martes, 31 de julio de 2007

RELÁMPGO DE AUSENCIA, Augusto Vargas


El nuevo libro del poeta Vargas, Relámpago de Ausencia, (San Pedro Sula, 2001) es revelador. En él el poeta atribuye al agua una cualidad simbólica que él mismo siente: sed de Dios, el único que calma la sed del alma. Dato presente en el poeta Amado Nervo: “el alma es un vaso que sólo se llena de eternidad”. En nuestro poeta “el agua cree que Dios tiene sed, / vuela a mojarle los labios”. Agua, sed y Dios se conjugan en el alma del poeta Vargas y confirman uno de sus deseos más profundos: la sed de Dios que vuela a calmar de eternidad su alma.
La brevedad de sus poemas pretende atrapar la experiencia poética, la cual huye en el corto aliento de las palabras, de la Belleza en fuga. El lector podrá experimentar un escalofrío indescriptible, esto es, la gracia con que Vargas evoca a un tú que debió ser lirio en un florero y que, desde la nostalgia, “es relámpago de ausencia/ en la lluvia del recuerdo”.
El árbol de la vida, símbolo de la bondad del Creador genesíaco, contraposición del árbol del mal, apela la conciencia del poeta. Sólo desde él puede uno realizarse como criatura. Cortarle ramas a ese árbol constituye un error grave que ahuyenta el canto, la lira. Podemos acceder al poema “Tu voz sin sonido”: “mientras cortemos/ ramas a la vida/ volará el canto”.
Vargas penetra en su mundo interior y reflexivo. Desde la duda existencial, cuyas telarañas lo envuelven en su inconsciente, resurge liberándose de ella revelando la verdad profunda de su alma: “mientras escuche/ tu voz sin sonido / huirá la duda”.
El poeta, que ha conocido los lineamientos del Movimiento Interiorista, abre en su trayectoria un nuevo rumbo: el de la búsqueda de la verdades que apelan su conciencia: “Tu rubia mirada / puede convertir en pan / mis tímidas espigas”.
Trae a la memoria la vida de los nenúfares, esas flores acuáticas que se crían, asombrosamente bellas, entre agua y lodo. Vargas se sabe barro, pero de él puede, como el nenúfar, nacer la melodía de Orfeo o de Filomela. El que lo crea todo, aún de la arcilla de la tierra, Dios, deja arrullado al poeta. Es su “rubia mirada”, la que puede “hacer germinar en mi barro/ frutos que se escuchen/ en la garganta del zorzal”.
Prendido el poeta a la poesía procura ser indiferente ante el absurdo o sin sentido de la vida, sobre todo del sufrimiento y del dolor. Ha querido pintar “una cruz descalza”, una cruz sin Cristo, sin el cual es imposible obtener una respuesta a todo vacío o sin sentido.
El poeta sufre el temblor indescriptible de la muerte. Ante tamaña inquietud esta preocupación existencial aflora a su consciente de esta forma: “la vieja araña/ va tejiendo lentamente/ la almohada crepuscular/ con la hebra del suspiro”.
El poema “Lluvia en la mirada” delata una nueva actitud en el aeda. Tras la catarsis de “Los fantasmas del tormento”, esto es, de las sombras ocultas en nuestra conciencia interior, los frutos probados a escondidas del árbol del mal, “podemos erigir/ con roca sobre el espanto”. Cruz, culpa, fuga y olvido son unas constantes en nuestro poeta. No se puede escapar de la angustia de la cruz, la cual significa teológicamente lugar del dolor, del padecimiento, del abandono de los más queridos, de la muerte. Escapar de ella es imposible: “la fuga es otro espejismo” que retorna el dolor con más vehemencia.
Desde la pequeñez y la humildad el poeta quiere ascender, escalar, más allá de su propia sombra, de sí mismo. Su cuerpo es una prisión, un lugar de honda tortura de la cual quiere librarse. El poeta se desdobla para vedar su verdadero deseo: “ayúdales a escalar el muro de las penumbras”.
Los años se doblan con el tiempo y la vida es un ritual que culmina con la muerte: “He visto arquearse los años/... caminar lenta la vida/ hacia el ritual moribundo”. Desengañado de la vaciedad del mundo el poeta lo considera todo humo, nada, vaciedad. El cuerpo retorna a la tierra, al barro: “deslumbrado contemplé/ al humo ascender solemne/ dejando caer su cuerpo/ en una cuna de barro”. El poeta Antonio Machado nos viene a ilustrar también lo anterior: “todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar”.

VOZ EN EL AGUA, Maria de los Ángleles López Alfaro


«Voz en el agua», Centro Editorial, 2002, San Pedro Sula, Honduras, es el título del segundo libro escrito en versos por María de los Ángeles López Alfaro, afiliada a la estética del Movimiento Interiorista que anima el Ateneo Insular de la República Dominicana.
El libro está prologado por el Dr. Bruno Rosario Candelier, actual Presidente de la Academia Dominicana de la Lengua Española.
Candelier destaca de esta notable mujer de las actuales letras hondureñas que “una secreta angustia concita su anhelo trascendente y una vocación de amor le alienta el más hondo sentido de la vida”. En este trajinar su ser se ve apelado por el aliento cósmico, misterioso y fecundo.
Hay, según Candelier, en María de los Ángeles, una vigorosa, creativa y caudalosa sensibilidad metafísica. Esta cualidad de nuestra autora la enfila en lo real trascendente. De ahí su ternura cósmica y su empatía con todos los seres.
Dice literalmente Del Rosario Candelier: “Cuando una mujer experimenta la apelación metafísica, los fenómenos de la Naturaleza ejercen sobre su sensibilidad una atracción irresistible, y en el caso singular de María de los Ángeles la noche le atrae como expresión de misterio, y la luna, como símbolo de fascinación y belleza, se vuelve su cómplice secreto en su búsqueda de sentido, y en esa singular simbiosis se despierta su vocación erótica, se acrisola su vocación poética y se perfila su vocación metafísica”.
Esto queda claro en el poema “Ola de ternura”: «La noche me desveló mi sombra / y sentí el mundo tendido otra vez / en espera de mis sueños / Afuera el viento empuja la lira de la música / endulza el sollozo de las hojas caídas / la luna se mira en mis ojos de arena / y se ausenta / dejándome el azul de la mirada / La noche se consume en el silencio»…
Alfaro es una poetisa interiorista, lo confirma su lirismo intenso, ardiente y dramático, vinculado sobre todo a su sensibilidad trascendente, o lo que es lo mismo, a su impulso metafísico.
“Olfatea el misterio con temblor”; “siente el temblor de los ríos / que buscan sus aguas la brasa de los astros”; “tiemblan mis ojos en la sombra”; “el falso rumor de las olas” son unos de los versos más bellos de este libro.
Julio escoto, escritor, dijo: “Pocas autoras conozco que, como ella, conjugan tan intensamente el verbo vivir".
PRESENTACIÓN DEL LIBRO: “VOZ EN EL AGUA”
DE MARÍA DE LOS ÁNGELES LÓPEZ ALFARO

La luz de la mañana tiene como fuente originaria el sol que la difunde. La claridad es, en definitiva, el reflejo de aquello que la provoca. Voz en el agua, análogamente, es el reflejo de su autora, María de los Ángeles López Alfaro.
Su primer poemario, Horizonte que me toca, junto con Voz en el agua, nos demuestran una evidente vocación poética de nuestra autora.
No es pretencioso afirmar que con este nuevo libro M.A.L.A. entra definitivamente a formar parte de la nómica de mujeres valiosas de Honduras en lo que toca a la creación literaria, y, específicamente, poética.
Nuestra poeta, que pertenece al grupo literario Óscar Acosta, el cual está suscrito al Ateneo Insular, paraguas que cobija al Movimiento Interiorista, ha trabajado sus dos poemarios Horizonte que me toca y Voz en el agua sobre los cimientos de la poética interior.
Con el libro Voz en el agua María de los Ángeles logra aportar a la literatura hondureña un rostro nuevo en el quehacer poético. Ella ha asumido el compromiso de dar un rostro catracho al interiorismo. Este poemario es el mejor testimonio de lo que decimos.
Cuando en el futuro hayamos de enjuiciar la poesía que se escribe hoy en día en Honduras, habrá de recordarse los aportes de la poética interior como una manifestación de entre las que circulan en el país.

VENUS EN EL CAMPO, José Adán Castelar

José Adán Castelar, Venus en el campo, ed. Pez Dulce, Tegucigalpa, 2000.
Este poemario escrito en el otoño del poeta, deja, en la primera lectura, una estela de goce y emoción estética. Algo así como el buen vino que se cata y luego se vuelve a probar, convencidos de que el vino añejo es doblemente bueno y grato al paladar.
Venus en el campo es un libro sencillo, sobrio y enternecedor. Su sencillez lírica contrasta con la maestría de su autor. No puedo eludir la referencia de “Poemas de la vida sencilla”, del clásico del siglo veinte español, José María Pemán.
El libro tiene dos partes: En Zoo Menor y Venus en el campo. En la primera, Castelar, concitado por la belleza y lirismo que despierta la flora y la fauna, (tierra, aldea, loros, árbol, zorzal, colibrí, gata, vaca, gallo, hormiga, cangrejo, zanates, etc.) elabora su material poético.
Zoo Menor es la música secreta y casi imperceptible. Castelar la oye con ternura, con empatía, como si escuchase una sinfonía de Bethoven. Menor quiere decir –no poco relieve- sino belleza, armonía, música escondida en cada elemento de la naturaleza: «El verano es recuerdo de tumbas / y exilios. Y una flor levanta / manos extinguidas. Rumor del agua, nombre del paisaje».
La precisión del bello decir es un logro que se alcanza cuando se peina canas. Castelar tiene la virtud de nombrar con poco, mucho: «Estaba llena de pájaros y carcos. // Pequeña, hoja o nube. Cabía / en un grito solitario» (La aldea).
La belleza y lirismo en nuestro aeda va unida a la palabra, no a cualquier palabra retórica, sino a la palabra poética que sale de su alma: «Y los sapos, en el agua / de los patos diurnos, croan su amor bajo la luna» (Nocturno); «Tiempo verde-montaña. / Estación / cuarteada por senderos… / Hojas amontonadas como años» (Loros).
La lectura de Venus en el campo nos lleva al abrevadero de la ternura cósmica: «Azahar de preguntas. / Quietud / que abraza.» (Arbol); «Entre las hojas que ocultan misterios… canta el zorzal» (El Zorzal); «Agitado por la naturaleza… / tiembla el colibrí en su rayo de prisma» (El colibrí).
El pasado vuelve a la memoria con una impresionante claridad: «También mi ayer es un argüir de alas» (El cuervo). Así como el pasado se redime al recordarlo, no es menos desgarrador saber que el presente tiene algo de nosotros mismos que se lleva a pedazos en sus garras: «he sufrido… por todo aquello que nos abandona sin explicación» (la cucaracha).
El famoso clarín de la mañana aún tiene algo que decirnos de la mano del poeta: «Donde cante un gallo, / allí viven / el hombre y el amor».
La poética de Venus en el campo es reposada y tranquila, a lo Gracilazo. Aún más, hay una impronta casi mística, por la contemplación de los seres diminutos.
Las cosas que toca el poeta transmuta verdad y belleza: «Flor contrahecha. / Huella de los astros errantes» (El cangrejo); Los zanates son la «miseria del vuelo que no tiene paisaje»; «Argén lejano, gris / marginal… / Y las vacas son la noche / pastando: de sus ubres cuelga / la estrella del lago» (Las vacas frente al lago).
En la segunda parte: Venus en el campo, cambia el ritmo el poemario. Pasa de lo bucólico a lo urbano e imaginativo. Sin embargo, el hilo conductor siempre sigue siendo el primero, el rural: «Derramada, sobre el lago, luce la noche» (Tiempos).
Nada le es ajeno al poeta, ni la luna en su delgadez: «con dulzura / hunde el cielo su ancla en mi pecho… Y como el pasado, / es memoria que oscila» (Medialuna).
Venus es la estrella «que miró Darío», cercana, que yace «temblando como un cisne, solitaria, baja». El poeta no sólo mira a Venus, sino que la compadece por su soledad abisal, por el frío que la sobrecoge y aturde en el cielo: «Allí está: y busca compañía, / algún pecho, / unas manos».
El poema La Sabana me trae a la memoria algunas metáforas del poeta dominicano Manuel del Cabral y también de Huidobro. Castelar escribe: «El caminante: una llama; / y el perro detrás, traspasado / por la sombra de vuelos». (La sabana). «Sobre el camino / un caballo que se va agrandando a medida que se aleja» (V. Huidobro).
La nota urbana es clara, pero es menos estimada por Castelar, acaso por hostil: «Venenos y trampas en los rumbos del día» (Tegucigalpa); «pobres mujeres vestidas por la llovizna, / ruidosos vendedores de baratijas… Fuentes secas. Voces enredadas en el miedo» (Tarde en el Parque Central); «Mi calle / es el vientre de la luna, / el mástil de las aves migrantes» (Avenida Jerez).
Pienso que los mejores poemas del libro son: Un lugar, Árbol, Ver, Vacas frente al lago; Medialuna, Venus en el campo, La sabana y caminante.
Las palabras: cirros, vencejos, trenes, cisne, dan un aire modernizante al poemario. Reflejan el andamiaje de la cultura universal y un claro ejemplo de dominio del castellano.
Finalmente, concluyo con los siguientes puntos valorativos: 1. El poeta utiliza un lenguaje lírico natural y diáfano, apenas si hay pose. 2. La constante referencia a los elementos de la naturaleza empalma con la ternura cósmica, es decir, la empatía con las cosas creadas. 3. Gran precisión en el uso de la palabra. 4. La pobreza y la miseria queda conscientemente sublimada en el conjunto de la obra. 5. La sencillez no se riñe con la belleza, lirismo y el buen gusto, aunque a veces hay destellos comunes y poco atractivos. 6. Hay más intensidad y gracia poética en los poemas menos descriptivos. 7. Preponderancia de lo bucólico en contraste con lo urbano. 8. Poesía de la madurez, apartada del arrebato irreflexivo.

