viernes, 26 de diciembre de 2008

LAS HORAS BAJAS

LAS HORAS BAJAS, Giovanni Rodríguez, Honduras, 1980. Ed. Cultura, Honduras, 2007. Hay algunas constantes en este segundo poemario -el primero fue "Morir todavía"- de este poeta centroamericano. Unos hilos conductores que jalonan el conjunto de la obra. Mi intención es acercarme al texto, no diseccionarlo para su estudio minucioso. Apunto solamente aquellos rasgos que juzgo son aportes del autor.

1. Tono elegíaco a causa de lo que fue amado.

El poeta canta con naturalidad lo que siente. Lo hace desgarradamente, como si lo hiciese la banda artística Pink Floyd: “Wish you were here, whish you were here” (Si estuvieras aquí, si estuvieras aquí).

El sentimiento de pérdida es universal y produce en el alma distintos estados, tales como depresión, nostalgia, aflicción, etc. «Si estuvieras aquí» se convierte prácticamente en lamento, en súplica desesperada. Es probable que haya alguna huella intertextual en “Las horas bajas” de los poemas nerudianos “20 poemas de amor y una canción desesperada”. La ausencia de la amada –intencional o no- sume al poeta en “Las horas bajas”. Sin embargo esa crisis y todo esto no es sino para traer al lector a este fulgurante verso: «El corazón de un hombre no olvida el sueño del amor».

El hombre que ama sinceramente y, de repente, pierde ese amor, se ve ineludiblemente en una tesitura de desamparo y pérdida. De ahí el lamento: «si estuvieras aquí», sin el cual no serían las bajas las horas, ni los instantes ni los días. El hecho es que la amada no está y esta es la verdad desde la cual canta el poeta. Por eso, como para exorcizar ese mal, ese sueño de amor, el poeta se ve impelido a recrear poéticamente su presencia. La amada está en el pensamiento y se queda en el poema como la última forma de tenerla y retenerla.

2. Las horas bajas, algo más que bajas horas.

Decía Rubén Darío que “ser sincero es ser potente”. En este nivel se mueve Giovanni Rodríguez, quien identifica poéticamente lo que siente y lo nombra sin ocultar sus sentimientos: «Nunca mañana, / jamás el sueño de no amar cruzará la otra puerta, / la luz espera mi rostro caer hecho pedazos. / Despierta el corazón / de la infame oquedad que lo aprisiona, / vuelve a navegar el pensamiento / la misma extraña sangre de otros días. / Una promesa desde las horas bajas: / nadie ha de dormir en estos campos oscuros; los pequeños duendes labradores del sueño / yacen bajo las sombras frías. / Pernezco a las aguas insomnes de este río. / Pertenezco sin remedio a estas horas bajas».

Son bajas las horas porque no está junto al poeta el amor deseado y son bajas en un sentido más amplio –acaso periférico- por el contexto social y político de Honduras, su país natal. Bajas las horas porque los vientos no son favorables. Afrontar la vida y las adversidades desde todos los frentes –incluso el sentimental y amoroso- en un país golpeado por una realidad que muchas veces supera la ficción, puede poner al más valiente en la cuerda floja. ¿Será por eso que son bajas las horas? ¿O es solamente porque no está a su lado el amor ausente o perdido?

3. Claves de Las horas bajas.

Este poemario si algo tiene de impactante es la soledad. El yo del poeta, sacudido por la certeza de la soledad, trata de crear un espacio habitado tan sólo por la palabra, su única compañía. En este sentido podemos afirmar que estamos ante una poética de la soledad. El aeda rompe –y este es un dato importante- el hechizo de la soledad reconstruyendo en el poema la presencia de la amada. Es la única vía que le queda ante la ineludible verdad de su ausencia.

Otra variante de Las horas bajas es la desolación. Además de la soledad, hallamos una atmósfera terriblemente desolada. Este estado del alma, lo digo con un símil, es como un tornado –amoroso, existencial- que arrasa todo sin dejar nada a su paso, tras cuya devastación es difícil habitar de nuevo sin sentir que ya nada será igual. La amada no está donde tendría que estar: «si estuvieras aquí, si estuvieras aquí». «Llueve, hace frío / y mis besos quieren encontrarla; / siempre que llueve busco en los escombros».

El poemario trasuda melancolía. Esta constante atraviesa transversalmente el poemario. Es un sabor agridulce de aquello que, sea que se haya perdido, sea que se espere alcanzar, perturba la conciencia del artista. La melancolía, la nostalgia es propio de los poetas sensibles. Muchos de los grandes versos se han escrito en ese estado del alma. La melancolía es un sentimiento elegíaco –piénsese en las elegías de Hörderlin- que no niega lo que se es, por el contrario, lo reafirma.

Las horas bajas dan fe del vacío, de la tristeza, fatalismo y rebeldía. El poemario no es sólo una prueba de lo que en un momento determinado transmite el poeta, sino y sobre todo, es una obra que lo representa él; pero no sólo eso, representa una época, una generación: la de la juventud de inicios del siglo veintiuno de Honduras. «La hora llega, sin embargo, / en que las manos se cansan, / el amor se cansa; / hasta que un grito nos inunda la boca / y nos volvemos un grito, / y somos el eco apenas, / la golpeada huella». «Respiro la oquedad de este vacío: / múltiples lados de una sola agonía […] Evito pensar que sigo vivo, / que mi existencia es la forma de un olvido de Dios». «Soy una cicatriz del tiempo, / el odio acumulado de los días; / soy un grito nunca pronunciado».

4. No todo está perdido.

Antonio Machado en su poema “Olmo viejo” canta a un olmo al que, hendido por un rayo y prácticamente destruido, con las lluvias de mayo le salieron unos retoños. Las horas bajas, como el olmo viejo machadiano, deja entrever una rendija de luz y esperanza –y esta es la nota más positiva de la obra-, «La vida es verde […] Algo queda, es cierto, algo en las venas intenta repetir algún latido / alguna forma de vida».

Este hallazgo es fundamental, es, por decirlo de alguna forma, el diamante del poemario. Soledad, desencanto, melancolía, desolación, pero también «alguna forma de vida», algún retoño verde que indica que la vida continúa, que no todo está perdido aun cuando las horas sean bajas.

Las horas bajas es un poemario de una vibrante fuerza. El sesgo agridulce del tono de esta obra confirma la vocación de Giovanni Rodríguez como poeta. Los registros de su léxico y la frescura de sus composiciones lo sitúan en un nivel que brilla con luz propia entre los creadores de su generación en Honduras. Si conserva la fuerza de la poiesis como creación de una realidad nueva, recogeremos muchos frutos de su genio.

OLVIDO GARCÍA VALDÉS



Acabo de leer "Esa polilla que delante de mí revolotea", poesía reunida (1982-2008) de Olvido García Valdés. Galaxia Gutenberg - Círculo de Lectores, Barcelona, España, 2008. En este libro están contenidos sus poemarios "La caída de Ícaro", "ella, los pájaros", "Caza nocturna", "Del ojo al hueso" y "Todos estábamos vivos".

La primera impronta que extraigo es que la Poesía de la Experiencia alcanza en ella, después de Luis García Montero, su vértice. No sé qué pensará de esto Antonio de Villena, pero eso es lo que creo y defiendo yo. Si en García Montero sobresale lo biográfico y lo cotidiano, en García Valdés destaca por la diafanidad de su léxico. Esto es, su poética es la del discurso llano, simple. Podría decir, usando una analogía musical, sin pretender reducir años de trabajo, que toda la poesía de Olvido García Valdés es un sinfonía en la que se oyen todos los instrumentos de forma armoniosa, pero que cuesta distinguir uno en particular. Quiero decir que la poética de García Valdés es de lo sutil, de lo que pasa desapercibido para los que "no son músicos" de la gran sinfonía de la realidad.

La poeta musicaliza sus vivencias y lo hace con la palabra más común y corriente del hablante. Común, que no vulgar: "Levanta la tasa de / té y se la lleva a los labios". "Parece que habla sola, camina/ deprisa, aún es de noche, casi nadie/ circula por la calle, giro con el coche / a la derecha". "El moño prieto, cabello tirante / ciñendo la cabeza".

La realidad que cautiva a la poeta, es decir, las vibraciones de lo que acontece a su alrededor es lo que va al poema. Lo poético de poema no está tanto en el uso forzoso de la metáfora- que las hay como veremos al final de estos apuntes- como en la "experiencia vital" encerrada en el mismo. Lo que cuenta para García Valdés es la atmósfera de la "obra" que es el poema y no tanto los fuegos artificiales. Obra que puede no estar terminada deliberadamente para que el lector pruebe la miel, mas no toda. Cada poema viene a ser un fragmento de lo cotidiano, cuya gracia está en inmortalizarlo con la palabra y en la palabra poética. Dice la autora: "Considero mi escritura realista, quiero decir literal. El brillo o la fulguración sombría de una metáfora pasan en todo caso por la literalidad". Esto es fundamental para una lectura crítica de la autora.

García Valdés versa la verdad de lo real y va armando un retablo de experiencias que terminan configurando el compendio de su poesía. Dicho con otras palabras, la poeta asume su oficio como el arte de la verdad. Narrar poéticamente lo real, sin falsificarla, es el papel de esta mujer que ha asumido el compromiso de embellecer el mundo con la poesía: "Lo real dice yo siempre en el poema, / miente nunca, así la lógica".

Sorprende positivamente la ausencia de destellos sexistas o de género. Esto, a mi juicio, le da un carácter neutral a su obra y, por consiguiente, un talante que la distingue. Olvido García Valdés está más por el arte de la palabra que por otros motivos ajenos a la literatura.

