domingo, 20 de diciembre de 2009

GEMIDOS DEL CIERVO HERIDO,


José Acosta, uno de los más destacados poetas de la República Dominicana, radicado en Estados Unidos de América, escribió un año atrás estas palabras sobre el poemario "Gemidos del ciervo herido":


Date: Thu, 25 Dec 2008 22:26:03


Estimado poeta, tu poemario huele a luz, a oracion, a ruego. Es muy magico, tiene el aura de San Juan de la Cruz. Estoy seguro que a Bruno le encanto porque en verdad se siente que fue escrito bajo un halo de inspiracion altamente espiritual.


Te felicito


Jose Acosta


A mediados de año 2009 Bruno Rosario Candelier, de la Academia Dominicana de la Lengua Española, incansable propulsor de la Poética Interior me escribió estas líneas, hoy momorables, que comparto desde aquí.



ateneo insular



para Fausto


mostrar detalles 07/12/08


1. Querido y admirado padre y poeta:


1. Este hermoso poemario, Gemido del ciervo herido, tiene el tono bíblico de los psalmos, con un encanto nuevo y refrescante.


2. En virtud de la denotación dominante de petición y plegaria, más que poesía mística, es poesía religiosa.


3. Recreas, de manera rediviva y elocuente, la simbología religiosa y bíblica, con la carga connotativa de su estirpe literaria.

4. Desde la publicación de Los Profetas, de Máximo Avilés Blonda, entre nosotros no se había escrito un libro que tocase, desde la onda de espiritualidad fecunda, la cuerda bíblica de la plegaria religiosa, con la hondura y la belleza como se manifiesta en Gemidos Gemidos del ciervo herido, hermoso exponente con alto aliento poético.


5. Por la dimensión intemporal y trascendente del hondo sentido de este poemario, la palabra e-mail quiebra el encanto bíblico del texto.


6. Es honda y luminosa la reflexión espiritual que alienta el sentido religioso de este singular poemario.


7. Vibra y fluye del alma de la persona lírica la ternura espiritual subyacente y patente en todo el poemario.


Valoro y agradezco, mi querido sacerdote y poeta, lo que haces a favor del desarrollo del Interiorismo. Recibe mi abrazo cordial. BrunoRC.



PALABRAS DEL JURADO DEL XXIX Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística


"Fausto Antonio Leonardo Henríquez presenta en Gemidos del ciervo una poesía que busca objetivar una experiencia de aridez religiosa, no sin momentos de místico gozo. El yo poético se yergue solitario frente al rigor de los elementos: el frío, la bruma, las sombras, el viento, el declinar del día y de las cosas. Hay una voluntad poética de búsqueda, que es también una superación de adversidades y tribulaciones. Esta lucha es contra el vacío que acosa al universo exterior, y que amenaza al poeta: de ahí la cierta fragmentación de su visión, el sentimiento de tribulación, de pesadez al avanzar. La salvación del sujeto lírico se cifra en sus apóstrofes a lo alto: un fondo de impetración traspasa esta poesía; aún cuando el poeta no increpe de modo explícito, lleva el tizón de la súplica en los labios, y se lanza hacia adelante con el ímpetu de la fe. Toda esta densidad de contenidos se combina con una cuidadosa expresión formal, que ofrece sugerentes relieves compositivos."



ENLACES RELACIONADOS CON "GEMIDOS DEL CIERVO HERIDO"



Video Youtube. Pincha aquí.

Ganador del Premio Mundial de Poesía Mística "Fernando Rielo", 2009.

Listindiario.com.do, 1

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martes, 3 de noviembre de 2009

LA ISLA TUERTA, 46 poetas británicos (1946-2006)

Esta antología, preparada por Matías Serra Bradford, Editorial Lumen, Barcelona, España, 2009, es una obra enjundiosa. Tiene la particularidad de acercarnos a la más reciente poesía escrita por británicos. Y, sin duda alguna, la persona que desee hacerse una idea de cómo anda el panorama del bello decir entre los ingleses aquí tiene un ejemplar interesante. Serra Bradford hace unas subdivisiones, -yo las sentí un tanto forzadas, pues en el fondo, los autores que antologa podrían, sencillamente, entrar en dos o tres de ellas- que orientan al lector a lo largo del libro de 543 páginas. Esas subdivisiones son : Los Adelantados, los Árbitros, los Excursionistas, los Boreales, los Desertores, los Indocumentados, los Tipógrafos. Como se ve, las categorizaciones resultan, por lo pronto extrañas, y un poco llamativas. Pero bueno, que lo que importa más es lo que hay en la antología. A mí en particular me interesaron más los "Excursionistas" y, de este grupo, subrayo el entusiasmo que me produjo Jeff Nuttall y Piero Heliczer. De los "Desertores", también puedo decir que encontré lo que normalmente uno busca en la lectura de poesía: placer, deleite intelectual. De este grupo destaco a J.H. Prynne. Su poesía me llevó a la obra inmensa de Ernesto Cardenal "Cántico Cósmico". Prynne sale de los lugares comunes. Con eso digo todo. Y también destaco a ES LEBE DER KÖNIG por su palabra bien engarzada. Entre los "Boreales" me llamó la atención Alasdair Grey. Entre los "Desertores" destaco a R. F. Langley por su ritmo y musicalidad en su dicir poético. En fin, una impresión general de la obra en cuestión me lleva a pensar que los poetas británicos aquí juntos -considerando que una selección de poemas sólo da una visión parcial del autor- han evolucionado, por decirlo de alguna forma, hacia una poesía visual, mimética, descriptiva. He visto que, en general, son poetas plásticos, es decir que escriben poesía como si estuvieran un pincel y una paleta en las manos (ver Barry MacSueeney). Dicho con otras palabras, la tendencia de los poetas británicos es fotográfica, sensitiva. El concepto metafísico a penas si existe. No sé si habría que echar en falta el influjo de los poetas metafísicos ingleses o bien habría que desear que no se pierda la tradición. Poetas más que de poesía pura, quiero decir, construida con imágenes, son poetas de una poesía desenfadada, cotidiana, descriptiva, visual, sin mucho esfuerzo de la imaginación o de la intuición creadora. No es poesía del pensar o interior, sino justo lo contrario.

Una valoración merece el antologador por su traducción del inglés y los incontables aciertos que engrandece a los autores por él seleccionados.

jueves, 29 de octubre de 2009

LOS NOVÍSIMOS, Honduras, 2000.

marzo, 2000.

