martes, 31 de diciembre de 2013

Entre los pucheros, Hombre hacia Dios, La memoria se cuelga en los balcones, Don de la ebriedad, El Fabulador, Poesía sueca contemporánea, La vida nueva, El rayo que no cesa, Horas extra




ENTRE LOS PUCHEROS

Entre los pucheros. Bettsy Yhamile Narváez Cárdenas. Poesía. Fundación Fernando Rielo. Madrid, 2013. Este poemario fue galardonado con el XXXII Premio Mundial de Poesía Mística 2012. Entre los pucheros es una muestra evidente de cómo en el trajín cotidiano se puede ser contemplativo en la acción. Hay un hilo espiritual con el que la autora teje las tareas cotidianas con la unión íntima con Dios. Nada queda fuera de cobertura sagrada, nada sin una palabra de amor. Dios en todo y en todas las cosas para iluminarlas, darles sentido, para elevar el alma de la poeta y para impulsarla a escribir los versos guisados con tino y ternura mística. “Te busco en sin embargo, en estos días, / aunque sea a tientas / Luz de mi corazón, / para sumergirme en tu misterio y / susurrar: / te amo, te amo, te amo” (Portada). La autora es ecuatoriana, profesora de literatura.

La poeta ha abierto un camino para una mística de lo sencillo, pero sobre todo para una poesía impregnada de gozo y vivencias diarias con un alto sentido de la unión cotidiana con Dios. En la poética de esta joven mujer no hay un ascenso hacia la unión con Dios, sino al contrario, ella halla a Dios, descendido, presente, cercano, en la horizontalidad de la vida diaria. Eso es lo que ella canta con belleza desbordante. Por ahí va su mística. La forma de decir con armonía su "unión horizontal" con el Señor le ha valido la distinción para ser considerada la autora de una obra con carácter mundial. Su mística es actual y testimonia cómo en nuestros días la persona puede orquestar la actividad que exige la cultura del estrés y la unión profunda con Dios, fuente de amor.
 

HOMBRE HACIA DIOS

Hombre hacia Dios. David Escobar Galindo. Fundación Fernando Rielo. Madrid, 2013.
Este poemario recibió el XXXI Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo, 2012. El autor, en contacto con la divinidad, imbuido de asombro ante el misterio de Dios, va dejando destellos aquí y allá  de sus más profundas intuiciones espirituales. “Qué pleno es no importar si Dios existe, / porque está aquí de todos modos”. “Voy a confesarme con la neblina / para comulgar con el rocío”. Hombre hacia Dios desmonta las dudas con la evidencia divina. Dios se manifiesta objetivamente, pero a veces la duda opaca la visión. El hombre puede ver cómo Dios se abre en flor en cualquier ámbito de la realidad. Esta obra es, ciertamente, una obra de calado interior. Es patente la madurez humana y espiritual de su autor, el cual se atreve a robarle el fuego sagrado a la divinidad. El autor es salvadoreño, doctor en derecho.

LA MEMORIA SE  CUALGA EN LOS BALCONES

La memoria de cuelga en los balcones. Teodoro Rubio Martín. Poesía. Pigmalión, Madrid, 2013. El poeta versifica con exquisita y natural expresión su infancia, la memoria, los lazos familiares, la libertad. Eugenio Montale va en esta línea. La poesía de Rubio abarca los sentimientos universales que un hijo siente hacia los padres, pero también y sobre todo de la madre hacia los hijos. Lo humano no le es ajeno a Rubio. Por eso escribe como siente y su sentir es un sentir de artista. Esta condición tan humana elevada al arte poético es lo que hace grande la obra de Rubio, y más bella la vida. En La memoria…, se toca lo más hondo de los sentimientos. Con razón mereció el Premio Juan Baños 2008.

DON DE LA EBRIEDAD Y OTROS POEMAS

Don de la ebriedad. Claudio Rodríguez. Edición de Ángel L. Prieto de Paula. Editorial Marenostrum, Madrid, 2005. En el primer verso dice el poeta: “Siempre la claridad viene del cielo; / es don: no se halla entre las cosas”. Con esta luminosa intuición poética sorprende Rodríguez al lector. Esta obra está catalogada como una de las más importantes del siglo veinte en lengua española. De lectura obligada para todo poeta, sin excepción.

El FABULADOR (poesía reunida, 1977-2002).

El Fabulador. José Enrique García es poeta de oficio, como lo muestra su obra El Fabulador. Este texto retrata la trayectoria de un observador de la realidad, pero sobre todo de la subjetividad. En ella García refleja la amplitud de su imaginación, la constancia de su compromiso con la palabra, con la vida misma. Sólo cuando se ha terminado de leer la obra puede el lector apreciar la evolución de El Fabulador,  o mejor, de quien fabula. A más experiencia, más acendrada y potente se vuelve la palabra. Se la siente más pura, más auténtica. Tal vez por eso el vino bueno se deja para el final.

POESÍA SUECA CONTEMPORÁNEA

Poesía sueca contemporánea. Edición y traducción de Hebert Abimorad. Ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2012. Para los que quieran entrar en un terreno desconocido o, si se quiere, infrecuente, aquí tienen una interesante antología o muestra de poetas suecos. Se puede adquirir en versión electrónica. Llama la atención de la muestra poética Bengt Berg (1946) por su visionaria interpretación de los acontecimientos; Olle Holmlöv (1944) por su porosidad poética hacia la naturaleza; Kennet Klemets (1964) la creación de imágenes sensoriales de hechos comunes; Jörgen Lind (1966) por su prosa poética y por su capacidad reflexiva; Hans-Evert Renerius (1941) por sus aciertos con las imágenes poéticas; Rolf Zandén (1945) porque piensa en imágenes. La antología, cuyos textos están impecables, pudo haber sido más generosa en textos para poder apreciar mejor a los antologados. El autor debió cuidar más las reseñas bibliográficas.

LA VIDA NUEVA

La vida nueva. Dante Alighieri. Aquí el poeta exalta a la “dama de sus pensamientos”, Beatriz. Amor cortés, culto, idealista, divino. Es el amor “platónico” del joven que, enamorado por dentro, suspira por la amada. El poeta piensa e imagina a su amada. Él la ve en su pensamiento. En la cima más alta y luminosa contempla a su amada. Ella le da sentido a la vida, a su vida, le transforma y eleva a esferas de éxtasis. Nada, salvo Beatriz, ocupa la mente del apasionado poeta. Amor que va más allá de lo carnal. Amor sublimado a la categoría divina, es decir, de la pureza más absoluta. Amor intocable, perfecto. El amado desvaría de amor por la amada. No hay otro lugar para Beatriz, el amor perfecto, que el cielo, donde mora en un estado seráfico. Allí los ángeles se maravillan de su belleza y le honran como a una criatura que les trasciende. La vida nueva es una lectura que permite comprender la fuerza del amor humano, la carga poética del amor cortés de Alighieri.