Al pensar en el quehacer de Olvido García Valdés no puedo menos que pensar, aunque sea sólo de paso, en Blanca Varela, poeta peruana. Las dos construyen una obra que las distingue por la sobriedad y la transparencia. En fin, sería como para hacer una lectura comparada.


Algunos versos que me deleitaron y que no olvidaré:

"Y solo y lejano, el aullido / como un banco de niebla esfumándose".

"El espacio del bosque / es corazón".

"No duele el nacimiento, a pesar / de la ácida luz de algunas horas".

"Lo único / que importa es siempre lo imposible".

"Terminada la juventud / se está a merced del miedo".

"Donde hay agua / hay misterios".

"Las heridas que heredé son mi tesoro".

"Una buena esperanza nodriza de la vejez".

"La dicha no eleva / si no cae / como una lluvia mansa".

"La vida puede ser elástica / si se sabe escuchar, hay que escuchar por dentro".


Algunas imágenes o metáforas literarias pueden, como estrellas fugaces, ser vistas con placer:

"Escuchar la sombra, / como un ovillo, escuchar la sombra".

"La muerte siempre es de frío".

"Siesta del verde, / ahogo de luz húmeda y baja"

"La soledad el rojo bajo el cielo".

"Azul es la dulzura".

"No llega ruido cuando rumia la roca, / la desgarrada luz".

"La flor de la muerte florece una vez".

"Sordas y ciegas, hacen música -una lira, una flauta-".

"Verdor de alegría agria".

"Mal ventilado sabor y la dulzura angosta".


El punto más crítico, a mi juicio, de la escritura realista o literal de Olvido García Valdés, no está tanto en el estilo narrativo ni en los recursos con los que orna su poética, tanto cuanto en cómo entiende ella esa literalidad. La poiesis, tal como la entendían los griegos, es creación, fuerza creativa, propulsada por el Eros como pasión inspiradora. La poiesis no retrata la realidad, la inventa, la recrea. La poiesis da lugar a una nueva realidad, la del poema. Eso por un lado. Por otro lado está la mimesis, que es imitación de la realidad, calcar la realidad sin el dinamismo de la poiesis. La mimesis está muy vinculada a lo real tal como aparece ante la vista, tal como se presenta al poeta. Mimesis y literalidad es, en cualquier caso, lo mismo. Por tanto, si García Valdés se declara abiertamente una escritora de la realidad literal, se concluye, según el pensar de los antiguos griegos, que su escritura es mimética. ¿Quiere decir que la escritura o la poesía mimética no es creación? No negamos eso, afirmamos que es imitación, copia de la realidad. Pero ¿es menos una que otra? La distinción y el sentido de poeisis y mimesis es de suyo la mejor respuesta.



Estos apuntes no pretenden más que dejar constancia de una lectura, de un encuentro con Olvido García Valdés en este año 2008 que concluye. Su poesía viene a poner una parte al retablo de la poesía actual española que podrá gustar o disgustar. Pero de que es un hecho que esta mujer tiene una voz propia lo es. Si no, paso al tiempo.


miércoles, 10 de diciembre de 2008

CONSTANTIN KAVAFIS



Alejandría, Egipto, 1863. Su estilo es sobrio, sencillo, con las justas y necesarias metáforas. Se inspira generalmente en personajes y hechos de la antigüedad greco-romana lo que da a su poesía un aire culto, que al lector le exigirá estar atento al dato mítico e histórico para comprender el móvil inspirador del autor.

Kavafis es un poeta de la sensualidad, de los cuerpos, de los sentidos que animan el placer amatorio. Con todo ello, el poeta posee el influjo del cristianismo, y, en todo caso del pagnismo. Digamos que su contacto con lo "sacro" o "religioso" se da sólo lo necesario como para dicir algunas máximas o para yuxtaponer los dos universos a la vez. "Ya que no puedes labrar a placer tu propia vida, / al menos intenta tanto como puedas / no degradarla" (Tanto como puedas). "Un marido ahogado en los abismos del mar. / Ignorante, su madre enciende / un cirio frente al icono de la Virgen" (Oración). "Rafael, tus versos, ya sabes, deben ser escritos / para que contengan algo de nuesra vida en ellos" ( Para Ammón). "He mirado tanto la belleza / que mi vida rebosa de ella" (He mirado tanto). "Yo soy Ignacio, lector, que sentó su cabeza muy tarde, pero que incluso así, de esa manera viví diez meses felices en la paz, en la seguirdad de Cristo" (La tumba de Ignacio). "Jesuscristo, trato continuamente / en cada pensamiento, palabra y accion, / trato de guardar los mandamientos de tu santa Iglesia; y me aparto / de todo aquel que te niega; pero ahora lloro: / me aflijo, oh Cristo, por la pérdida de mi padre / aunque fuera -tan terrible como es decirlo- / sacerdote de aquel templo de Serapis" (Un sacerdote en el templo de Serapis).

Comprometido con el arte, Kavafis, expone con libertad de pensamiento su visión de la vida. Se sabe artista de la palabra y lo hace con una naturalidad escandalosa. Sin doblez de ninguna clase. "Dejad que me someta al Arte: / el Arte sabe cómo crear las formas de la Belleza, / casi imperceptiblemente completa la vida / combinando impresiones, casando día con día". (He traído al Arte). "Oh dioses, haced que los viejos que parlotean sobre la moral / nunca vean esos versos: sobre una manera especial de placer sexual / la clase que conduce a un condenado, yermo amor. (El teatro de Sidón).

Hay versos memorables, dichos como sentencias practicamente: "Mas, la felicidad trae menos alegría de lo que uno espera" (cuando el vigía vio la luz); "El que espera crecer en espíritu / tendrá que trascender obediencia y respeto" (Crecer en espíritu).

lunes, 24 de noviembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: Muerte de Merlín, 1985. La sabiduría arcana de un mago versificador.



1. El destino, una incógnita inescrutable.


La leyenda cuenta que Merlín tenía las cualidades de mago, pero también de poeta o versador. Fue un ejemplo de sabiduría para el Rey Arturo. Merlín tenía la capacidad para vivir en los bosques en contacto con los gnomos, las hadas y los dragones. Se ganó la amistad de todos ellos por su sabiduría y, sobre todo, por sus dotes poéticas y artísticas.

Giovanni Quessep surca su cosmovisión de la vida basada en la leyenda o el mito con un aliento imaginario y, a veces, suprasensorial. Dicho de otro modo, el poeta no piensa la realidad críticamente, la intuye y, en cierto modo, la crea: "La hoja seca suena / con el rumor / de las praderas antiguas. / ¿Quién sabe qué países / no conocemos, / qué cielo no oímos / en su ala profunda?"

Con la “Muerte de Merlín”, Quessep se vuelve reflexivo . Sin embargo, no se quita el traje de “mago de la poesía” para versificar de modo que nos asombre con su arte. Merced a los desvelos que le traen sus cavilaciones es que logra desvelar la sabiduría poética –como Merlín al Rey Arturo–, es decir, los hallazgos más profundos de su conciencia.

Para llegar hasta aquí, hasta la cumbre, ya no hacen falta compañías, te quedas solo, porque hay un punto en la vida en que, a solas contigo mismo, tienes que seguir hasta la cima más alta: “Vas solo con tu alma, barajando / canciones y presagios / que hablan del bosque donde la hierba es tenue / lejos de la desgracia que en ti se confabula”.

El destino, que nadie conoce a ciencia cierta, no se puede conjurar con un sortilegio. ¿Cómo encarar el destino sin una luz, un asidero? ¿Con qué podemos ahondar en su inescrutable misterio?: “Mas el destino es tan oscuro / que nada conocemos todavía” ¿Qué hacer ante esta inexorable verdad que arropa la conciencia del poeta? ¿Cómo la aborda él en tanto que visionario, mago de la poesía? Para lograr una respuesta el bardo nos invita a seguirlo hasta el castillo, lugar donde la leyenda adquiere la categoría de encanto: "Por eso vamos al castillo / en busca de la cámara encantada / para dejar la vida / por lo que aún sigue siendo una sombra".

El poeta sueña un mundo en el que reine la armonía. Un mundo sin nada que lo afee ni mancille. Y eso es lo que versifica Quessep. Construye el mundo que él desea desde la poesía. Por eso la realidad objetiva, concreta, como hecho social e histórico, está sublimada en su “poética de la fábula” quesspiana.

La fuerza misma de la realidad lo imanta a la tierra y lo induce a pensar que “Acaso todo esto sea / una visión no más de lo esperado”. La visión, obviamente, es sólo eso, una visión que, una vez pasa, te arroja al mundo, a la vida misma en toda su crudeza. A pesar de ello, el poeta descubre el territorio encantado de la poesía y cree que ese mundo existe, aunque sea sólo como una sospecha que “sólo lo teje la fantasía / por la vida desesperada”. En verdad, nadie posee la certeza de que ese mundo ideal existe, de que hubo un Jardín primigenio. De lo que sí está cierto el poeta es de que: “Sólo tenemos la certeza / del girasol quemado por la luna”.

Por más que nos empeñemos en vivir en un estado de “encantamiento” siempre nos puede ese abismo que separa lo natural y lo sobrenatural, lo trascendente y lo inmanente: “El árbol florido / lleva un fatal preludio / de lo que nos separa / de las cosas y el cielo”. El poeta es consciente de eso, sin embargo, si lo que nos separa de las cosas y del cielo es innegable, no es menos cierto que, aunque sea como sonámbulo: “Es posible que muera / soñando un país de dátiles / un barco donde cantan navegantes fenicios”.