SOLARES, Fabricio Estrada


1. Introducción.
Fabricio Estrada es el autor de Solares, Ed. Pez Dulce, Tegucigalpa, 2004. Solares nos remite espontáneamente al inmortal poeta de Octavio Paz, “Piedra de sol”.
En estos apuntes veremos cómo el poemario responde a la tarea de declarar al menos una palabra sobre los hechos, aunque el poeta se sienta “un sol caído en desgracia” (Hijo del sol). Este poema marca la coordenada y la actitud fundamental –que no la única, como trataremos de ver en este comentario- de nuestro autor.


2. Realidad, desencanto y sublimación.
Estrada aborda la realidad reflexivamente y la escucha con afinado oído. Los golpes y tumbos de la vida contemporánea, como río atronador, no le hacen perder de vista la utopía: «perla escondida / en la ostra de mi mano».
Hay desencanto, decepción en Solares. La época actual, ficticia y vana, es engañosa: «El sol reflejado en anillos y cadenas. / Esta época es la época del insecto». El poeta, consciente de su paso por la historia, exclama: «Voy pasando entre luces / con una vela de oscuridad en las manos / como alma en pena entre los vivos».
No obstante la desilusión de la posmodernidad, Estrada visiona el mundo que desea. Plasma en su poesía la realidad que anhela su corazón: «De esos días / en que todo me induce al abrazo / e intuyo que vos, allá, en tu canto / me incluís en la vida, / me hacés ser la vida… / De esos días son los que hablo».
Solares nace en la urbe, lugar donde se conjuga el estrés y el vaivén humano. Lo cotidiano entra a formar parte de la cosmovisión de nuestro artista: «Si debo llorar / aprovecho el almuerzo, / entre las doce y una, como Dios manda, / luego sonrío y voy llameando por los pasillos, / pródigo de consejos y hablando del clima».
En Solares hay una intención de comprender el mundo y de aprehender la propia condición humana en el mundo. Un manifiesto vuelo de virtualidad nos desvela la más atrevida proposición del poeta: «El mundo tiene vastedad de sueños… / En un vuelo de teas el pensamiento debe buscar el pasto seco del silencio / y hacerlo crepitar / con voces ardientes / que lleguen a confundir al mismísimo sol».
No deja de haber un tono meditativo y filosófico. El influjo de “Cántico Cósmico” de Ernesto Cardenal –vedado y de telón de fondo- está vigente en Solares: “Al principio somos la idea, / las sombras que presienten las formas / las formas que son las ideas / y éstas, flotando sobre las sombras».
El ilustre Jorge Luis Borges, en su obra “Historia de la eternidad”, hace su presencia en Solares. La transitoriedad del mundo, de las cosas y hasta de las ideas, sacude los bastidores de la conciencia de Estrada. El concepto de lo eterno, palpado por un ser que vive una existencia donde todo caduca, pierde vigencia y es superado por nuevas técnicas y conocimientos. «El inmortal corre peligro. Se aburre. Rotos / los sellos, no hay secretos en el mundo… / El inmortal sueña / la muerte».
La realidad, las cosas mismas, son relativas: «Porque tal vez nada, hermano, / nada de lo que hablamos sea absoluto». Así, entre la esperanza y la nostalgia, el poeta teje su propia telaraña: «Vamos gastando palabras, / entera la esperanza, / perfecta / la nostalgia».
El rescate de las raíces aparece extraordinariamente cifrado en el poema “Cuscatlán” (ver también “Y si el país es todo un nombre”). Uno lee este poema y tiene la impresión de introducirse al reino de los poetas mexicanos náhuatl. Asimismo, Amanda Castro, contemporánea de Estrada, podría estar intertextualizada especícamente con su obra “Onironautas”. Estrada canta: «A caminarte vine, / Cuscatlán, / con agujas de pino para unirte… / A caminarte vine, Cuscutlán, / y no hay paso, / y no hay tierra que andar / y no hay medida para estrecharte / ni mayor sangre para hundir mis huellas».
Pablo Neruda en su poema “Machupichu”, uno de los más grandes y profundos del autor chileno, cantó lo nacional como un canto universal. Estrada empieza a universalizar Honduras –lo particular- en cuanto con su lira se ensaña afectivamente de su tierra y sus hechizos: «Ahora la tierra es basta / en Jamastrán del surco… / Vengan lluvias lejanas del Mocorón, / a engrosar los cauces y a besar convulsas las tierras bajas del Aguán… Hombres de poca fe y de mucha tierra».
La vocación poética es ya un hecho, una consagración en Estrada: «Defiendo esta rosa [la poesía] con mi espina dorsal… En tu templo de paja / fuego endiosado soy, / y me bendigo / en la terrible certeza / de ser tu tiempo y de ser nada a la vez».
El caracol, que oculta todo el misterio del mar en su espiral infinita, atrae la sensibilidad de Estrada y lo concita a buscar la música primigenia: «Caracol sonoro e íntimo / que se lleva al oído en busca / de la canción primera».
El poeta conjura la tristeza y la soledad con las palabras: «Amargo silencio / endulzo su grano con palabras… Ahí te escondés / tristeza torva y perseguida, / yo le miro de cuando en cuando como hélice».
Las calles representan los caminos por los que transitamos. Por ellas llegamos al punto al cual tendemos: «Las calles nos aclaran la vida, / la lluvia nos limpia y expulsa por desagües hacia el mar».
El poeta busca una explicación a los porqué, cómo y cuándo de las cosas. Sin embargo, nadie puede dar explicación y respuesta a todo. Es imposible. El conocimiento, hoy más que nunca, es fragmentado y parcial. No obstante, cada uno tiene que hallar sus propias respuestas para poder conservar la esperanza. Sería consolador recordar en este otero del pensamiento “Cantos de vida y esperanza” de Rubén Darío; “Esperanza en tiempos de crisis” del ensayista español, Pedro Laín Entralgo; el poema “Olmo viejo” de Antonio Machado; o el soneto “La araña” de Juan Ramón Molina.
Salares responde a una explícita actitud de desenmascarar todo aquello que desfigure la verdad meridiana: «No hay necesidad de que amanezca / para aclarar las cosas… El magma de la sangre / está explotando / en mi volcánico pecho».
El poeta, de suyo, es un ser apartado, reflexivo y observador; un ser atípico, no de las masas, sino de retiros en los que contemplar las cosas y replantearlas: «Huyamos de la estepa diaria… / Vámonos tras la vida / con fiera ternura, / Vámonos en busca del manantial y la lluvia».

2. La ironía, sazón agridulce de un poeta hijo de esta época.
La sentencia de Szymborska: “Soy hija de mi época / pero no por obligación” nos permite inferir la actitud básica del poeta. La ironía quevedesca desmonta la figura histriónica y bufona de los “papagayos”, iluminados y actores de aplausos: «Despertá de una buena vez, / los papagayos pueblan el techo».
Hay momentos de poesía realista y descarnada, atrevida y sin formato que la encorsete: «Me niego al juego / a costa de volverme humano y atropellable».
Bajo mi óptica, el oficio de poeta de Estrada es acendrado y numinoso: «La boca se bebe el tamaño de las palabras… la palabra que se gesta en milenios de calcio».
El poeta critica a los que, como gatos, presumen de videntes, prudentes y siempre caen de pie: «Ay de los hiperbóreos gatos… Ay de los gatos del Karnak… Ay de los gatos equilibristas… Ay del gato inmolado en todo barrio… Ay de todos los gatos,… / parcos serenos, caerán siempre de pie».
El poderoso con pies de barro, el elefante de cuello blanco, que es capaz de acabar con quien salga a su paso, es de ese tipo de seres al que le gusta «caminar de perfil entre la gente… Luz del desierto, / sonrisa ambigua y divina».
Las ideas monstruosas y cargadas de furia hay que desterrarlas: «Es urgente olvidarlas… y entregarse, luego, sumiso, / sin ninguna armadura a la espada sedienta de gloria / que toda tijera / enfrenta en sus sueños / como en una encrucijada».
El poemario nos revela a un aeda inconforme ante el mundo que le ha tocado vivir. Es notoria una especie de cólera callada: «Tan sólo un poder absoluto, / -la rabia tal vez- / podría descifrar el acertijo de su abandono, / esa inútil muestra de arrojo en mis puertas, / famélica y humilde» (El acertijo que arde en mi patio); «Asustado, / terriblemente abandonado, / salto en la espuma, / con la rabia canto / la lluvia del mar» (Entre dientes).
Ser hombre es ser “disperso”. Sólo la mujer puede devolverle la unidad esencial: «El hombre nace disperso, / busca su propia mitad / y un día la encuentra… y la mujer, conmiserada, / busca reunirlo». (Lo revelado).

3. Juicio crítico.
Solares es el sueño de ver un mundo nuevo, iluminado, donde la «luz primordial» reaparece, limpia y pura. Es la idea de lo eterno versus lo pasajero y cambiante. Es la realidad transformada, el universo libre de manipulación, y virgen. Utopía de un alma que visualiza, en medio de una época escuálida, un tiempo sin muertes ni miedo. Visión exacta de un nuevo génesis en el cual todo estará «empezando y empezándonos de nuevo siempre de nuevo».
La búsqueda de sentido, conciencia de la realidad, ojo crítico ante los acontecimientos y de la vida humana, el mito y el símbolo, ansia por hallar la armonía del mundo exterior y del mundo interior, son aspectos transversales en todo el poemario de Fabricio Estrada.
Solares, es el testimonio, más que de una persona, la que lo escribe, de una época, de un generación dispersa, que no se halla a sí misma porque se confunde con los estereotipos de la posmodernidad. En este sentido, el poeta es fiel a lo que escribe y coherente en su modo de enunciarlo poéticamente. Aunque su poesía, ligera de equipaje, no guste a todos, siempre nos acerca a la verdad de un autor audaz.
En el poemario vamos a hallar momentos menos musicales, poéticamente menos trabajados y desiguales. A veces se relativiza el verso libre con versos circunstanciales como el siguiente: «Supongo (y esto se nota, es cierto), / que para ser feliz / hay que tener mal gusto». A mi juicio, los versos-frases desafortunadas en un libro de poesía, aunque estén bien construidas, tienen que incluirse en otros géneros literarios.
Salvo lo anterior, estamos ante un poemario, Solares, que los estudiosos deberán considerar en la nómina de la poesía actual hondureña. Tengo la corazonada de que si Fabricio Estrada aplica a su vocación poética todo su talento y acervo intelectual producirá una obra que será reconocida en el ámbito literario.