EL RAYO QUE NO CESA

El rayo que no cesa. Miguel Hernández, como Claudio Rodríguez (El don de la ebriedad) es un maestro. El rayo que no cesa es una lectura fundamental del siglo veinte. Porque “Este rayo ni cesa ni se agota: de mí mismo tomó su procedencia y ejercita en mí mismo sus furores”. Dolor, quebranto del alma, del “corazón ya maduro” es lo que hallarás en este tremendo poemario. “Nadie me salvará de este naufragio si no es tu amor”. El poeta canta con desgarro, con la fuerza de quien presiente la llegada de la muerte. “Y como el toro tú, mi sangre astada, que el cotidiano cáliz de la muerte, edificado con un turbio acero, vierte sobre mi lengua un gusto a espada diluida”. El rayo que no cesa es poesía imperecedera, poesía viva que sacude los cimientos. Acercarse a ella como a un templo para hallar al poeta al desnudo: “Me desespero como un si fuera un volcán de lava”. En este poemario el lector se hallará con “una revolución dentro de un hueso”, como si fuera un mundo en un grano de arena blakeano. Hay que volver sin prejuicios a esta obra para poder llegar al terreno de la mejor poesía de todos los tiempos. El rayo que no cesa es un espejo en el cual deberían mirarse todos los poetas.

HORAS EXTRA

Horas extra. Jaime Siles. Éverest Poesía. Universidad de León, 2011. Poesía para la solaz lectura, para el goce de la palabra nítida. Siles exhibe su genio poético con destreza: “De mis ojos se escucha sonar el cielo”; “voy hacia adentro de las horas y días de los que vengo”. Poeta de oficio, consciente de su misión: “mi lengua era su habla y yo, quien la decía”, “no somos otros sino un yo que se estira y contrae y refleja su visión sucesiva”. La obra de Siles está construida con un “lenguaje de silencios”, por lo que es preciso que el lector se acerque a ella con la intención de escuchar los más sutiles relieves.

jueves, 26 de diciembre de 2013

La Cifra, 1981. JORGE LUIS BORGES


La Cifra, 1981. La poesía de Borges tiene un gran alcance intelectual. Inspirado en Francis Bacon, Emerson, Browning y Jaimes Freyre el poeta dice en el prólogo a este poemario que «estas páginas buscan, no sin incertidumbres, una vía media».
Podemos hablar, sin temor a equivocarnos, de una ‘teoría de los espejos’ en Borges quien, con su genio agudo, sabe trasponer sus propias angustias, y lo que es más, sus grandes preguntas existenciales a los seres y cosas que lo rodean. «El gato blanco y célibe se mira / en la lúcida luna del espejo […] ¿Quién le dirá que el otro que lo observa / es apenas un sueño del espejo […] ¿De qué Adán anterior al paraíso, / de qué divinidad indescifrable / somos los hombres un espejo roto?» (Beppo).

Acabo de decir que en la obra poética de Borges podemos hablar de una ‘teoría de los espejos’. Esta afirmación se sostiene en el hecho de que el espejo o los espejos desprenden algo de misterio o, mejor, de sueño y magia que lleva al poeta a hacerse preguntas de gran profundidad como acabamos de ver en el “Beppo”. Habría que analizar a fondo esta teoría que apenas si entreveo en poemas como “Ausencia”, “Los espejos”, “Arte poética”, “A quien está leyéndome”, “Spinoza”, “Invocando a Joyce”, “Elogio de la sombra”, “Un ciego”, “Al espejo”, “Una llave en East Lansing”, “La luna”, “La moneda de hierro”, “El espejo”.

La vejez deviene como una sombra. Esta realidad existencial está asumida por el artista que considera la senectud como la antesala de la muerte. La vejez se sostiene en la esperanza. El poeta se repite como Penélope que rehace una y otra vez el tejido. La vejez se presenta aquí con el genio erosionado, infecundo. «Y la vejez, aurora de la muerte […] y vísperas de trémula esperanza» (Aquél). «Soy la fatiga de un espejo inmóvil / o el polvo de un museo» (Eclesiastés, 1, 9). «Soy aquel otro que miró el desierto / y que en su eternidad sigue mirándolo. / Soy un espejo, un eco. El epitafio» (Yesterdays).

La vejez está vinculada al insomnio, que es, acaso, lo que más teme un anciano. Pero también la vejez está asociada al miedo de perder las facultades vitales. El insomnio «es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales»; la longevidad «es el horror de ser en un cuerpo humano cuyas facultades / declinan, / es un insomnio que se mide por décadas» (Dos formas del insomnio). Ante esta terrible realidad a la que se enfrenta el anciano, surte al paso la inevitable corazonada de pasar de este mundo a la eternidad. El poeta se aflige ante ella y exclama: «No estoy acostumbrado a la eternidad» (The cloisters).

Esperar la muerte no resulta fácil. Sin embargo, reflexionar sobre ella hace más ligero el paso y menos pesada la angustia existencial. La duda o, mejor, el escepticismo aflora en bate argentino. «Del otro lado de la puerta un hombre / deja caer su corrupción. En vano / elevará esta noche su plegaria / a su curioso dios, que es tres, dos, uno, / y se dirá que es inmortal […] Eres, hermano, ese hombre». (La prueba). «¿Dónde estará la rosa que en tu mano prodiga, sin saberlo, íntimos dones? […] La rosa verdadera está muy lejos. / Puede ser un pilar o una batalla […] o el júbilo de un dios que no veremos» (Blake).

La Cifra” tiene un tono de despedida, una extraña sombra de melancolía que avisa ya la muerte del poeta. «Del otro lado de la muerta un hombre / hecho de soledad, de amor, de tiempo, acaba de llorar en Buenos Aires / todas las cosas» (Elegía). «¿Seré apenas, repito, aquella serie / de blancos días y de negras noches / que amaron, que cantaron, que leyeron / y padecieron miedo y esperanza […] Quizá del otro lado de la muerte / sabré si he sido una palabra o alguien» (Correr o ser).

