelida a creer, es decir, a dar el salto de la fe, porque la idea fría y sin asimiento no le brinda una respuesta a su inquietud.

El poeta, al parecer, da el salto a la fe, cree, pero esa fe lo arroja al vacío irremisiblemente. Resulta más gratificante lanzarse al vacío, creyendo en algo que late más allá de lo creado visiblemente, que replegarse en el miedo y jamás dar el salto. El poeta se lanza como un Pegaso al vacío: "este caballo mide cuatro alambradas; si salta, cree, dará con el vacío".

El caballo en el poema de José Acosta "se muere"; subsumido en la angustia "da coces" contra el ropaje que lo aprisiona, su cuerpo: "en el vacío, lleno de niebla, un caballo, se muere. Patas arriba da coces contra la nada como intentando zafarse de su cuerpo". Estos versos revelan la más conmovedora angustia metafísica y el dolor más grande que una persona puede sufrir por llegar a ser.

Es como si el yo profundo del poeta se debatiera por liberarse de la escoria del mundo y de la propia vida para resurgir a una nueva realidad, no física ni sensorial, sino divina: "liberado al fin, sus relinchos se dispersan como abismo en la misma región donde la humana voz busca ser articulada".

Esas coces y esos relinchos suponen una profunda angustia, algo así a lo que Manuel Valerio evoca elocuentemente en uno de sus versos: "mi llanto herido de sombras". El poeta jadea en la búsqueda de sí mismo, de su identidad más honda. Persigue el sentido último de su ser, la ultimidad de la vida humana.

Puede enriquecer la profundización de José Acosta la lectura de José Ángel Valente, célebre poeta español, quien dejó un ensayo póstumo impresionante. Éste es, a saber, Mandorla: la experiencia abisal. En este ensayo Valente utiliza como exordio los versos del poeta alemán Paul Celan para su exquisita exposición sobre la nada. La almendra es símbolo de la creación, almendra mística. La mandorla es un espacio vacío y fecundante, dice Valente, donde se acoplan lo visible y lo invisible.

En Acosta se nota el influjo de Antonio Fernández Spencer en Poemas sin misterio, el cual hace de telón de fondo en el poema que estamos viendo: "por encima del cielo, más allá de la luna,/ el yo intacto galopa su caballo,/ se enfrenta a la azucena y al misterio".

Una vez liberado el caballo de la cárcel de su cuerpo, al fin puede sentirse él mismo, pleno, lleno de vida, en la vacuidad total del abismo: "región donde la humana voz busca ser articulada".

El poeta percibe o intuye, aunque sea vagorosamente, la existencia de otra realidad, la realidad trascendente, algo así como lo que san Juan de la Cruz calificó de "ínsulas extrañas". Tal certeza es apenas perceptible, oculta en la niebla de la experiencia poética, en la sombra de lo increado.

Sabe el aeda que algún día se hará tangible en lo intangible, creado en lo increado, aterrizando así en el encuentro total con lo que él es: "increado el caballo trota sobre el mapa de su sombra hasta dar con el caballo que lo contendrá". Late una idea de fondo, la de que ahora somos apenas la sombra de lo que seremos.

Un rayo de luz, la intuición, rompe la noche, símbolo del misterio, de lo oculto a la conciencia. Renace en el poeta la esperanza de una primavera. Puede balbucir una clarioscuridad, aunque sea por un brevísimo instante.

La noche, presente en los grandes poetas, es mucho más que la ausencia de claridad, es la región donde se gesta una nueva existencia. La noche, como dice Bruno Rosario de Julio Adames, es un misterio, útero del mundo, la fuerza dinámica que lo arroja al origen creacional del mundo.

Cuando el cuerpo, que es como una noche de altas paredes, quede vulnerado por la claridad de la luz, ya no habrá que seguir dando coces o relinchando de angustia, sino que desaparecerá de esta dura realidad sombría, como si se desvaneciera, y se pasará a la realidad diáfana y metafísica: "el caballo rompe su pared desvaneciéndose".

El espacio vacío que dejó el caballo tras su transmutación, lejos de ser negativo, como la nada en Sartre, es más bien fecundo, ya que permanece potencialmente dormido otro caballo, cuyo destino será, al fin liberarse de sus propias contingencias: "en el lugar donde estaba quedó un hueco donde duerme otro caballo".

En conclusión, la poesía de José Acosta es genuina y muy densa conceptualmente. La dimensión metafísica se mezcla con elementos surrealizantes e imaginativos. Su creación es sobre todo atrevida porque se aproxima a la verdad sublime de la existencia: la nada, la Belleza que culmina en poesía.

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