PALABRA ESCULPIDA, Julio César Pineda


Palabra Esculpida, Centro Editorial, 2000, es la obra más reciente que conozco del poeta Julio César Pineda. El ejercicio de Pineda es intenso en esta obra simple (simple ontológicamente) porque recoge en haikus la abundancia de sus emociones estéticas con denodado atrevimiento de maestro que hace un noviciado en esa legendaria y particular forma de escribir asiático.
En Palabra Esculpida lo poco es mucho, como en efecto es toda obra de haikus.
Querría remarcar, que no juzgar si los haikus están logrados, los momentos que, a mi entender, sobresalen más estéticamente.
La agudeza del poeta en la captación de sutilezas cautivantes se hace patente: "A círculo divides la sombra, / detrás de los árboles " rueda tu soledad" (Luna). Todo buen poeta incursiona en los laberintos de su propio yo desde donde extrae interesantes destellos de su ser, como Narciso que se contempla, no en un estanque de agua, sino en una lágrima: "Agua / que descubre otro yo / en mi rostro" (Lágrima).
Palabra Esculpida es, también, un recinto donde se hospedan los viejos ecos de militancia y compromiso social: "El que defiende derechos, /da jaula al pájaro por hogar, / bozal por educación al ladrido" (Opresión). En este mismo orden, por poner no más que otro ejemplo, podemos leer: "El filo del cuchillo / se endulza / en los músculos del odio" (Ensañamiento")
Pineda asciende en intensidad humanista, volcado al otro, con empatía sincera, como ser que existe y no le puede ser indiferente: "Bajo una luna / no bien hecha / llevo a mi amigo en hombros hacia el universo" (Solidaridad).
El gallo, símbolo del amanecer, adquiere en la poesía de Pineda una resonancia nueva, atrevida y dislocada, pero realmente encantadora. Observemos: "El gallo vibra / ¡silencio! / le acompaña el canto del día" (Amanecer).
El encanto de la poesía amorosa, herencia indómita de la poesía hondureña, sutilmente, pero con fuerza, se adueña de nuestro creador. Un beso, un beso histórico ha marcado el inconsciente poético de nuestro autor: "Indeleble / trueno / en el recuerdo de tus labios" (Beso). Palabra Esculpida termina honrando el amor, el encuentro con la amada: "El día humedece / donde acuerda reunirse / la intimidad de los labios" (Encuentro).
La obra de Julio César Pineda recoge lo más vivo de su experiencia creadora y lo más sintético de su imaginación. Dicho de otro modo, Palabra Esculpida resume el intento de síntesis poética de su autor, su visión del mundo, de las cosas y la realidad misma.
Dije arriba que es una obra simple, porque abarca el ser mismo del poeta y su cosmovisión artística. Lo simple en Pineda es la búsqueda de una estética donde lo poco sea mucho y viceversa.
Palabra Esculpida es una obra de lectura ágil, sugerente y placentera. El lector se sentirá a gusto, sin duda. Pero si el lector es incisivo y crítico notará que el intento por hacer poesía en haikus no es tarea fácil, aun para el más ducho y maestro en la composición de ese género.
Palabra Esculpida es un poemario "que en algún tramo abandona el estilo Hai Ku. Obviamente, conserva el extracto e idea de éste", afirma el mismo poeta. De lo cual se puede inferir, que en sí mismo el poemario no es de haikus, sino al "estilo", "extracto" e "idea" de éstos.

HABITACIONES SORDAS, Gustavo Campos


Gustavo Campos (San Pedro Sula, 1984) publica su primer poemario, “Habitaciones sordas[1]” (HS) por la editorial Letra Negra, Guatemala, 2005. HS es el primer libro del poeta hondureño, Campos. A mí me ha impactado esta primera obra. En estas líneas ofrezco una lectura interpretativa que, soy consciente de ello, no agota, ni mucho menos, otras posibles lecturas. Apenas si aporto algunas pistas para quienes deseen seguirle los pasos, con miras al futuro, a este notable creador de la zona norte de Honduras. Allá vamos.
1. Sufrimiento, dolor y muerte, golpes misteriosos que invitan a la dicha del paraíso.
Gustavo Campos es un poeta joven y su reflexión acerca de la vida misma y todo lo que a ella afecta, está tamizada por una visión desgarrante, de mucho impacto. Su personal visión del sufrimiento, de la muerte y del amor inquieta y sacude al lector, a quien no deja indiferente con sus versos tejidos con imágenes crudas.
Campos abre su poemario con estos versos: “No me pondré el espíritu, la piel, el suspiro, / ni la escalera para subir latido a latido a los roces de la piedra vida”. Estas dos últimas palabras esconden el coraje que encierra el poema-rio y, en definitiva, desvelan los sentimientos de fracaso ante la partida de la mujer soñada. La resignación, la conciencia de que se perdió la amada hace reaccionar al poeta: “Iba a expulsarme del fondo de la sombra”, “No me tiraré como piedra en un agua / terriblemente muerta”. La atmósfera de frialdad, muerte y ahogo resume el estado de ánimo que padece el artista: “¡Desdichados relámpagos de carne!”
Los golpes de la vida, es decir, las decepciones, los desengaños amorosos, las heridas emocionales causan en el ser humano, y más en los artistas por su sensibilidad, estados de ánimos sombríos y depresivos. En algunos casos, ciertos artistas no resisten fuertes tormentas, prefieren acabar por la vía rápida su paso por el mundo, el caso de nuestro autor es distinto, asume una lucha tenaz: “Latir se volverá la costumbre estoica”; “Lloraré desdichado, / buscaré oportunidades enamorándome de un cuerpo de piedra”; “Mejores son los golpes de la lluvia negra. / Mejores los negros besos eternos”.
El mundo es un lugar de sufrimiento, de dolor y fracaso. Esta visión doliente de poeta empaña el horizonte y nubla el panorama de forma tal que, al parecer, no existe vida excepto la noche: “El mundo, experto en sufrimientos”. Toda probabilidad de bienestar es engañosa, una sórdida promesa: “El cielo sería una esperanza rígida, infierno blanco”; “Horizonte negro, te lloraría mi dignidad oscura / de laberinto”.
No cabe duda, Campos escribe desgarrado. El amor, herido, ha muerto. No hay espacios donde quepa excepto en la tumba: “Para el amor no hay mar, / está demasiado muerto. / Para él no hay niebla… para el amor no hay una lluvia con atardecer”.
2. Habitaciones sordas, mundo poético inventado para aliviar el desengaño, el desamor.
No faltan toques ingeniosos en el joven poeta Campos en su notable empeño por poetizar su experiencia: “Nunca te he amado, zarza fría”. Si esa zarza fuera la del Sinaí bíblico sería de orden divino, pero creo que se refiere a una diva de orden humano. Resulta llamativa la bipolaridad del aeda quien zahiere, por un lado, a la presunta “zarza fría”, con una evidente intención de repulsa y resentimiento; y por el otro, se ensimisma en la poquedad de su existencia. Me llama poderosamente la atención: “Soy mugre, no humano. / No valgo más que hojas caídas, que cenizas. / Me sustento entre charcos”.
Las imágenes que usa el poeta son un espejo que refleja con nitidez su estado emocional, sus vivencias humanas. Es placentero ver esas hojas caídas sustentándose en las aguas de los charcos. A medida que se avanza en HS hallamos a cada paso a un poeta sacudido por sus vivencias, fragmentado, solo, sin más mundo que el que inventa poéticamente para mitigar el sufrimiento: “Sin amor, / con algunas desmerecidas lunas”.
Olvidar a la amada supone para el amado la pena de muerte, el suicidio. Es preferible el resquemor de haberla perdido, que no el de olvidarla, porque en el fondo el recuerdo es una forma de tenerla viva en la memoria: “Una helada lluvia baña su sombra. / Ella es primavera en niebla: olvidarla es anunciar mi muerte”.
La persistencia de la emoción poética que vapulea la conciencia de bardo Campos choca continuamente en un punto, el de una vida azarosa. No porque la vida en sí le dé náuseas al poeta, sino por los chascos que ha tenido en lo que al amor concierne: “La vida no es muy cierta y el amor son restos del heno eterno. / Rememoro una antigua primavera… a mi paso hay innecesarios labios… Busco mohos del amor que siempre me será negado”.
3. El tono lújubre de Habitaciones Sordas.
Una nota esencial de este poemario es la sensación atroz de naditud y vaciedad existencial: “Tengo en mí la bruma, la máscara oscura de la ciénaga… Soy fútil, / menos polvo”; “Nací sobra, légamo. / Nací excesivamente piedra”. A la par de esa impronta de sinsentido de la vida también surte al paso el aspecto sobre el cual Campos articula el poemario: el tono lújubre.
El poeta apela constantemente al símbolo de la muerte y a todas sus manifestaciones. Esto es, a sus formas y variables de la muerte, no tanto como problema, sino como consecuencia del afecto perdido, del amor roto, destrozado: “Sus cenizas se reúnen aún después del fuego. / Los lugares muertos son la vida que jamás se agota… / En coma mis labios buscan su sombra”.
Hay una música elegíaca en casi todos los textos del poemario: “El desdichado zorzal canta su última vez desde el abismo: / los pájaros muertos se hacen pesadillas y laberintos”. Digamos que lo que el poeta pretende es “crear un cementerio de metáforas”.
El desenfado del poeta, aliñado con un deje de coraje y determinación, es frecuente en HS. Es un tono agridulce, enojado. Es una forma de estar despierto, autodeterminante. Lastimado, pero dispuesto a afrontar la despedida del ser amado: “Es hora de llevarme mi último aliento… Hora de llevarme la ternura enfurecida de mis gestos, / que esperó volar a otro cuerpo./ Me llevo algunos cuadros bellos de la vida, / para adornar mi habitación oscura y sorda./ Adiós a la angustia que siempre he tenido”.
En HS hay una impronta baudelairiana. Este dato es un hallazgo que está omnipresente en el tema, en el tono y en la estructura interna del poemario. El poeta, acuciado por la angustia, por una fuerza demencial, exclama: “Déjenme morir/ porque estas cenizas se han congelado… Dejen que los gusanos me besen/ como jamás me han amado”.
Los versos de HS estremecen por su fuerza y diafanidad. Las imágenes de muerte -como hemos dicho arriba- conforman la atmósfera fundamental del poemario de Campos. ¿Qué es lo que inunda el alma del aeda que es capaz de exclamar: “Déjenme morir y disolver esta piedra de niebla”. Hay, sin duda, en HS una extraña confidencia, una franca confesión de un alma atormentada. El testamento de HS es “déjenme morir”, un poema desgarrador, atroz casi sartriano. Tal vez sea, después de “Tus ojos me alejaron del camino”; “Desde las extraviadas olas en orden solitario” el poema más importante de HS.
4. Apuntes para una lectura comparada.
HS, que sale publicado a la par de “Morir todavía”, de Giovanni Rodríguez, contiene influencias, sutiles, por supuesto, de este último. La temática de “Morir Todavía” es refinada, más subliminal y metafísica. En cambio, en HS es más descarnada, realista y onírica.
Campos y Rodríguez han compartido mucho antes de publicar y se conocen tanto como las palmas de sus manos. Debo decir, además, que el léxico de “Morir todavía” -que está influenciado por la Poética Interior- está presente de una forma innegable en HS. Para ser preciso en esta afirmación podemos hallar “metasemas” (vocablos provenientes del Interiorismo) como “sombra”, “abismo”, “niebla”, “noche”. Sin embargo, la aplicación de éstos no es lo mismo en HS que en “Morir todavía”. En éste refieren la realidad trascendente y en aquél la realidad imaginaria inmanente. El influjo, por tanto entre los dos poetas es generacional y lexical.
Otra concordancia entre HS-MT es el tratamiento que recibe en cada obra la muerte como factor preponderante. Para Campos la muerte es más surrealizante y onírica, para Rodríguez, en cambio, es más heideggeriana, o sea, más metafísica. Una lectura comparada de ambos autores nos revelarían otras similitudes. Aquí sólo apunto unos indicios que podrían llamar la atención.
5. Resurgir de la muerte, de las cenizas, como ave Fénix.
El único lugar posible donde el poeta halla la oportunidad de renacer es “en un nido de zorzales”. Es decir en la música, la poesía. El zorzal, que aparece nombrado cinco veces en el poemario, es un símbolo de la melodía, de la música, del canto, de la poesía.
El zorzal, o lo que es lo mismo, la lira y música de la poesía es el sustento para el aeda: “Comeré zorzales muertos./ Comeré sus picos./ Sus alas./ Sus patas./ Comeré/ ese último gusano que/ hay en su buche”. Este alimento le da al poeta energía para hacer vibrar al zorzal que hay en su pecho, a su corazón. Esta vez lo hace con dureza: “Me repugnas ahora,/ que mi corazón es un zorzal envenenado”. En el lodo o cieno nacen las más bellas flores. El corazón, aunque envenenado, “es el fruto del lodo”, es la parte bella y sutil que, rodeada de muerte, golpes, abismos, abandono y resequedad amorosa, conserva el amor.
El poeta, a pesar de su experiencia de desengaño amoroso, reconoce que “sí existe el amor”. La pérdida de la mujer amada ha supuesto para el poeta la muerte. Esto es lo que canta, en definitiva, Campos, “ir a la tumba sin ella”. Ella, la que lo hirió de muerte y que sin embargo, “se puede amar”.
Un vitalismo furioso caracteriza a Campos. Verbaliza su propia realidad con desnuda franqueza. Eso es lo que llama la atención en HS: “Mi peste me ha aislado./ Quiero desaparecer/… Mi sombra siente asco, se escalofría al tocar/ el borde de mis pasos… Qué trémulo el pozo hondo que me orienta cuando avanzo./ Lloro sombras a mi paso”.
Síntesis: A mi juicio considero que los siguientes ejes vertebran el poemario que nos ha traído hasta este punto: 1. HS encierra el canto adolorido de un bardo que, a temprana edad, ha sido capaz de poetizar su propia experiencia de sufrimiento, dolor y muerte. 2. HS es una creación con la clara intencionalidad de construir un mundo poético en el que poder habitar, sublimar el vacío existencial. 3. El texto contiene un tono eminentemente lújubre, mediante el cual expone las variantes de tánatos. Sin embargo, no por ello el poemario pierde consistencia, al contrario, la conserva y la potencia. 4. Hay un posible influyo de la obra y pensamiento contemporáneo de “Morir Todavía”, obra tamizada por el Poética Interior, así como de algunos usos de metasemas de la fuente interiorista. 5. El amor es, en el fondo, el aliento soterrado del poemario, la única posibilidad de seguir viviendo. 6. La poquedad que trasuda el yo poético es tremenda: emula escenas de terror, de anirismo, de pesadillas que el lector puede visualizar con espanto: “¿Quién besará con un inédito asco mi carne muerta?”
[1] Este título es de un verso de Julio Cortázar del poema “Objetos Perdidos”: Por veredas de /sueño y habitaciones sordas / tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos”.