El sábado día tres del presente mes de marzo nos reunimos los jóvenes
interioristas de san Pedro Sula, Honduras, C.A., para tratar asuntos propios de
la vocación o pasión literaria.

Las inquietudes de los jóvenes escritores y poetas son esperanzadoras, ya que,
al ser estudiantes universitarios, están descubriendo su potencial como
creadores.

Algunos están leyendo a Borges, O. Paz, A. Machado, Sábato, Vallejo, etc.
Hablamos de la necesidad de la "intertextualidad" que emana de la lectura de
distintos autores de renombre. Hablamos de que el escritor/poeta debe ser
"obsesivo", es decir, disciplinado con la pluma, de hacer un poso de
conocimientos que luego reluzca en la creación del literato.

El conversatorio dio mucho de sí, pues no sólo hablamos de lo que pensaba cada
uno de los asistentes, sino que leímos las más recientes producciones en prosa y
en poesía. Alguno (Luis Velásquez) me recordó al primer Julio Adames en la
profundidad conceptual en la creación poética. Un joven prometedor, agudo y de
una impronta de hermetismo intelectual. Habrá de humanizar más sus versos para
que la emoción poética llegue al lector. Otoniel leyó también un bonito poema
sensible, con pinceladas modernistas, propia del novel escritor. Ricardo Tomé,
quien está comprendiendo el serio quehacer de la poesía, nos leyó dos de sus
poemas, cuyo estilo y brevedad están en consonancia con el dicho: "Lo lueno, si
breve, bueno dos veces".

Dilma Ponce, una Novicia, (¡sí, es posible, una novicia!) leyó un relato místico
que dejó a todos cautivados. No olvidemos a Santa Teresa de Jesús, a la primera
poetisa de América, Sor Leonor de Ovando; tampoco olvidemos a Sor Juana Inés,
etc. Ojalá que la incipiente monjita halle su cauce literario. Rebeca Mejía,
extrovertida y rompe moldes, está explorando el género que más le encaje, de
momento escribe en prosa, una prosa poética, diría, con escondrijos emocionales
que a cualquiera le rompen los sesos. Una promesa. Claudia Orellana ha sido
dotada por la naturaleza con un especial talento para la poesía. Su precoz
hondura poética le auguran, de seguir con disciplina en la composión poética, un
espacio en la literatura actual hondureña.

He aquí los nombres de LOS NOVÍSIMOS, fundados el 30 de septiembre del año 2000,
en san Pedro Sula, Honduras, Centro América.

1.- Luis Velásquez, poeta
2.- Ricardo Tomé, poeta
3.- Giovanni Rodríguez, poeta
4.- Rebeca Mejía, narradora
5.- Wilmer Rivera, poeta
6.- Claudia Orellana, poeta
7.- Antonio Vásquez, poeta
8.- Tedy Mendoza, poeta
9.- Dilma Ponce, narradora
10.- Murvin Andino, poeta
11.- Ludwig Weld, poeta
12.- Nadia Díaz, poeta
13.- Ivis Castro
14.- María Estela Almendárez, narradora
15.- Otoniel Natarén, poeta

Coordina este grupo el Padre Fausto Leonardo Henríquez, dominicano. En funciones
subcoordina el poeta Ramón Barrios.

Nota: en la actualidad, finales del año 2009, hasta donde yo tengo idea, pues les perdí la pista a muchos, continúan escribiendo con gran acierto los jóvenes Giovanni Rodríguez, Murvin Andino, Otoniel Nataren.

miércoles, 21 de octubre de 2009

GUSTAVO CAMPOS: “Desde el hospicio”.

GUSTAVO CAMPOS: “Desde el hospicio”. Editorial Nangg y Nell, San Pedro Sula, Honduras, 2008. La primera ráfaga de virulencia que surte “Desde el hospicio” trae una fuerte dosis de los poetas “malditos” franceses: Baudelaire, Verlaine, Rimbaud. Esta afirmación se sostiene en el hecho de que el bardo se sitúa ante la vida y lo que acontece como un surfista que, aún sabiendo lo terrible de las olas, disfruta de todos los riesgos del mar, el de la muerte inclusive. Hay fieras que necesariamente devoran –“me alimento de poetas”, “Soy bestia: lanzo pecados”- a los de su especie para sobrevivir o, a la inversa, son devorados para alimentar a otras especies. Incluso los gusanos –“el animal muerto transpira voces”- necesitan de los muertos para, por lo menos, existir unos pocos días. Esta obra de Campos es un manifiesto de rebeldía, una declaración de la más cruda vivencia humana de dolor, soledad, rabia y sin sentido existencial o, si preferimos, de búsqueda de sentido. “Desde el hospicio” es un grito perverso de un artista dotado para decir lo que el mundo calla por vergüenza.

GIOVANNI RODRÍGUEZ, “Ficción hereje para lectores castos”.

GIOVANNI RODRÍGUEZ, “Ficción hereje para lectores castos”. Mimalapalabra editores, San Pedro Sula, Honduras, 2009. Es la primera novela de este connotado joven escritor catracho. La narración, limpia y suelta, lleva al lector hacia territorios poco frecuentados. La complicidad de unos jóvenes, burlones, libres, les permite acometer aventuras divertidas y a la vez provocadoras. El autor, a caballo entre la memoria adolescente y el garbo de la juventud, hilvana la trama de “Ficción hereje para lectores castos” con amplio conocimiento de aquello que narra. Es ficción, pero también realidad. Los hechos narrados, adobados satíricamente con la ironía, de alguna forma reflejan el universo religioso local hondureño. Esos hechos, en suma, se convierten en argamasa de la imaginación fictiva. Esta novela de Rodríguez no es herética en el sentido teologal, sino en el orden literario. Es decir, los personajes, socarronamente, ridiculizan a los «comerciantes de la fe» y desacralizan aquello que, para muchos, tiene un sentido y ocupa un lugar capital en su vida personal y de asociación religiosa. Las ronchas pueden salir si nuestra sensibilidad olvida que estamos ante una obra de ficción. No es una novela contra la fe cristiana, sino contra falsos modelos creados en torno a ella y contra los farsantes que la han convertido en fuente inagotable de lucro. Y, claro, a la hora de chapear el brocal, también recibe sus filazos la yerba buena. Una novela entretenida para leer con fruición, para crear opinión y discutir. A mi juicio “Ficción hereje para lectores castos” tiene el sino que tuvo la primera obra de Gabriel García Márquez, La hojarasca; o La Ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Una comparación que no es odiosa si pensamos que el futuro de Rodríguez empezó a pasar de la ficción a la realidad.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

BLANCA VARELA, poeta peruana.

