domingo, 5 de agosto de 2007

EL DOLOR EN CUATRO OBRAS DE G. G. MÁRQUEZ

A continuación presento, con la inocencia del ave que cree poder volar pero que no sabe aún como aterrizar en una rama, el siguiente estudio monográfico basado en el DOLOR en la obra de G.G. Márquez. Acababa yo mis estudios de licenciatura en teología cuando hice esta incursión en varias obras de García Márquez:

—Cien años de soledad.
—Relato de un náufrago.
—Doce cuentos peregrinos.
—Crónica de una muerte anunciada.


Cien Años de Soledad.

El enfoque que pienso dar en el análisis de esta obra, por lo que respecta a la temática del dolor, será doble. Por un lado intentaremos ver el aspecto religioso[1] y en concreto la pregunta sobre Dios. Y en segundo lugar veremos el tema del dolor expresado fundamentalmente en la soledad. Pero antes digamos que el núcleo temático de Cien Años de Soledad está formado por los siguientes elementos persistentes en toda la novela: la guerra, las mujeres de mala vida y las empresas delirantes, digamos a lo quijotesco. Todas estas empresas son los generadores de todo tipo de sufrimientos. Las guerras producían cientos de muertes, violencias, venganzas, injusticias, masacres, tristeza, desamparo de las familias, destrucción de medios civiles, ect.; la parrandas venían acompañadas de borracheras, de prostitución, de vicios, como la bebida, el juego de gallos, etc. Aquí entran también las separaciones, los concubinatos, el sexo desenfrenado y amoral, la amargura de los amoríos escuálidos y melancólicos, etc.

La pregunta sobre Dios.
La primera vez que se menciona el nombre de Dios es para expresar una deseo indirecto de inmortalidad: "para que Dios que tenga en su santo reino"[2]. Uno de los personajes, José Arcadio Buendía, con el laboratorio de daguerrotipia intentaba obtener la prueba científica de la existencia de Dios[3]. Esta es la inquietud más profunda de la búsqueda de Dios en toda la obra. Como podemos ver, José Arcadio Buendía representa, a mi modo de ver, el sector de la ciencia experimental. En la inquietud de este hombre subyace el sentimiento generalizado de los científicos por demostrar la existencia de Dios o mejor dicho, de hallar en el universo/cosmos las huellas —daguerrotipo— de su presencia[4].

Pero cuando el hombre intenta coger a Dios como un objeto o como algo asible o manipulable y que luego se da cuenta de que no puede, cede ante el misterio. En el fondo, no se rinde, pero se encuentra en unos parámetros que le sobrepasan y no sabe cómo acceder hacia ellos. A José Arcadio Buendía le sucedió algo parecido. Después de tanto perseguir la imagen de Dios, convencido de su inexistencia, renunció a todo intento de demostrarla[5]. Esta es otra actitud del hombre de ciencias. Cuando el experto no puede encajar su idea sobre una cosa, en este caso de Dios, o la da por irrelevante o la desprecia.
El científico para creer en Dios como que antes , por la necesidad que le impone la ciencia experimental, necesita estar seguro de que existe. Y en el caso de que no exista no creen y se convierten en ateos, indiferentes o materialistas. Los científicos más sensatos se asombran ante el misterio y, aunque no saben si existe o no Dios, se muestran respetuosos ante ese plus que se les escapa de las manos.

El hombre siente un deseo terrible por perdurar, por permanecer por lo menos en el recuerdo de la gente. Unamuno es un prototipo de hombre soñador de lo perenne, de la inmortalidad. Así García Márquez pone en labios de Melquíades, la reliquia de su obra, y dice: ..."Melquíades le hizo escuchar varias páginas —a Arcadio Buendía— de su escritura impenetrable..., Arcadio se lo contó a José Arcadio Buendía, y éste trató de obtener una información más explícita, pero sólo consiguió una respuesta: he alcanzado la inmortalidad".

Qué significa, "he alcanzado la inmortalidad". En primer lugar destaca el talento de escribir de Melquíades, reflejo de la cultura europea. Este talento me evoca el del autor G. Márquez. Melquíades cree que ha alcanzado la inmortalidad, no en el sentido religioso, porque eso no se ve él, sino en el sentido humano o histórico. Y esto en un doble aspecto: por la obra, que podríamos llamar literaria, la cual perdurará por generaciones; y sobre todo por ser el fundador de Macondo. La historia le deparará un lugar y lo recordará siempre. Es en este sentido como veo que él proclama que ha alcanzado la inmortalidad. Esto lo confirma el momento histórico en que él lo dijo: en los últimos momentos de su vida[6]. La inmortalidad de Melquíades es una inmortalidad sin Dios, lograda a pulso en el diario vivir.