EXPLORACIÓN AL HORMIGUERO, Rolando Kattán

Rolando Kattán es el autor de Exploración al Hormiguero, Ed. La Sexta Vocal, Tegucigalpa, Honduras, 2004.
El poemario está dividido en dos partes: Especies y Hábitat. Ambas conservan la impronta de un poeta acuciante, desenfadado y decidido.
El hombre hace ruido, mas hay secretos ocultos que guardan la armonía de las cosas (11)[1]. La modernidad le ha impuesto al hombre un modus vivendi de etiquetas y estereotipos, a menudo inaceptables. Sin embargo, llagado por la inexorable muerte, saborea el amargor de la contingencia, la finitud (12).
En este mundo de espejos, luces y virtualidad los niños parecen ser los únicos que viven ajenos y sustraídos de las preocupaciones, el amor pasajero y el afán de lucro. Tal vez los niños sean los que hayan comprendido que la tierra es su mejor aliada: “Sabrán ellos que la tierra será su única compañera eterna” (13).
A pesar de la alienación y vacío de la posmondernidad, la necesidad de Dios o de un dios, que esté por encima de las fuerzas humanas sigue vigente: “Compadécete y hazme / a imagen y semejanza de ese hombre cualquiera” (14).
La transitoriedad, la nostalgia y la vuelta al pasado –solicitud del alma al poeta– forma parte de esa dimensión permanente del ser humano que llamamos memoria. Uno se mira en los abuelos, en las fotografías, en los objetos heredados. Al topar con todo ello nos damos cuenta de que algo se nos quedó por el camino, pero al mismo tiempo algo nos ha llegado, aunque sea en una fotografía: “que burla la vejez / con una quieta mirada” (15).
El poeta se propone un canto para salvar su tiempo, para arropar el pasado. Esto le convierte en un “dictador de rosas”, en un “buscador de nuevos caminos” para darle de nuevo el toque primero a cada cosa: “dramatizar el primer beso / con las caricias amañadas por los años” (17).
Testigo de la ciudad, (esta impronta empalma con la segunda parte, como veremos más abajo) el poeta mira el amor furtivo, libre, cuyos códigos, pautados por los instintos y las prisas, se ve obstaculizado por la gente (19). De la cotidianidad extrae sugestivas imágenes como esta: “las calles juegan a empinarse” El horror urbano resulta aleccionador: “la vista camina ofendida” (20). Las luces de la noche son engañosas y lo que ellas, como estrellas, reflejan: “He visto florecer estrellas… / ya te he visto lo suficiente en este mundo / tan falso como tus ojos” (22).
Kattán ensaya giros propios con atinado hallazgo del lenguaje: “parido he sido de mis entrañas” (23). Juzga el experimentalismo genético. El dominio del mundo devendrá por la manipulación genética: “nuevo imperio / que se gesta en probetas de lobos” (23).
Hay una actitud fundamental en Rolando Kattán: desmitificar las mentiras verdaderas de la época que le ha tocado en suerte, es decir, reinventar de nuevo mitos, leyendas y tópicos. Quiere exponer su propia visión del mundo y de las cosas: “empezaré de nuevo / a aprender los trazos de mi sonrisa / a buscar el final del arco iris… / desalfabetizarme con cada conquista… estar seguro / de que la moneda más grande es el sol” (24).
Los sueños son semillas de esperanza –esta impronta aparecerá otra vez al final del poemario– anhelos profundos de un poeta joven que busca definir su ser en el mundo: “Sueños: pudrámonos con la esperanza de despertar” (25).
Nuestro poeta, con un lenguaje mediatizado por una sociedad enferma, descubre en ésta actitudes humanas de soberbia y maldad: “las hienas rondan la noche / se ríen / saben que los pájaros me ven con prepotencia” (26). Sólo al final: “cuando el sol muera / la luz… / despejará sin reflejos ni sombras / los oscuros rostros del hombre” (28).
Mientras, ¿qué nos queda? No hay respuesta, salvo que “los senderos que quedan son de roca y fuego”. Pero el camino que hay que recorrer, ¿cuál será? El poeta sólo pregunta, no da respuestas. Después de todo: “¿Qué camino deberán buscar mis pasos / si no pueden pisar los suelos / en donde se quedaron las flores?” (28).
Trastocado por la grandeza de la libertad, Kattán, incasillable, parece haber dado con la máxima que rige su universo personal: “Soy una pieza con una función no establecida… un dios absoluto de mis pasos” (29).
El poeta tiene conciencia de la realidad y de la historia de Honduras, vejada por manos intrusas y abusivas: “Sus huellas digitales ya sólo son pedazos / en manos ajenas” (33).
Pero también las cosas pequeñas no les son ajenas. El poema “Elegía a una hoja” es la fiel muestra de que estamos ante un joven creador con gran potencia y sensibilidad: “Vieja y virgen / dibujó algunas palabras clandestinas. / Sufre en silencio / con un bozal de espinas doradas / callada. / Como un agujero blanco que se traga todo / se abandona al viento”.
Kattán escribe sintiendo con profundo pesar la grave situación de su país, cuya historia (glosa unos versos de Roberto Sosa: “se puede escribir en un fusil… en una gota de sangre”). Honduras es el país de los ciegos, la que “agoniza en una esquina”.
Nuestro autor asume la tarea de presentarnos un cuatro, Hábitat, de quienes viven en la urbe, ateridos por la marginación, el hambre y el miedo. Los cuadros de pobreza de la ciudad, asumidos por el poeta con sinceridad, porque “ser sincero es ser potente”, como dijera Rubén Darío, dan forma y contenido a esta segunda parte: “Ellos curan sus pies cortados con la lluvia… / En la íngrima pobreza / la sonrisa se pierde en un censo” (40). “Se traga la voz / porque / la noche debe haberla vestido de miedo. / Habita las esquinas / con el hielito de sus ojos hecho pedazos” (41). “La extravagancia del hambre / le cambió la voz / por esa flauta que invoca al fuego” (42). “los niños / que enjuagaban su boca / con las lluvias sucias de las noches” (43).
Decepción y desencanto es lo que resuma el creador al ver que es muy poco el compromiso genuino por el país, Honduras. Los que pudieron ser luz que sitúen el rumbo de los próceres de antaño, dieron la espalda al país: “Mi bandera es tierra / no retazos: / tierra pisada y sin nieve. / Un árido camino al que las estrellas / le dieron la espalda” (45). Los protagonistas de la vida pública están muy ocupados en el poder y el flujo de la economía, por eso en “Honduras ya no hay volcanes”, (idem), hombres y mujeres con visión de futuro, capaces de erupcionar nueva savia a las conciencias indolentes.
También Kattán explora el hormiguero de la ciudad, sobre todo de noche, y se halla con un panorama terrible: “cristos maquillados con la mugre de otros. / Costales de latas y harapos que cargan las penas… / piernas enmalladas / que pisan la desgracia con un tacón que llega al cielo… Son niñas / que huyen de la noche en barquitos de cartón… autobuses llenos de rabia” (46).
A pesar de todos los hallazgos en el hormiguero que es Honduras, Rolando Kattán, espera una nueva época, cómo y cuándo, no se sabe, pero sí sabe que un día será el gran día en que canten los gallos: “¿A qué hora cantarán entonces los gallos de barro?” (48) Un día la justicia será respetada en los estrados: “Temis podrá caminar desnuda sin peligro” (49).
De ahí su canto final: “Honduras / cuando madure / será una fruta deliciosa” (51). Lo que viene a confirmar el poeta Antonio Machado, “late corazón, no todo se lo ha tragado la tierra”.
[1] A partir de este momento, salvo indicación, los números entre paréntesis remiten a la página del poemario Exploración al Hormiguero de Rolando Kattán, Ed. La Sexta Vocal, Tegucigalpa, Honduras, 2004.

YAZZ, Edgardo Florián


Yazz, Tegucigalpa, 2003, es un libro de poesía de Edgardo Florián quien se suma a la lista de una nueva generación de poetas hondureños con obras publicadas.
Les expongo mi visión de la obra con un único objeto: dar a conocer la obra del poeta y, divulgar la creación de los jóvenes valores hondureños.
1. El uso del lenguaje común acampa en esta obra. En sí el lenguaje común no es una tara para la creación poética: “7 lunas /antes del parto / cayó / en un tonel / de basura” (Gateos I). Otro ejemplo: “Salen del colegio / campanas / Uno a otro / suben la baranda / roban zarciles / regresan / con lenguas moradas / abuelo en siesta / vuela bigotes / meciéndose en la hamaca” (Gateos II).
2. Preocupación por los acontecimientos. No desaparece en Florián la herencia sosiana, esto es, la preocupación por la realidad histórica. Hay una gran diferencia que me gustaría precisar, así como a Sosa le preocupan el mundo dividido por las injusticias, a Florián, que pertenece a la generación de las comunicaciones, le impactan hechos acaecidos en cualquier parte del mundo y en cualquier momento del pasado: “Ningún aullido solar / palpitó este tiempo cruz / Inventos / explosiones / un instante / hongo de fuego / me vuelve ceniza” (Hirozaki 1945). “Vagones / Alambre púa / lloran las viudas / sobre el queso / Nómadas sombras / enrojecen el líquido sendero” (Bosnia en fotos).
3. Poesía de la experiencia. (Madretriz) Esta es con seguridad la característica más saliente de la poesía de Florián. La poesía de la experiencia es una mezcla de imaginación y realidad, numen poético y cotidianeidad. Poetas como Francesca Rendazzo, Fabricio Estrada, Rubén Izaguirre y Héber Sorto son parte de esta nueva etapa de la creación poética hondureña. Veamos un texto de Florián: “Paleta / Casa enterrada / Frotagge / a la vista / Curva / y vidrios torturan el ficus / El padre lleva buenas noches / a los libros/ Drácula / de 3 a 5 / A mi costado / un señor / devora niñas / Zanates / riegan caramelos / Una anciana / espera el tilín / de las monedas / ¡Próxima!”. “Caribean bicicletas / bajo el sol habanero / Mariel y sus ratas / desde lejos / gimen balsas // Atardece / la casa descansa” (Cuba Libre; ver Sobredosis).
Yazz está configurada por un entorno de farándula, vida nocturna en la calle, cercanía a los bares, al cine y a la música. Esto es lo que me da pie para sostener la tesis de que estamos ante un género de poesía que se llama Poesía de la Experiencia o de la Vida Cotidiana.
3. El uso de anglicismos. Este aspecto, aunque no es esencial en la obra de Florián, sí me resulta interesante por la sencilla razón de que nos abre una ventana en la comprensión del poeta. El poeta trastoca el inglés y lo manipula para engarzarlo en su creación. El título intencional del libro es un ejemplo: Yazz, Warboy, Foresteyes, además utiliza nombres propios en inglés tanto de personas como de ciudades y alguna cita en dicho idioma.
4. Juicio crítico. La obra en cuestión, a galope entre la experiencia y lo numinoso, después de leída, deja la extraña impresión de abismo, de vacuidad total. Por otro lado, el libro no tiene índice y eso, claro, es un descuido. El uso forzoso de imágenes poéticas, ejemplo: “sueño colgado en la lluvia”, “fuman miradas” son juegos verbales que no dicen nada por ser imágenes huecas. Asimismo, el léxico cotidiano, cuando no está elaborado poéticamente, le resta numen y brillo artístico al texto. Yazz es una obra en búsqueda de la propia voz y del propio yo poético. Y, evidentemente, hay que esperar el siguiente libro para hallarnos con una revelación más profunda y con asidero.
(Nota: e-mail de Egardo Florián: yazztaman@yahoo.com)