Se confirma una vez más la obsesión heraclitana de Borges. Esto es, su teoría de que transcurrimos como el río que pasa y se queda, mas no el mismo, puesto que nunca sus aguas son las mismas. Somos río, tiempo. Paso irrevocable de la existencia que se precipita hacia el olvido. Precisamente por la fugacidad de la vida humana es que el poeta se propone pergeñar los versos que le garanticen, después de su estancia terrenal, permanecer incólume en la palabra poética. «Somos el río que invocaste, Heráclito. / Somos el tiempo […] Otra cosa no soy que esas imágenes / que baraja el azar y nombra el tedio. / Con ellas aunque ciego y quebrantado, / he de labrar el verso incorruptible y (es mi deber) salvarme» (El hacedor).

El poeta sazonado ya por los años que le ha deparado la vida, lúcido, se sitúa ante la muerte con una actitud reverencial y, diría, creyente. Hay un hilo invisible –la fe cristiana- que teje la vida, el pensamiento de Jorge Luis Borges. Alabo la actitud frente al misterio. Que un intelectual como Borges crea y hable con sencillez de Dios es aleccionador. Y pienso, de repente, en hombres que creyeron en Dios siendo prominentes lumbreras de la ciencia y el saber. «Que el hombre no sea indigno del Ángel / cuya espada lo guarda / desde que lo engendró aquel Amor / que mueve el sol y las estrellas […] El otro lo mira […] Señor, que al cabo de mis días en la Tierra / yo no deshonre al Ángel». «Algo, sin embargo, nos ata. / No es imposible que Alguien haya premeditado este / vínculo. / No es imposible que el universo necesite este vínculo» (El bastón de laca).

La senectud pertenece al reino de la soledad, más aún para las personas longevas, como sucede con el poeta. Borges como Hierocles, exclama: «Si debo entrar en la soledad / ya estoy solo. / Si la sed va a abrasarme, / que ya me abrase» (El desierto). Sería interesante comparar al Borges de “La Cifra” al Aleixandre de “Poemas del conocimiento”. Nos lleveríamos más de una sorpresa, sin duda.

En “La Cifra”, Borges nos sorprende con un puñado de haikus –también escribió tankas japonesas, recordemos-, de gran belleza y encanto. «Algo me han dicho / la tarde y la montaña. / Ya lo he perdido. // Callan las cuerdas. / La música sabía / lo que siento. // ¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?» (Diecisiete haiku).

La Cifra” es un poemario cuya pretensión es dejar constancia de que llagará un momento, por más que lo intentemos, en que ya no veremos ni la luna, ni el sol, ni los días ni las noches. No podremos alcanzar todo lo que quisiéramos lograr. Nuestra existencia tiene un límite en el saber, en el conocimiento y en años. La suma de lo vivido siempre será infinitamente menos de lo que quedó por vivir. «No volverás a ver la clara luna. / Has agotado ya la inalterable / suma de veces que te da el destino. / Inútil abrir todas las ventanas / del mundo. Es tarde. No darás con ella». (La cifra).

viernes, 14 de junio de 2013

La historia de la noche, 1977, Jorge Luis Borges.

La Historia de la Noche, 1977. Este es el décimo primer poemario de Jorge Luis Borges. Percibo en este trabajo un intento de síntesis en el cual la sabiduría, el conocimiento, alcanza su cima. El hombre, Dios, la ciencia, el mito, las creencias gravitan en la razón del poeta.

El bardo argentino se mira a sí mismo, en el ocaso de su vida, como Ulises Laertes, que, de retorno a casa, suspira recordando las ansias de conquistar el mundo y los peligros terribles que corrió en sus andanzas. En Las mil y una noches Borges halla las metáforas que, de alguna manera, han sido las suyas propias. 1. El río, su pesadilla número uno. 2. El tapiz, el cual con su aparente desorden de trazos y colores alberga una perfecta armonía y un secreto orden. El cosmos, el universo es figura de ese tapiz. 3. El sueño, el sueno como aspiración del Paraíso, pero también como el sueño que se desdobla en otro sueño y así hasta perderse en la oscuridad misma del sueño. 4. El tiempo, que se extiende ante nuestros ojos como un mapa sin bordes precisos; tiempo que devora insaciablemente a las generaciones, y que contempla la ‘larga vigilia de los astros’. Tiempo insomne, tiempo de sombras, lima de los mármoles. «Las Noches son el Tiempo, el que no duerme» (Metáforas de las Mil y Una Noches).

El poeta va de lo simple a lo complejo, de lo pequeño a lo maravilloso. De ahí que, con el asombro que produce el mago ante los ojos de un niño, nos diga: «Música del Japón. Avaramente / de la clepsidra se desprenden gotas / de lenta miel o de invisible oro / que en el tiempo repiten una trama / eterna y frágil […] En esa música / yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro» (Caja de Música).

En los personajes de leyenda el poeta se mira a sí mismo. Traspone en los héroes mitológicos sus dolencias. O, dicho de otra manera, hay personajes que son metáfora del mismo Borges. Por ejemplo, Endimión, Ulises, Don Quijote. «Yo dormía en la cumbre y era hermoso / mi cuerpo, que los años han gastado […] Diana, la diosa, que es también la luna, / me veía dormir en la montaña / y lentamente descendió a mis brazos / oro y amor en la encendida noche» (Endimión en Latmos). «La reina supo que era el rey        cuando se vio en sus ojos» (Un escolio). «No quiero ser el que soy […] Soy un hombre entrado en años. […] Lo he sentido / a veces en mi triste carne célibe […] Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño / que entreteje en el sueño y la vigilia […] Mi Dios, mi soñador, sigue soñándome» (Ni siquiera soy polvo).

Jorge Luis Borges abunda en referencias culturalistas de lugares, personas y personajes de la literatura universal. Hay en su poesía diafanidad, la hay incluso en el uso de las metáforas y las adjetivaciones. «El húmedo zaguán. La vieja casa. En el patio que fue de los esclavos / la sombra de la parra se aboveda» (Buenos Aires, 1899).

El hombre no puede llegar a realizar todas las cosas que desea. La vida tiene un límite. Sin embargo, podemos soñar o imaginar no sólo lo que pudo haber sido sino lo que puede ser. «Pienso en las cosas pudieron ser y no fueron. / El tratado de mitología sajona que Beda no escribió. / La obra inconcebible que a Dante le fue dado acaso entrever» (Thinks that maght have been).