La cuestión del dolor.
Hay varias dimensiones sobre las que se plasma el dolor en Cien Años de Soledad. En primer lugar está presente un tipo de dolor que denomino emocional o psíquico. Se trata del sufrimiento y del tormento que se padece por la incomprensión de alguien o por los improperios y ofensas dirigidas por alguien. En realidad es un dolor a nivel de sentimientos[7], es una herida que se siente en el corazón[8].

Otro tipo de dolor, muy importante, es el dolor de la soledad[9].
Soledad en la enfermedad, el abandono, en la vejez[10] y todavía más la de no sentirse querido por nadie porque ya eres un estorbo o porque vegetas[11], o porque ya siendo viejo, no te despierta interés la vida afectiva. El miedo a morir quizá sea el más sublime de los dolores del ser humano[12]. El dolor del fracaso[13] también está presente.

Amaranta no conocía la amargura hasta después de rechazar a Pietro Crespi. Llevaba en su mano una venda negra que no se quitaba ni para dormir. Bordaba el sudario con el cual la iban a enterrar no para paliar la soledad en la que estaba sumergida, sino para sustentarla[14]. Amaranta, ya vieja, estaba apartada de todos.

Hay otra forma de soledad en la obra y es la que proviene de una vida falta de sustentación o de sentido existencial. Es una soledad fruto de las parrandas[15] que se perpetuaban en los descendientes de Úrsula. Márquez habla de la amarga soledad de las parrandas, refiriéndose a Aureliano Segundo, descendiente de Úrsula y los Buendía quien toda su vida la centró en esa forma de vivir de moral distraída. El dolor físico también lleva a la soledad[16]. Nos queda otra forma de dolor que yo llamo dolor social[17] o dolor como injusticia. Lo defino como un quebranto o violación de los derechos fundamentales del ser

Doce cuentos peregrinos[18].

En el cuento primero: Buen viaje, Sr. Presidente. Márquez narra la historia de un presidente que se ve obligado a salir de su país acosado por sus homólogos políticos y sobre todo por un dolor que los médicos de la Martinica no lograron identificar. Su mal está en la espina dorsal. El Sr. presidente recibió la noticia con sorpresa. Había que operarlo.

El dolor hacía tiempo que lo padecía. El dolor había conseguido que el Presidente (P) pensara en la muerte y en su propia vida de exiliado[19]. El dolor se agudizaba cada día más: "Hasta que el dolor fue más fuerte que la analgesia de la música". En la mente del P persistía la idea de que no iba a durar mucho con vida: "Todo indica que moriré muy pronto".

Antes de la operación el P ya no se interesaba mucho por el futuro. Hay la pobreza de quien lo ha tenido todo en las manos y de repente lo pierde. La enfermedad del P fue importunada por la soledad. Es decir, se encontró con que estaba solo en el extranjero. Subsistía con la poca economía que le quedaba y, como que ya no que quedaba gran cosa en los bolsillos dijo: "Había decidido no preocuparme por mi cadáver".

El dolor remite su callado pero agudo telegrama a la espina dorsal[20]. El P vende todas las joyas, lo único que le quedaba. Tenía que pagar los gastos médicos. Tras la operación el único consuelo, dice Márquez, era saber que aún vivía. El dolor y la enfermedad habían cambiado su imagen gallarda de un sesentón hidalgo. Su carácter quedó modificado. Ya no era el mismo: "un vestido con la buena ropa de antaño (de antes de ser operado) estaba lejos de ser el mismo, tanto por su aspecto como por su modo de ser"[21].

Dice Márquez que el dolor no le desapareció después de la operación: El dolor había vuelto, tan intenso y puntual como antes". A alguna cosa lleva el dolor cuando éste no tiene cura. A algunos les lleva a la desesperación y a otros a la aceptación positiva del mismo. El P decidió no hacerle caso y dedicarse a la vida como viniera[22].