LA ETERNIDAD QUE ME QUEDA, Dennis Ávila


LA ETERNIDAD QUE ME QUEDA, «Algunos conceptos para entender la ternura», Ed.Sexta Vocal, Tegucigalpa, 2005. El poco usual título en un libro depoesía es, de suyo, una introducción para el lector. Pero,contrariamente a lo que pensemos, el joven poeta Ávila va mucho máslejos.ACT (así vamos a nombrar desde este momento el poemario de Ávilapara efectos brevedad) ha sido concebido con soltura, sin hacerchirriar las palabras con la búsqueda obsecada de la metáfora.Ávila marca, desde un principio, su propio territorio, es decir,anuncia su carta de intenciones. Nos revela lo que él es y lo haceabiertamente: «De aquí para adentro / la casa es mía / tengo luces,sombras / humanidad y lobos… De ahí para adentro / mi casa tambiénes tuya» (Propiedad comunitaria).Las diferencias y a veces la incompatibilidad de caracteres, formanparte de la convivencia humana. Es frecuente convivir en un mismoterritorio, aunque nos cueste tener que aceptarlo, teniendo querespirar el mismo aire con otros: «Nunca te vi llorar en los brazosde mi madre. // Pero habitamos, somos / los pies sobre la tierra ylas alas sobre el vuelo». (Ingreso al planeta).El lenguaje común, el de todos los días, es manejado por Ávila con fluidez y rítmica musicalidad: «A lo lejos de tu casa está el campo / la obstinada precisión de los ríos / con sus paladas de agua dulce / remando en ellos mismos / tragándose, golpeando todas las piedras: / ríos con los ojos puestos en el mar: / el destino salino de las cosas» (Exploración de sitio).La memoria es un cúmulo de experiencias vividas. La mirada es partefundamental en el registro de los recuerdos. Para llegar a lafelicidad es necesario romper las barreras: «Si vences la oscuridadque accidentó al sol»; «para llegar a tiempo y espacio a laesperanza» (Ternura).La esperanza es una actitud de confianza en el devenir, por lejanoque esté y por árido que sea el momento presente que vivimos. Sólollegan lejos los que han sabido palpar y valorar lo inmediato,quienes toman en cuenta todo aquello que les afecta: «Y si no puedesllegar lejos / sencillamente / nunca has estado cerca» (ídem).La ciudad, ámbito asfixiante, rutinario y de estrés, sofoca, nopocas veces, al hombre de la era de las comunicaciones. El poeta,como un albatros, se sitúa por encima de la bazofia temporal en unanegación del absurdo y de la náusea cotidiana: «Aparta de mí estosojos en peligro de expansión / úneme a la tierra, algún día me cansédel mar / y de mi azar intemporal en la memoria / de un albatrosurbano… // Yo tampoco he querido vivir tanta basura, ave negra»(Zopilote).Ávila contrapone con frecuencia el sentido común del manejo de lapalabra, lo acabamos de ver: "estos ojos en peligro de expansión".Pero lo vamos a ver en el siguiente poema, utilizado muyincisivamente para desenmascarar, con ironía refinada y lucidezreflexiva, a quienes no toman parte de los problemassociales: «Lluevo mi nube. / Tú llueves la tuya. Vos. / Él llueveporque Ella llueve, suponiendo / que Nosotros, atormentados,relampagueamos / oriundos del mismo cielo / praxis de vientosperdidos / en contribución al incendio. / Vosotros, es decir,Ustedes / si les pasa el secuestro de un sueño / el asalto de uncorazón / o si acribillan a un bus / más inocente que el polvo /sólo así, llovéis. / Ellos, siempre en serio, provocan la lluvia»(Con jugar en serio).Llegar a anciano sin haber hecho el bien, sin dejar las huellasintachables, propia de los seres humanos que piensan, más que en símismos, en los otros, es verdaderamente desolador. La conciencia seconvierte así en el peor juez: «Llegaste a viejo / y ese día dejastesalir a los niños / por una puerta enloquecida / y no lavaste losplatos devorados… / y la memoria daltónica / de los abuelosculpables» (Deuda interna).El ritmo interno resulta particularmente interesante en los dosprimeros tramos del poemario. El interés aumenta en la medida en queel autor toca las vivencias o experiencias personales y las haceresonar en su versos: «Acepto tus escombros cuando vengas / aceptoarrodillar mi lengua ante tus ruinas… / Yo soy el que te regresa lassandalias / cuando las calles se descalzan en tus pies» (Hijapródiga).Ávila busca experimentar con la palabra, desafía su imaginación y,en ese atizar su conciencia creadora, menudea la imagen conchispeante claridad: «Me arde el cielo / duele la calma sin mirostro… / Queda presa la cárcel» (Primera piedra).Pasado el turbio "palabrerío" el poeta vuelve recuperar, en el tramofinal del poemario, (Últimos exilios) el tono sereno con que empezóy guía al lector a otras esferas: «Un dolor de pájaros inquietos /un profundo verde sin latir de hojas / una palabra de viento» (Egolatía).La vida contemporánea, sujeta a la tecnología, desarticula la pazinterior, la cual no es posible si no hay un oasis para lamisma: «donde nadie reclama las percha de tu ropa herida» (Paz).La temporalidad, que devora todo, incluso a uno mismo, asalta alpoeta, mas algo hay que no declina, que perdura y nos lanza hacia elmañana: «Sin duda alguna soy como yo en el futuro, / sólo quetodavía me sirven los ojos para leer, para / llorar. De modo que estuya la eternidad que me queda» (El ser querido).El poeta se sirve de la poesía para perpetuar su estancia en latierra, para sazonar la existencia y darle sentido con la convicciónde que en el poema se constata el nacimiento de algo ligado a labelleza y al misterio: «es un poema el que te gesta / la sensaciónde que algo tuyo nace» (Hombre de poemas tomar).Juicio crítico: La poesía de Ávila apunta a la madurez y hay en susversos improntas atractivas que presagia a un creador con sellopropio: «En lo corto de mi historia / he sido serenamenteolvidable»; «La llegada en gran parte / llegó con vos» (Horizonte).Dennis Ávila pertenece a la generación de poetas hondureños que,bajo mi criterio, orbitan en la Poesía de la Experiencia. Esto sesustenta en el hecho de que su poesía es urbana y evoca la vidacotidiana con todas sus luces y sombras. En consecuencia, ACT secircunscribe en la Poesía de la Experiencia. Esto es, en una formade poetizar la vida cotidiana tal como es, sin mutarla con lapalabra, más que lo necesario para retener sus momentos,ejemplos: «El amor inicia y no imagina / que dos lunes lo vuelvencotidiano / se ensalza con nuestro tiempo y nuestras calles / yrecuerda desde luego el primer beso / para entonces ya es muy tardedetenerlo / para el caso / siendo un huésped se atrevió a usarnuestro escalofrío / a la hora de las maletas y los viajes»; «Cartapública para dennis / su despacho / podría decirse su casa / yviceversa / compañero: / usted sabe que puede contar con la vida /mientras tanto cuente con el recuerdo» (Palabrerío).El poema "Tegucigalpa" es, acaso, el más evidente ejemplo de lo queafirmamos arriba, es decir, de la Poesía de la Experiencia: «Abro lapuerta. Miro la calle. Miro hombres, perros, gatos / todosimaginarios circulando / pasos según sea el dolor / pasos según seael tiempo. / Miro a los gatos, ya no es tanto el odio: paz a losperros de buena voluntad. // Transcurre el día y llega la tarde rotade calor».Ávila habla de sus vivencias, de emociones como una manera deasentarse en el mundo y en su tierra. ACT es un intento de serescuchado, oído en su tiempo, en su época. Expone su propia palabra,su particular forma de concebir la poesía. Ha hablado el poeta y haentrado en diálogo con nosotros y con el mundo. Eso es, de suyo,valioso.Hay en ACT rémoras de palabras y frases que eclipsan la bellezaperseguida por el autor, ejemplos: "Agua que sí he de beber"; "Estaes la guerra que tiene a la paz" (p. 28); "que te ausentaras de laausencia" (p.37); "auséntate de la ausencia" (p. 40).Queda pendiente el reto de dar el paso de la palabra que "nombra" ala palabra que "revela" por la imagen poética la "esencia" de lascosas. Falta dar más, arriesgarlo todo hasta oír a los dioses paraapresar sus revelaciones como Hörderlin. La poesía es másque "palabrerío", la poesía, lo digo con Martín Heidegger, "soportala historia". En este sentido, el poeta tiene la misión de caminarhacia una poesía que rescate e instaure lo permanente.San Pedro Sula, 26 de mayo, 2005.Fausto Leonardo Henríquez