Ahora el poeta está ante el espejo de su conciencia. Luces y sombras, miedos y certezas abruman su alma. «Yo, de niño, temía que el espejo / me mostrara otra cara o una ciega / máscara impersonal que ocultaría / algo sin duda atroz […] Yo temo ahora que el espejo encierre / el verdadero rostro de mi alma, lastimada de sombras y de culpas, / el que Dios ve y acaso ven los hombres» (El espejo).

La más aguda certeza del poeta Jorge Luis Bor-ges, sobre todo la del Borges de siete décadas, es la de saberse memoria. Del poeta sólo queda la memoria, lo vidido. Neruda dirá de sí mismo ‘confieso que he vivido’. Borges sabe que ha vivi-do por la dicha que destila su memoria, es decir por los recuerdos que afloran desde el fondo del inconsciente. «Soy la carne y la cara que no veo […] Soy el que no conoce otro consuelo / que recordar el tiempo en la dicha» (The thing I am).

El problema de la ceguera amplía la agudeza del poeta. El tacto se convierte en el sentido cómplice. El ciego ve por el tacto, por los oídos. Ahora ya nadie se mira en espejo porque quien está ante él no ve más allá que su propia oscuridad. «Un hombre ciego en una casa hueca / fatiga ciertos limitados rumbos / y toca las paredes que se alargan». (Un sábado).

Borges, que halla una analogía entre él sueña y el sueño de Chiang-Tzu, el cual “soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre” (El bastón de laca). Al final de la vida, como sucede con el poeta al escribir “Historia de la noche”,  nos preguntamos, ¿soy en verdad el que quise ser, el que soñé ser? Y si creo que soy el que soñé ser, ¿no será que no sé distinguir el que antes era y el que ahora digo que soy? 

Edipo Rey inventó la noche en los cuencos de sus ojos. Tiriel, de William Blake, no conoció más que la oscuridad de sus ojos. Borges conoció el día y la noche o, mejor, un perenne crepúsculo. «A lo largo de sus generaciones / los hombres erigieron la noche […] En el principio era ceguera y sueño / y espinas que laceran el pie desnudo […] Ahora la sentimos inagotable / como un antiguo vino / y nadie puede contemplarla sin vértigo / y el tiempo la ha cargado de eternidad» (Historia de la noche). FLH

martes, 26 de marzo de 2013

ANIVERSARIO - POESÍA- PEDRO GRIS


ANIVERSARIO,  UN CANTO DE MUERTE, VIDA Y ESPERANZA
Por Fausto Leonardo Henríquez

Aniversario es una obra de gran significado en el proceso creativo de Pedro Gris. Obra que está dedicada a quien fuera tu maestro de juventud, Romanof, como  le llama literariamente a Nelson Minaya. El tema de la muerte, horror vacui, la nostalgia, el suicidio, están muy presentes en los versos que conforman este nuevo poemario.

Hay un evidente esfuerzo por entrar en el océano de la memoria, como si entrara a navegar en internet, sin otra finalidad que la de lograr exponer “la materialidad de lo vivido”. Gris aborda la muerte introduciéndose en sus propias vivencias o, como lo llama él, en sus “verdades de vida”. Y lo hace con el temblor de quien habla de la muerte con el extraño deseo, el de Romanof, del suicidio: “Quizás el anhelo a de morir / sea por el horror a la muerte”.

¿Qué hacer, pues, ante el miedo a la muerte, ante el suicidio como única forma de superar la “versión inaguantable de la realidad”? No hay respuesta fácil a esa pregunta. Pero como salida momentánea solamente queda orar. Pero orar, paradójicamente, como mero acto de consuelo subjetivo y no como acto confiado en Dios: “Oremos si te apetece / aun sin fe”.  Ese vacío terrible, pero consciente, suplicante, es un “sabroso dolor llorado”.

Aniversario  preludia lo que inevitablemente es, ya, aquí y ahora, la muerte como presagio, como acontecimiento futuro, pero a la vez como singular instante que estalla en el presente: “Ves esa ambulancia, salúdame, ¿crees que sobreviviré a lo que viene? / Aquel día la miseria se había acumulado sobre mí como la nieve / paralizando el tránsito”.

El maestro es Romanof y el alumno RomanOn. El primero piensa en la muerte y acaba matándose. “¡Pensar tanto en la muerte te va a matar!” El segundo atestigua el suicidio de su maestro. RomanOn vive para contar “cosas no vividas”, las imágenes soñadas”. La particularidad de Romanof es el haberse precipitado al vacío de la muerte, como liberación de las manchas del mundo, pues era un ser cuyos pies no tenían medida que le ajustara. RomanOn no logra comprender el destino de su guía, pero sí alcanza a ver que “¡El mundo puede ser basura cuando no lo soñamos!”

RomanOn añora las conversaciones con Romanof; echa de menos el “ruiseñor ensordecedor que introducía el mar en la conversación, y la brisa esencial de las olas”. Ya sin su maestro RomanOn ha hecho su síntesis: “Sólo en el sueño encontramos el sentido”. Dice el siquiatra vienés Víktor Frankel  en su obra “El hombre en busca de sentido", que los hombres que estaban con él en los campos de concentración nazis se arrojaban contra las alambradas, se suicidaban, cuando perdían el sentido de la vida, cuando, en definitiva, dejaban de soñar con aquello que les sostenía con vida. Esta síntesis existencial a la que llega Frankel, es exactamente a la que llega en su poética Gris, aunque por otros caminos, claro. Y, es, precisamente, dicha síntesis (¿saturación de ideas?) la que lo aboca a la conciencia que se expande en un conjunto de ventanas: “¿Piensas refugiarte en el Windows de mi conciencia, / hacerme asomos virtuales en la noche / de todas las inauguraciones…?

Xavier Villaurrutia con su obra “Nostalgia de la muerte”, texto fundamental del mejicano, la veo como plataforma de Aniversario. Posiblemente Gris conozca esta célebre obra. En mi opinión, Aniversario tiene una extraña ilación con la obra del poeta mejicano. Villaurrutia y Gris están interconectados en tiempo y distancia con el concepto de la noche, pero sobre todo, con el tema de la muerte. Villaurrutia asocia la noche con la muerte: “La noche vierte sobre nosotros su misterio, / y algo nos dice que morir es despertar” (Nocturno miedo).