BLANCA VARELA, poeta peruana. "Donde todo termina abre las alas". Poesía Reunida, Círculo de Lectores, 2001. En mi opinión, después de Sor Juana Inés de la Cruz, México, Gabriela Mistral, Chile, Dulce María Loynez, Cuba va el nombre de Blanca Varela. No es una opinión precipidada. Conociendo a las tres primeras y conociendo la obra de Blanca Varela, no cabe duda de que la altura de ésta es incuestionable. Blanca Varela va más allá de los límites comunes. Poeta rebelde, al menos cierto tramo de su obra poética, pero con una lira siempre afinada, sonora y seductora. Me quedo con las obras "Ese puerto existe", "Luz de día" y sobre todo con "El libro del barro". Con Blanca Varela se confirma el hecho de que las estrellas tienen luz propia.

ANTONIO GAMONEDA, poeta español.

ANTONIO GAMONEDA, poeta español. Esta Luz, Poesía Reunida, 2004. Círculo de Lectores. Cincuenta años de su poesía dan toda una panorámica de su cosmovisión y de su pensamiento. Su poesía está cerca de la realidad social e histórica. Su poesía sublima el dolor social. La poética de A.G. es diáfana, humana, casi discursiva. Dolor, luz, palabra, desesperanza tejen su discurso poético. "Descripción de la mentira" y "Lápidas" me imantaron fuertemente. El experimentalismo de "Plinio, Diocórides y otros" me parecen una genial inventiva que deslumbra sin dejarte ningunca emoción.

viernes, 18 de septiembre de 2009

HENRY M. SANTOS LORA: "Memoria de la tarde"

Memoria de la tarde”, del poeta Henry M. Santos Lora, estremece por su hondura. En ella vamos a hallar versos de incuestionable belleza conceptual y artística. La palabra poética, finamente trabajada por el autor, alcanza niveles que, como verá el lector, confirman que estamos en el territorio de la lírica universal.

El poeta busca un asidero, la fuente originaria de lo Absoluto. Sus pensamientos como «arañas trepan sobre los puentes paralelos / del relámpago». Auscultar el misterio es una tarea ardua en la que te puedes hallar con «voces de incineradas raíces».

Todo el empeño de este bardo de La Vega –que ha tomado muy en serio la lira de Orfeo para expresar sus más profundos deseos e inquietudes artísticas-, queda cifrado en la necesidad superior de alcanzar la paz del espíritu, oculta en los silencios y perdida en los «agrietados días de la vida».

La atmósfera urbana está de telón de fondo en esta obra maestra y cuidada del aeda vegano. Asimismo, la inconsistencia de las cosas, de la vida misma, de los lugares que nos habitan, ribetean “Memoria de la tarde”, como si resonaran al fondo los versos machadianos, “todo pasa y todo queda, / pero no nuestro es pasar”.

Memoria de la tarde” empalma con la gran tradición de la poesía trascendente y metafísica de la República Dominicana, abanderada fundamentalmente por Manuel del Cabral y Franklin Mieses Burgos; y que ha tenido continuidad sólida en el Interiorismo.

La Vega, y por ende, la República Dominicana, tiene en Henry M. Santos Lora a un orfebre de la palabra, sensible e intuitivo, que rastrea la memoria, la imaginación, tras la imagen cautivadora y sugerente. En suma, nuestro poeta canta lo que no puede callar el silencio. “Memoria de la tarde”, como primicia, nace con vida y esta es su hora.

jueves, 10 de septiembre de 2009

RAMÓN EMILIO REYES: "Grandes textos de la literatura" vol. 1

El escritor y académico, Ramón Emilio Reyes, me ha entregado el libro de ensayos "Grandes textos de la literatura", Editora Nani, Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 2003. Aunque es una obra con unos años de publicada la he leído como alumno, es decir, como aquel lector que busca claves, nuevas perspectivas.

El texto en cuestión tiene una vigencia tal que debería ser referencia obligada para catedráticos, ensayistas y escritores. "Grandes textos de la literatura" nos muestra a un autor ponderado, crítico, analista, culto y diestro en su oficio.

Ramón Emilio Reyes rastrea las ideas, el pensamiento de los autores que analiza: "El autor reconoce los límites [dice al hablar de Freddy Gatón Arce] que le impiden transmitir por completo la intuición poética".

Agudeza, profundidad y dominio caracterizan el hacer crítico de nuestro ensayista literario quien, como el médico que aluza la lámina de rayos equis para examinar de cerca el estado del paciente, da su diagnóstico con acierto. La pluma de este escritor dominicano recorre los territorios de poetas como Avilés Blonda, Manuel del Cabral, Freddy Gatón Arce, Héctor Incháustegui, Franklin Mieses Burgos, Domingo Moreno Jimenes entre otros autores importantes.

Ramón Emilio Reyes no se reserva nada para sí. Sus conocimientos, su técnica de análisis leterario y su brillante comprensión de los textos desmenuzados hacen más grandes a los autores que analiza y más sabrosa la poesía que invita leer con otros ojos, con otros criterios y valoraciones.

"Grandes textos de la literatura" también alcanza a Huidobro y Neruda en un intento de llegar más lejos de lo insular. En verdad, los autores dominicanos que están incluidos en esta obra de Reyes, trascienden la geografía nacional, porque sus creaciones están cimentadas en la única y absoluta certeza del arte: la belleza, la musicalidad, las verdades que revelan sus autores ["La belleza está en la verdad", Keats; "Ningún hombre puede pensar, escribir o hablar con el corazón si no pretende verdad", W. Blake] en cada poema u pobra poética. Los estudios de Remón Emilio Reyes nos llevan al encuentro con lo grande, auténtico, de los poetas que su ojo crítico analiza.

En definitiva, yo suscribo estas palabras de Reyes: "La calidad de un gran poeta siempre ha dependido del grado en que se aleje, o con mayor elevación se acerque a los resortes más potentes que vitalizan la belleza expresiva".

martes, 8 de septiembre de 2009

FRANK BÁEZ: Postales

Brank Báez ha tenido una gran resonancia con su libro "Postales". Se le ha cuestionado el Premio Nacional de Poesía 2009 concesido en República Dominicana. El cuestionamiento viene porque su libro no es un libro lírico, como clásicamente se conoce la poesía pura. Y es verdad. "Postales" es "antipoesía".

En su libro hay realismo, crudeza, espontaneidad y, hasta una dosis de morbo por los hechos que enuncia en cada frase o postal.