En el siguiente relato: "Sólo vine a hablar por teléfono[23]" tenemos una peculiar situación en la que el dolor queda plasmado en la psicología de la persona. Se describe la situación[24]: Una tarde de lluvia..., conduciendo un automóvil alquilado, María de la Luz Cervantes sufrió una avería en el desierto de los Monegros. Mexicana, casada con un prestidigitador con quien iba a reunirse aquel día después de visitar a unos parientes de Zaragoza. Al cabo de una hora de señas desesperadas..., el conductor de un autobús destartalado se compadeció de ella. Le advirtió que no iba muy lejos. María le contestó: Lo único que necesito es un teléfono. Quería hablar por teléfono para avisar a su marido que no podría llegar antes de las siete de la noche.

En el autobús venían dormidas otras mujeres. Eran locas que iban a un sanatorio bajo los efectos de sedantes. María llegó, sin darse cuenta, a un manicomio. Preguntó dónde estaba el teléfono, pero la superiora le contestó: "Si te portas bien podrás hablar por teléfono con quien quieras. Pero ahora no, mañana. María se dio cuenta de que las cosas se ponían difíciles. Ella pedía hablar por teléfono, pero la superiora, creyendo que era una de las tantas manías de las mujeres que venían al sanatorio, que no hizo caso. Quiso escapar, pero antes de llegar al portón una guardiana la paralizó por un brazo. María replicó que sólo vino a hablar por teléfono. El conductor del autobús se había marchado sin notificar a la superiora que sólo había venido a hablar por teléfono. Al final del día inyectaron a María un somnífero para que pudiera dormir.
Al día siguiente del director del sanatorio se presentó en su habitación. Ella se puso a llorar y le pidió que le dejase hablar por teléfono. El médico que respondió: Todavía no, reina. Al pasar la lista de las mujeres se dio cuenta de que el nombre de María no constaba. Fue añadido al de las demás mujeres locas. El director anotó en la lista: agitada.

Dos meses habían pasado desde que María fuese reclutada. Al principio se resistía al horario establecido. Se negaba a jugar a la pelota y a trabajar en el taller de flores. Al fin de cuentas, decían los médicos, así empezaban todas, y tarde o temprano terminaban por integrarse a la comunidad.

El marido la buscaba por todas partes. La policía encontró el coche en la carretera como un árbol sin hojas.
Lo que más padecía María ea la soledad de las noches. La cancerbera empezó a pasearse de un extremo al otro del dormitorio. La vigilante le propuso a secas que durmiera con ella en el cuarto de guardia.

Cuando llegó el verano, sin saber cómo, se encontró sola en una oficina abandonada..., marcó seis cifras, con tanta tensión y tanta prisa, que no estuvo segura de que fuera el número de su casa. Al otro lado de la línea hubo un breve silencio. Los celos le impulsaron a colgar en seco el teléfono. María se sintió incomprendida, se mosqueó[25] tras el rechazo de su marido. Se sentía la más desdichada del mundo. Tenía una única esperanza, la única posibilidad de salir de aquel manicomio. Y su marido se la acababa de hacer perder.

María quería salir de aquella jungla dantesca a como diese lugar. Se dirigió a la guardiana nocturna. Con tal de que le llevase un mensaje a su marido. Acabó acostándose con ella. Al sábado siguiente su marido, Saturno el Mago, se presento en el sanatorio. El director del sanatorio lo recibió en persona en su oficina y le informó sobre el estado en que se hallaba su esposa. El director ojeó el expediente y le dijo a Saturno: Lo único cierto es la gravedad de su estado. El médico le sugirió que si quería ver a su esposa debía de seguir las indicaciones por él prescritas. Pues según el médico había que saber tratarla para que no cayera en los frecuentes arrebatos de furia que solía tener. El doctor le advirtió sobre la rara manía de María por el teléfono. María estaba esperando a su marido, lista para marcharse. Ella le contó las miserias del claustro, la barbarie de las guardianas, la comida de perros, las noches interminables sin cerrar los ojos por el terror. María, recordando lo que había hecho con la guardiana, le dijo a su marido: creo que nunca volveré a ser la misma.

Saturno, siguiendo lo indicado por el doctor, aseguró: aún te faltan algunos días para estar recuperada por completo. María, dolida, respondió: ¡No me digas que tú también crees que estoy loca! Saturno añadió: Será mucho más conveniente para todos que sigas por un tiempo aquí. María trató de hacerle ver que sólo vino a hablar por teléfono. Y, en un mar de lágrimas abrazó a su marido desesperada, como una auténtica loca desesperada.