Romanof era un ser refinado, “un aristócrata caribeño, un refinado griego del siglo XX –por su cultura universal- que “arribó, quién sabe mediante qué tipo de internet / de los anhelos, en los mares mortuorios y repetitivos de su suicidio”. Aunque respetaba el culto católico, Romanof era un místico sin Dios: “En el fondo Romanof era un místico. Un místico sin Dios”.

Pero un ser como Romanof, tan refinado y culto, amaba freudianamente a su abuela, que lo adoraba, y a Polanquito, (especie de “muchacho andaluz”). ¿Qué quiere decir “freudianamente”? ¿Quiere decir que era enfermizo, sicótico? ¿No era acaso una pasión amorosa platónica, o sea, imposible? Ese amor platónico ¿pudo haber agrietado la estructura de su personalidad ese amor “freudiano”? El hecho es que RomanOn se pregunta: “¿Por qué se habrá suicidado este pobre amigo mío / que algún día llegará a ser mi maestro?” El suicidio de Romanof fue la última enseñanza para RomanOn, que aún respira por la herida que dejara su maestro.

RomanOn quiere dar el salto a Dios, pero no puede, aunque quiera, puesto que es, como Romanof, un “místico sin Dios”. Aquí entra en juego el fenómeno de la conciencia, de la autoconciencia, tema que aflora continuamente en la creación poética de Gris. Esa conciencia universal “en simetría con la nuestra”, posiblemente sea la conciencia de los universos, es decir, el “equivalente a un internet o refugio de la conciencia humana.

La razón poética de RomanOn cae por su propio peso, debido a que “toda realidad es triste en esencia porque siempre será meramente referencial”. Más aún, la realidad es una “sombra de paradigma”. El sentido trágico de la vida unamuniano está presente en la poética de Gris, que ve crudamente la imperfección humana y la sopesa con la tristeza profunda de saber que es prácticamente imposible alcanzar la perfección:  “La existencia trágica atada a la nostalgia de su propia perfección inalcanzable”. Esa afirmación de que la perfección es imposible se relativiza cuando el Galileo dice a sus discípulos: “Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto”. O cuando Teresa de Ávila, la monja santa, dice en Las Moradas, que la perfección se logra amando a Dios y amando a los semejantes.

Sin embargo, lo más triste y trágico de la vida, no es tanto el lastre de la imperfección, sino la “consciencia de la muerte” que tiene el hombre. Ou plus tôt / ou plus tard, / le trajet est égal / pour tous les voyageurs, dirá el poeta Chateaubriand. Esa consciencia de la muerte está en conexión con el pensamiento metafísico de Martín Heidegger, el cual habla de que el hombre es un ser para la muerte”. Gris lo dice con otras palabras: Nuestro pecado original es la consciencia de la muerte”.

Lo que atormenta a RomanOn no es tanto la imperfección humana, cuanto la consciencia de la muerte. La muerte como problema existencial. Es el absurdo de la vida que tiene, sin duda forma y belleza, pero aparejada con la inevitable realidad de la descomposición, la destrucción, la muerte. El oro mezclado con el barro. Belleza y forma humanas traen consigo principios de descomposición, de destrucción de identidad y de la horma única, al final”. Ante esto, ¿qué hacer? O reafirmarse en la vida o suicidarse. Romanof escogió lo segundo.

El discípulo, RomanOn, logra identificarse con su maestro y recrea su imaginario poético con aciertos y originalidad: “confusión dichosa; el cerebro en blanco pensando con los sentidos, / los sentidos pensando sin el pensamiento, la sensación de que nuestra sensibilidad / andaba levitando”. En esas extrañas experiencias interiores, “de un blanco rutilante” es que RomanOn identifica lo que él llama “verdades de vida”, jugando entre el dolor y el placer para aliviar la existencia: “armo y desarmo el puzzle del dolor y sus placeres”.

La nostalgia será siempre eso, nostalgia, puesto que jamás volveremos adonde estuvimos. La nostalgia del pasado está en todas partes y en ninguna.  Si una cosa es cierta, eso es lo que hemos vivido. Mas lo vivido no deja de ser un vago producto químico que pulula entre las sinapsis cerebrales que nos trae la memoria. “La nostalgia no tiene territorio. / No regresaremos al lugar añorado / aunque lo visitemos.  / Retirémonos al lugar de lo vivido. / ¡Sobre lo que hemos sido no hay azar!” La agudeza de RomanOn alcanza cuotas de genialidad: “El pasado no vendrá a nuestro encuentro / si acaso como fantasmas indocumentados”. “Todo lo que hemos llegado a ser sin semejanza / regresará a nosotros como espectros”. Dice también, con cuánta razón: “nunca podremos juntarnos en lo vivido”.

RomanOn es consciente de que su fe, su escasa fe, no es suficiente para creer que el cuerpo o el alma de su maestro Romanof, o la de todos los que han vivido en la historia de la humanidad, estén en algún lugar. Esta noción del más allá abisma todavía más el vacío y la angustia de la muerte en el poeta. Por la mala calidad de mi fe (¿valdría decir “mi mala fe”? Comprendo que su cuerpo / enceguecido por los peces no reposa en aquel nicho / ni en ninguna otra parte”.

RomanOn, sacudido por el recuerdo vivaz de la muerte de su maestro Romanof, rayando el nihilismo más exacerbado llega a afirmar: “No existiremos de ninguna forma / tampoco nosotros”. Ni siquiera pasando de unos a otros el “recado genético”, pues “la reproducción no nos salva. Nada nos salva”. ¿Por qué motivo o razones llega a este límite? Porque “he llegado a notar que la muerte / anula nuestras existencias “reales” / transformándolas en virtualidades de la memoria / de otros, que termina también borrada”.

¿Qué queda después de que mueran los que nos recordarán? Queda, acaso, la posibilidad de una especie de “internet de la conciencia” universal. “Resucitaremos en sus recordaciones y ahí acabamos, / si acaso no emigramos a algún tipo de Internet de la conciencia”. Estas palabras de Gris están en paralelo con las de Juan Bosch en su cuento "La muchacha de la Guaira": "Nosotros, los seres humanos, nos perdemos en la muerte, en la nada [...] Yo tengo un lindo recuerdo, un solo recuerdo bonito en mi vida, Hans, pero va a perderse, va a desaparecer cuando me muera".