"Postales" mantiene la unidad temática, que no lírica. Hay un foto-montaje de escenas construidas con palabras, palabras con sentido y sacadas de la vida y a menudo del realismo sucio. Hay, si se quiere, una armonía dodecafónica, poesía chirriante e incómoda. "Postales" se desarrolla a la manera letánica de principio a fin. Veamos unos ejemplos:

Postal 134
A Solange que fue por la Duarte buscando el médico chino para que le haga un aborto

Postal 147
A la rubia que escribía con pintalabios en los espejos de los moteles que tenía el Sida

Postal 168
Al motorista que se cayó en la rotonda de la Kennedy con Lincoln y se levantó haciendo marineros

Postal 194
A mi tío Tomás que fue una vez el doble de Sandro de América

Postal 199
A mi tía Iris que encontró una pintura que tiraron a la basura, lo lavó, le pasó un blower, lo llevó a tasar y le dijeron que valía más de cincuenta mil dólares.

En mi opinión, "Postales" es un libro experimental, rabiosamente antipoético. A mí me recuerda a los graffiteros de la Pompeya romana. Frases lacónicas, brillantes, certeras, humorísticas, satíricas y morbosas se leen en "Postales", pero también en las paredes de los barrios pompeyanos. Veamos algunos ejemplos, y no de los más picantes:

1. "Una cacerola de cobre ha sido sustraida de esta tienda. Quien la devuelva recibirá un premio de 65 sestercios. Si alguien entrega al ladrón sera recompensado."

2. “Celadus el Tracio hace suspirar a las chicas”

3. "Veinte parejas de gladiadores, provistos por Décimo Lucrecio Satrio Valente, sacerdote perpétuo de Nerón, hijo del Emperador, y diez parejas de gladiadores provistos por Décimo Lucrecio Valente su hijo, lucharán en Pompeya los días 8, 9, 10, 11, y 12 de Abril. Habrá una gran cacería. Emilio Celer escribió esto a la luz de la Luna."

4 "Haced a Lucio Cesernino duumviro quinquenal de Nuceria, os lo ruego: Es un buen hombre."

5. "Cuando me da la gana me siento en él"

lunes, 7 de septiembre de 2009

ROSA JULIA VARGAS: Crisantemos y Margaritas

Este libro de cuentos, "Crisantemos y Margaritas" de la escritora Rosa Julia Vargas, santiaguera, premiado con el primer lugar por el certamen literario "Por nuestro país primero", 2007, está escrito con desenfado.

Digo con desenfado porque Rosa Julia tiene la cualidad de escribir como habla, es decir, con el salero que caracteriza el léxito del cibaeño que disfruta de hablar y contar historias sin pelos en la lengua.

Cada cuento es un telar que va tirando de muchos hilos hasta que culmina, a la manera de una sinfonía, dejando en el lector una estela de asombro. Porque detrás de cada historia, al parecer, hay un ser humano que la originó. Las historias que cuenta Rosa Julia tienen que ver con la vida, el dolor y los lados sombríos de la existencia que fenece en la soledad y en el anonimato.

Rosa Julia puebla la atmósfera de sus cuentos con certeras referencias de artistas, escritores, obras clásicas, películas, etc. Pero sobre todo el territorio que mejor domina es la palabra, es decir, los modos propios del dominicano que con poco dice mucho. "El vigilante del edificio [...] dio un braguetazo y lo casaron el mismo año de la tragedia". "Con dos niños jodonísimos , la suerte es que ya están crecidos y no van mucho a fuñir ni a hacer reguero a esa casa". "A lo mejor creía que se estaba viendo con alguno y que la otra era maipiola". "El run-run se inició entre los tígueres que se reunían de tarde en tarde en el parque".

"No fue mi Carlitos" es, tal vez, el cuento más logrado. Si no, el que más transmite al lector. La narradora compara a Carlitos con el chico de la película de Forrest Gump, dirigida por Robert Zemeckis y protagonizada por Tom Hanks, año 1994. "Imagínese el lector -dice la autora- lo devastador que puede ser [la herida del amor] en quien viene de fábrica con más instinto que razón". La clave del cuento gira en torno al "exceso de hormona y la escasez de juicio" de Carlitos, quien descubre el "grito urgente de testosterona".

Posiblemente el camino literario de Rosa Julia esté signado por la cuentística. Este primer libro de cuentos es un claro anuncio de que podemos esperar, y no por mucho tiempo, que nos vuelva a entrener con sus cuentos sin cuento.


jueves, 27 de agosto de 2009

TEONILDA MADERA: "Un camino carmesí".

Nuevo libro de la poeta dominicana Teonilda Madera: "Un camino carmesí.

Teonilda Madera, como profesional de la palabra, acaso sin querer, se acerca a la lo que he llamado “poética de la fábula” del colombiano Giovanni Quessep, poeta de los sueños. Mientras Quessep construye su universo poético apoyado en la fábula y en los sueños, Madera lo hace al estilo “minuet” musical dentro de su obra. El sueño en Un camino carmesí es igual a “soñar despierto”, “desear lo esperado”, “creer en la utopía”: «Sueña amor, sueña; / duerme amor, duerme; […] Sueña amor, sueña, con gaviotas en el cielo […] con una vela encendida / en tus pupilas» (Canción de cuna). Ver ensayo completo aquí.

jueves, 20 de agosto de 2009

ALTAGRACIA PÉREZ ALMÁNZAR, imaginación y creatividad en prosa y poesía.

Altagracia Pérez Almánzar es una escritora de la República Dominicana, cuyo auge in crescendo es cada vez más notorio en el ámbito cultural de la isla caribeña. Ella, que transpira ternura y fineza, nos ofrece un trozo de belleza en los poemas que abajo podemos leer.


3 de mayo: Cuando la lluvia aparece.


3 de mayo: Cuando la lluvia aparece,

abro los templos de la vida,

enciendo los cirios, salto los charcos,

ondeo mis coletas al viento.

Repicando en los arados de los campos

Enjugo los surcos de tus sombreros tristes,

Cuando la lluvia aparece,

Yo, toda, me vierto en ti.


En el poema “3 de mayo: cuando la lluvia aparece”, se aprecia un canto jubiloso, de libertad: “Salto los charcos, / ondeo mis coletas al viento”. Resuena en la segunda estrofa la figura de Moreno Jimenes, especialmente en su “Cantos de la tierra”, como si también ella, como el gran poeta dominicano tuviera hecha “una síntesis del mundo”.