Saturno volvió a visitarla el sábado siguiente, pero María se resistió a recibirlo. El director del sanatorio le advirtió que esa era una reacción típica. Que no había que preocuparse por ello. Durante múltiples ocasiones Saturno intentó ver a María, pero en vano. Saturno desistió. Y nunca más se supo de él. María acabó acostumbrándose al sanatorio: estaba contenta con la paz del claustro.

Relato de un naufragio[26].

Cap. II

Protagonista: Luis Alejandro Velasco. Narra en primera persona.
Lugar: Mobile, Habana, U.S.A.
A.R.C. Caldas: nombre del barco que parte hacia Cartagena.
Lugar del naufragio: El golfo de México.
Situación: fuertes vientos, grandes oleajes.

El barco se movía cada vez más y el viento era cada vez más fuerte. El barco estaba escorando peligrosamente a estribor y se trataba de equilibrar con el peso de los tripulantes (p. 26) Pero las olas altas y fuertes estallaban en la cubierta. El buque se inclinó pavorosamente. La cubierta estaba ocupada por una carga de neveras, estufas, etc. La nave se iba a pique y la carga se rodaba con el movimiento del mar. De pronto, en uno de esos arranques, los guardias de cubierta cayeron en el mar junto con la mercancía.

Cap. III
Por la mente de Luis Alejandro (L.A.) pasó la idea de que el barco se había hundido. Manteniéndose a flote en medio del mar, pudo hacerse con una de las balsas salvavidas. Oyó gritos cercanos, era Julio Amador y Eduardo Castillo que luchaban por no separarse en medio del bravío mar turbulento. Pero desaparecieron en medio de una ola grande como una montaña. Luis Rengifo, a dos metro de la balsa, fatigado gritaba a L.A. que remara hacia él, pero éste no podía adelantar pues el viento era demasiado fuerte. Es esa sensación que se tiene cuando se nada contra corriente. Luis Rengifo se fatigaba, se desesperaba y a menos de dos metros se hundió para siempre.

Antes L.A. había pensado que el barco yacía en el fondo del mar, pero el mástil del barco, hinchado por el viento, le indicó que realmente no se había hundido. Estuvo tranquilo porque pensó que volvería a buscarle. Pero no fue así. El barco se alejó lenta pero persistentemente en la distancia. L.A. quedó solo en medio del mar, a muchas millas de Cartagena. Era el medio día. Sin alimentos, ni agua y expuesto a las garras del astro de fuego. En este momento L.A. siente por primera vez el abandono, y una sensación de un destino que le augura muy duros momentos.

Cap. IV
La única necesidad que sentía L.A. era la de que aparecieran los avios de rescate (p. 42). No sentía ni sed ni hambre. A medida que avanzaba el tiempo comenzó a desesperarse. Los aviones de rescate, no aparecían. Se hizo de noche. La noche era oscura y fría. Durante su primera noche no durmió nada, pues su única preocupación era la de ver las luces de los barcos de rescate. No aparecieron. El tiempo se le hizo eterno. Bajo el peligro de los animales marinos. Ante la desesperación causada por la espera de los barcos de socorro, sintió deseos de llorar. Llevaba una herida en la rodilla, le dolía. La esperanza de ver venir a alguien en su búsqueda superaba el frío, el hambre, la sed y del dolor del golpe de la rodilla.

Cap. V
Se acercaba un avión, pero pasó muy distante. L.A. se puso ojo avizor. Pasó muy lejos. L.A. se sintió desgraciado, pero no perdió las esperanzas (p.51). Eran las doce del medio día, justo 24 horas después del naufragio. La sed comienza a torturarle. El sol le ampolla la piel y el hambre le hacía doler el estómago. La respiración se le hacía cada vez más difícil. De repente, otro avión de rescate pasó muy cerca del náufrago. L.A. movió su camisa para hacer visible su presencia. Le habían visto. Se tranquilizó, sabía que lo iban a rescatar, pero el avión desapareció (p. 54). Durante horas L.A. esperó, pero nadie aparecía. Eran las 5'00 de la tarde. Los tiburones hallaron carne fresca. Su voracidad hizo estremecer a L.A., le aterrorizaban. Los tiburones devoraban los peces que salían a su paso. L.A. habría vendido su alma por el menor pedazo de los peces devorados por los tiburones.