Pero la cuestión que percute la conciencia del poeta, de RomanOn, es el final de la vida: la muerte. La muerte es el gran tabú de la vida”. Más aún, pone en duda, como hacen los escépticos, no sólo la idea de la perfectibilidad humana, sino la posibilidad de la vida en el más allá. Piensa que esa creencia es un producto del miedo. “La obsesión por una supuesta sobrevivencia ultra terrenal / y la presentación de la perfección de nuestra esencia vital / como pruebas de trascendencia son para mí, / a veces, elaboraciones de nuestros genes metidos en el miedo”. Sin embargo, hay visos de esperanza, paradójicamente, cuando el mismo RomanOn afirma: “Nadie se muere dos veces ni tres o se refleja / sobre cuerdas que tañen hacia otro universo”.

La realidad conocida, la experiencia acumulada, viaja no sabemos hacia dónde: “Por razones que desconocemos / lo conocido viaja / hacia lo desconocido. / Nunca, al parecer,  podremos juntar lo que transcurre”. Lo cierto es que, y esta es otra visión poética de RomanOn, “la realidad es un caballo desbocado expandiéndose hacia la pradera”. Resuena aquí la teoría de la expansión del universo de  Edwin Hubble y de Lemaitre.

Ni el pensamiento ni el cuerpo pueden abrir la muerte. Es imposible. No es posible. “La muerte es una puerta cerrada que el pensamiento no abre”.  “El cuerpo no puede abrir la muerte, es imposible / está al otro lado de su esencia”.

Nuevamente se avista un rayo de luz en esta poética del tánatos de RomanOn. Moriremos, sí, pero la extinción no es absoluta ni total. Hay una transformación de un cuerpo mortal a un cuerpo (si se puede decir así) glorioso e inmortal. ¿Cuál es esa esperanza de vida más allá de la muerte? Ya se ha dicho algo arriba, viviremos en un “collage de paraíso, esto es, en un “internet de la conciencia”. No hay una negación nihilista total, sino la duda que no cesa, la mala fe” del poeta. “Juntos / vivos y en modo de muerte, en lógica de sueño,  / en las atmósferas raras de la muerte despertaremos, / en collage de paraíso, suerte y destino coexistiendo […] Vivirás en una especie de internet de la conciencia, / vedado a tu imaginación que lo ha creado”.

Pero no le basta a RomanOn intuir esa forma de vida. Pues lo que le mata en vida es saber, mientras vive ahora, que un día morirá irremediablemente. Este es el gran problema de RomanOn, que es consciente de su propia muerte. No le angustia tanto el después, sino este ahora muriente que llega con la fuerza de un huracán a su conciencia. Aquí RomanOn escribe, tal vez su mejores versos: Saber que moriremos nos mata en vida / y luego el trance místico, los segundos precisos / del tiempo imaginario de la muerte. / La diferenciación. El salto. Y ya quizás muerto / la rosa contemplativa ¡el gozo de lo irreversible!, el orgasmo de la conciencia sumergiendo / al mundo en su irrevocable temporalidad”.

José Goroztiza, con su obrta “Muerte sin fin”, aborda, al igual que Villaurrutia, el tema de la muerte. “Muerte sin fin” es una obra fundamental en la poesía mejicana del siglo veinte. Goroztiza se ve sacudido por el tiempo y la muerte. Aquejado por el tiempo escribe: “Es el tiempo de Dios que aflora un día, / que cae, nada más, madura, ocurre, / para tornar mañana por sorpresa… Es un vaso de tiempo que nos iza en sus azules botareles de aire y nos pone su máscara grandiosa”. Su visión de la muerte no tiene fin, el poeta mejicano lo dice así de forma insuperable: “Largas cintas de cintas de sorpresas / que en un constante perecer enérgico, / en un morir absorto, / arrasan sin cesar su bella fábrica / hasta que –hijo de su misma muerte, / / gestado en la aridez de su escombros- / siente que su fatiga se fatiga… / muerte sin fin de una obstinada muerte, / sueño de garza anochecido a plomo / que cambia sí de pie, mas no de sueño, / que cambia sí la imagen, / mas no la doncellez de su osadía”.

Para mí lo mejor de Aniversario   está en este tramo final en que se vislumbra un canto a la vida, un rayo de esperanza para la existencia, poética o filosóficamente hablando, aunque falte el salto de la fe, que ya está en RomanOn como semen fecundando el sinsentido de la vida.

El poeta intuye “lo que habremos de ser”, “lo que hemos llegado a ser en el amor”. Su numen aflora con lucidez al afirmar: “Algunos espíritus intensos miran por nuestros ojos / la luz arqueada por la gravedad de lo que amamos”.

No hay fe en RomanOn, buena fe”, en contradicción con su “mala fe”, -porque es pálida y frágil y no porque sea mal intencionada-, pero hay amor, que es más grande que la fe. Por el amor llegamos a ser en verdad lo que soñamos. En el amor alcanzamos, no se sabe cómo, la plenitud de la existencia. “El icono formidable de lo que hemos llegado a Ser en el amor / establecerá paradigma a los que todavía no aman”. Sí, RomanOn, el amor es “paradigma” de la vida del hombre. Si no hay amor, no somos nada. Si algo perdura, dice Pablo de Tarso, eso es el amor, pues “el amor no pasa nunca”.

El discípulo se propuso una oda a la muerte de Romanof. Sin embargo, al cantar la muerte de su maestro, se ha encontrado con sus propios fantasmas. Aniversario  no es sino una forma de decir al mundo que Romanof sigue viviendo en la memoria de su discípulo, que el día que él también muera se llevará a la tumba sus recuerdos. Pero con la salvedad remota de que pueda pervivir en “collage de paraíso” o en un “internet de la conciencia” universal. Le queda a RomanOn la posibilidad, imaginaria si se quiere, de que su maestro y amigo “nade todavía mar adentro / sin llegar a saber / que ha muerto”. Existencia intuida como posibilidad y no como negación en medio de la noche como “el último rumor de los ahogados” como canta Francisco Matos Paoli en el Canto de la Locura.

Con este poemario Pedro Gris, a quien he llamado RomanOn, en evidente paralelismo con su maestro, Nelson Minaya, Romanof, tiene que haber arqueado el paso de la luz”. Aniversario  le echa un pulso a la muerte. Es una provocación a la muerte, que llega inexorablemente, y que le calcina la inteligencia, la razón la razón al poeta.

