lunes, 26 de septiembre de 2011

POEMA “ODA AL PADRE”

POEMA “ODA AL PADRE”

de Pedro José Gris

(Comentario interpretativo)

Por Fausto Leonardo Henríquez

ODA AL PADRE

El de los cabellos azules
(Nelson vivió lo que escribo en el agua)


Del vaho de la tierra palpitante de noche
asciende vaporoso jugo letal
de angustia
y turba mi cabeza,
en su origen de sangre primigenia,
esa extensión inmensa de sangre y de criaturas
subterráneas. ..
El gris, acerado sentimiento, me obliga
a entrar al agua
a refrescar un poco la existencia
En un baño de espadas disueltas
en luna líquida y en agua
he empezado a nacer de nuevo
desnudo en la sal, en la consumación de la blancura
La vida se vierte, meditabunda, se pierde
se perfuma
se embriaga...
la noche es un aroma de muy viejos rosales
y un viento muy sabio de adolescentes labios
que besan, que besan
que besan...
La tarde, simplemente, se hace olvido...

El Mar, el Mar, el Padre de estos seres,
impasible y agónico enciende misterioso
sucesivos alborozo de silencio...
Nada... más que vivir
la vida se presiente...
La tarde
lentamente...
nos suma a su memoria
es decir, a su luz, a su música, a sus rosas...
¡Y más allá del Tiempo, de la sucesión misteriosa,
del oleaje,
la eternidad resplandece en su hondura intangible
¡Hacia ti convergen la mediatez del Tiempo,
la agonía del agua, el soplo de la luz
en la Nada Perfecta
más allá de la Forma y de la Belleza!
¡Epifanía pura de cristales de instantes!
¡Marejada del Uno mágico y derramado
en cristales eternos!
¡Oleaje esencial sin distancia, sin Tiempo!
Oh Mar, oh Padre de los siglos,
Padre de estos seres vibrantes
que ahora toco en mi dispersión,
en su fluir viviente,
en su latir cósmico.
Oh Mar, oh Padre mío desde la noche; desde la sal,
desde la consumación de la blancura!
Oh dicha de este hijo en tus noches extrañas
donde se escuchan vuelos, donde el Padre medita
el abismo que acecha a todo hombre...
y desde su meditación se elevan truenos.
Oh Padre, sosegad a la noche hasta hacerla
imagen del pasado.
Oh Padre, sosegad esta visión de sangre que me abruma;
abre tu inmensidad,
mira sangrar mi cuerpo
herido en tu dolor, en tu belleza
ahogado en tu clarísima tristeza...
Oh vasta tumba azul donde los siglos
mueren.

Delirante arrebato de impresionante belleza. Así califico en una primera lectura el poema que hoy ocuparán estas líneas: Oda al Padre. Advierto que lo que diga será una penúltima palabra, si no la última de la que otros puedan decir. Vayan éstas como un humilde tributo a quien tengo alta consideración y admiración.

Empezamos. Oda al Padre es un poema de hondo aliento metafísico. Para entenderlo o tal vez para degustarlo es preciso introducirse en su atmósfera. Pienso que sólo desde ahí se puede gozar un poema emblemático del interiorismo.

La tierra, en su estado primigenio, creacional, cuando aún palpitaba el misterio de la vida en el vaho que preanunciaba el despertar de un Ser desconocido, concita al poeta al grado de transportarlo a una experiencia poética, a una visión de la belleza total incomparable.

La tierra late en consonancia con el corazón del poeta que se ve envuelto por una atmósfera de sombras. Él es barro con aliento vital, mas con un dejo divino que no acaba de cristalizarse, aun deseándolo, lo cual le causa una terrible angustia que se agranda en la medida en que ésta le calcina y lo arrincona en alucinaciones: “Del vaho de la tierra palpitante de noche/ asciende vaporoso jugo letal/ de angustia/ y turba mi cabeza”.

El poeta intuye el origen anterior a lo primero. Queda turbado por la angustia que lo despoja del tiempo y lo sitúa “en su origen de sangre primigenia”. Visiona un espacio inconmensurable habitado por seres extraños: “esa extensión inmensa de sangre y de criaturas subterráneas”.