Su segunda noche en el mar fue una noche de sed y de desesperación. Se siente abandonado, pero seguía obstinado con la esperanza de los aviones (p.56), pero como no venían decidió sobrevivir por sí mismo. La sed era su mayor tortura. El cansancio le venció. Remar en la mar es muy duro. Se dispuso a morir (p. 57). Durante la noche no pudo dormir, su agotamiento era tal que estaba agotado hasta para dormir (p. 58).

Cap. VI
Al tercer día L.A. perdió definitivamente las esperanzas de que le rescataran (p. 62). Sin comer ni beber, L.A., pierde las ganas hasta de pensar. No puede organizar las ideas. La piel le ardía llena de ampollas. Al cuarto día de sed le era imposible respirar. Sentía un dolor profundo en la garganta, en el pecho y bajo las clavículas. En el amanecer del quinto día vio cómo pasaba un barco como a 30 kmts, Remó desesperadamente, pero no pudo moverse ni un palmo. No tenía fuerzas. Su desolación le abrió el grifo de sus lágrimas y gritó como un loco (p. 65).

A la salida del sol L.A. estaba extenuado completamente. No había ya para él ningún hálito de salvación. Le embargaban deseos de morir[27]. La manera de combatir estos deseos era pensar en un peligro. Le daban fuerzas para resistir. Las quemaduras del sol, el hambre, la sed, el cansancio eran como pirañas que le atacaban el organismo. Hay un momento en que se siente tanta sed y hambre que ya dejas de sentirlas. Tanto te pica el sol que ya llega un momento que no se siente. Pero L.A. no pierde las esperanzas (p. 66). Volvió a sentir el dolor de la herida de la rodilla. Ese dolor le daba la sensación de estar vivo después de tantos días en el mar. El hambre le hace sentir una gran desesperación. Intenta cazar con los remos de la balsa algún pez, pero la presencia de los tiburones, que durante días hacían acto de presencia a las 5'00 en punto, se lo impidieron. Por primera vez vio 7 gaviotas, eso le hizo sospechar de que había tierra como a dos días remando, pero como ya no le quedaban fuerzas no podía hacer nada más que aguantar. Estaba extenuado. El hambre le puede e ingenia una forma de cazar una gaviota que había quedado de las 7 que vinieron. Al llegar la noche se acostó a morir (p. 74). Cuando se le derrumbaban los ánimos algo le hacía a L.A. renacer los ánimos, esa noche fue el reflejo de la luna que le permitían ver a lo lejos la aparición de la luz de algún barco que viniera en su búsqueda (p. 75). El hambre le molestaba, pero más todavía la garganta estragada y el dolor de las mandíbulas. En el bolsillo llevaba una tarjetas de cartón, las másticó para ejercitar las mandíbulas (p. 76). Después de eso se sintió más fuerte y optimista. El cartón en el fondo de su estómago le infundió la sensación de que se salvaría (p. 77). El hambre se le despertó todavía más y se la ingenia para buscar cosas que comer: el caucho de sus zapatos, el cuero de su cinturón.

Cap. VIII
El náufrago se había acostumbrado al cielo, al mar y a los peces que redeaban la blasa. El mar y el cielo ya no le eran hostiles. Se propuso que, después de 7 días a la deriva, por qué no seguir viviendo indefinidamente. Ante el peligro de muerte se afianza el instinto de conservación. (p. 79). Los tiburones atacaban a los peces que merodeaban la balsa. De un aletazo y tiburón hizo saltar un pez como de medio metro en la balsa. L.A. no lo podía creer. Lo mató a remazos. Comió dos bocados. Y mientras lo lavaba para conservarlo la sangre atrajo a los tiburones y se lo arrancaron de las manos. (p. 86).

Cap. IX
La pérdida del pez provocó un intenso sentimiento de ira y de vengarse de los tiburones (p. 89). A media noche el frío le penetraba hasta los huesos. Una tormenta pico el mar y volcó la balsa. Si eso hubiera sucedido a las 5'00 de la tarde habría sido la muerte inminente de L.A. en las quijadas de los tiburones. Tuvo suerte y volvió a conquistar la balsa. Pero al cabo de un rato la balsa dio otra vuelta. L.A. se ahogaba debajo de ella pues se había atado de los cabos del enjaretado. Logró salvarse en esta otra ocasión (p. 94).