Los surcos de los arados contrastan con los surcos de los sombreros, con lo que hay una bella analogía de los elementos trabajados en el poema. La tierra enjuga el agua en el surco y la poeta en los sombreros, con lo que de nuevo nos encontramos con un texto bien logrado. Por un lado, se resalta la libertad, el júbilo, pero al mismo tiempo la tristeza, que queda simbolizada en la lluvia. Hay una sintonía entre lluvia y emoción: “Yo, toda, me vierto en ti”.


En el segundo poema, “Introspección”, Altagracia Pérez Almánzar, nos lleva a estadios todavía más profundos y trascendentes.


INTROSPECCION


Soy la savia reposando sobre el tallo herido

Compuerta desplomada

sobre tardes de furiosos leones.

Sabana diáfana inundando los páramos,

Afilados abismos.

Yo, la hija del padre,

la de la túnica desgarrada,

la descalza en medio de la multitud.

Y, tú, oh Iris desnuda que traspasa este templo

que portas este cáliz

que violentas y quemas todas las lunas,

destello en rosa a la medianoche:

juntas, abordamos esta espera.

Abrazadas, aguardamos ante esta muerte.


Salta a la vista el influjo de la metafísica de la poesía cabraliana, Mieses Burgos y también la vertiente del Interiorismo, que da al poema una fuerza particular. El poema es poderosamente simbólico, pero no deja de revelar tristeza, soledad, desamparo, dolor, orfandad. Baste fijarnos en el subrayado siguiente: “Soy la savia reposando sobre el tallo herido; / Compuerta desplomada […] la de la túnica desgarrada, / la descalza en medio de la multitud”.


Sin duda, este poema marca un talante en el quehacer creador de esta joven barda, cuyo genio e imaginación nos colocan ante un espíritu con aspiración sublime y original.


En el poema “Somos”, la poeta intenta dar una respuesta a la eterna pregunta quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.



“Somos”


Hacia el sol, no somos más que partículas expandidas hacia la nada. Girones de carnes que se entrelazan y se esfuman. Sin rastro se habita el universo.


Hacia la nada, somos formas que buscamos una expresión. Desintegración y quejido, apuesta del ser. Espejismo violento que intentó dibujar la armonía. Un sollozo, yace atrapado, en el cristal de una antigua quimera.//


Estamos en el mundo. La toma de conciencia de esa realidad nos abisma hacia el Ser. Pero esa experiencia, que se muestra en angustia existencial, nos coloca frente a la nada. Entonces sentimos que la vida se nos escapa de las manos, que todo es un espejismo. Sin embargo, algo queda, algún reducto permanece, aunque sea atrapado en un fósil: “Un sollozo, yace atrapado, en el cristal de una antigua quimera”.


Este poema, “Somos”, de Altagracia Pérez Almánzar empalma con la tradición de la gran poesía de William Blake, el cual en su obra Thel habla de la fugacidad o transitoriedad de la vida humana: "¡Oh tú, pequeña Nube!", dijo la virgen, te suplico: dime / por qué nunca te quejas cuando de un soplo te disipas: / y te buscamos sin hallarte". ¡Ah Thel es como tú: / me desvanezco. Y, aunque me quejo, nadie oye mi voz".


Blake mira en la nube un aspecto fundamental de la vida humana: su fugacidad o transitoriedad, la muerte, la desaparición de este mundo. En la obra de Blake la vida no desaparece, alcanza estadios superiores. Por consiguiente hay una visión esperanzada de la vida y de la existencia humana.


En el poema de Altagracia nuestro afán no es sino el de hallar la armonía. Pero ese esfuerzo no se ve recompensado, pues todo se reduce a una “apuesta del ser”, “un espejismo violento”, un “quejido”, un “sollozo” que al fin nadie oye porque está “atrapado, en el cristal de una antigua quimera”.


El poema “Somos”, posee una agudeza, una verdad poética profunda: nuestro ser lucha contra la nada, contra la disolución. Gemimos, sollozamos en la búsqueda de la armonía de nuestro ser con el Ser. Al menos una vez en la vida nos preguntamos por el origen y el destino de nuestra estancia en el mundo. Y creo que eso es, justamente, lo que ha hecho Altagracia Pérez Almánzar. El verso final: “Un sollozo, yace atrapado, en el cristal de una antigua quimera” es, sencillamente, maravilloso. Como el rumor en la “perla muda” de Matos Paoli. Es como ver a una libélula fosilizada durante millones de años en una gota de ámbar.


La Pasión de Mallías González.- Cuento.


En el siguiente texto Altagracia nos ofrece otra faceta de su creación literaria, el cuento. La historia presente recoge el sentir y el pensar de unos seres anónimos, menos para la narradora, claro- de clase humilde que luchan por la supervivencia. También los pobres del campo, la clase social sencilla, los que viven en casuchas con suelo de tierra, poseen sus secretos y sus vivencias, sus historias por contar. El aporte fundamental de esta joven narradora reside precisamente en que cuenta creativamente esas experiencias aliñadas con la imaginación.


La autora, Altagracia Pérez Almánzar, hurga los entresijos de unas figuras humanas que, de alguna forma los dominicanos hemos visto en los barrios de nuestras ciudades o en los campos más remotos y antiguos. La caracterización de Mallías, con su halo de timidez y poquedad, queda bien dibujada. Sus oscuras emociones y pensamientos obscenos, en contraste con los de su hermana Mercedes, lo perseguirán como un fantasma. Este es el hilo conductor de la trama y la secreta armonía del relato que culmina dejando al lector con un sabor agridulce.


El último párrafo es una síntesis tan elocuente que podría ser en sí misma un microcuento. Los jóvenes escritores tienen que mirarse en el espejo de los grandes literatos. De manera siempre sean modelos o referentes de quien busca su aplomo en el oficio, como es el caso de Altagracia Pérez Almánzar. Para ilustrar cito a Monterroso, a fin de que juzguemos la capacidad de síntesis, no del primero, que ya sabemos que es un maestro, sino de nuestra narradora.


"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".(Augusto Monterroso).


"Apretó sus piernas enrojecidas, y unos leves sollozos se escaparon de su garganta, quedando atrapados para siempre en la sábana manchada".


Finalmente, nuestra narradora ha introducido dominicanismos, o sea, voces de la jerga popular y campesina de la región del Cibao; lo que le da al cuento un sabor especial, logrando un acercamiento al decir y sentir de los mismos personajes. También este es otro logro de la narradora de este apasionante cuento. Helo aquí.