La vida, el destino, la belleza, la música secreta de las cosas que nos rodean y de las que se ocultan, porque sencillamente no las vemos con el sentido de la vista, sino con los sentidos interiores, es un privilegio del que toma nota el poeta: “Si vivo es porque el aire / me otorga su escondida claridad”.

La muerte polariza necesariamente con la vida. Gozamos la vida, pero también sentimos el aguijón de la muerte. Sombra y luz, vida y muerte, es la constante que nos asombra y al mismo tiempo nos deslumbra: “Tu sombra deseada / me da el camino que me transfigura”.

La soledad, el amor, se convierten para el poeta en un tesoro, en una fantasía-fábula donde “un aire suelta la constelación diminuta / de su crisálida, raíz de la vida y la muerte”. La realidad que nos convoca desde la otra orilla, como fábula o cuento, nos habla y nos prepara con su “rumor de lirios profundos”.

La actitud poética frente a la vida es, para Quessep, esencial, pues lo sostiene y salva de la muerte, aunque haya que aguardar lo que no se conoce más que entre bambalinas: “Como quien va a morir / esperas en la puerta de tu casa: / Duro oficio esperar lo que se ignora, / buscando, entre las ruinas, una mágica sombra”.

Ciertamente, esperar lo que no se ve, lo que se ignora es un oficio que, cuando no se cree, es doloroso, frustrante. Sin embargo, en el caso de nuestro poeta, es preferible esperar, aunque el telar de lo mortal parezca inútil y la muerte nos paralice. El poeta ensalma, conjura con la palabra poética sus sombras: “Pero si yo no guardo / sino la tela inútil / que muestra lo mortal, / lo que se pierde desde el alma al cielo”.

La corrosión, el envejecimiento de las cosas, son signo de desesperanza. La caducidad, el paso inexorable del tiempo que devora lo palpable, ¿qué estado de conciencia produce en nuestro poeta? Las cosas brillan un tiempo, pero acaban por perder su fugaz apariencia. El hombre también lucha contra el tiempo que lo acorrala, “protegiéndose de la muerte que avanza”. Nuestra existencia perdurará y se conservará en la memoria. Siempre hay una luz que no se apaga jamás, aunque no la veamos, que alienta el corazón para que la encuentre, ya sea como verdad absoluta o como fábula: “Quién sabe hasta cuándo, por el don de la memoria, persistiremos en hallar una estrella”. “Duro es vivir si olvidamos el cielo”.

El misterioso azul del cielo es un aviso, esto es, un preludio, de que existe otra tierra, otra memoria que perdura siempre. Será una fantasía, pero en esta fantasía no conoce la muerte, sino el canto, el vuelo de los pájaros, la tarde que nace. Aquí surte la pregunta del poeta: “¿Existe una tierra donde nadie / se aventure en el alba de tonos misteriosos?” El poeta intuye que sí, por eso se dispone a luchar con tenacidad contra la desesperanza, contra la muerte. Le podemos rebatir que todo es una quimera, una proyección meramente subjetiva, pero él nos dirá que puede oír algo grande, que no es tiempo: “Apenas, en el fondo del naranjal / se oye un agua lejana, de otro tiempo; /nada tenemos aquí que pueda alegrarnos, / pisamos la hoja caída, no miramos el cielo”.

2. La muerte no es una destrucción.

La muerte no sobreviene al poeta como una tragedia; acaece para los otros, no para él pues perdurará en la memoria: “La muerte es una historia de los otros”. La durabilidad no está exactamente en lo bello, pues “lo bello es lo que pasa”, sino en el cielo o, para ser más precisos, en el Jardín o cielo que simboliza el lugar de lo atemporal y eterno.

El poeta desea habitar en el reino de la fábula y siente nostalgia de ese mundo que es, para él, el Jardín, el bosque donde habita Merlín, o sea, él. Ese Jardín existe, oye su rumor. No alcanzar ese extraño hábitat es como un castigo o un premio que la muerte le regala: “Todo azul perdido, un gris deseante / habita en su rumor, / nadie lo sabe, sólo mi nostalgia / entre el jardín, joya temible. / ¿No será el premio que la muerte / me otorga por tanto reino dilapidado?”

La muerte y los muertos pernoctan en la tierra. El bardo no se mira entre ellos, sino que verá transfigurada la vida. La muerte no es el cielo, sino el lugar “donde el vuelo de un pájaro / no es sino un para de hojas desprendidas”. “Nuevamente la vida se transfigura / en un fluir de música”. Si la muerte no es una destrucción, sino una transfiguración, ¿qué sustancia queda de nosotros?, ¿adónde quedará el ardor de haber soñado la fábula de Merlín, del poeta?: “De nosotros no queda sino un canto, /¿claridad de todo lo que vimos? / Perdida está la muerte, como a una fábula al volver / amamos la crisálida del tiempo”.

Transfigurada la vida, la muerte se convierte en objeto de versificación. En las manos del mago Merlín, de Quessep, la muerte no preocupa más que para ser cantada, a pesar de que desconozca las melodías que surten de ella o los matices con que se manifiesta: “Te sientes, así, transfigurado, /y es para ti la muerte una historia cantable; / pero no sabes su color / o qué pájaros cantarán en su cielo”.

La noche cerrada, sin estrellas ni luna, engaña el alma desprevenida y la induce a la duda, a la sospecha de que alguien “hace el revés de los tapices”; “la oscuridad del cielo / despierta a los que yacen / y les hace creer / en la segunda muerte”.

Los sueños rotos, los anhelos más genuinos, que a menudo tardan en hacerse realidad, ¿valen la pena? La vida y los que somos conscientes de su valor, ¿es una garrafal mentira, una ilusión?, ¿tiene sentido inventar la fábula del bosque y habitar en él poéticamente?, ¿dónde está la verdad, lo puro y limpio de esta vida?; ¿vivimos engañados en una mentira? Y el poeta nos dirá: “Tal vez no todo sea falso, quizá tenga / ese color que dura después de la muerte”.

Biblos, además de ciudad antigua de sus antepasados es, también un símbolo de la muerte. En “Canto del extranjero” en el poema “Elegía” dice: “La soledad de piedra / de esa otra Biblos que es la muerte”. Pero también es un símbolo del lugar originario de la vida plena: “Quiero tornar a Biblos”, dice, evocando con ello el deseo y la nostalgia del paraíso. La ciudad de sus antepasados se convierte así en fuerza interior de búsqueda y sentido: “Entonces, ya no puedo / vivir en desesperanza / en este pozo en que me sepultaron / sin mi túnica de jeroglíficos y pájaros”.

Giovanni Quessep, en su poema “Tráeme el alba”, tal vez el mejor del poemario “Muerte de Merlín”, –que transcribo íntegro- nos alecciona positivamente. Una vez más nos demuestra que su poesía está hecha, no para alienar, sino para engrandecer lo que somos. Podría decir, en atención a la sabiduría de Merlín, que este es el poema de la sabiduría de este otro mago del verso, Giovanni Quessep. De nuevo nos trae a la memoria “Canto de vida y esperanza” de Rubén Darío. Pero aquí es otra cosa, como veremos. Este canto de vida y esperanza tiene un tono y melodía quessepiano, el canto de quien tiene una voz singular, diáfana. Naturalmente, el poemario “Madrigales de vida y muerte” de Quessep está también aquí latente. He aquí el poema “Tráeme el alba”:

“Tráeme el alba del abril soñado, / sus pájaros que inician el asombro / o la violeta blanca del destino / que guarda todavía la llave de oro de su pétalos.

Quiero abrir el alcázar de la fuente / prometedora de la vida y del canto, / lejos de la ceniza / que cae de las sombras.

Sólo en el agua, bajo los almendros, / podré ver el tapiz de la esperanza; / busco una tierra en lo hondo, en su espesura / de lirios y de maravillas mortales: Quizá el país que todo lo reúne / como espejo, la fábula / donde la constelación es una piedra diminuta / y alguien canta a la muerte como a una crisálida.

Quiero tornar a lo que ya no existe / sino en la imagen del hilo sagrado, / tal vez un mito sea, pero mi alma / no se resigna a perder su tesoro.

Tráeme el alba del abril soñado, / sus pájaros que inician el asombro / o la violeta blanca del destino / que guarda todavía la llave de oro de sus pétalos".

“Muerte de Merlín”, viene a ser una alegoría que nos revela que una vida nueva, diferente, es posible; que la existencia humana, aunque se vea empañada por el mal y la culpa, es una verdad a la tendemos. Será un mito o una fábula, pero apuntamos a ella. Si no alcanzamos esa vida es por necesidad, por la torpeza de negarnos a alcanzarla: “Hay otra forma de vivir, / pero seguimos aferrándonos / al acantilado, sobre la espuma del mal”.

Somos aves de paso y, sin apenas darnos cuenta, nos esfumamos. Vivir es estar en vigilia, en espera de la muerte, aunque no nos percatemos de ese postrer momento: “Como sonata imposible / de un lento son para morir […] así mi imagen en el agua / gira contra libélulas de vidrio / y ve en el fondo una rosa granate / que se cierra, así como Merlín cuando cerró sus ojos”.

A veces damos coces contra el aguijón, empeñados en la amargura. Las energías hay que emplearlas a fondo en vivir la vida aun sea como sueño o como mito, dejando en la orilla el complejo de los erizos que por herir el mar pierden la razón de ser: “Los erizos acuden, hieren el mar […] se olvidan de vivir”.