La sed, después de siete días sin tomar agua es una sensación distinta: es un dolor profundo en la garganta, en el esternón y debajo de las clavículas (p. 95) Y es la desesperación de la asfixia. Aparecieron de nuevo gaviotas. Eso significaba que la tierra estaba próxima. Las fuerzas de L.A. se renovaron. El hambre desapareció. Se sentía dichoso. El agua había cambiado de color. Buena cosa, pensó el náufrago.

Cap. X
Vuelve a surgir el sentimiento de desesperación (p. 102) y con ella una indiferencia general por la vida y la muerte (p. 103). El miedo le hace reaccionar y le reconforta (p. 104). Llegó un momento en que le da igual la vida o la muerte y escoge morir exponiendo sus pulmones al sol, pero la muerte no le viene. De modo que tiene que seguir luchando por la vida. Pero llega un momento en que de tanto esperar uno llega a perder toda esperanza y lo que quiere es morir (p. 106).

La experiencia de la soledad y del olvido aterrorizan a L.A. en la novena noche en el mar, justo cuando acaban las velaciones a los difuntos. Un verdadero deseo de morir le invade. Para él sería lo mejor que pudiera ocurrirle después de tantos días con las esperanzas de llagar a tierra o de que alguien le rescatara.

Cap. XI
En los nueve días L.A. experimentó soledad, hambre, sed, angustia, el peligro de las olas, de los tiburones, etc. Para él habría sido un regalo morir después de tantos padecimientos. Tras una noche más sin saber si vivirá el siguiente día bajo los rayos del sol, el hambre y la sed, L.A. se siente mal. Seguro que hubiera sido mejor morir que sufrir tanto a la intemperie.


Al fin vio tierra!
Pero como estaba tan débil creyó que era una alucinación. De suerte que no hizo caso (p. 113), y reafirmó sus deseos de morir. El sol del noveno día hace reaccionar al náufrago y lo maldice. Las quemaduras le tenían cocido el cuerpo. De repente cayó en la cuenta de que la alucinación que creía tener no era tal. Como a 2 kmts estaba la verde costa. La alegría que sintió le infundió fuerzas, vitalidad (p. 114) y se lanzó al mar (p. 116).

Cap. XII
Estaba agotado de tanto nadar, pero firmemente convencido de que, aunque aún faltaba un km de natación, podría llegar a la orilla. Nadaba con fe (p. 119). El ánimo y la fe eran sus únicas fuerzas y prevalecían a la sed y al hambre. Tras el implacable deseo de vivir y de mantener la esperanza, pudo llegar a tierra firme, exhausto, rendido. Sin dar gracias a nadie, ni a Dios ni a la Virgen del Carmen, cuya medalla llevaba consigo (p. 121).

3. Crónica de una muerte anunciada[28].
En esta obra el fenómeno del dolor no queda evidenciado más que en los momentos en que es asesinado a cuchilladas aquel cuya muerte estaba anunciada: Santiago Nasar[29].

Hay un elemento que perdura en la obra, es decir, un hecho que se registra en la obra y que se puede dar en cualquier momento histórico: la complicidad colectiva en vista a acabar con un individuo. Todos sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar, pero callaron. Todo un pueblo es el culpable de una muerte avisada.
Hay dos contrastes religiosos: uno de un cura párroco sumergido entre el pueblo[30], implicado en la realidad. Y otro gira en torno a la figura distante del Obispo[31].


[1] Cf. G. GARCÍA MÁRQUEZ. Cien Años de Soledad. Espada Calpe, 1985 pp.135; 148; 173; 212; 232; 235; Quizá lo que más nos puede interesar del aspecto religioso es esa conocida actitud —registrable en cualquier momento histórico— de "arreglarse los negocios del alma directamente con Dios". Ver p. 135. Otro aspecto que nos interesa subrayar es el de la superstición. Cf. p. 136. Esto es, todo lo que tiene que ver con barajas, el destino, artes mágicas, astrología,... Un pueblo cuando no está evangelizado aún tiene sus propias creencias, es decir, sus formas de comunicarse con el más allá y sus propios métodos de predecir el futuro. Esta idea late constantemente en la obra que estamos viendo. Cuando el Padre Nicanor llegó a Macondo se dio cuenta de que estaban sujetos a la ley natural. Ver p. 135. Y es que este fenómeno lo encontramos en todas las culturas que no conocen el mensaje cristiano.