INSULA PRESENTIDA, Por Azucena Gutiérrez

Para una lectura del poemario "Ínsula Presentida"
Introducción
Con verdadera satisfacción he leído la más reciente producción literaria del sacerdote y poeta dominicano Fausto Leonardo Henríquez, quien reside en nuestro país, consagrado al ejercicio pastoral y al cultivo de la poesía, siendo esto último, actividad artística legendaria, ideal para manifestar los más altos valores del espíritu.
Conocí a este joven soñador a mediados de 1998 en las tertulias literarias de la ya desaparecida Asociación de Escritores Sampedranos, que tenía como sede el local de la Sociedad Cívica Unionista “La Juventud”.
En el primer encuentro que tuvimos con Fausto Leonardo Henríquez, este joven sacerdote hizo una interesante exposición sobre el Interiorismo, nueva corriente literaria que estaba transformando la actividad poética en la República Dominicana. Resumimos sus palabras sobre este tema hasta entonces desconocido en el ámbito literario de nuestro país.
«El interiorismo, como ideal estético en busca de imágenes eternas, ha existido a través de la historia en poetas de la dimensión de San Agustín, Rainer María Rilke, San Juan de la Cruz, Francisco Matos Paoli, Manuel del Cabral, Octavio Paz, Jorge Luis Borges y otros notables poetas. Pero quien ha formalizado y ha conferido la categoría de movimiento literario a la Poética Interior o Interiorismo, es el eminente intelectual dominicano, Dr. Bruno Rosario Candelier. Este ilustre intelectual ha escrito el Manifiesto de la Poética Interior y lo ha dado a conocer en el primer Congreso del Ateneo Insular, celebrado en la ciudad de Santo Domingo en 1990».
De lo anterior se desprende que la Poética Interior es una tendencia que presenta una propuesta estética bien definida y diferenciada de otras corrientes, que ha generado una nueva sensibilidad en la expresión artística y literaria mediante el cultivo de la mística, la metafísica y la mitopoética.
“Ínsula Presentida”, nuevo libro de poesía de Fausto Leonardo Henríquez, tiene su origen, eje y plano fundamental dentro de las coordenadas del Movimiento Interiorista. Veamos el porqué de su título: según del Dr. Bruno Rosario Candelier[1] hay una expresión creada por San Juan de la Cruz que habla de “ínsulas extrañas”, para aludir a ese mundo interior amasado en el cúmulo de vivencias entrañables que se asientan en la memoria. Para el poeta Fausto Leonardo Henríquez la “Ínsula presentida” es la eternidad.
Esta obra poética se divide en dos partes: la primera parte que lleva el título de “Vuelta a los orígenes” está configurada por cuarenta poemas cortos en donde se refleja la preocupación del poeta acerca del estadio primigenio anterior a la infancia del hombre. Cada poema aparece en forma esquemática, característica inherente a la poesía contemporánea, fundamentada en la idea de que “un solo verso basta para condensar la compleja multiplicidad de la vida humana”. La segunda parte que lleva por título “Espejismos intangibles”, contiene cuarenta y seis poemas. En ambas partes, el lenguaje poético que prevalece tiene como base lo que Greimas llama “categoría interoceptiva” o sea un lenguaje de tipo mítico.
1. Temática y recursos estilísticos utilizados por el poeta.
A lo largo del poemario “Ínsula Presentida” percibimos la expresión de las vivencias entrañables del poeta y la presencia de un amor inefable hacia Dios. Desde el poema inicial hasta el final, el poeta se vale de metáforas y símbolos para exteriorizar una gama de valores interiores. Vamos a ejemplificar con fragmentos de los poemas utilizados.
En el poema 86 se manifiesta la transparencia del yo lírico:
“Verdad profunda, océano inviolable. Se ahoga en ti / mi inteligencia, la razón. / En la vastedad de tu ser, o Verdad, / despojado de todo, desnudo de tierra y hojarasca / te reconozco por el olor a cielo”.
Con un lenguaje conversacional, en el poema 85, inicia un monólogo construido en base a preguntas retóricas y aseveraciones que hacen referencia a su vida consagrada al ejercicio pastoral:
“¿Quién soy yo que a ratos la carne la bulle / como un enjambre de abejas? ¿Quién? (…) Yo que sé beberme el alba a rezos, / que conozco los gemidos de las palomas en el alero / del templo”.
Uno de los procedimientos de la poesía interiorista es la creación de imágenes elaboradas a partir de datos sensoriales y términos que aluden a la realidad trascendente. Ese tipo de imagen la identificamos mediante la vivificación de la palabra “puente”. Según la voz lírica “ese puente vive, se entrega, se inmola a sí mismo”. Después, este dato real se transforma en una vía de acceso a la realidad espiritual, metafísica, trascendente. Veamos un fragmento:
“Ese puente tendido / hacia el otro lado, ese puente fijo, / que no se estremece ni se perturba / (…) vive, se entrega, se inmola a sí mismo… / Ese puente espera, aguarda a que pasemos / al otro lado donde moran / los vivos” (p. 3).
Uno de los temas que prevalece en el poemario es la búsqueda de lo divino como manifestación del anhelo de trascendencia y que el poeta expresa mediante una oposición binaria, materia versus espíritu:
“Hablo de la tierra, de lo hondo de ella. / Hablo de la grieta / que se abre en el alma. / Duele la angustia (…) Brota agua y no es de la roca. Sale agua / de la nada. Es Dios que mana. Y yo / aquí reseco como comino” (p. 5)
Según el Dr. Bruno Rosario Candelier, ideólogo del Movimiento Interiorista, el poeta metafísico es una simbiosis de la razón poética e intuición que tejen un fenómeno. Esta afirmación la evidenciamos en el poema 80, en donde el sujeto lírico a través de la palabra, indaga a la noche y sus misterios insondables. Y esa intuición nos la revela a través de signos lingüísticos que connotan sensaciones visuales, táctiles e imágenes en movimiento.
“Noche, ¿qué secreto encubre tu ansia? / (…) Algo / grande nace en este instante, algo innombrable / algo que gira, gira y gira / revolucionando el ámbito de llamas (…) Entraste mudo, mirando la topografía / de mi edad” (p. 7)
El autor de estos poemas descubre la presencia de Dios en el rocío, el viento, el arrullo de las tórtolas, el mar y otros elementos de la naturaleza. Por esa razón el poema 76 es una alegoría en donde el sujeto poético ve en la vid la manifestación de Dios:
“Vid, tronco vivo de cielo, mira / esta rama crecida. (…) En ti vibra la eternidad. De tu tronco / retoña la palabra y crece la luz. (…) Inyéctame tu aliento de gloria” (p. 11)
En “Ínsula Presentida”, la materialidad humana, la carne, el cuerpo en su condición transitoria y mortal es sinónimo de “barro”: “Tus manos han hecho hablar el barro”. Esta aseveración concita la reflexión profunda del sujeto lírico ansioso de acercarse a ese Tú omnipresente, autor del milagro de la vida.
“Tus manos han hecho hablar el barro. / El barro hoy te busca en la noche. (…) ¿Dónde moras, presencia sin sentido? ¿Por qué / le diste a este bulto de tierra olfato de cielo? El barro suspira por tus caricias, / por ver tu rostro de gloria. / Soy barro ungido de esencia, muerte y viento” (p. 15)
Tema recurrente en el poemario es el amor. Lo percibimos desde diferentes perspectivas:
Como vocación cósmica. “Dulzura Infinita, ¿por qué te escondes? ¿Por qué tu rumor de lluvia en la arboleda me / seduce y subyuga?” (p. 18). “El vaho es amor. Sustancia / de amor el vino en la copa”. 2. Como principio fundamental de la vida: “Amor que me ama. Amo al Amor. / Amor, semilla de vida, ventana, latido, / gracia de luz (p. 24). “(…) El cielo retoña / en la raíz madre del olivo / y recapitulas todas las raíces / en el amor” (p. 38).
El amor en una singular confluencia mística: “Nadie nos ve en la penumbra, / acércate para abrazar / tu trémula divinidad. (…) Soy tierra húmeda en tus labios de alborada” (p. 61).
En las dos partes que dividen el poemario, palpita la ternura cósmica en versos que expresan la sacralidad de todo lo viviente. Veamos algunos fragmentos: “¿Por qué te asomas a mi ventana / con tu ser de brisa? (…) Sólo alas faltan. ¿Dónde estás Zorzal?/ ¿Qué rezos bisbiseas en tu pico?” (p. 10). “Oigo el gemir de una perdiz, / elegía que el aire recrea, (…) Canta de nuevo la perdiz, / habla de mi pasión por ella” (p. 64). “El zorzal / en la fronda ora antes del amanecer” (p. 67). “Aún falta para alcanzar / la claridad, la sede / donde yaces como Lirio. / El canto distante de un clarín / me lleva hacia ti” (p. 69). “Abeja celeste, / pon en mis labios / la miel del misterio. / Si pruebo esa miel / conoceré el rocío de tu amor” (p. 72). “Verde abrazo. Alegre / rama. Danza / de las hojas. / Ella, río sinuoso, / alarga la vida, y Él, / se alza como una torre, / y se ensancha entre los aleluyas / de los pájaros” (p. 85).
La búsqueda del pretiempo es otro de los temas abordados en el poemario “Ínsula Presentida”. En el libro “La búsqueda de los absoluto[2]”, el Dr. Bruno Rosario Candelier expresa que en la visión trascendente de poetas como Manuel del Cabral, la materia es considerada como un acto del pretiempo; y la esperanza del hombre, que es un fluir hacia el ser, entraña la búsqueda del pretiempo al querer conocer la realidad secreta que hay en el ser, presente en la materia misma. Según esta filosofía buscamos a Dios y a las cosas que lo representan”. Tomamos algunos ejemplos:
“Se agotan los relojes, / es serenidad, descanso, el pretiempo” (p. 63). “Una huella antigua, pegada / al envés de mi existencia, reclama su génesis. El pretiempo de mi voz / es sereno como el rocío / que aún duerme (…) Regreso al Jardín, / transido de alboradas” (p. 81).
2.- Los indicios verbales relacionantes con lo trascendente.
Al establecer las isotopías de los textos poéticos (reiteración de una unidad lingüística cualquiera), encontramos la palabra “eternidad” en quince textos. Además se reiteraron palabras como “nada, llamas, barro, luz, vacío, sombra”. En la poética interiorista estas palabras reciben el nombre de “metasemas”.
Los metasemas son signos o señales, indicios verbales que reflejan un sentido trascendente. En otras palabras, los metasemas son relacionantes con la realidad trascendente. Veamos algunos fragmentos en donde la palabra “eternidad” es un signo que nos instala en un plano subjetivo cuya comprensión está por encima de la racionalidad del ser humano:
“En mi agenda anoto nuestro / encuentro bajo la acacia de la Eternidad” (p. 84).”Me diste a cántaros el cielo, en un abrazo / la eternidad” (p. 29). “Te recuerdo como en agua mansa / el cisne contemplativo. / Al través de la ventana / aun joven la luna. / Bajo mis pies murmura el tiempo la eternidad” (p. 32). “En aquella región / la vida reina en un resplandor / de espejos, oceánica e inagotable. / La eternidad es sólo una ínsula presentida” (p. 44).
CONCLUSIONES
Formado en la lectura de los grandes maestros de la literatura universal y con un hábil manejo de la palabra poética, Fausto Leonardo Henríquez en “Ínsula Presentida[3]” nos muestra su percepción del mundo y de la vida de la manera más auténtica y genuina. Y con la esperanza de que mi estudio revele aunque sea en alguna medida la alta calidad de su nueva creación literaria, felicito sinceramente al padre Fausto, que con sus versos nos conduce espiritualmente a “la otra orilla” en un momento en que necesitamos retornar “al agua transparente, a la antigüedad esencial de la luz”.
Azucena Gutiérrez Pacheco, Jefa del Dpto. de Letras del Centro Universitario Regional del Norte, Honduras.
San Pedro Sula, 1 de octubre de 2004.
[1] Candelier, Bruno Rosario. La Creación Interiorista. Antología del Ateneo Insular, Moca, República Dominicana, 1997.
[2] Candelier, Bruno Rosario. La Búsqueda de lo Absoluto. 1ª. Ed. Impresiones Teófilo, S.A., Santiago de los Caballeros, República Dominicana.
[3] Leonardo Henríquez, Fausto. Ínsula Presentida. 1ª Ed. Ateneo Insular, República Dominicana, Imprenta Santa Ana, San Pedro Sula, Honduras, 2004.
P.D.: Este ensayo sobre Ínsula Presentida fue publicado por la autora, Azucena Guitérrez Pacheco, en su libro Lecturas, significado y estilo de varios textos literarios. Litografía López, Tegucigalpa, Honduras, C.A., 2006.

CUANDO LAS ROCAS FECUNDAN EL LLANTO, Indira Flamenco


Continúo con los apuntes al libro de poesía de Indira Flamenco “Cuando las Rocas Fecundan el Llanto” (Ed. Capiro, 2000).
Persiste una constante en el poemario que nos ocupa en esta líneas. Se trata de una fuerte influencia de la tradición literaria de la poesía social o, lo que es igual, poesía comprometida: “Yo he sido la coleccionista de dolores ajenos... La que observa la justicia / desvaciada en el graffiti / de una calle cualquiera” (ver Ancestros y otros rubros, En la esquina común, Herencia para mis ojos).
A medida que el poemario progresa se tiene la certeza de que la autora, prendida de la tradición poética de Roberto Sosa, Saravia, Marco Tulio del Arca, etc., ha configurado su propio decir en un tipo de creación que, técnicamente, puede llamarse Poesía Cotidiana o Poesía de la Experiencia.
La Poesía de la Experiencia es una poesía que refleja la vida diaria. Ésta se plantea con un lenguaje fluido y sencillo las vivencias comunes de todos los seres humanos: el amor, el odio, la rutina, los placeres, el trabajo, etc.
Para el caso veamos el pasaje siguiente: “Hemos andado, papá, / caminando sobre la misma línea, / buscando una casa justa / para abrigar nuestras ideas” (Soledad.com).
La Poesía Cotidiana es el espejo de las sociedades industriales y con despuntes postmonernistas. Pero en el fondo, así como es vacía la sociedad industrial, es superficial su producto.
Si generalizamos, se puede decir que la obra que surte de una sociedad vaciada de valores, salvo en casos especiales, es un testimonio de su misma vacuidad, el desgarro de la vida desasida de trascendencia (ver Multitud en riesgo).
En la tercera parte disminuye el esfuerzo creativo e imaginativo de Flamenco. Se ha dejado llevar más por el brío impetuoso de su verbo descarnado que por el genio inteletual: “Quisiera exorcizar un ejército de falos”. “Nadie más cabe / en este hueco, en el que sutilmente –el miedo- te ha orinado”.
Hay, como he afirmado, brío, encabritamiento y una sobrevaloración del yo femenino: “Nunca amé a nadie que no fuera yo misma” (pág. 50). En la proporción de su egocentrismo desencadena la furia de su verbo para derrocar al sexo opuesto: “El grafema hombre se volvió virus en la computadora de mis sueños” (idem).
Una nota fundamental en esta obra de Flamenco es la utilización deliberada de la poesía como medio de reivindicación en el escenario social –y literario- para exigir su espacio como mujer: “Lo muestra. / Es macho. / Se esconde... Teme a la estatura de la mujer” (pág. 53). “Vos, hombre de plantaciones desiertas. / Movimiento extraviado en mi cama” (pág. 57) . “Te nombraba hombre / y no percibía la hediondez / de tu mirada” (pág. 58). Indira no perderá el espacio ganado a la sociedad y su autoestima está tan alta y tan elevada su furia que sólo bajará “cuando las rocas fecunden el llanto”.
Para concluir debo decir que la obra de Indira Flamenco revela que ella, si cuidara el arte del bello decir, la estética, tiene un gran potencial. Hay en su libro aciertos y desaciertos. El hilo conductor es el mismo desde el principio al fin, tenso unas veces y flojo en otras. Al ser la primera producción de Indira cabe resaltar que pone en peligro su propio decir poético al restarle estética y profundidad a sus versos. Tal vez deba decirle que la poesía es el arte del bien decir, el arte de armonizar las más bellas emociones con un lenguaje límpido y sin manchas.
No obstante lo dicho, Indira ha sido valiente para publicar un libro como el suyo en un mundo hostil. Eso es un mérito. La tarea es ardua, el trabajo de refinamiento a penas empieza. “Cuando las Rocas Fecunden el Llanto” es un libro para leer, estremecidos en el silencio y, al mismo tiempo, para aguardar la madurez humanista y poética de su autora.