El mar, símbolo de la vida, acuna en su profundidad la ausencia de la muerte. En el mar la muerte no recuerda lo que fuimos, por eso el poeta quiere volver al mar, pues “El mar es lo que vive / y hace que el polvo que nos llama / no recuerde el ayer / o el final de los huertos”.

El aeda desea volver a ese mar porque en su vera, en su bahía, permanece lo que es él en su dimensión espiritual y física: “Para que mi alma y cuerpo no se alejen / de la olvidada orilla de un puerto silencioso”. En realidad, si fuera imposible el retorno al mar, da igual pues “para vivir me basta lo que he amado”.

Con la muerte se borra la memoria. Todo aquello a lo que nos aferramos se desprende y se borra de nuestra mente como un cuento que olvidamos. Perdemos el aire que respiramos, se olvidan los rumores, todo. En nuestra memoria nada es eterno, nada perdura porque la muerte lo engulle: “Nos persigue una luz / que aún no se decide, / una premura de algo / como el don de la muerte”.

En la dicha reside el antídoto contra la muerte. El fin no está en la noche, en la muerte, por eso, aunque no conozcamos nuestro destino, hay que conservar la esperanza de lanzarnos al mar con el fin de pasar a la otra orilla: “Si en la piedra escribimos nuestra dicha / algo contra la muerte atesoramos […] no devuelvas tu remo ni tu barca”.

3. La felicidad prima sobre la muerte.

“Muerte de Merlín” es un canto a la vida feliz, a la dicha. Esta felicidad y alegría no está libre de las amenazas del mundo exterior. Dicho de otro modo, el oro que se extrae de la tierra sale sucio y plagado de aristas y adherencias inútiles. Así en la vida la alegría y la felicidad no están libres de adherencias que la afecten y contraríen. De ahí que no es posible comprender los sentimientos del mago-poeta a no ser que se tenga los códigos secretos de la magia de sus palabras: “Estoy feliz, a pesar de la muerte / que me acecha desde las araucarias, / mi alegría proviene de otro cielo / donde los pájaros adoran la mirada del tigre […] Nadie podría detenerme, nadie / que no tenga el secreto de mis palabras”.

El duelo, las cenizas, el polvo, acompañan a la muerte. Sin embargo, más allá del bien y del mal perdura lo que para los antiguos griegos era el “país de los bienaventurados”, para Ulises Laertes “Ítaca”. Nuestro poeta lo dice con estas palabras: “A pesar de la muerte / alguien canta a un país desconocido”. Queda la sospecha –y la nostalgia- de que el destino humano, lejos de terminar en la extinción, existe al menos como posibilidad; y que la dicha nos aguarda, aunque sea como la paradoja de la vida: “Acaso sea duelo la ventura, / aquel destino que nos fuera negado”.

No hay un estado puro de felicidad, al menos en esta vida, por eso el poeta sufre en su alma la pena de no haber visto en toda su fuerza y esplendor lo que sí a contemplado en la leyenda o la fábula: “Tal vez mi alma / no sea sino un espacio / vacío, donde crece / lo que he perdido, lo que nunca / vieron mis ojos […] A solas y en silencio / conservo esta penuria / de no ser la leyenda que me sigue”. La tristeza del alma se agudiza por la incerteza de saber si por inventar la leyenda de su poética ha inventado, sin saberlo, su final: “Y no saber si soy / el que ha inventado el día de su muerte”.

Después de todo, ¿qué queda?, ¿qué permanece después de la muerte?: “En la memoria queda la epifanía / del amor, / y un camino de lilas / desciende de los ojos / en quien ha visto más allá de la muerte”. El poeta siente el orgullo de, al menos en sueños, haber llegado a la otra orilla. Nuestro nombre resonará más allá de la muerte, lo volveremos a escuchar, porque jamás se pierde en el cuento, en la fábula, lo que hemos sido y somos. La memoria, el amor, aguardan la epifanía, el inicio de una vida nueva: “Guardada para siempre en su crisálida /está nuestra memoria y en ella están los cuentos; / allí estará el amor, en esa sombra / donde la vida vuelve a comenzar”.

El poeta, inserto en su leyenda, invoca a la primavera del Jardín –la dicha, la felicidad- como a una amada a la que quiere tener cerca porque la muerte lo acecha: “Ven que la muerte espera, /como floresta magnífica espera la muerte; / si eres tú la que busco / ven protegida por un cielo”.

“Muerte de Merlín” revela los anhelos profundos del alma, nos descubre lo que siente el corazón, sus miedos, sus vigilias, sus insomnios. El poeta-mago, hechizado por la realidad de ensueño que presiente, no puede callar. Su misión es mostrarnos con su magia lo que se oculta a los mortales: “A cada paso mío / se oculta lo que soy, y el otro / que me persigue en sueños / y aun en la vigilia […] Quiero callar; / tal vez en el silencio / se revele su rostro que presiento / semejante a un país que no he olvidado”.

El destino mantiene sus enigmas indescifrables. El revés de la vida nadie lo conoce, simplemente se presiente: “No nos pidas la rama / secreta del destino […] No nos pidas la forma / del revés de la vida”.

Con la inocencia de los niños –y sólo si somos como niños- descendemos a lo profundo del aljibe donde todo se convierte en fábula, en tapiz tejido con el hilo sagrado de la vida. Para contemplar el mundo hay que tener la capacidad de asombro de los niños. Sólo así podemos decir: “Venga la muerte así, como ha venido la infancia en un juguete; y encontraremos / al bajar por la sombra a su floresta / un tapiz que se teja eterno, fábulas”.

El reino encantado por el poeta-mago llega a su final. Todo era una realidad poética fantástica que, mientras duró, mantuvo la ilusión en el bosque, en la imaginación. Sin embargo, queda un reducto de verdad en la fábula cargado de significado, que es, en suma, lo que permanece intacto porque es eterno: “Existe un rincón desconocido / que brindan la constelación y la rosa”. Es en este lugar donde “el tiempo guarda sus libélulas / para dorar los ojos de los muertos”.

4. Conclusiones.


1. Lo que tiene de incógnita el destino lo tiene de excitante. Si bien es verdad que no podemos escrutar el destino, no es menos atractivo para la aventura imaginaria e interior. El poeta se adentra en él como se entra a un castillo encantado. Allí todo es posible. En el país de los dátiles –territorio donde nada es caduco ni donde nada se apolilla- la muerte no rivaliza con nuestros miedos ni con el tiempo ni con la vida.

2. El autor llega a la conclusión de que la muerte no destruye la vida. Para llegar a esta idea el poeta, criatura sujeta a la muerte, inventa una leyenda y la habita. Es desde aquí desde donde él canta la muerte, no como tragedia, sino como transfiguración de la vida. Porque la muerte es cantable podemos tejer el telar de la vida como si ésta fuera una fábula. Si no alcanzamos es otra vida posible será porque nos empeñamos en otras sendas perversas que nos abocan al mal y la culpa.

3. La felicidad no se da en estado puro, pero es posible. La felicidad está por encima de la muerte. A pesar de la muerte y las aristas de la vida, podemos sentir el gozo, la alegría. Dicho con otras palabras, más allá del bien y del mal podemos aspirar al “país de los bienaventurados”. Hay en el corazón humano una nostalgia por llegar a esa patria, como Ulises Laertes que no descansó hasta llegar a su Ítaca natal.



Nota 1: Para una hacernos la idea de quién era el Mago Merlín Cf. Internet, URL: http://es.wikipedia.org/wiki/Merl%C3%ADn

Nota 2: Para una lectura comparada creo fundamental recordar al poeta mexicano Javier Villaurrutia, Nostalgia de la muerte, (1938). Así como su otra obra: Décima muerte (1941). José Gorostiza, también poeta mexicano, escribió Muerte sin fin (1939). Esas obras, publicadas con más de cuarenta años de diferencia, pueden ayudarnos a obtener una clave de lectura interesante. Hay, también, un joven poeta centroamericano, de Honduras, que escribió la obra poética Morir todavía (Letra Negra, Guatemala, 2005) que, finalmente, puede arrojar, aunque sea posterior a Muerte de Merlín, otra luz sobre la obra quessepiana.

sábado, 18 de octubre de 2008

«SUCESIONES», por Marily Morales Segovia, poeta.

«SUCESIONES»

Si un mérito debe atribuirse a Fausto Leonardo Henríquez por sobre otros que indudablemente tiene en el libro que vamos a presentar, éste es sin duda la audacia. La audacia para lanzarse a una tarea llena de riesgos como es la de escribir un libro que contiene una visión totalizadora del devenir cíclico de la naturaleza, del ritmo cósmico y de la vida humana, utilizando para ello las clave de la música.

Lo hizo Vivaldi en sus famosas “Cuatro Estaciones”, otros artistas han intentado la síntesis, entre ellos Picasso, en su cuadro de la época azul titulado “La vida” y lo hace Fausto Leonardo Henríquez en su libro “Sucesiones”. Sucesión del tiempo, de los ciclos de todo lo viviente, desde el nacimiento a la muerte.

Como una sinfonía de imágenes y sonidos comienza el PRIMER MOVIMIENTO, en una composición barroca de LA PRIMAVERA llena de pajarillos, flores, mariposas y música embriagante y sugestiva que nos recuerda “La Primavera” de Boticelli.

“Empuñan los rosales los infantiles pétalos por erupcionar
y así los jardines, como violines preparan,
en el pentagrama abrileño,
los colores que oirán los ojos de mayo”.

Y en la “Sonata del Ruiseñor”:

“El ruiseñor entreabre el pico y vibra su buche
Mientras emite notas sonoras que elevan, olvidadas de sí,
El alma, hasta el fondo de la altura”.