[2] Cf. p. 96. Ver también la p. 440 pfo. 2: "...fue por aquella época en que éste —el Padre Nicanor Reyna— andaba tratando de probar la existencia de Dios mediante artificios de chocolate".
[3] Cf. p. 108. Mediante un complicado proceso de exposiciones superpuestas tomadas en distintos lugares de la casa, José Arcadio Buendía, estaba seguro de hacer tarde o temprano el daguerrotipo de Dios, si existía, o poner término de una vez por todas a la suposición de su existencia
[4] Nótese que esta ansiedad del ser del hombre es un problema existencial que perdura en todas las épocas.
[5] Cf. . p.116.
[6] Cf. p. 126
[7] Se trata de una "concentrada amargura" que amarga el corazón.
[8] Cf. p. 160. Pietro Crespi quería muchísimo a Amaranta, pero ésta lo rechazó, lo repudió ante la tentativa de querer casarse con ella: "no seas ingenuo, ni muerta me casaré contigo..., no pierdas el tiempo". Crespí acabó cortándose la venas. Después de vieja estaba aislada de todos..., nadie conoció su pensamiento desde la tarde en que rechazó definitivamente al coronel Gerineldo Márquez y se encerró a llorar. La soledad de Amaranta se ve alimentada por la melancolía o por el recuerdo. Esto se manifestaba cuando escuchaba los valses de Pietro Crespi, entonces sentía deseos de llorar. Los rollos de música seguían girando y golpeando martinetes en su memoria. Pero más le dolía..., y más la amargaba el fragante y agusanado guayabal de amor que iba arrastrando hacia la muerte, p. 316s.
—Otro ejemplo: Úrsula, la abuela de la familia, llora bajo un castaño, en las rodillas de su esposo muerto. Este dolor es profundamente existencial, esto es, humano, terriblemente emocional.
[9] Márquez dice que este tema es para él político, ideológico, pues la soledad es falta de solidaridad (de los apuntes de una colega lic. en filología). Márquez presenta una soledad generacional que se transmite de padres a hijos. La soledad nace a raíz de una incapacidad para salir de sí mismos, de amar, y mirar otros horizontes. Son cien años de toda una familia que se sumerge en un círculo vicioso (ver p. 402 pfo. 2) de incestuosidad (cf. p.440 pfo. 4) y de pesadumbre. Tienen necesidad de volver a la madre, ser incestuosos y salir de ellos para amar. Los personajes son incapaces de superar la fase pre-edípica. Son incapaces de llegar al orden, al logos, a la ley de la cultura. Los personajes cambian, pero no pueden cambiar su destino. Los descendientes evolucionan en la estirpe, pero aquí no evolucionan históricamente sino para mostrar una parálisis de los personajes. (Ver p. 428 pfo. 2: "la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irreparable del eje".
—La soledad de la familia Buendía simboliza la soledad de América Latina que por generaciones, desde antes de la independencia, está sometida a la miseria, a las guerrillas internas, y a las luchas en la misma familia latinoamericana.
El problema nuclear de Cien Años de Soledad responde al tema del dolor como problema desesperante —visto en el esquema expuesto en clases—. El problema de la familia Buendía es la soledad (cf. p 448). Dicha soledad se concreta en cada individuo de generación en generación. Y toma forma en la incapacidad —que se perpetúa hasta el último de los Buendía que capta que la historia ha vencido— para buscar una salida a sus laberintos familiares. La soledad de los Buendía es un círculo vicioso que se cierra en espiral. "En aquel Macondo olvidado hasta por los pájaros, donde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por la soledad del amor en una casa donde era casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas coloradas"... (Ver p. 436 pfo. 1).
—La frase prototipo que mejor expresa en la novela la idea de soledad es: "El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas". (Cf. p.446 pfo. 1)