El agua también, además de la tierra, es un símbolo de la vida, de la divina y la terrena. El poeta la utiliza para bañarse en ella y no para calmar la sed, en sentido inverso al poemario La Sed del Junco de Tulio Cordero, o de aquellos versos de Amado Nervo: “inútil la fiebre que aviva tu paso/ no hay fuente que pueda saciar tu ansiedad/ por mucho que bebas/ el alma es un vaso/ que sólo se llena de eternidad”.

El agua de la que habla el poeta es un agua en la que se introduce forzosamente, todo él, existencialmente, con su pensamiento y sus ideas. El poeta José Ángel Valente dijo en este sentido lo siguiente: “Tomar un baño es una breve/ solución general contra la nada”.

Es toda su vida, el complejo de toda su estructura vital como ser humano la que entra a sosegar dentro del agua, como si fuese, digamos, una placenta transhumana: “el gris, acerado sentimiento, me obliga/ a entrar al agua/ a refrescar un poco la existencia”.

La revelación de la belleza queda consignada inigualablemente en estos versos: “En un baño de espadas disueltas/ en luna líquida y en agua/ he empezado a nacer de nuevo”. De ese baño surge el poeta como criatura nueva, como si hubiera recibido un bautismo de intangible dinamismo creacional.

El agua eterna regenera los insondables sentimientos, la existencia misma. Ernesto Cardenal en Cántico Cósmico (can. 28) percibe esta realidad trascendente, lo cual confirma la autenticidad universal de la obra de Pedro José Gris: “La vida es la duplicación del don recibido. La vida tiene sólo una función: nueva vida. De vida en vida. Vida trascendiéndose la vida”.

A Gris no le basta haber nacido una vez, sino que necesita nacer de nuevo, otra vez, para sentirse vivo, humanamente otro: “He empezado a nacer de nuevo/ desnudo en la sal, en la consumación de la blancura”.

Tierra y agua son germen de la vida, y, ambos arquetipos se unen para alumbrar la novedad sublime del aedo. Tierra y agua se unen para revivir su existencia. Sin embargo, la vida nueva que nace del agua atribula y abate al poeta en la reflexión, porque él no puede quedarse indiferente ante ella. Tal vez la razón última de su tribulación es que no puede detener o aprisionar la vida en sus manos: “La vida se vierte, meditabunda, se pierde/ se perfuma/ se embriaga”.

Por otra parte, la noche adquiere un matiz interesante y contrasta con “luna líquida”, “nacer de nuevo”, “blancura”. La noche es el lugar de la angustia, del acorralamiento existencial. El célebre poeta Vicente Aleixandre nos da una idea de la noche vista por nuestro poeta: “La noche es más oscura que un corazón sin vida”. Es esta circunstancia, la noche, la que hunde al poeta en una meditación profunda. En la memoria se registra la noche de la vida, porque “la tarde, simplemente, se hace olvido”.

El tiempo y la eternidad son, también, nervios de este fantástico poema, Oda al Padre. El tiempo, por una parte, se muestra como algo mediato, sujeto al reloj y a lo finito. Lo mediato está hondamente ligado a lo tangible y a lo inmanente. Dicho con otras palabras, lo que sucede en el tiempo cronológico se encamina hacia lo caduco y a la muerte. Este campo no es el deseado, es el que está más lejos, en lo infinito y eterno.

De ahí la otra cara del tiempo, el no-tiempo, la eternidad. Es un tiempo sin tiempo donde todo perdura y es estable. El único movimiento que se da en la eternidad, según el poeta, es el “resplandor” de la belleza, de lo impalpable y absoluto. Es ese resplandor lo que trastoca el alma y la separa del mundo, aunque sea sólo por un instante: “Y más allá del Tiempo, de la sucesión misteriosa, del oleaje, la eternidad resplandece en su hondura intangible”.

Hacia la eternidad, como los ríos que bajan de los montes, corre el tiempo y todo lo que está, en apariencia, sujeto a él. La eternidad trasciende toda forma y belleza. Es el lugar de la Nada Perfecta. La región donde el Ente Total heideggeriano y la Nada son lo mismo: “¡Epifanía pura de cristales de instantes!”.

En esta misma línea escribió Octavio Paz en su poema “Piedra de Sol”: Lo que llamamos Dios, el ser sin nombre, / se contempla en la nada, el ser sin rostro / emerge de sí mismo, sol de sol, plenitud de presencias y de nombres”.