BORDEANDO LA COSTA, Guillermo Ánderson


Bordeando la Costa, Centro Editorial, 2002, San Pedro Sula, es el libro del cantautor Guillermo Ánderson. La he leído como acostumbro hacerlo cuando me dispongo a leer un libro. Como resultado de mi afición a la lectura les hago saber mis impresiones y mi valoración crítica.

1. La infancia en la orilla de la mar. Guillermo Ánderson debió llamar su libro: “Biografía de un niño del mar”. El libro narra la experiencia de un niño cuya infancia transcurre en contacto directo con el mar, sus olas, sus espumas, encantos y misterios. En este sentido, la infancia marina de Ánderson, que está llena de sorpresas y alguna que otra bellaquería graciosa, es el símbolo de los niños costeños de la ciudad ceibeña del norte de Honduras. En este mismo tenor, Ánderson salva momentos de su niñez y de la de otros, convirtiéndose en un testigo de su generación. Por ejemplo, rescata leyendas, juegos y momentos llenos de ternura que despiertan en el lector aquellas libélulas luminosas de la propia infancia.

2. El paisaje costeño. Ánderson lubrica su libro con la impronta paisajística de su tierra. Así, por ejemplo, habla de los atardeceres, de las aves costeras que anidan en los grandes árboles (ceibas) de quienes habla con verdadero encanto poético: “Tu raíz / es mano hundida / en el húmedo y oscuro / corazón de la tierra”. Son referencias constantes el mar, la costa, la montaña, la noche, la luna, y las distintas especies de animales acuáticos.


3. El gusto por la música y los ritmos. No olvidemos que quien escribe Bordeando la Costa es un músico, un joven cantautor sazonado por la sal del mar y sus brisas. El niño que sigue siendo aprendió los ritmos de raza negra o garífuna. Asimiló de los bailes de pueblos el gusto por la música y del mar la cadencia de sus melodías.

4. El mito o leyenda que convierte en realidad. Otro factor, tal vez el más literario, es el que aparece en los relatos Canoa de Ceibón, la Avispa y la Tarántula, Miedos que me hace la Ondina y la Poza de la Sirena. En estos textos es donde mejor se aprecia la capacidad de fabular la propia experiencia o la experiencia de otros. A mi criterios son los pasajes que reúnen un intento, no sé si tácito, de poner en juego la imaginación con creatividad. Al hablar de todo esto no puedo menos que recordar a uno de los mejores fabulistas para niños, a saber, el hondureño Rubén Berríos.

5. Juicio crítico. Bordeando la Costa se enmarca más en lo biográfico del autor que en otro género literirio. No es un libro de leyendas y mitos, sino un libro que recoge las vivencias de la infancia de su autor con gracia y espontaneidad. Hay momentos líricos y narraciones, no muchas, (ver punto 4) que adquieren gracia literaria. Hay una mezcla de lo popular y lo culto que hacen de este libro una pieza para entender las costumbres y lugares de la costa norte de Honduras.

SOLDEMEDIANOCHE, Néstor Ulloa



Nétor Ulloa Anariba es autor del poemario "soldemedianoche, Ed.Bellota Cultural, Tegucigalpa, 2003. Es un libro verdaderamenteagradable, sobrio y lleno de imágenes sensoriales que auguran, decontinuar en esa tónica, obras poéticas de relevancia.Soldemedianoche utiliza un lenguaje del cuerpo, del amor. A mijuicio, Néstor Ulloa escribe sobre las vivencias amatorias, con unanada rebuscada y amañada versificación.Lo que hace atractiva su poesía es la naturalidad, la sencillez desus versos. Más aún, Néstor está signado, en esta su primera obra,con el sello de quien es ya un notable poeta. Sabe decir y sabecomunicar. Esto, por ende, le permite entrar en el lector con sumafacilidad.Tal vez su estancia en Comayagua, ciudad añeja y de prestigiohondureño, su cercanía a las humanidades en la docencia y suparticular visión y sus vivencias, no de la urbe en el sentidoriguroso de la palabra, sino de las pequeña gran ciudad, al borde delo aldeano, le permiten escribir con un estilo prístino, sin pose niextravagancias.Veámoslo con ejemplos: "A veces las palabras / bailan desnudando lanoche. / Otras veces, / se quedan temerosas en mis labios. / Sevuelven azules con el mar; / se vuelven mar con el mar". (I)"La luz / del otro lado, se pierde / y naufragan los cuerpos. / Uncuerpo se estrella / contra otro cuerpo, contra el muro; / y así /hasta alcanzar la otra orilla con los pies / y esperar" (II)"Primero / es el naufragio entre sus manos; / luego / el silencio ennuestros ojos". (III)"A la cama / llego palpando la noche, para no tropezar / con lossueños. / Pero a tu cuerpo, / a tu cuerpo llego palpando la piel".(V)"Vayamos donde nos lleve la noche / y amémonos por lo que amamos"(VII)"Huye la noche / de nuestros ojos heridos de tiempo. / Se va / laverdad de tus ojos en los míos" (XI)En la segunda parte del libro, -se advierte un cambio temáticosustancial- el poeta toca temas diversos, como por ejemplo: labusqueda de su propia identidad creadora: "A veces, / me busco dondesé que no encontraré / ninguna pista / que me lleve hasta el espejo"(Búsqueda); la soledad: "Cayó el silencio entre mís sábanas / y lanoche / se fue a dormir conmigo" (Soledad). Canta también a lascelebridades de Antonio José Rivas y de Morazán y al erotismo.Hay algunos versos de feliz hallazgo que se los muestro: "labotella / regresará al naufragio de mi isla anclada"; "Catedral deluna, agua desvelada"; "Tenemos mucha noche en los ojos / como paradormir / cuando oscurece".El libro acaba con un poema (Erótica). En él Néstor Ulloa vuelve altema eje de "soldemeidanoche": el amor y las expresiones erótizantesde éste. "Como nubes al viento retozan mis pasos, / cuando la tristegeografía de mis carnes / siente tu sombra, / entre la luzavanzar. / Suspiro desnudos; de sal y ardiente rocío, / vago humorde azahares invadiendo las cosas. / Desnuda es la noche, desnuda estu ropa. / Así llegarás a mí, / fruta prohibida de mi Edénprometido: / prohibidas tus manos, para encontrar mi camino; /prohibidos tus ojos, para llegar a mi noche; / prohibida tu piel,para aplacar mi delirio; / prohibido tu vientre para sembrar laesperanza".Casi a modo de florilegios, porque no podía callarme, les he puestoal tanto de un joven poeta nacido en el año 1978. Tomen nota, quevienen nuevos orfeos a recrear nuestras letras.
Los espejos de Carlos es el segundo libro de Néstor Ulloa.
Una obra más depurada y reflexiva, pero todavía en un "hacerse". El poeta sigue consolidando la voz propia y explora nuevas maneras de exponer su arte.

ANTOLOGÍA DE MUJERES, Adaluz Pineda

Recibí como obsequio, tal vez, la más completa antología de poesía escrita por mujeres de los últimos tiempos de la literatura hondureña.
Adaluz Pineda de Gálvez es la autora de HONDURAS: MUJER Y POESÍA (Ed. Guardabarranco, 1998). Precede a este monumento de obra la “Antología de poetisas hondureñas” del autor Raúl Arturo Pagoada.
Para mí que la obra de Adaluz es un trabajo de tesis doctoral porque las características de esta antología son tan rigurosamente académicas que no deja brecha abierta a detalles ni en notas de pie de página.
La autora de Honduras: Mujer y Poesía recoge lo más sustancioso de mujeres poetas desde el año 1865 a 1998. Esto digno de celebrarse sobretodo si pensamos que rastrear los datos biobliográficos que pocos ensayan. El trabajo de investigación de fondo consume tiempo y recursos.
Treinta y siete mujeres componen la obra que hoy reseñamos. Están distribuidas por generaciones: generación finisecular, generación novecentista a la generación del 50, generación vanguardista.
Detecto que falta en la antología de Adaluz al menos unos apuntes sobre cada generación, subrayando lo más emblemático de cada una de ellas. El caso es que se enuncia que ciertas mujeres son de equis generación y se da por supuesto que el lector maneja los conocimientos del contexto vital que las configura.
Veo que el acierto de reseñar a las poetas es incompleto, parcial, ya que no todas las antologadas gozan de unos apuntes sobre vida, obra y azañas literarias, lo cual puede ser considerado como injusto y excluyente.
La antología de Adaluz tiene todos los elementos académicos y es una obra de consulta obligada para profesores, investigadores y estudiantes. Sin embargo, la hallo poco práctica. Es un tocho de biblioteca con seiscientas y pico de páginas. La tipografía y las fotos de las mujeres poetas pudieron tener un poco más de atractivo.
Tengo el compromiso ético de trillar este inmenso campo de la poesía escritas por mujeres de Adaluz Pineda. Hay obras que no pueden dejar de ser leídas den la literatura hondureña, y ésta es una de ellas.




