Rubén Tejerina, Animal absoluto. Editorial
Hiperión, Madrid 2014. Después de leer a este poeta nacido en Sevilla, España,
1979, se tiene la impresión de que el buen hacer de la palabra, la poiesis en toda regla, goza de buena
salud. Tejerina está realmente inserto en su tiempo. Hay en Animal absoluto soltura, agilidad y,
sobre todo, ritmo. Piensa y habla como poeta. Y eso es esencial en un creador.
En la vida real parece que el artista toca otros registros de las artes, pero
con que solo se quede con el de la
poesía ya sería un bosón de higs del universo literario. Sobresale en él
la comunicación fluida y atractiva de sus experiencias vitales: el amor, los
desencuentros, los espacios o ámbitos paisajísticos y la extraordinaria
creatividad para descubrir poesía en en el reino animal. Vamos, que su lectura
me llevó a recordar, salvando las diferencias de género, tiempo y lugar, Animalario de Cortázar. Con pocos e
imperceptibles lugares comunes, el poeta resulta fresco y, sin traicionar la
verdad, original. “Canción de un hombre de mar”, “Teorema”, “Entreacto”,
“Safari”, “Pura y felina” son indicativos de lo dicho.
Animal absoluto de Tejerina
probablemente sea el eslabón que empalma con la mejor poesía de García Montero
–¿resulta odiosa la comparación?–, pues no lo parece si se leen versos como
“coincidimos en el azar de un semáforo. / Cruzabas el paso de cebra como
cantada por Anthony and the Johnsons”. O si se analiza el estilo llano,
cotidiano, comprometido con la forma laboriosa que es la que le da categoría a
su oficio poético.
Rubén
Tejerina apunta a todas las emociones humanas posibles y las comunica con
fruición. Por lo que resulta fácil verse en el espejo de su creación. Es uno de
esos creadores que tocan y cantan lo humano sin falsearlo. Pero no solo eso, y
lo que es mejor aún, lo dice con belleza, aliñando sus pensamientos con muchas
imágenes afortunadas. “Poema cansado”, “ciega voluntad”, “me duelen las
sábanas”, “presentimiento metálico”, “la mermeladas de nuestros días”,
“masticar el miedo”, “lamer la sorpresa”, “los árboles rumian taciturnos su
sosiego”. Esas son unas, ¿vemos otras imágenes? Vale. “Y la voz sin tu escucha
se me sigue suicidando en un teléfono vacío”, “los paraguas no temen la lluvia”
“la quietud del ámbar del poema”, “el itinerario de la joyería de tu boca”,
“había en tu boca un pozo de agua de lluvia atrapada”. Hay más botones de
muestra, pero para eso habrá que ir al texto.
Se
advierte en Tejeria, a ratos y solo la dosis necesaria, un mohín de melancolía.
De lo que se puede estar seguro es de que entrar en la poesía de este joven
poeta significa quedar atrapado para siempre, como él, en el “ámbar del poema”,
la intuición principal de este poemario.
Animal absoluto –tercera obra del poeta–
es una declaración definitiva, sólida, de que su autor pisa con pasos firmes en
el territorio reservado solamente a algunos. Es de esos poetas para seguirle
los pasos hasta la plenitud de su obra.
Barcelona noviembre, 2014.