La Pasión de Mallías González


La mirada de Mallías González se posaba en su hermana Mercedes; pero, otras veces, permitía que ésta se perdiera en los abundantes espirales de humo que ennegrecían el techo de canas. Sí, sabía que tendría que cambiar esas canas raídas y mohosas por ese hollín que emitía el fogón de tierra. Su hermana parecía encontrar un extraño placer en recordarle, cada tarde, las tareas que ella no podía realizar, ya por su condición de mujer, ya porque en algo tenía él que emplear el tiempo. “¡Ah, esa maidita vaina!”, pensó, mientras chupaba el cigarro negro que arregló él mismo, con las últimas hojas de tabaco que Bartolo García le había regalado.


No muy lejos se encontraba el vecindario, y aquella amplia avenida que les recordaba que estaban en la ciudad; por los boquetes de los setos de palma de la casa se filtraban el ruido y el trajín de los vehículos. Y Mallías como siempre, indiferente a lo que le rodeaba, sobre todo el acostumbrado grupo humano que se acercaba al ventorrillo de Mercedes, en el que se vendían frituras y algunas otras cosas que Bartolo traía del campo.


Era una casucha simple, con dos o tres cuartos añadidos, como todas las que se habían hacinado año tras año en aquel barrancón que colindaba con la concurrida avenida. Construyeron la casa con algunas hojalatas y palmas retorcidas que había conseguido Mercedes en los basureros que estaban en las cercanías del lugar; decidieron hacerla aún cuando el gobierno había mandado militares ordenándoles que se largaran de aquellos parajes, donde la muerte parecía tener morada. Luego, supo que Mercedes, después de muchas luchas, logró con ellos un permiso; después llegaron los demás y ya no podía controlarse la muchedumbre que se amontonaba en triste mescolanza... Mallías cogía su cigarro y lo acomodaba en sus arrugados labios. Sus ojos, con expresión ausente, se paseaban por las carnes voluptuosas de Mercedes. A veces se enfurecía, pero nadie se daba cuenta. Aquel enjambre de gente en torno a la figura de Mercedes era un motivo más que poderoso que lograba sacarlo de sus casillas. Su cigarro, entonces, recibía las embestidas de su callado coraje.


El no pensaba mucho. No quería... Los pensamientos eran tambores golpeantes que amenazaban con sacudir su pequeña constitución física. Se sacudió unas cuantas moscas, que volaban desde la carne de res que colgaba afuera, hasta sus barbas húmedas por el sudor. “¡Ah, eta jodienda!”. Los niños del barrio eran quienes más se detenían ante él; por ratos los ignoraba, pero ellos le seguían haciendo preguntas tontas. El fingía no verlos, echaba una ojeada en círculo y se volteaba para donde estaba Mercedes y su paila de frituras humeantes. Entonces los muchachos le voceaban “loquito” y Mercedes se enfurecía y los echaba a palos. El no decía nada, ni siquiera cuando le tiraban piedras.


Los que trabajaban en los talleres lo ocupaban en mandados y él los hacía sin chistar. Pero cuando escuchaba preguntar por el “loquito”, se apresuraba a regresar, con su mirada desvaída, a los senos maternales de su hermana Mercedes. “¡Coño, cuándo dejaré la maidita vaina!”, decía para sus adentros, mientras luchaba con las moscas, dándose manotazos en las barbas mugrientas, a la vez que se ocupaba en arreglar algunas hojitas de tabaco negro. Las limpiaba con mucho cuidado y se regocijaba cuando las veía todas juntitas, en el papel que le daba Mercedes de la pequeña pulpería. Ella le regalaba el papel, porque decía que con su presencia, arrimada a la primera puerta, cuidaba del negocio.


Mercedes se lamentaba, diciendo que no lo podía hacer todo. Mallías aprovechaba para decirse, a solas, que se iba bien lejos, bien lejos como hablaba su cuñado Bartolo. Bartolo hablaba bonito. El no podía hablar bonito. El hablaba, pero lo hacía a duras penas. Sentía que la sangre se le subía a la cabeza, fluía demasiado fuerte por sus sienes. Entonces, le bajaba la baba, y se la chupaba con el cigarro. Con Bartolo no había por qué tomar cuidados, no había por qué disimular. Se conocían desde el campo, desde que a su madre se la llevaron al viejo cementerio que no quedaba lejos de su bohío.


Fue en esa ocasión que Mercedes decidió la mudanza. La decidió sola, ella siempre se encargaba de todos los asuntos. A veces, él no sabía qué hacer... Era como le estaba pasando en aquellos momentos. Pero no iba a pensar, los pensamientos le dolían, las imágenes danzaban y él no las podía sujetar, como sujetaba aquellas moscas inoportunas, que le asediaban en aquel instante. Mientras, Mercedes hablaba con un cliente sobre cerrar ya el negocio, porque era muy tarde. Sí, la noche tendía su negro manto y los mecánicos guardaban sus herramientas. Los hijos de Mercedes se alcanzaban a ver a lo lejos, disputándose una vieja bicicleta que yacía abandonada en uno de los talleres. Pero Mallías no reparaba en los cambios que se operaban en aquel momento, ahora sólo quería espantar esos cuadros mentales que silbaban y caminaban ante sus ojos. Esperaba además por la dura voz de su hermana, que le ordenaba que se levantara y se fuera a bañar para acostarse. Pero no haría caso, como lo tenía por costumbre, y Mercedes tendría que golpearlo. Y él gimotearía que no le gustaba acostarse.


En las noches se apretaba la cara, se ponía rojo y caliente entre sus sábanas. Entonces buscaba los cigarros, pero no los encontraba, pues Bartolo ya no venía con tanta frecuencia. El no podía contar los días que tenía sin venir pero Mercedes sí, Mercedes sabía contar desde pequeña, la mandaron muy chiquita a la escuela y él la veía llegar con esas “dos colas de caballo”, como decía su padre.


Sí que era bonita Mercedes. Con esos ojos tan azules y grandes y era blanca, blanca... y aquellos cabellos que eran más negros que su cigarro y que se perdían abundantes en la misma cintura... Mallías se restregó los ojos. Lo hizo de forma seguida. Ya le dolían los párpados, pero más le dolía su cabeza, y se lastimaba a propósito, como si quisiera extraer sangre y no lágrimas... “¿Se va sacai lo ojo, maidito loco?”, le gritaba Mercedes desde el interior de la casucha, mientras agitaba con rabia el anafe, donde freiría a la mañana siguiente nuevos plátanos para su clientela. Y concluía rabiosa: “No sé lo que le pasa a ete hombre de un tiempo pa´cá”.