Y luego en la “Suite del riatillo”, en la que él descubre su secreto de escritor que crea su propia música de palabras; y en “Coda” donde la omnipresencia de Dios se manifiesta.

Y pasamos ya al SEGUNDO MOVIMIENTO que nos abre las puertas del verano. Aquí la juventud del poeta Fausto, esa juventud, energía y vitalidad que ambicionaba eternas el FAUSTO de la literatura, aún a costa de su alma, desborda con naturalidad en imágenes rurales y urbanas, hasta que el alma se turba, en el último poema, ante el castigo implacable de la sofocante estación.

Ya en el TERCER MOVIMIENTO, el otoño con sus ocres. Dice el poeta:

“No hay cantos, más que el frío
Piar de gorriones y urracas o de ciguas viudas”.

Los días cenicientos y las lluvias envían al alma hacia adentro y dice Fausto:

“las hormigas buscan asilo bajo las piedras y las cuevas”.

La delicada melodía otoñal se desliza en cada verso y el poeta siente que las hojas del hablan y cantan. También el ser humano encuentra en la madurez otoñal, el reposo reflexivo, la pausa necesaria para gustar de los matices y las sutiles veladuras del tiempo.

Por último en el CUARTO MOVIMIENTO llegará el invierno, con los pies helados, pisando de puntillas sobre el teclado de la nieve y Fausto poeta iniciará el descenso, el soto voce de su sinfonía poética hacia lo que él llama la “mansa paz de museo” de reliquia atesorada en el corazón.

En este libro es posible, gracias al dominio que tiene Fausto del ritmo, para dibujar el ritmo cósmico con el lenguaje de la música. El invierno, el silencio, la nieve extrema son símbolos de la muerte, sin embargo Fausto nos deja la esperanza de una música eterna, de la eterna música de la repetición infinita de los ciclos, cuando nos dice:

“Todo afuera es frío como una partitura sin tocar”.
“Abrid los oídos para ver la sonoridad del agua nieve”.
“Por mis oídos sabré que vivo”.

Marily Morales Segovia, poeta. Instito de Estudios Modernistas, Valencia, España, 1995.

EMPATÍA CÓSMICA Y POESÍA METAFÍSICA EN FAUSTO LEONARDO HENRÍQUEZ

Por Bruno Rosario Candelier


La crisis espiritual, ética, ideológica, de cosmovisión trascendente, que está viviendo la humanidad es una magnífica oportunidad, dice el monje benedictino Simón Pedro Arnold, para que la imaginación eclesial proponga una nueva imaginación. El monje belga, inserto en el pueblo Aymara del Perú, habla de una nueva opción mística, entendiendo por mística “una apuesta por la vida que atraviese la historia (…), esta percepción del más allá de las cosas, de la historia. Revelación del Misterio vital que atraviesa la historia, la gente, los pueblos, las culturas (…), que abra caminos de tipo místico, y dejar que Dios hable como el más allá de lo racional, de lo explicativo directamente” (1).

Al leer el poemario de Fausto Leonardo Henríquez (2) pensé en el planteamiento del monje benedictino porque la obra de Fausto Leonardo es la de un sacerdote poeta que asume la palabra como una nueva opción, como una nueva propuesta enraizada en una empatía cósmica desde la peculiar dimensión de la expresión lírica y estética.

La razón antropológica y espiritual que explica entre los hombres de todas las culturas la tendencia indeclinable hacia la espiritualidad obedece a la necesidad celestial como lo establece el texto bíblico del Génesis de que fuimos creados “a imagen y semejanza” del Creador, pues “Yaveh Dios formó al hombre del polvo de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida” (3).

La cosmología, en tanto estudio del universo de lo viviente, nos recuerda nuestro origen y nuestro destino final, y con ese fin busca el sentido de la reconciliación con las cosas en una especie de empatía universal. El poeta lo intuye y el contemplativo lo vive. Y la poesía cósmica conjuga esas dos apelaciones del sentimiento más sublime.

La poesía y la empatía cósmica se hallan entrañablemente unidas al sentido del misterio. Se hermanan en la búsqueda de la belleza y en la conciliación de los elementos. Arrancan de una misma fuente, el corazón humano, y desatan las más ardientes pasiones en el ámbito espiritual. Su conjunción expresiva se determina en la palabra, vértice de la sensibilidad y fragua de las emociones.

Fausto Leonardo Henríquez (4) ha dado sobradas evidencias de su vocación estética y su sensibilidad trascendente. La creación poética y la sensibilidad espiritual así lo delatan. Dotado de empatía cósmica, y del don de la creación poética, le concita lo viviente, que expresa en una identificación entrañable con el cosmos, huella de la esencia divina que le embriaga. En La otra latitud, Leonardo Henríquez (5) confirma los lineamientos fundamentales de su trayectoria lírica: la asunción del mundo desde su vertiente simbólica y trascendente con un sentido de la belleza y el misterio. En la primera parte toma a Adán, expresión simbólica de la Humanidad , o de la Humanitud , en su sentido hondo y entrañable, con un enfoque interiorista sobre la condición humana: afirmación y certidumbre de que los humanos estamos orientados hacia la plenitud, que es el amor, la vocación espiritual, el ideal sublime y trascendente. Es la completud de una vocación universal, de una apelación cósmica. Ronda de lo sublime, valoración del misterio, ponderación de lo maravilloso que hay en todo lo viviente.

Con el lenguaje del yo profundo asume y empalma la vertiente trascendente en su afirmación del ideario interiorista recalado en fondo cósmico y en visión altruista y humanizante. El absoluto que lo apela, como se aprecia en la segunda parte del poemario, subyace en su mirada inquisitiva, en su búsqueda y en su pasión más honda. Exploración de la existencia, del tiempo, lo transitorio y lo permanente desde la otra ladera, la vinculación de lo pasajero con lo eterno.

La concepción cósmica de que somos uno con el Universo aparece esbozada estéticamente en este hermoso poemario que intenta mostrar el principio de los tiempos:

“Cuando pinta el autorretrato de sí mismo, lentamente, con pulso firme, delineante y va unificando las medidas con los colores, entonces su imagen se vuelve pura, auténtica, opalina. A más pureza de luz, más unida de rayos, y por tanto más perfección del semblante. En la medida en que Adán se acerca al ojo de la aguja de su mismidad y descubre en su fondo cristalino el pez nadando sereno, resurgirá para abrazarse al mundo. Él y el mundo serán uno y confluirán como los ríos y correrán juntos hacia otros derroteros, al mar acaso. La conquista consistirá en ser luz de luz, la mirada y lo mirado, la empatía ultrafina con el otro”.

Se trata, en efecto, de una compenetración total con el ser de las cosas. El sujeto lírico experimenta el sentimiento de compenetración con lo viviente y en éxtasis de contemplación mediante en contacto afectivo, imaginativo y sensorial con el alma del mundo, en una empatía entrañable con el otro:“En el medio día del placer, el tiempo pasa imperceptible, montando en Pegaso, en este clímax no hay pasado, solamente las Cenizas de un eco que palpita en el inconsciente. El futuro es un rumor de ausencia, polvo estelar perdido en lo incierto. Solo queda el presente, pirámide donde se enciende el vértice del alma y donde se vierte entera sobre la luna que argenta con su arte e ingenio la órbita de sus ojos”.

El denso poemario de Leonardo Henríquez explora lírica y estéticamente el origen del mundo, se instaura en el ab origine de los tiempos, y en cautivantes imágenes retoma el mito del origen y el hablante lírico recrea simbólicamente la creación del mundo y “vive” ese estadio primordial, genesíaco, original, para “sentir” el mundo visceral, empáticamente: “Pasa el reino de los dioses, el del ruiseñor, al de la mazorca del maíz, al de las constelaciones. Levita con los pies en la tierra, piesa el cielo en el suelo. Actúa con certeza de rayo láser, y mira más allá de la mirada con asombrosa agudeza del telescopio. Mientras dura el arrebato el vaso del alma se llena, incluso se desborda como una cascada. Todo lo posee en todo. El mundo cambia del color, de un color visible sólo al alma, aunque luego desaparezca diluido en el aire”.

Lo mismo en prosa que en verso, el sacerdote poeta asume interiormente una actitud vitalista y radiante, y desde el dominio espiritual de su visión del mundo su mirada profunda, auscultadora, holística, poética, retoma fenómenos y elementos y reconstruye el mundo para vivirlo poéticamente. Su aliento poético, bíblico e interiorizado, en actitud de compenetración y ternura se reconcilia con el sentido del mundo, y en tono gozoso y empático suma a su vocación sus percepciones o revelaciones trascendentes: “Desperté en un mundo/ donde no oía el ruido arenoso/ de los carros, lejos del mundo y grotesco/ tambor de la violencia./ Vi el cielo abierto como un túnel iluminado/ por el cual entraban,/ vestidos del blanco, silbando, los lirios./ Cuando entré en un clima sobrenatural/ tocaba mi piel y la sentía como de aire,/ y al hablar no hacía falta la voz,/ sino la mirada/ y la sinceridad del cristal desnudo/ del alma rutilante”.

Poseído por la fuerza sobrenatural que lo imanta a lo divino, nuestro poeta saborea el gozo de sentirse tocado por la Divinidad , y ya dijo Plotino que en cada criatura habita la huella del Uno, el Eterno, destello que se hace lumbre creadora en Leonardo Henríquez y le despierta el sentimiento espiritual que lo inunda y lo estremece en gozo profundo y elocuente en un don creador pleno de fruición y pasión: “por el cristal de la ventana/ entró tu voz como una luz./ En el interior/ de mi habitación una semilla sembraste./ La tierra oreada/ de mi mismidad se estremece./ Se entiende/ porqué se reúnen las aves/ para delatar mi dichas y propalar el gozo del agua/ entre las piedras de mis huesos florecidos”.