La impronta de la filosofía griega antigua sirve de acicate al bello decir de Gris. Es un recurso carente de estereotipos, es decir, natural y espontáneo, pero sabiamente manejado en el momento creador del poeta. Nos referimos al Uno. El Uno se le revela mágicamente en el cristal jadeante del mar inmenso: “Marejada del Uno mágico y derramado/ en cristales eternos!”.

Las olas que van y vienen pierden, de súbito, el sentido del tiempo y la distancia. El lector puede ver el universo del poeta. Hasta puede presentir un oleaje eterno, invisible e inquieto, cuyo lugar está al otro lado de la realidad. Existe una simpatía entrañable entre el aeda y el lector que logra adentrarse en su visión.

El mar, de nuevo el agua, adquiere una cualidad divina, celestial sin dejar de ser terrenal. Lo mitifica y le atribuye la paternidad de las edades y de todos los seres que ven. Juan Ramón Jiménez, para quien el mar significaba tanto, pareciera que, al menos en la forma, esté presente en Gris: “Oh mar, Padre de los siglos, Padre de estos seres vibrantes que ahora toco en mi dispersión”.

En el clímax de la visión poética de nuestro autor, se da una especie de repulsión heideggeriana, esto es, el Ente Total atrae pero al mismo tiempo repele. Te seduce, pero te rechaza. Atraído por el Mar, por el Padre, el Uno, el poeta se ve, al mismo tiempo, arrojado fuera de él, disperso. Es regresado el tiempo, al mundo común.

En las “noches extrañas” el poeta ha sentido gozo, dicha. Ha experimentado una incalificable cercanía con el Padre, el Mar. La empatía y reciprocidad con los mismos, conceptos de los que habló Aranguren han recreado el alma sensible de Gris. Por otra parte, y en el mismo orden de ideas, las palabras de Matos Paoli, en una carta a enviada al poeta J.M. Morales, empalman con la percepción de nuestro poeta cuando afirma: “Sólo lo Absoluto puede satisfacer tu ardor de maravilla”. Gris está ubicado radicalmente en el orden del Absoluto y sólo una vivencia poético-relgiosa lo puede redimir de su hambre de belleza.

Al término del poema el aeda pide, abiertamente al Padre que “sosiegue la noche”. Cuando la experiencia de lo maravilloso, sea poética o religiosa, es demasiado densa, aun si es breve, es irresistible. De ahí la súplica al Padre de atenuar el arrobamiento.

La noche aquí no es la noche sanjuanina. No, es, a mi juicio, una noche metafísica o trascendente, producida por la angustia existencial de estar ante una visión de la belleza que emana de la eternidad, del Uno, del Padre, del Mar, de la que el poeta se ve arrojado y dispersado por ser un ente finito. No sin causa sostiene B. R. Candelier en su obra El Sentido de la Cultura: “El arte es fruto de la angustia, del dolor y del sufrimiento”.

Oda al Padre es un poema profundo y muy denso conceptualmente. Contiene un ritmo interno alucinante, no sin un alto sentido estético y goce intelectual. Es una visión que desasosiega al poeta, que tiene que trascender e ir al lugar donde ya nada lo abrume.

Tengo el presentimiento de que en Oda al Padre se dan dos momentos cumbres: el contacto con la belleza humana y la alucinación encantadora de la belleza divina. Friedrich Hölderlin (Hiperión, I, 2) escribe algo sobre esto: “El primer hijo de la belleza humana, de la belleza divina, es el arte... La segunda belleza es la religión. Religión es amor de la belleza”. Oda al Padre es una obra de arte bajo el influjo de las dos bellezas hölderlinianas, mas también del inconsciente religioso, natural y adquirido por el poeta en su entorno cultural.

Herido de eternidad el poeta suplica al Padre que le abra la morada inmensa donde él habita, mas como es un simple mortal con la semilla de Dios sembrada, y nacida de nuevo, cae, herido ante la belleza total y se queda gimiendo en la “vasta tumba azul donde los siglos mueren”.

lunes, 12 de septiembre de 2011

COMENTARIOS DEL LIBRO DE POEMAS Arca de amasar diluvios.

COMENTARIOS DEL LIBRO DE POEMAS Arca de amasar diluvios.

Escritor Fausto leopardo Henríquez. Santo Domingo.