Ella era así, soberbia y bonita. Los hombres del taller se burlaban de los senos grandes de Mercedes, pero en las noches siempre se la escuchaba reír con los que venían a rondarla. Que nadie le preguntaba a él como era: “Yo no me meto con naide”. Sólo que sus oídos no podían cerrarse como se cerraban sus ojos, cuando se presentaban imágenes que acudían mortificadoras a su mente. Ahí retorcía los brazos y los subía como si quisiera conducirlos a aquellas voces... Mercedes lo agarraba por un brazo con esa voz agria y mandona, pero que Mallías sabía podía ser dulce, como en los primeros años de su niñez. “Camine, con uté si hay que jodei”, y lo conducía empujándolo, lo acostaba y arropaba. “Anjá, hoy no se bañó, ¿veidá? Pue así se va a quedai”.


“Meicedita no trajo el agua”, exclamaba Mallías, arrastrándose. Siempre lo hacía así: desplazaba su responsabilidad sobre la hija mayor de Mercedes.


“¡Ah, uté va vei lo que le voy hacei a esa condená!”, y de inmediato su hermana se lanzaba fuera a buscar a la muchacha. La voz incrementaba su potencia a medida que Mercedes gritaba y no obtenía la respuesta buscada. Al rato, se escuchó una voz tímida y débil: “¿Qué fue, mamá?”. Era una muchacha rubia y frágil, que ya mostraba las redondeces propias de una adolescente. Debía contar a lo sumo trece años, y a la escasa luz que brindaba la luna en el patio, se ofrecía pálida, como si necesitara de cuidados. La madre la tomó de un brazo, le entró a bofetones al llegar al cuartucho. Mallías, en la cama desvencijada, se movía inquieto, pero una sonrisa extraña curvaba sus labios que brillaban oscurecidos por su cigarro. “¿Qué yo le dicho a uté, degraciá?”, Mercedes no reparaba en los golpes que le daba a su tierna hija. “¿Uté no ve como vivo yo, como una piona?”.


“¡No me dé, mamá, no me dé!”, gritaba la muchacha, cubriendo repetidamente sus brazos y su cara. “¡Fue tío, que no quiso!”. Mercedes la zarandeó dos veces, para luego lanzarla a la camita adyacente a la de Mallías. “¡Eh jei que no quiere que lo bañen!”.


“¡Cállese, mentirosa!”, vociferó Mercedes. Luego se fue, llamando a Julito, el más pequeño de sus hijos.

Mercedita escudriñaba a su tío en la oscuridad, y una pena terrible agitaba su corazón. Aquella tarea la tendría toda su vida detrás suyo, sin escapatorias. Estaría siempre sola, acompañada de aquella risa grotesca de su tío Mallías, asustándola en las noches largas; luego, las llamadas de su tío, los jadeos; el miedo de que la tocara sin que se enterara su madre. Decirlo podría provocarle la muerte. Pero un día sería distinto...


Mallías hacía círculos en los setos y en las sábanas, mientras le llegaba el sueño. Pasaban los segundos, los minutos, las horas. Mercedita parecía dormida. No luchaba más y se sentaba en la cama. “¡Los cigarros!”. Los guardaba en el armarito verde que se hallaba al lado de las barbacoas, donde dormían sus sobrinos. Entonces arrastraba su cuerpo por el empolvado piso. Hacía mucho que no se limpiaba la tierra. Todos los días era lo mismo. Con el paso del tiempo, su cuerpo se hacía pesado. Se le habían entumecido los huesos de tanto sentarse en el mismo sitio, lo que sucedía muy frecuentemente, desde que llegaron a aquella maldita ciudad ruidosa. Mercedes lo ubicó en aquella silla de guano que compró Bartolo para la mudanza, y de allí sólo se paraba a hacer algunos mandados de los mecánicos, o para buscar agua con Mercedita, al canal que estaba cerca del barranco.


En el canal le pedía a Mercedita que le pasara los cántaros de agua, y la muchacha lo tumbaba para que se mojara, pues sabía que él le tenía miedo a la profundidad, a su fondo. Fue así, desde pequeño. Y al regresar, Mercedes le peleaba mucho, porque decía que sólo olía a “perro muerto”. No le hacía caso; estaba demasiado viejo, aunque su hermana dijera que ella era más vieja. ¿Cuántos años tenía?, pensó sacudiendo el frasco de donde sacaba los fósforos para encender su pachuché. No los encontró, por lo que dejó rodar el cristal por entre los trastos que estaban en el vasero de madera. Estos repicaron de mala manera, cuando se dejaron tocar por el frasco vacío.


Ya corría la medianoche y de seguro que Mercedita había dormido su tercer sueño; él la vigilaba, después de que Mercedes los mandaba a acostar. La observaba hasta que se quedaba rendida, pero Mercedita siempre hablaba mucho, “como su mamá”. El chocaba con las sillas que estaban en medio de la cocina, al tiempo que se recogía los pantaloncillos, casi se les caían, pero los recogía a tientas. Mercedes lo amonestaba si lo encontraba palpándose los genitales. El, entonces, retorcía los labios y la baba humedecía su boca... ¿Qué sabía ella? Las veces que Mallías intentaba agarrar a Mercedes, tocarla, ella lo empujaba y lo golpeaba con sus brazos macizos, y lo amenazaba violentamente. El sólo quería abrazarla... Cuando regresaban a sus respectivas actividades, ella alzaba el tenedor de pullas para levantar sus plátanos y batatas para los clientes de enfrente, que esperaban. Y aún ellos no advertían las miradas.


“¿Cuándo viene Bartolo, Mercedes?”, le preguntaba la gente del barrio, porque ahora Bartolo traía mercancías. Antes no, antes se jactaba de irle muy bien en la barra. Pero las cosas no estaban fáciles, por lo que Bartolo hacía muchos oficios para conseguir dinero. Cuando venía del campo, Bartolo le peleaba mucho a Mercedes, ponía su funda blanca y su gallo en el armarito, y la llamaba para la casa, pero Mercedes seguía con sus gentes en su ventorrillo. Entonces Mercedita y Julito se abrazaban a Bartolo. El recibía de inmediato el olor a mugre, los cabellos en desorden de su hija, pero luego los hacía a un lado y volvía a llamar a Mercedes. Esta respondía cuando le daba la gana. Bartolo no esperaba más y se enfurecía y la abofeteaba delante de la gente y la halaba para un cuarto para golpearla. Pero Mercedes se defendía, mientras Bartolo decía a gritos que era “una mala hembra”, porque aquel ventorrillo lo había puesto él con su dinero y ella no le obedecía. Sí, Mercedes era de las malas mujeres que no se pueden sujetar, hay que golpearlas. El no se metía, sólo veía cómo Mercedes se revolvía en la cama. “Sí, ella era muy jembra”, por eso se lo tenía bien merecido.