Con su visión amorosa del mundo, el cosmopoeta siente que el Universo se abre a su corazón, y así lo experimenta nuestro agraciado poeta al comprobar que el mundo se recrea cada día ante las pupilas asombradas de quien contempla la belleza de las cosas como la ven los que creen en el milagro de la Creación. El poeta lo expresa simbólicamente: “En el hueco de mis manos/recojo tu voz/y me la bebo”.

Con Fausto Leonardo Henríquez el Movimiento Interiorista suma una voz lírica, fresca y remozante, impregnada de aliento numinoso con empatía universal. Expresa su creación poética hondura expresiva y sensibilidad trascendente con la gracia del decir y el donaire clásico que amasa y engarza el ideario interiorista de una vocación estética. La lírica de Fausto Leonardo Henríquez confirma que poesía y sensibilidad cósmica son afines en virtud de su inserción en el misterio y la belleza. La sensibilidad trascendente, espiritual y empática, se potencia en los poetas que sienten el llamado de la Fuerza Espiritual del Cosmos, como se aprecia en este nuevo valor de las letras dominicanas, que recibió el don del sacerdocio y el don de la creación poética, y ha sabido conciliar en su expresión estética esa augusta inclinación espiritual que le distingue y enaltece, la palabra como vínculo de la creación y lo sagrado del mundo, y un poeta signado por lo sagrado, como lo es Fausto Leonardo, hace de la poesía un vínculo trascendente en favor del más hondo sentido de la vida.

Santiago, Tertulia del Ateneo Insular,

21 de junio de 2000.

Notas:

1.Simón Pedro Arnold, “La reivindicación del sentido”, en “Los Domingos” del Listín Diario, Santo Domingo, 30 de marzo de 1997, p. 3.

2.Fausto Leonardo Henríquez, La otra latitud, Santiago de los Caballeros, Publicación del Ateneo Insular, 1999.

3.Génesis, 2,7.

4. Oriundo de La Vega , República Dominicana, Fausto Leonardo Henríquez nació el 20 de noviembre de 1966. Estudió el bachillerato en New York, Filosofía y Humanidades en el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino en Santo Domingo, y Teología en Barcelona y Valencia, España. Ordenado de Sacerdote por la Congregación de los Paúles, ejerce su ministerio sacerdotal en San Pedro Sula, Honduras, y en esa ciudad centroamericana dirige el Grupo Literario del Ateneo Insular y promueve el Movimiento Interiorista.

5. El padre Fausto Leonardo Henríquez ha publicado los poemarios Claridades (1994) y Sucesiones (1995) La otra latitud (2001). Con Insula presentida (2004), bajo la Colección Insulas Extrañas, el padre Fausto Leonardo Henríquez afirma su vocación poética, asume la estética interiorista y encauza su sensibilidad trascendente hacia la resolución de una empatía armoniosa y cósmica.

lunes, 22 de septiembre de 2008

INICIOS DEL INTERIORISMO EN HONDURAS


presentacion Tulio Cordero 18-1-99

Conservo en mi archivo unos apuntes históricos sobre los inicios del Interiorismo en Honduras. Tulio Cordero, de muchos conocido, es un poeta-sacerdote, ensayista y escritor. En una visita a Honduras dejó un dulce sabor de boca en esta tierra de hondos surcos humanos. Hube depresentar al público a Tulio, mi colega, con las palabras que siguen. Las comunico a todos ustedes porque, dentro de la sencillez y modestia, son significativas por estar referidas a una persona de una trayectoria conocida en Santo Domingo. Acaso sirvan para los recopiladores de pequeñas cosas.

Conferencia sobre Interiorismo en el Museo De Antropología e Historia, 18 de enero de 1999. San Pedro Sula, Honduras.

Distinguidas Señoras y Señores: «Pido la paz y la palabra», como dijera el poeta Blas de Otero; la paz como fruto de la justicia y la palabra como manantial del lenguaje, de la poesía. «El halago de las palabras, cuando no corresponde con la realidad, dice Demóstenes (Disc. Político, p. 50) se convierte en castigo». Sin olvidar esta advertencia, permítanme, que les diga algunos rasgos en torno al ilustre poetaTulio Cordero.

¿Quién es Tulio Cordero? Es un sacerdote poeta que va "buscando los arroyos sonoros en arenosas calles" (Lope de Vega, poema: El siglo de oro). Es un hombre de hoy con destellos de la mística hispánica, tan celebrada por los críticos dela Edad de Oro; un poeta con improntas de la mística china y oriental.

Los vivos ojos inquietos de nuestro poeta, escudriñan la ladera oculta de la realidad visible para ver con los ojos del alma, el rostro de un Tú sólo diferenciable desde el umbral de su interioridad más íntima. El inconfundible y célebre San Juan de la Cruz ilustra lo que queremos mostrar cuando dice: «véante mis ojos, véate yo cara a cara con los ojos de mi alma, pues eres lumbre dellos» (Cant. Esp., canción 10)

Lo más original de nuestro eximio poeta no es que vea intuitivamente con los ojos del alma, sino que vea con los ojos del entendimiento, es decir, con la inteligencia, las cosas que no se pueden ver a simple vista. Octavio Paz, el más grande de los poetas mejicanos, y posiblemente el más relevante de todos los críticos de fin de siglo en América Latina, dice a este respecto: «hay una parte escondida que no podemos ver con los ojos, sino con el entendimiento» (Llama Doble, p. 44).

A mi juicio nuestro poeta posee la dote tanto de mirar místicamente las cosas y los acontecimientos y la dote de mirar con el entendimiento más allá de lo que lo hacen los demás mortales. Tulio Cordero tiene otra faceta original: su alma fecunda. A propósito de esto dice O. Paz: "Aquellos que son fecundos por el alma, conciben por el pensamiento: poetas, artistas y sabios" (ídem o.c.).

El alma de nuestro invitado, tengan la certeza de ello, es sumamente feraz como las tierras del valle de Sula. Su vasta cultura y su espíritu superior lo caracterizan como uno de los poetas más importantes del Movimiento Interiorista.

Por su intelecto ha concebido obras importantes, entre ellas Latido Cierto, primer libro de poesía, Si el Alba se tardara y La Sed del Junco. Y para que el hacha de la máxima de Demóstenes deje de amenazarme debo decir, para terminar, que Tulio Cordero es licenciado en Filosofía por la PUCMM, 1986 y licenciado en Teología en el Teresianum de Roma, en el año 1992. Es profesor deTeología en el Seminario Santo Tomás de Aquino y coordinador del Grupo de poetasy escritores Fernando Arturo Meriño.

Es un creador de opinión en uno de los periódicos más influyentes de la República Dominicana; es, por otra parte, crítico y ensayista, poeta interiorista, pintor y músico, laderas éstas menos conocidas, pero vivas en supersonalidad.

Finalmente, nuestro poeta es un pequeño Orfeo cuya lira de agua estremece de ternura y cuyas palabras son dulces y suaves como agua que engendra vida más allá de las sombras temblorosas del mar de una mirada azul.Tulio es de esos seres que deja vida a su paso, como escribiera A. Machado: «Oh, agua buena, deja vida en tu huida» (poema del día).

PRESENTACIÓN DEL "EL INTERIORISMO" EN BUENOS AIRES

Esta conferencia fue dada en el Centro de Farmación de Profesores de Buenos Aires, Argentina, septiembre de 2003. Tuve la cooperación incondicional del poeta Carlos Alberto Roldán y la solícita cercanía de Susana Santamarina.

1. Origen del Interiorismo.

El Movimiento Interiorista es una corriente de creación literaria que nace como fruto de la inquietud de un grupo de intelectuales, escritores y poetas en la República Dominicana en el año 1990.

El Ateneo Insular es el ente jurídico que ampara la nueva estética. En el mismo año de fundación se realiza el I Congreso del Ateneo Insular en el cual se hace público el ideario estético del movimiento recién nacido. Siete grupos o talleres literarios apoyaron la primera fase del Ateneo Insular.

Posteriormente se realizan coloquios con poetas importantes, como el puertorriqueño Francisco Matos Paoli; encuentros nacionales y locales para seguir el trabajo de promoción interiorista.

El Ateneo Insular, que es presidido por el actual presidente de la Academia Dominicana de la Lengua Española, el Dr. Bruno Rosario Candelier, ha editado varias antologías: Poética Interior, 1992, El Movimiento Interiorista, La Creación Interiorista y El Interiorismo. Ha publicado el folleto Por las amenas liras, el anuario Ínsulas Extrañas y una serie de libros con el sello del Ateneo. A ello hay que sumar la publicación significativa –fuera del auspicio del Ateneo Insular- de obras de diversos autores inspiradas en el interiorismo.

En la actualidad dominicana el Ateneo Insular, o sea, el Movimiento Interiorista, es la organización literaria: con mayor número de escritores afiliados; con numerosos grupos en todo el país y en el extranjero; con un ideario estético nuevo y articulado estructuralmente; con un equipo de intelectuales que dan seguimiento y formación a los que se incardinan en la estética interior; con un plan de trabajo, de formación y promoción permanentes.