Por Sofía Sala

Aquí, la Poesía es la expresión del contenido humano del hombre, del poeta. Contenido de gran riqueza, sedimento de vivencias pasadas, y de esas otras que lo son del presente. De sus vivencias de cada día en el ahora, cuando el alma serenada del poeta, sometido a la contemplación, nos es en­tregada en los poemas, que extrae de lo más hondo de su propio ser. Y nos llegan con refinado acento de tristeza, que nos impresiona y nos conmueve:

... “La noche y la muerte dormitan.

Vigila la luz conmigo para no perecer

en el torbellino de la oscuridad."

El libro deja un viento suave en el alma el cual se trans­forma en Amor, dando a conocer su mejor paisaje, soñando, en el arco iris del tiempo, ciclo inalterable, que, en perfecto contrapunto, colorea sus caminos siempre cenicientos, distan­tes, partidas y llegadas, hermanándolos a frases de la nostál­gica vela siempre encendida, como luz bienhechora del pasado, que sirve al poeta para conseguir poemas llenos primavera y esperanza:

...“El tiempo se detiene

encima de mi escritorio, olvida

que es sueño su alma de ángel”…

Mueve el poeta el sentimiento, perfectamente concertado con la claridad de la palabra. Y así, sensitivo tiene el espíritu en perfecta vibración en sus versos limpios, consistentes, alados, según requie­ra el día, la noche y el momento donde la razón se eleva razón se eleva para ser una razón poética.

… “Parálisis del árbol

que tema pasar la noche a solas”…

Es abra de un poeta en plenitud, un hombre joven que vive eh un mundo difícil, su esperanza es la fuerza del Amor:

… “De rama en rama fuiste penetrando los contornos,

secretamente, con timidez de Ángel que no sabe

estar en la tierra porque sus alas le tiemblan"...

Escribir es una acción que solo brota desde un aislamiento de­fendiendo una soledad buscada, salirse del “laberinto de la vida", crear poemas, sueños e ilusiones. El alma se refuerza en un mundo donde toda persona tiene que ser defendida. El poeta descubre un mundo que es solamente suyo:

“Un cirio, entre sollozos, no dormía por velarte.

Ni las rosas tiemblan tanto ante la tijera,

como el sol que vio hundirte aquel medio día

en los jardines de la Eternidad".

Entusiasma el lenguaje variado y bien llevado. Las palabras propias de de nuestra querida América que hacen sentir cierta. Melancolía.

“Maíz mujer mujer,

fecundo grano

multiplica la tierra madre.

Mazorca desgranada

la vida que injertas."

Seguir comentando su poesía, la profundidad de su pensamiento, sería un tema largo. Nuestra querida tierra, nuestro sue­lo en general terrestre, sus habitantes de todos los lugares sufren tragedias y dolor que dejan muchas cicatrices. A. los poetas nos toca., donde el Amor dibujó una sonrisa llena de aroma, escribir, reconocer la falta de moral y puede resultar que el remedio se encuentre en la explicación de poesía-filo­sofía, esa especie de veracidad y Verdad, entre la belleza y la luz llegar a la inteligencia de los hombres, y encontrar verdades para la vida.

Siga. Vd. escribiendo, viva, sueñe, sienta, todo lo que arde en su pensamiento, elévese como solo Vd. sabe hacerlo en el poema, todo suavemente en silencio, sin ruido, sin palabras, el Amor vendrá en el Amanecer, cuando todo renace, se agrande el rocío y se hará todo un sueño en el Atardecer.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Palabras sobre Arca de amasar diluvios

1. JUAN MIGUEL DOMÍNGUEZ PRIETO. Fausto Leonardo Henríquez, en Arca de amasar diluvios, oye en sí la cadencia del asombro, que es el ritmo no métrico del más allá: el más acá entrañado hasta las transfiguraciones. Cuanto más se cree, más urgencia se siente por apresurarse a la niñez –hacia la que confluyen, si las hay, y en este poeta las hay, esta creencia y aquel canto.