Aniversario es una obra que reafirma que algo se va con la muerte y algo perdura. En De convivio dice Dante: “Todos los escritos, tanto de los filósofos como de los demás sabios escritores, están todos concordes en que en nosotros hay algo de perpetuidad”. Aniversario, en toda lógica, con sus paradojas, no escapa de esa afirmación del visionario italiano.

La poesía de Gris, RomanOn, es una poesía recia, inquietante, universal. Poesía que hila el “collage de paraíso” que en lo secreto anhela el alma. Porque el hombre es, en esencia, un ser que se resiste a la muerte y desea, aún sin saberlo, el amor, la vida, la visión luminosa de la perfección que Dante simboliza en la belleza divina de Beatriz. Aniversario conmemora la muerte de Nelson Minaya y prefigura nuevas sendas, luminosas, para Pedro Gris.

Zaragoza (España) 6 de febrero de 2013.

jueves, 17 de enero de 2013

SEPELIO EN TEBAS

Una visión de Antígona de Sófocles de Seamus Heaney


Sepelio en Tebas, primera edición Madrid - México, septiembre 2012. Vaso Roto Editores. Versión de Hernán Bravo Varela.


Me sorprendió esta nueva obra de Seamus Heany. Lo digo porque lo he leído más como poeta de su tierra y de su tiempo en Irlanda que en el terreno del teatro, pero no todo teatro, sino el teatro griego.

La sorpresa me llega en dos niveles. Hay todo un trabajo de Heaney en Sepelio en Tebas en el cual se vierten por un lado, el manejo de la tradición cultural de la tragedia griega, que procesa poéticamente hasta alcanzar pasajes de altísimo nivel poético como el tramo donde Teresias se desfoga verbalmente contra Creonte (p. 72); y, por otro lado, la aplicación del drama de Creonte al contexto histórico contemporáneo.

El drama narra la actitud de Creonte que se niega a sepultar con honores militares –como hizo con Eteocles, que cayó defendiendo el Estado- a Polinises. Creonte condenaba a éste, por antipatriota, a no recibir ceremonia fúnebre, a una degradación pública y, por consiguiente, a ser alimento de las aves de rapiña. Este es el punto de partida del fundamental del drama.

La condena de Polinises pone en evidencia la soberbia de Creonte como jefe de un pueblo, Tebas. Y esto es lo que aprovecha Heaney para hacer una aplicación al momento histórico en que W. Bush, desoyendo las voces de la ONU y del mundo, abrió fuego en la guerra de Irak.

El diálogo entre Antígona y su hermana es vivísimo. Ellas hablan de derechos, del poder y las leyes de Creonte, de la situación desventajosa en la que ellas se hallan en virtud de la ley y de quien las dicta, que no es otro que el mismo Creonte. Con lo cual no queda otro camino que acatar sus órdenes o perecer. Antígona es más emocional y tiene las fibras del corazón más sensibles y se propone enterrar, como en efecto hace, a Polinises, su hermano; la otra hermana, Ismene, en cambio, es más fría, más racional, vamos. Ella se atiene a las leyes, sean justas o crueles. Tilda a su hermana de floja, de estúpida.

El mismo Creonte, a pesar de su soberbia, genera unas reflexiones de gran calado sobre las leyes, de quienes las hacen y de quienes tienen el poder del dinero (p. 37-38). Naturalmente, quien está interiorizando no es otro que el poeta Heaney.

Me produce un gran deleite el pasaje que pone en boca del Coro (p. 40) que canta el prodigio que es el hombre como criatura, de cómo aparece en el mundo, cómo de desarrolla y evoluciona, etc. Es un pasaje memorable. El hombre es, sin duda, una criatura excelente, pero a veces es capaz de la peor perversidad. Ese es el drama antropológico, filosófico de fondo, que Heaney trae a colación. El hombre es un ser luminoso, inteligente y noble, pero a veces es oscuro y retorcido deliberadamente.

En el reino de Creonte nadie se atrevía a desobedecer una ley, so pena de muerte. Antígona lo sabía y, con gran valor, decide enterrar a su hermano Polinises. Al ser descubieerta, ella acepta la acusación sin ambages ante Creonte y no le importaba morir porque, según su parecer y su conciencia, lo que ella había hecho era de justicia, aunque desobedeciese la ley: “La quebranté porque esa ley no era / la ley de Zeus ni la que ha ordenado la Justicia, que mora entre los dioses / de los muertos” (p. 44).

Creonte, que es un hombre de edad adulta, no acepta consejos de nadie y, aunque se sabe equivocado, sigue cabalgando, escudado en la investidura, sobre sus ideas y decisiones. Sus más cercanos seguidores no son capaces de decirle la verdad como Antígona, ppor hipocresía, por miedo a ser tachados de antipatriotas o por miedo a las represalias del rey.

El drama se agudiza más cuando Hemón, hijo de Creonte, se opone a su padre y le pide que no lastime a su novia y prometida, que es la mismísima Antígona, personaje clave en esta obra de Sófocles. Pero su padre hace oídos sordos y manda deshacerse de ella enviándola a una cueva en lo alto de unas sendas de difícil acceso. Ordenó ponerle algo de comida hasta que muriese. Creonte le da esta condena para, según él, no manchar sus manos de sangre: “En mis manos no hay sangre”, aludiendo a que Antígona es la culpable y que él solamente dicta justicia. Sin embargo, -en esto veo algo de cinismo- ordena que la lleven a la cueva escondida en lo alto de una roca, allá mandó atarla y dejarla morir.

Antígona  genera compasión y en ningún momento uno deja de pensar en sus razones, en la defensa del cultro exequial y en lo que es justo más que de ley. Heaney explota al máximo su discurso poético y pone en su poca estas palabras: “Soy como Níobe, / como la pétrea Níobe / con nieve derretida y lluvia a cántaros, / una roca que llora para siempre; como hiedra durante un aguacero, / chorreando en una cresta / desde lo alto del Sípilo” (p. 62-63).

El delito de Antígona no fue sino enterrar a su hermano, por eso fue condenada. Todos los del pueblo lo sabían, pero no le llevaron la contraria al rey Creonte para, acaso, no correr con la misma suerte.