El Interiorismo propugna el cultivo de la Realidad Trascendente, es decir, de aquello que se sitúa más allá de lo circundante y objetivo, más allá incluso de lo imaginario, para priorizar la atención a la voz del Yo profundo, la búsqueda de sentido, la valoración de lo Absoluto, la técnica, el tono interiorista, la aplicación de los principios y valores trascendentes sobre los cuales reposa la estética.

La Realidad Trascendente es una veta para la creación literaria, como lo es la realidad objetiva y la realidad imaginaria. El Interiorismo acentúa la Realidad Trascendente como un nuevo modo de ficción que comprende la visión mitopoética, metafísica y la mística.

2. Vertientes expresivas de la estética interiorista.

Vivimos en unos tiempos en que lo superficial predomina y casi todo es desecho. A penas si hay tiempo para mirar las cosas esenciales e importantes. Como una reacción el Interiorismo retorna a las cosas duraderas, vitales y trascendentes. La praxis interiorista no es nueva, lo es su estructuración teórica y sus postulados.

Es característico del interiorismo: a) Atención a la dimensión espiritual del ser humano. b) Exploración del Yo profundo, es decir, de la interioridad. c) Valoración del sentido de las cosas, fenómenos y acontecimientos. d) Atención a los valores interiores y permanentes: ternura cósmica, el amor divino, la paz inefable, la verdad profunda, la belleza sublime, la luz espiritual, etc.

El principio creativo del Interiorismo se fundamenta en el dato de que el ser humano posee en su interioridad unas “ínsulas extrañas” -como diría San Juan de la Cruz- na sensibilidad trascendente que permite sentir espiritualmente y descubrir el valor profundo de las cosas y de la naturaleza. El ser humano posee un potencial hacia lo sobrenatural y metafísico.

La estética interiorista tiene, pues como rasgos fundamentales: la búsqueda de lo divino, la expresión de los valores trascendentes, ternura hacia las criaturas y las cosas, valoración del sentido de lo existente y valoración de la verdad poética que resuena en el interior, el bien y la belleza sublime.

La técnica interiorista es el proceso de interiorización del creador que permite captar la singularidad de las cosas y la propia visión intelectual, emocional y sensorial del mundo.

La imagen interiorista pone al descubierto la visión o percepción particular y única del creador, el cual fusiona –en su búsqueda de lo intangible- los elementos sensoriales con los suprasensoriales.

El tono interiorista revela la empatía, cordialidad e identificación emocional del creador con aquello que lo concita.

3. El método interiorista.

La Poética Interior propone el método de los siguientes principios:


  1. Situarnos en el interior de la cosa para captarla, sentirla y valorarla como realmente es.

  2. Atrapar el impacto del mundo circundante en la conciencia del sujeto creador.

  3. Identificarnos sensorial, afectiva y espiritualmente con la cosa.

  4. Vivir y expresar los valores interiores, como empatía universal, ternura cósmica, silencio contemplativo o soledad sonora.

  5. Revelar verdades profundas, que son las verdades poéticas, verdades metafísicas o verdades trascendentes de vida.

  6. Exaltar los valores universales, como la verdad metafísica, la belleza sublime o el bien supremo.

  7. Desarrollar los poderes interiores con el concurso de los sentidos interiores, la capacidad de creación y la visión espiritual y estética del mundo.

  8. Identificar y expresar la voz interior y la voz universal como una forma de habitar interiormente el mundo con valor y sentido.

  9. Comprender y valorar la voz del yo profundo, el sentido de lo existente y la búsqueda de lo Absoluto.

  10. Ponderar nuestro vínculo espiritual con la Totalidad en razón de nuestra pertenencia a un destino mayor que confirma que somos uno con el Universo.

“El creador interiorista puede ver el mundo, por su sensibilidad trascendente, como lo veían los antiguos griegos o como lo sentían los que creían en los dioses, con el talante originario y puro que permite situarse en el mundo como parte entrañable de la Naturaleza, sentir lo real como presencia viva de lo sagrado y valorar fenómenos y elementos como una expresión de lo divino. Esa sensibilidad trascendente hace posible la vivencia espiritual, la actitud numinosa y la creación artística que exprese ese sentimiento de sacralidad y misterio, de filiación y empatía cósmica, de vínculo con la Totalidad. Por consiguiente, optamos por lo real trascendente como veta creativa para asumir, interpretar y valorar la vertiente intangible que nuestra sensibilidad atrapa mediante la inmersión en la interioridad de lo existente o por la vía del mito, la metafísica y la mística. A la dimensión mitopoética se llega cuando se siente la presencia viva del mundo; a la metafísica, cuando interrogamos el sentido de cosas y fenómenos; y a la mística, cuando sentimos y afirmamos la presencia de lo divino” (Bruno R. Candelier”.


4. Filosofía de la estética interiorista:

    • Expresión de la interioridad de la persona y de las cosas mediante la auscultación de la voz interior. Se trata de escuchar la voz interior del ser, que nos reclama un ideal profundo y universal: “Oye la tierra / cómo gime larga. Son pasos, o su idea. No consigo / decir aún lo que en el pecho vive. / Vive tu sueño y mira tus cabellos. ¿Son ellos los que ondulan / cuando los pienso? ¿O es la noche a solas? / Oh tú la nunca vista y siempre hallada. / La no escuchada –y la siempre ensordecido. / De tu rumor continuo voy viviendo” (Vicente Aleixandre, Los amantes viejos).

    • Contemplación del mundo como expresión de lo divino. El mundo es expresión de la divinidad, expresión de amor y ternura sublime. Tulio Cordero: "Búscame Tú con tus ojos de rocío./Llámame Tú con tu voz de paloma./Sostenme Tú con tus manos de espigas./Y ríeme con tus dientes de lirio./Mírame y cuídame Tú/ que conoces ya todos los olvidos./Búscame Tú que sabes de memoria las puertas/(las has tocado todas)./ Y ámame con tu Centro zaherido,/ saltamonte de hiel, de miel y de trigo" ("Búscame").

    • Búsqueda metafísica o la búsqueda del sentido trascendente. Se trata de situarse reflexivamente frente al misterio para intuir el otro lado de la realidad, lo intangible, para atrapar el sentido de lo Absoluto. “Esta ventana está abierta hacia sí misma: / anillo entre dos sombras, / túnel por donde regresan mis ojos / a mi rincón de sangre. / Esta ventana no está abierta a nada, / no hay un chorro de humanidad / hirviendo entre sus párpados, ni un camino rodando en su distancia / ni el olor a presencia de algún pájaro. / Esta ventana no está abierta a todo, / no tiene un hombre hundido en su estatura / no tiene una lámpara empujando las tinieblas / no tiene un gato dormido en su misterio / ni una voz trepando los espacios” (José Acosta, Esta ventana)

    • La creación mitopoética como expresión sacral del mundo. Mirar el mundo como los que creían en los dioses, es habitarlo poéticamente, como algo vivo y sagrado. “Templo que el agua levantó dichosa / al dios que en la noche, solitario, pasa / hacia el bosque umbrío donde el verde / es sombra, / donde se hace inmensa la luna y el alma / templo de frescura, savia de los campos, / hacia ti, borracho de amor y ausencia / alzo mi esperanza, mi vida disuelta, mi existencia. / Arrebolada ternura, catedral de blancura: cuerpo / vientre estremecido del rocío, espuma de los vientos: cuerpo / lenta ola hacia un Mar perdido / espejo de sangre del ocaso. / Río de los sueños abogando tigres y amadas miradas / en su noche verde / ¡Oh río, oh templo donde mis ojos de agua beben lo que olvidan!” (Pedro José Gris, Oda a la nube)

    • Auscultación del lenguaje del yo profundo. Esto es, identificar la voz del ser, la voz de las cosas, la voz del mito, mediante la intuición y el instinto. “ Aquí me encuentro, me dije, / y empecé a sacar arena. / Luego vi el agua en el fondo, / y en ella el cielo y mi cara. / Después… / Me bebí el azul, pensando / que mi sed / no era de agua”. (Manuel del Cabral, Sed de agua).

    • Ternura cósmica en una compenetración sensorial, emocional, imaginaria e intelectual con todo lo existente. María del Carmen Soler: “Caminamos sin pausa la vida hasta la muerte./ Caminamos la suerte que nos toca, y es bueno/ que juntemos las manos a otras manos/ bailando una sardana solitaria./ Caminamos la vida con objetivos varios. /Caminamos sin pausa, el tiempo señalado/ y es bueno detenerse al borde del camino/ para escuchar la voz de las pequeñas flores/ que nos hablan de Dios” (“Caminamos”).

    • Valoración de la verdad interior, como verdad metafísica o poética. Es la verdad que cada persona intuye del mundo, una verdad profunda y trascendente. “He escrito la palabra profundo / y ha nacido un pozo en mi papel / donde cabe el mundo. Cruzo el / lindero de la palabra y ya profundo / es una mancha donde se pierde la mirada. / Escribo agua y bebo. Sangre y lloro. / Hoy todo lo escrito ha buscado su efigie / su osadía de ser, su forma. / Y he aquí escribo hombre / y surge alguien que me besa. / Escribo Dios y algo se esconde / y mi papel simplemente tiembla” (José Acosta, Transformación).

    • Canalización de los sentidos interiores: la intuición, la imaginación, el instinto, el sentido común y la memoria sensible. Estos sentidos nos abren a la vivencias entrañables y trascendentes, o sea, suprasensoriales. “…Salté por una brecha: eran las cuatro/ en este mundo. El cuarto era mi cuarto / y en cada cosa estaba mi fantasma… En sí mismas las cosas se abismaban / y mis ojos de carne las veían / abrumadas de estar, realidades / desnudas de sus nombres. Mis dos ojos eran almas en pena por el mundo. / En la calle la presencia / pasaba sin pasar, desvanecida / en sus hechuras,… Mirar deshabitado, la presencia / con los ojos de nadie me miraba: haz de reflejos sobre precipicios. / Miré hacia adentro: el cuarto era mi cuarto / y yo no estaba”. (Octavio Paz, Un despertar).