En el tiempo de presentar estas composiciones, fuera se advierte la vieja incuria espartana hacia la realidad de la niñez y el misterio del poeta; como si en el renacer de la iniquidad no pudieran ambos nunca desclavarse. Y es que no pueden, si hay verdad. A uno y otro balbuceo, en esencia, los clava el mismo clavo: el de los sabios y entendidos del bajo reino, para quienes resulta un infierno el cielo de lo que permanece infante sobre el corazón e inefable en los labios. Baste decir que Fausto Leonardo es un poeta para que deba escucharse todo esto anterior. O que él hace la senda que lleva a nacer de nuevo, para que piensen qué pureza nos espera en su canto. La única fuente que me salva / …aún mana.

Es para pararse, la eternidad que hay en este hermoso testimonio. No sé qué que queda balbuciendo: salva… mana. Abrevadero de calma… hamaqueados. Sí. Pero, para infancia o canto, se precisa el dolor, la cruz. Clavo, se lee arriba; clavo que ahora se glosa más. Esta poesía entraña la paradoja cristiana de la sed propia que es al otro a quien sacia, la incomprensible querencia de hacerse al humus como semilla por navegar, de raíz, la humillación y la oscuridad de otros. Y es, el canto de ello, apaciguado. Porque hay esperanza –con la inocencia conquistada–. Poesía hacia la Luz, entre el martirio de la semilla.

2. DRA. TEONILDA MADERA. El poemario Arca de amasar diluvios es un entrañable ejercicio de intimidad que revela la soledad irremediable del drama humano. La voz poética utiliza un despliegue de figuras retóricas que transmutan la realidad de su mundo empírico en un mundo de ensueño creado a través de la magia de la poesía. Los balsámicos efectos del misticismo que fluye en el texto ponen de relieve la pugna que existe entre lo sacro y lo profano. La inusitada sutileza que emana de los versos de este poemario apunta hacia un desarraigo emocional que la memoria evoca. El hombre, el poeta y el cura que cohabitan en esta obra se redimen a través de la catarsis del lenguaje poético que le da la fuerza y la libertad que conduce hacia el ascenso divino donde el alma atormentada alcanzará la paz deseada. Fausto Leonardo Henríquez está adscrito al Interiorismo. Es por eso que su poesía es un resplandor sublime que nos hechiza.

3. DR. BRUNO ROSARIO CANDELIER. Apelado por la creación poética, que comparte con su vocación sacerdotal y su inclinación mística, Fausto Leonardo Henríquez es un singular cultor y promotor de las letras. Este valioso poeta dominicano encauza, con el lenguaje de las imágenes, lo que concita su intuición ante la verdad, la belleza y el misterio, mediante una visión lírica, metafísica y simbólica afín a su sensibilidad social, espiritual y estética. Su poesía canaliza el sentido de lo viviente intuido mediante la energía interior de la conciencia, que el poeta expresa desde la perspectiva de su sensibilidad profunda, por lo cual asume la vertiente interiorista de la creación con la connotación trascendente de hechos, fenómenos y cosas. Sin desvirtuar la dimensión estética y mística de su creación, hace de la poesía un vínculo humanizante y sublime a favor del más hermoso sentido de la vida, como se manifiesta en esta nueva obra poética, que confirma y potencia su talento creador.

4. POETA JOSÉ ACOSTA. Los seres comunes viajan al pasado pero no saben traer nada de allí; son fantasmas de sus propias historias. El poeta verdadero, en cambio, en cada viaje trae del pasado ese soplo de vida que echa a andar las palabras. Como los candelabros, saben delinear su sombra. En el poemario Arca de amasar diluvios, el escritor dominicano Fausto Leonardo Henríquez hace de su pasado un tótem que lo protege de la vacuidad del presente. Cada verso es un pez en la punta de un sedal lanzado en el mar de lo ido, un ladrillo bullicioso en la pared del lenguaje. La voz poética abre una puerta y mira. “La muerte ha sembrado el campo”, nos dice. Y como si le hablara a sus recuerdos, pide: “Sube a mis hombros, apóyate/ En la columna que sostiene la noche, reposa”. El poeta ve y rescata, sufre y canta, siente y prodiga. Y como si supiera que todo pasado es oscuro, nos dice: “Vigila la luz conmigo para no perecer/ en el torbellino de la oscuridad”. Poemario que, en lugar de letras, está hecho de nostalgia, de senderos, hojarascas, cafetales y maíz. Un viaje que alumbra.

Nota: texto publicado en poemario "Arca de amasar diluvios".

Localización tierra natal, República Dominicana