PAPIRO: LÍRICA DE LA SENSUALIDAD, Jorge Martínez


Jorge Martínez Mejía, (1964), Las Vegas, Santa Bárbara, Honduras, es el autor de «Papiro», ed. Comun, San Pedro Sula.
Con este poemario J.M. aparece en el panorama hondureño de la literatura una nueva voz poética cautivante. En este comentario crítico querría acercarme yo mismo al autor -apenas lo he saludado dos veces-, y acercar, a través de una lectura detenida, a quienes quisieran incursionar por el poemario que va a ocupar estas líneas. Advierto que este trabajo, como todos mis intentos críticos anteriores, recoge algunas claves de lectura, que no todas, ni mucho menos.
1. Sensualidad lírica de Papiro.
La obertura poética de J.M. es cadenciosa y fresca de principio a fin. Uno de los símbolos usados en Papiro es la noche. La noche, con su misterio, representa a la mujer. En verdad, noche y mujer una y la misma cosa. La noche guarda secretos, rincones ocultos, aromas, serenos, pero sobre todo guarda para sí el mejor vino para escanciarlo en la entrega de los amantes: «La noche tiene el aroma de un jardín lejano… / Noche es mujer, / hembra oscura, cumbre silenciosa, / caída horizontal y misterio».
Octavio Paz[1] traduce unos versos memorables de Lawrence acerca de la pasión de Plutón y Perséfone que ilustran –espero no resulte forzosa la asociación- lo que afirmo arriba: la noche es un «reino ciego donde el obscuro se tiende sobre la obscura, / y ella es apenas una voz entre los brazos plutónicos, / una invisible obscuridad abrazada a la profundidad negra, / atravesada por la pasión de la densa tiniebla / bajo el esplendor de las antorchas negras que derraman / sombra sobre la novia perdida y su esposo».
El símbolo de la noche-mujer anima la voz poética de J.M. y lo impulsa a incursionar en el placer. Las imágenes recaudan diáfanamente las impresiones hedónicas en un rito de pasión amorosa. No obstante, al poeta le gusta jugar con lo oscuro, lo nebuloso y sombrío del erotismo. Lo revela y lo oculta: «Soy el poeta que te canta, / soy el que navega en tus lagos aromados, / soy el que vaga en tus olas… / Soy el que ama tu tarde más muerta, / y tu polvo, / y tu cabellera poblándose de estrellas. / Soy el que bebe tus aguas profundas / tus leguas antiguas y oscuras. / El que besa tu grama caliente / el que muerde las uvas de tus labios de sombra / y rocío» (Papiro).
La lírica sensual de J.M. subyuga y recrea con gracia la imaginación del lector. El estilo llano, con peso en la palabra, sorprenden a cada paso. Dicho de otro modo, cada verso es testigo del esfuerzo creador del poeta. Y esto es un signo clave de que la poesía joven hondureña se orienta hacia mares más profundos donde anclar imágenes poéticas memorables: «El muslo de un lirio, / la llama que gotea / se apaga… Serás los animales de nube desapareciendo a cada / mirada posible, / la madrugada cediendo su pezón adolescente / serás hembra asediada por el sol, / el arco de piel y la boca incendiada, / la danza que se fuga sobre un camino de ceniza rumbo al cielo» (ídem).
J.M. recoge en imágenes poéticas las variables del placer, en este sentido la actual poesía hondureña alcanza un notable avance. Aunque el poeta no se desprende de la tradición de poesía de la erótica-amorosa, renueva su impulso con notable maestría: «Bebo la música de tu cuerpo cuando es una brasa / en la delicia de fuego. / Estallas en el clamor de las manos, / y hueles a trigo, a fruta, y te desplomas en hilos de miel» (Lira). Los versos profanos de J.M. me llevan, inevitablemente, a pensar en Rubén Darío[2], el célebre poeta de “Prosas profanas”, el cual dice de Eva que: «vio la manzana del jardín: con labios / rojos probó su miel; con labios rojos / que saben hoy más ciencia que los sabios»
La energía creativa de J.M., en el sentido pleno del término, no pasa desapercibida. El lector avezado la notará sin mucho esfuerzo: «Pero yo soy el rumor nacido de tu voz apagada / y tú la humedad deslizada en el ardor de la noche. // Desata de una vez el agua que nace de tu sueño / y deja que sea un pájaro apretado en tu abismo» (ídem).
El poeta retoma los símbolos alusivos al amor: la luna, la noche, el agua, el mar y los procesa de una forma original, es decir, no vista e infrecuente, a mi juicio, en los poetas jóvenes de la actualidad literaria hondureña: «La luna ama tus ademanes y se hace pequeña / esperando tu abrazo. / A ti se te acostumbran el alba y la hora / más dulce del día, / y el sol no puede con tu beso[3]» (Ermita). También: «la luna danza / manando caricias de una herida. / El aire resplandece» (Alumbramiento).
El deleite que produce la poesía de J.M. deviene de la forma de cómo procesa la palabra. Crea versos jugosos con ingeniosidad y garbo: «Me despeño como un pequeño verano / para quemar tu boca» (Ermita).
El deseo, que es distinto al amor, queda simbolizado en la luz, el fuego y la sed insaciable de placer que suscita la amada: «Luz prematura el deseo… en tu boca se incendia la lluvia del estremecimiento… / tú enciendes la leña que profana los templos… / y sé la llama sosegada en el agua» (Alumbramiento).
Resulta muy interesante ver cómo el poeta J.M. sustrae elementos de la naturaleza con mucho dominio de la palabra para comunicar sus vivencias. No se conforma con los límites del cuerpo o de los cuerpos de los amantes, sino que halla en las cosas los efluvios líricos que realzan el bello decir: «Se mece tu cabello, se hace pájaro, paraje, / polvo en el aire: cascada» (Palmera de luna).
El lirismo sensual que descubrimos en Papiro, lejos de ser perturbador o morboso, es refinado y limpio en el que el principal ingrediente es la imaginación. Este es un logro notorio en el libro que nos ocupa: «Una gota de sed se ahoga en tu vientre. / Mis dedos te surcan, trazan líneas, constelaciones, / pasadizos que se abren al encontrar un sollozo» (Mar).
El deseo, la pasión ardiente dura poco y cuando pasa la tormenta y la llama amorosa deviene un extraño vacío, dejando sólo las cenizas. Cuanto más grande es el deseo, más grande es la pasión y mayor la nostalgia y el dolor cuando se llega a la consumación del placer, cuando éste se ha ido. Es inevitable recordar los versos de Jorge Manrique: «Aviva el seso y despierta contemplando / cómo se pasa la vida tan callando; cuán presto se va el placer, / después de acordado da dolor, / cómo a nuestro parecer / cualquier tiempo pasado fue mejor». En Papiro hay un poema que, a mi juicio, sintetiza en gran medida lo dicho arriba, esto es, el sentido de pérdida y desgarro[4]. El clamor del aeda ante el amor ido es visceral: «Debí abrigar tu desnudez más tiempo / entre mis ojos, / debajo de la sangre donde tu piel reinaba / sin temor a la lluvia, / sin temor al silencio que acontece a los labios cuando / se juntan. / Vuelve a la labor de la fruta segada por la sed de las manos. / Vuelve a ser idéntica al sol cuando camina / a plena luz del día, / cuando el viento es un pájaro aleteando / en la humedad de los ojos» (Coda).
Ya que el amado no puede tener a su amada, porque la ha perdido, recrea su imagen vívida aún en la memoria, digamos que se deleita en los recuerdos, con la imaginación. El poeta explora las experiencias del amor en un evidente desgarramiento: «Ardorosa entre sombras, / la luna arriesgaba su beso / lastimándose / y tú extendías tus ramas hacia este bosque de raíces nupciales» (In memoria).
En un intento forzoso por conservar la imagen de la amada, cuya belleza platónica alcanza los rasgos míticos de Beatriz (Dante). El poeta idealiza solemnemente a la amada y la eleva casi al grado de la divinidad: «A esta hora dabas al viento un refugio… / Aparecías en la sombra, / sobre una rama coloreada con algas oscuras / sobre la cima brillante de la luna, / sobre un abismo. / Nadie te vio en la hierba, / ligera y desnuda, / herida por la luz. / Nadie miró tu pie de música, / tu pequeño pie destruyendo todo» (Habitación de la tarde).
2. Energía y belleza, sazón de la creación poética de Papiro.
Hay en cada verso de Papiro una secreta energía –este es un dato capital en estos apuntes- que el poeta trasuda con natural brillo. Esta fuerza creadora no decae en todo el libro, salvo en contados momentos que no afectan el conjunto de la obra. El poeta canta desde su propia atalaya, herido, nostálgico.
Es esa fuerza, precisamente, la que está de telón de fondo en Papiro como una persistente querella por el amor ido: «No es por el agua / o por el aire, / es por la oquedad de dormirse lejos / por la herida con que se añora la lluvia, / por la lumbre, / por el oscuro césped en que nadie responde» (Noche).
No es presuntuosa la asociación con el romanticismo shakespeariano, con la herencia de los románticos ni con “Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada”, de Neruda, con quienes muy probablemente J.M. ha tenido contacto por medio de la lectura. Me atrevo inclusive a asociar Papiro, al menos remotamente, con la poesía náhuatl que resuma cierto erotismo. J.M. no perece un novel poeta, sino un sazonado creador que no se ruboriza al hablar del placer y del amor con la palabra precisa: «¿Hacia dónde avanzaba nuestra sangre cuando un poco de luz / caía en tus hombros? / ¿En qué paredes quedaron las miradas y los gemidos / que escribían tu nombre?» (ídem).
Papiro tiene algo que no he mencionado hasta este momento, belleza. Es decir, el constante muestreo de imágenes líricas bien logradas y artísticamente sonoras. Todo esto demuestra una intencionalidad y un alto sentido del oficio poético. J.M. apura bien la palabra para destilarla en versos como estos: «Quédate cayendo en la desnudez de luz, / sin temblor de ramas… / Atrápame en la neblina rota de mi voz» (Lago); «En la oscura perfección / basta una palabra» (Ventana).
Todo el tramo primero de poemario sirve al aeda para cantar a su amada, a sus ojos, a sus manos, a su cuerpo, en una palabra, a su beldad: «Un paisaje de aves volvería a tus manos / para elegir tus ojos… / No hay abismo, no hay sombra que invada la redondez de tu beso» (Huella).
Seducido por las emociones y encantos que le produce la amada, J.M. halla resonancia de su pasión en todas las cosas, como si se tratada de un pan-eros: «Como un imposible perdido, / entraría en la niebla, desnudo, tu cuerpo… / Desde una malla de rocío antes del alba. / Desde un mallarmé tallado en un diamante de luciérnaga» (Niebla).
El poema es el lugar que le sirve al poeta para revivir la experiencia amatoria y, de ese modo, perpetuarla. La palabra poética deslumbra nieblas y oscuridades. La sola convocatoria de la presencia de la amada, el roce de su cuerpo y el contacto estalla en un luminoso instante: «Apretado en la luz / de tu boca me bebías» (Mapa).
J.M. ha cribado su bello decir con batea de minero, es decir, lo ha hecho minuciosamente clasificando la imagen precisa de la vacua. Este es el camino de la maestría: «Cae la lluvia. / El agua besa la hierba, / roza un tallo y regresa / en silencio, enmudecida» (Paisaje del cuerpo I).
El cuerpo de la amada es la silueta que inspira todas las melodías de Papiro. Mil variaciones sobre un único canto, armónico y rítmico: «Una silueta se desliza, / florece. / Se eleva la canción de la carne» (ídem II).
La liturgia de los amantes es tal que donde los reclame el deseo, allí mismo se realiza el rito acelerado de la llama amorosa. Da igual que sea sobre la hierba de un descampado, en un campus universitario, que en un lugar oscuro y solitario: «Gime la piel sobre la hierba, / se desliza, / crece. / Un canto suave golpea las hojas» (ídem III); «Una flor alumbra la noche» (IV).
De aquí en adelante el poemario sufre una variante que rompe la unidad temática. Sin embargo, querría destacar en la sección “Espiga fúnebre” y “Oscilación del Fénix” la capacidad de síntesis de J.M., camino que le llevará a lograr una obra depurada y sólida. El poeta exhibe su destreza en versos como el citado arriba: «Una flor alumbra la noche»; o en estos: «Desprendida / y elevada, / una hoja del árbol / bajo el ámbar violento / raya el cielo» (Espiga fúnebre I); «El árbol con su lengua de hojas contra el cielo dibuja su sombra» (II); «Una y otra vez la llaga lluviosa del cielo golpea la rama» (III); «Y en su afán de mariposa, / una hoja de celinda / apagó el mundo» (V); «No te apresures, / la noche va en tus alas» (VIII); «Y jamás tu hocico intacto de luz / tuvo más vasto / florecer, más bello fango» (IX).
Finalmente, “Espiga fúnebre” recoge una actitud crítica hacia los poetas no depurados, ásperos y grises. Introduce la reflexión, la cual vuelve al poeta hacia sí mismo. En este intento de sinceridad, el autor mira nacer su propia voz órfica: «veo renacer mi voz profana» (VII).
3. Juicio crítico.
J.M. vertebra su poética epicúrea, sensual, líricamente. Versos profanos, pero cargados de poesía, es decir, de música, fuerza y dominio del lenguaje. Dicho con otras palabras, nuestro aeda hace de la poesía lo que Octavio Paz califica de “erótica verbal”. Para mí que de entre los jóvenes poetas que han publicado al menos un libro en Honduras J.M. se revela como el poeta orfebre, el poeta de la metáfora, de la imagen. Digamos que el poeta vuelve a las formas originales de hacer poesía, tan apaleada por el prosaísmo periodístico. En Papiro no vamos a hallar una poesía del yo profundo, espiritual y reflexiva, sino una poesía volcada esencialmente al Eros.
Valoro la energeia y la poiesis de Papiro, signos elocuentes de que el autor asume su papel como aeda. Un nuevo poemario salido de sus manos deberá o conservar el nivel de Papiro o superarlo.
Belleza de la palabra, síntesis y dominio del léxico son otros fuertes de Papiro. Quiero decir que J.M. apretó bien la palabra, logrando una gran síntesis poética encomiable.
J.M., por último, cristaliza lo mejor de sí en este libro y lo hace como quien sabe que el bello decir tiene mucho que ver con la lírica. Estamos ante un poeta con sentido del oficio y hay que esperar siga trabajando con profundidad. Sin embargo, los yerros también son propios de los genios y sabios. Puntualizo que dejó escapar algunos gerundios que pudieron evitarse y algunas preposiciones. Son muy pocas los versos desafortunados: «Tu cuerpo era una mariposa gris orinando en el aire… / Me diste una gota de orín celeste» (Paisaje del cuerpo V).
Por lo demás, querría apostillar que estamos ante uno de los poetas con mayor talento de la actualidad hondureña. Acojo Papiro como un libro digno de ser leído y de estar en cualquier biblioteca.
Nota: Un fallo notable de edición es la falta de ISBN.
San Pedro Sula, Honduras, 4 de julio de 2005.
[1] Paz, O. Llama doble, p. 29.
[2] Darío, R. Prosas profanas, poema “Alaba los ojos negros de Julia”.
[3] Asocio estos versos con los de Catulo, poema Nº 5, “Los besos” escribe: «¡Vivamos, Lesbia mía, y amemos!… Los soles pueden morir y renacer; nosotros, cuando haya muerto de una vez para siempre la breve luz de la vida, debemos dormir una sola noche eterna. Dame mil besos, luego cien, después otros mil, y por segunda vez ciento, luego hasta otros mil, y otros ciento después…»
[4] Papiro en el fondo canta un erotismo elegíaco, el de un amor que se perdió. Juan Valera x. XIX escribió, aludiendo a Lesbia, amor platónico de Catulo: «Llorad, oh Gracias, y plegad las alas, / dulces Amores de dolor transidos, / el avecilla de mi blanda Lesbia / lánguida expira»

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catracho_20111966@yahoo.es
Subject:
RE: ensayo crítico
Date:
Mon, 23 Jan 2006 20:25:40 +0000
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Hola, Padre Leonardo.

Recibí su trabajo sobre "Papiro". Le felicitó por su árdua labor de lectura. Es usted, quizás, la única persona que ha tenido la valentía de hacer una lectura crítica de "Papiro". Es grato su punto de vista. Le agradezco su fineza y su respeto por la literatura hondureña.

Un abrazo.

Localización tierra natal, República Dominicana