    • Aplicación de los valores interiores: el amor, la ternura cósmica, la verdad profunda y el bien, la belleza sublime, la paz interior, la soledad sonora, el anhelo de lo divino. “¡Vuelvo a nacer!... –Milagro de la aurora / repetida y distinta siempre…- / Soy la recién nacida de esta hora / pura. / Y como los niños buenos, no sé de dónde vine. / Silenciosa / he mirado la luz –tu luz…- ¡Mi luz! / Y lloré de alegría ante una rosa”. (Dulce María Loynaz, Vuelvo a nacer en ti).

    • El empleo de los signos interiores o metasemas. Estos apuntan a la realidad trascendente, a lo intangible. El metasema conjuga lo extrasensorial con lo sensorial. Éstos son: penumbra, neblina, humo, niebla, sombra, llama, murmullo, celaje, rumor, etc. "Hermano sol/ hermana luna/ pastando estoy con mi lobo/ en la soledad del alto aposento/ Escuchad el silencio del monje/ dormir con su flauta las cavernas/ La prontitud se aposenta en el no-tiempo del bosque/ donde los lienzos de sombra prístina/ se gozan en la eternidad de la hora" (Ramón Antonio Jiménez , Encuentro en la presencia).

    • El empleo de los símbolos interiores. Son recursos que el creador utiliza para simbolizar la realidad trascendente. A saber: la noche, el valle, el cirio, el espejo, el cocuyo, etc. “Oscuridad de los orígenes, / te amo más que a la luna / que deslinda el mundo / y que ilumina cualquier círculo / fuera del cual nadie sabe nada de ella. / Pero tú, oscuridad, todo lo tienes / en tu contra: rostros, llamas, fieras y hasta yo mismo, / como bestias de presa, / hombres, potencias… / Pero es posible que alguna inmensa fuerza / palpite muy cerca de aquí. / Creo en la noche”. (Rainer María Rilke, Oscuridad de los orígenes).

    • La vía de unión universal mediante el vínculo místico. Es el anhelo de vivir en armonía con la naturaleza, con la familia humana, y con el cosmos. "Fray Texada estaba inquieto. Se levantaba. Se echaba. Volvía a levantarse. De repente, bajó de la nao y a oscuras se internó entre los matorrales. Siguió la huella de celajes, de murmullos tal vez. Al fondo divisó una llama insinuante. Era un celaje de sombra, dijo. Y poco a poco fue distinguiendo la visión. La voz comenzó a aclararse. Sí, oyó una voz clara. Pudo comunicarse con el desconocido castellano..." (Bruno R. Candelier, Novela: El sueño era Cipango, “Arribo a la Española”).
(Debo los ejes de esta conferencia, al ensayo “Fundamentos del Interiorismo” de Bruno Rosario Candelier. ).

viernes, 19 de septiembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: "Preludios" (1980)


Preludios”, (1980). Este poemario de Giovanni Quessep inicia con una elegía que parte de la convicción de que, después de muchos desvelos de búsqueda existencial de la belleza, de vuelos presumiblemente altos, «Nada tiene ese azul / para darte la dicha, / nada esos árboles donde habitan / princesas que no son de la tierra». Sin embargo, el poeta, pese a esa desazón y vacío, mantiene una actitud positiva: «y aún conservas la esperanza, un vuelo».

El tono elegíaco adquiere relevancia en este reposado poemario, cuya fuerza radica precisamente, en reafirmar el compromiso con el arte. Bajo el supuesto de que «Quizá todo ha pasado / nada ya hay que hacer», de que ya todo está escrito y dicho en el arte, en la poesía, el bardo se resiste a la teoría del cansancio artístico, a la repetición y falta de novedad en la poesía: «Pero mis ojos buscan y hallan / lo que no tiene nombre» porque tiene la certeza de que «hay algo que no conocemos / y espera nuestra canción en el alba».

La desdicha de la que da cuenta el aeda se dice, no de la desdicha que proviene del fracaso o el infortunio social o económico, sino del destierro del bosque encantado. Él no es por naturaleza un duende o un hada, pero como poeta goza del privilegio de la visión de la fábula y se le concede únicamente poetizar, fabular, –desde fuera, como un exiliado– la leyenda: «La desdicha me acerca a mi destino / y a mi naturaleza verdadera […] Esperanza no tengo si no es en la leyenda».

El pasado, la belleza, la música que brota de la naturaleza, del cosmos, perdura en el tiempo. La misión del poeta es rescatar todo eso. Aún más, aquellas cosas que se ocultan a nuestros ojos e incluso lo que se nos resiste, tras afanosa búsqueda, a ser encontrado, son objeto de desvelos para nuestro aeda. Lo imposible se hace eco en el intelecto y de aquí se materializa en la palabra: «El alma sueña / lo que no hallamos y hace de ello un canto».

Preludios” es un libro cuyo vuelo es de crucero, es decir, un texto en el que autor adquiere la altura ideal de su obra creadora. La “poética de la fábula” a la que he hecho alusión en mi comentario al poemario “Madrigales de vida y muerte”, es en verdad, una clave de lectura que, al menos a mí, me ha servido para escudriñar el periplo de la obra poética de Quessep. El poeta teje y desteje un único discurso, el de la vida, el de la dicha de su alma, inmersa en el sueño y la leyenda «sin que ni tú ni yo sintiéramos / su edénico rumor de alondra, / fábula que se teje / del tiempo a nuestras manos, / sin que nada en nosotros revele que ya somos / pétalos de la rosa indescifrable».

El paraíso, el jardín de la inocencia, la felicidad, son fugaces. El hombre aspira a la felicidad y la busca, cosa, por cierto, legítima desde todo punto, pero algo lo impide. El carácter inmanente de nuestra naturaleza, esto es, nuestra dimensión antropológica, que de suyo es débil y vulnerable, frena o retarda la felicidad. El hombre tiende a la felicidad plena y eterna por naturaleza, pero a penas saborea bocados de la misma. El poeta se pregunta, al hilo de nihilismo, con el relato de Adán y Eva de telón de fondo: «¿No puede el hombre ser feliz? Por un designio / escrito en su memoria, lo dorado del tiempo / se mueve en la ceniza / y aparecen la culpa y la caída, pues todo edén es transitorio».

La obra poética conjunta de Giovanni Quessep está tejida, como hemos dicho, en la fábula, en la leyenda, el único lugar donde el sueño es realidad y donde la realidad es trascendida por el deseo y lo anhelos del alma. Existe la felicidad y la dicha, breves, sí, truncas, sin embargo inventarla poéticamente es un acto que sana las heridas y la fatalidad del mundo y la sociedad. El poeta levanta un escudo anticrítica: «No espero sino el escarnio, la burla / de quienes saben que la dicha no existe».

El poeta insiste en el hallazgo de ese reino perdido o, mejor, escondido. Percibe una voz que le llama a rescatar los retazos de la eternidad que se le revela como fábula: «alguien me nombra, y pienso entonces / que no todo he perdido de la vida […] y existo para alguien, para un azul o reino solitario, / pero es fiel mi demonio y torna el sufrimiento, / mi pasión en los valles de la muerte». Hay, definitivamente, una causa por la que el poeta se juega todas sus cartas: la poesía, su fábula favorita: «Juzgadme si queréis, / pero deseo irme / al mágico Jardín que en nuestra vida / teje y desteje la invisible rosa».

El amor, que aparece por primer vez como fuente de sentido existencial, se convierte en materia esencial del pensamiento de nuestro autor: «No quiero sino el amor / que me acerca a los míos […] Sólo quiero el amor, / lo celeste, lejos de todo». El aeda descubre, al fin, cuál es su destino, su última conquista: «Destino del poeta es el amor. / En tu país sin nombre ¿acaso has visto / a la que amó mi alma, a la celeste / pasión que me redime de la vida?». El destino del cultor de la palabra es, por tanto, sublime.

En “Preludios” se reafirma aquel pensamiento presente en “El ser no es una fábula”: «Todo te pertenece en esperanza». El poeta sabe que el amor es vida, su esperanza. Hay, pues, un giro en la poética de Quessep. Vuelve a resonar, como instrumento de fondo, el ruiseñor de Keats de “Duración y Leyenda”: «Ese pájaro no destinado a la muerte», sino al amor. La instancia última heideggeriana es, para el poeta, el amor, la vida. Esto es, en verdad, lo que dura, la leyenda. ¿No será que el Jardín, símbolo clave en toda la obra de Quessep, es un símbolo de la nostalgia de la felicidad y del amor? Queda lejos, creo, la desoladora atmósfera de “Madrigales de vida y muerte”: «Estoy cansado de llamar / a la puerta de los que amo». Y se perfila a un poeta maduro, no sólo en el oficio, sino en el pensar.

La vida, como el mar, es una paradoja. Mientras la dicha nos viene en la desdicha, como la bella flor en el fango, aguardamos que «el mar retorne a nuestra barca». Lo que buscamos es el goce del alma en las cosas pequeñas y diarias. Quessep se apoya en John Keats para sentenciar sus “Preludios”: «A thing of beauty is a joy fore ever (Una cosa bella es un goce eterno)».

Localización tierra natal, República Dominicana