Antígona cree, porque era una mujer religiosa, que el castigo le había sobrevenido como parte de una fatalidad: la de su padre Edipo, que tanto ha dado que hablar a la teoría freudiana sicoanalítica. Queda claro, pues, -insistimos- que Antígona fue condenada por cumplir el rito religioso de dar sepultura a los muertos. Sin embargo, su final era la desembocadura de un sino fatal, esto es, ella seguía aún arrastrando la culpa del incesto de sus padres: Yocasta y Edipo. Como se sabe Edipo se casó con Yocasta sin saber que era su madre y tuvieron 4 hijos: Polinises, Eteocles, Ismene y Antígona. Su tragedia no era sino el producto de la tragedia de su propio pasado.

El contraste ente Antígona y Creonte es diamentralmente opuesto. Creonte no tiene ningún respeto al rito funerario, que era un acto religioso. Pero menos lo tiene por Antígona a quien condena a muerte, a una muerte vergonzosa y pública por haberle desobedecido. el no dar digna sepultura a Polinises. Ella se pregunta: “¿Condenada por qué? Por ser devota, por un justo favor”.

Cuando Tiresias entra en escena, el drama se contrae vertiginosamente. Digo que se contrae porque es el único personaje capaz de hacer en entrar en razón a Creonte, que se precipita en su soberbia y en su cruel resolución de castigar con la muerte a Antígona que se atrevió a transgredir su autoridad.
Tiresias, ciego, tenía la facultad de ver el porvenir y por lo mismo, de aconsejar. Los rituales del vidente, que estaba al servicio del rey, fracasaban porque Creonte había dictado la orden de no sepultar a Polinises y sobre todo por condenar a muerte a Antígona.

Teresias, que no tenía ya nada que perder, fue la única persona capaz de tocar las fibras más profundas de Creonte: “Medítalo, hijo mío. Los hombres se equivocan. / Pero ningún error tiene que ser eterno. / Es posible admitirlo y también expiarlo. El problema es el hombre prepotente. Retráctate. / Sométete a los muertos. No apuñales fantasmas” (p. 69-70).

El advino hablaba en base a la verdad, al menos esta vez, porque quería el bien de Tebas. Aconsejaba a su rey sin interés personal, aunque sabía que los gobernantes son corruptos y pagan sobornos. Tiresias le echa en cara el hecho de “haber arrojado a una hija de la luz del sol a las tinieblas” y por supuesto, haber“prohibido el sepelio de alguien ya fallecido [Polinises], uno que pertenece a los dioses de abajo” (p. 72).

A partir del consejo del adivino Tiresias, Creonte empieza a revolverse en sus propias reflexiones. Orgulloso, no quiere dar marcha atrás en las dos grandes decisiones tomadas contra Polinises y su hermana Antígona. Ahora, por temor a los dioses, y abandonado de su profeta, que le había servido para sus fines en la realeza, quiere dar marcha atrás a toda prisa, pero su soberbia hace de muro de contención.

Creonte, al fin, cede y decide sacar de la cueva a Antígona, pero todavía persisten en él la voluntad de respetar la ley por encima de todo. En esta parte Heaney pone en boca del Coro unos tercetos de fábula, es decir, de encantadora composición (p. 74).

Sepelio en Tebas es, en mi opinión, la historia de cómo un héroe puede convertirse en un antihéroe. Creonte salvó Tebas, pero su futuro era impredecible. Un ser que salva a una nación con gran esfuerzo la puede echar a perder, como Creonte, por su actitud de cerrada y soberbia.

Heaney hace un discurso libre en este punto para dejar aleccionar al hombre de hoy, acaso sumido en la soberbia, goces y poderes, que “puedes morar en tu aposento, colgarte las medallas de la fama y del gusto, / pero si en tu interior no sabes disfrutarlos, ¿qué ocurre? Si los goces en tu vida se acaban, / quedas entre espejismos. Sombras y ceniza” (p. 75).

El drama deSepelio en Tebas llega a su clímax cuando el hijo de Creonte, Hemón, que era el prometido de Antígona, se suicida tras verla ahorcada. Cuando Creonte ve a su hijo muerto y a su lado la amada de éste, siente una gran culpa y grita: “Escóndanme, escóndame de mí” (p. 77). Palabras estas terribles y dramáticas.

Al fin Creonte reconoce su tozudez, la necedad en la que había caído como rey y como padre. Con el hijo muerto en sus brazos dice: “Abran paso al rey fallido. / Desatinado en el trono, / desatinado en su casa, / por los cielos humillado. Hijo mío, hijo muerto, hice mal en hostigarte […] El golpe de la justicia / me atrapó y me ha derribado. Bajo las ruedas del mundo. Fui por un dios hecho añicos” (p. 79).

Cuando Creonte quiso poner remedio al origen de todos los males generados en su familia, ya no había tiempo. En la cadena de hechos trágicos, se sigue el del suicido de Eurídice, su mujer y por consiguiente, madre de Hemón, que no pudo resistir la pérdida de su hijo.

Sepelio en Tebas es un drama intenso que exhibe a Creonte como un “traficante de muerte”, un ser orgulloso e imprudente, que con sus acciones acarreó la desdicha a su propia familia.

La conclusión no puede ser menos aleccionadora que la que canta el Coro al final del drama. Actuar con mesura y sabiduría, sobre todo cuando se detenta el poder es cosa digna de ser alabada. Y lo es también el gobernar teniendo en cuenta a Dios y su culto. Está claro, los gobernantes que se pasan de los límites reservados a la justicia y a la Divinidad, acaban pagando sus propios desmanes: “Es llave de la dicha una conducta sabia. / Reina según los dioses y venéralos siempre. / Quienes se extralimitan acabarán penando. / Con su horquilla, el destino los desgranará / y los hará ser sabios cuando llegue el momento” (p. 83).

Seamus Heaney, le ha dado un aire poético fresco a Sepelio en Tebas. Los pasajes más duros y fuertes del drama sofocleano adquieren un impulso en la palabra poética del célebre poeta irlandés. Si algún nombre se le puede atribuir a este nuevo trabajo de Heaney es el de “poesía dramática”, o, si se quiere, “drama poético”. Esta obra, como todas las tragedias griegas, no deja indiferente a nadie. Los clásicos griegos siguen aún hablando al mundo de hoy de las pasiones humanas, por eso, esta obra recreada por Heaney viene a avivar el brasero de la gran literatura que nunca muere. Digo con Antonio Machado: “Bueno es recordar / las palabras viejas / que han de volver a sonar”. FLH

Localización tierra natal, República Dominicana