[10] Cuando uno es viejo estorba, y se convierte en una carga que hay que aguantar porque sí, porque eres de la familia. Ver p. 288."Úrsula se preguntaba si no era preferible acostarse de una vez en la sepultura y que le echaran la tierra encima, y le preguntaba a Dios, sin miedo, si de verdad creía que la gente estaba hecha de fierro para soportar tantas penas y mortificaciones". p. 293. Úrsula se dejaba arrastrar por la decrepitud hacia el fondo de las tienieblas, p. 215.
—Úrsula perdió la vista, las manos le temblaban, y los pies se les hacían pesados. Márquez habla, refiriéndose a ella, de su "impenetrable soledad de la decrepitud", p. 290.
[11] El coronel Aureliano Buendía padecía una friolera, —enfermedad que hace sentir a uno frío hasta en verano—. Solo, viejo,... ya nadie le suscitaba el menor vestigio de afecto. El coronel se había encerrado, no sólo en sí mismo, sino en la más profunda soledad. Dice Márquez que se encerró con tranca dentro de sí mismo y la familia terminó por pensar en él como si hubiera muerto. No se le volvió a ver una reacción humana, p. 303s.
—El coronel Aureliano Buen Día..., le vio otra vez la cara a su soledad miserable... p. 307.
[12] Aureliano Segundo sufría una grave enfermedad. Una noche despertó con exceso de tos, y sintiendo que lo estrangulaban por dentro con tenazas de cangrejo. No se lo dijo a nadie. Atormentado por el temor de morirse sin antes enviar a su hija a Bruselas a completar los estudios, cf. p.385. Mientras salía a vender los número de la rifa, para ahorrar $ para su hija, Aureliano a veces se desviaba por predios baldíos, donde nadie lo viera, y se sentaba un momento a descansar de las tenazas que lo despedazaban por dentro. Y como que sabía que la muerte estaba al borde decía la gente, al anunciar sus números: "No lo dejes ir, que la vida es más corta de lo que uno cree", cf. p. 386. A medida que se quedaba sin voz y se daba cuenta de que en poco tiempo ya no podría soportar el dolor.
[13] Es el caso del coronel Aureliano Buendía que promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos que fueron eliminados uno tras otro en una sola noche. Véase Joseph Sommers, "Individuo e historia en La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, en A. Flores y R. Silva Cáceres, eds., La novela hispanoamericana actual, La Américas, Nueva York, 1971, pp. 145-155.
—Macondo surge del caos y termina con el caos y la nada con lo lo que todo acaba. Todo está dentro de una estructura circular —eterno retorno—.
[14] Cf. p. 300.
[15] ..."y a Aureliano Segundo agonizando de soledad en el aturdimiento de las parrandas". (Cf p. 442pfo.2)
[16] Mauricio Babilonia, que estaba enamorado de Meme, fue sorprendido al entrar por las tejas para verse con ésta. Un proyectil incrustado en la columna vertebral lo redujo a cama por el resto de su vida. Murió de viejo en la soledad..., atormentado por los recuerdos y, públicamente repudiado como ladrón de gallinas, cuando en realidad era un ladrón del amor de Meme. La mala fama, sobre todo si uno sabe que es injusta e incierta, también produce un dolor que no sé cómo calificar, diríase que uno se siente con la dignidad pisoteada.
— Es importante subrayar la desmitificación del patriarcado en Cien Años de Soledad. Los hombres son inútiles, no se amoldan a la realidad, son escapistas. Todos acaban invirtiendo sus papeles al final de la obra, volviéndose locos u otras cosas. Los hombres llevan la angustia de buscar a la madre. Son grandes, pero también son incapaces de llegar al orden simbólico, además son incapaces de crear.
[17] La Historia Hispanoamericana está repleta de luchas entre conservadores y liberales —en Colombia—. Esta historia cuenta con la llegada de la Compañía Bananera Americana con el consiguiente desastre de la sociedad capitalista que llega a ser motivo de muchas muertes.
[18] Ed. Oveja Negra, Colombia, 1992. 226 pp.
[19] Cf. p. 25
[20] Cf. p. 41
[21] Cf. p. 51
[22] Cf. p. 52
[23] Cf. p. 96ss
[24] Cf. p. 99
[25] María fue torturada: arrastrada hasta el pabellón de las locas furiosas, le tiraron agua fría en plan bomberos, y le inyectaron trementina en las piernas, cuyos efectos que le impidieron caminar, le imflamaron de una forma desorbitada.
[26] Tuesquets Editores, 1993. 32ª ed. 141 pp.
[27] Esta idea la vamos a hallar en otros momentos. Cf. cap. X.
[28] RBA Editores, S.A., 1993. 116 pp.
[29] Cf. . p. 113s. El dolor que manifiesta Santiago Nasar es breve. Muere a los pocos minutos.
[30] Cf. . p. 75. El padre Amador hace las veces de médico forense por su acreditada figura.
[31] El Obispo llegaría en un buque; Se nombra 45 veces al Obispo. Sólo en una ocasión de le injuria: cuando no se detuvo a saludar al pueblo que lo esperaba: "Es el hijo de la peor madre".

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