Mercedes se reía... Ella decía que no era de nadie, que era muy mujer para ser de un hombre; que ya tenía bien puestos los pantalones, que no era como antes, como cuando Bartolo la había forzado entre los cambrones que rodeaban el río del campo. Por lo que Bartolo, aunque hacía el intento de darle con su correa de cinto, se retiraba por los niños que se ponían a llorar y a tirarse en el suelo. Entonces Mercedes se paraba de la cama y sacudía sus bien proporcionadas nalgas, y sus ojos azules, aún llorosos, relucían en raro contraste con su pelo negro. Mallías los reconocía con los suyos, ya cansados, y buceaba en aquella mujer, que todos parecían desear.

Por un momento se palpó las sienes, miró las estrellas y la luna... y de repente, se atemorizó ante la presencia nocturna. Creía ver el rostro de su madre suplicante pasearse por la luna, y de un solo manotazo pretendió espantar el danzar del fantasma ante su vista y la oscuridad. “¡Puta vieja, quítese dei lao!”, masculló Mallías. “¡Uté no me quiso a mí, sólo a la Meicede!”. Al fin se enfrentaba a sí mismo, al fin era él mismo, y esto le producía un sentimiento que tensaba sus músculos en un mecanismo que le daba seguridad, superioridad; al fin sería un hombre real, “no un buen mierda”, como decía Bartolo. Sí, la noche sería su cómplice. Sí, sí... rió despacio, saboreando su risa que le daba una sombra macabra a su cara. “¡Maidita la tre jembra dei bojío!” El fantasma de Bartolo también bailoteaba enfrente de Mallías. “¡Jágalo, Mallía, ahora o nunca! ¡Lo jombre macho cogen a la mujere, no la piden!”, decía Bartolo en la barra. Mallías sorbió su baba, saboreando el recuerdo de la figura de su hermana y maldijo en silencio la hombría del maldito de su cuñado. Se deleitó nuevamente en la dulzura de Mercedes, la niña, que lo cuidaba, y una vocecita le susurraba que también ella lo disfrutaría.


Ahora no caminaba a duras penas, sus pasos eran firmes en el camino de piedras que llevaba a la otra casa, donde Mercedes recibía a sus hombres. Sí, allá estaba, tendida como la imaginaba, pero no con la bata; la bata estaba tirada en el suelo. Había botellas y colillas de cigarrillos en la mesita, que estaba al lado de su cama. La escasa luz de la lámpara creaba raros detalles en la abundante cabellera de Mercedes, que se desparramaba en sus gordezuelos senos. Parecía una venus agotada. Y Mallías podía escuchar murmullos ininteligibles que se escapaban, por ratos, de los labios rojos de su hermana.


Mallías se movía como un beodo en la sombra del dintel de la puerta, Mercedes hizo, al verlo, un rictus amargo. “¿Qué uté hace aquí, maidito?”, se espantó entre las sábanas humedecidas por su sudor y el de su amante. Mallías no escuchaba, se deslizaba sordo en la penumbra de la puerta de hojalatas. Una risa suave delineaba sus labios, y ya se avalanzaba sobre la figura redonda de Mercedes cuando ésta se paró y, levantando la mano derecha, le asestó un duro golpe en los brazos. Llevaba un garrote de leña puntiagudo, afilado. Por segundos, siguió golpeando fieramente los brazos de Mallías, que se refugió en un rincón de palmas torcidas, mientras gemía como perro lastimado. Su mirada era triste, ausente, suplicante. Recostado, temblaba. “¡Golpéala, como lo hace Bartolo!”, le decía una voz, pero estaba paralizado. Inusitadamente, otra idea cruzó por la mente veleidosa de Mallías. Vio la imagen de Mercedita dando vueltas en su cama, y se arrastró rápidamente por entre los palos que sustentaban el cuarto.


Mercedes se detuvo en seco. Luego, como fiera enjaulada, se vistió, y despavorida salió al patio. Amanecía. Un sol débil luchaba por imponer su luz entre los densos nubarrones que presagiaban un recio aguacero. Algunos mecánicos ya arribaban a los talleres, rehaciendo sus faenas del día anterior. Se dio cuenta de que el hombre con el que antes estaba salía de la casa poniéndose los pantalones.


“Uté madrugó mucho, Mercede, ¿eh?”, carraspeó otro hombre enfundado en un kimono azul. “Digo, uté e una mujei que trabaja mucho”. Ella no le respondió. Estaba impertérrita. Unos círculos negros alrededor de sus ojos delataban su cansancio. Había llorado mucho, como un tigre desfallecido se movía, dispuesta a recibir la inesperada muerte en la selva de una sabana sangrienta; el tiempo transcurría sin que lo sintiera. Pero ni un gesto denunciaba lo que pasaba por su cabeza. Ella estaba hecha así, de hierro. La vida la había hecho así: ¿Qué era la vida? Ya no habría posibilidad de regreso.


“Mercede”, la impaciencia del mecánico la sacó de sus abstracciones. “Mercede, uté parece cansada hoy. ¿Poiqué no llama a su hija, pa que le ayude?” “Uté tiene razón, Menelao”. Mercedes aprovechó y salió del ventorrillo. Por un momento, al mecánico le pareció que la dura de Mercedes se tambaleaba. Luego, oyó su voz levantando a su hija.


Mercedes abrió la cocina. Mallías no estaba en su cama. Mercedita estaba desvanecida en la suya. Al verla así, sintió una profunda pena por su hija... ¿Qué destino le traería la vida a su muchacha? Las lágrimas pugnaban por salir de sus grandes ojos, hasta que al fin lo consiguieron. De un solo manotazo se las limpió.


“¡Meicidita, levántese de ahí!”, ordenó Mercedes, con su usual don de mando. La niña se irguió asustada, y casi sale huyendo de la cama. Su madre la contuvo. “¡Qué eh, muchacha de Dio´!”, continuó Mercedes, alarmada, “¡qué eh!”.


Mercedita se dejó caer en la cama, sin aliento. Recuperaba el contacto con la realidad. Apartó la mirada de su madre, y buscó ansiosamente la cama de su tío Mallías. Las náuseas estremecían su estómago vacío, y cubrió su cara enrojecida por la angustia. Su madre se perdía por la puerta... Afuera preguntaba a su hermano por dónde había estado. El no le respondió. Lo vio entero, sucio y golpeado y acomodado como siempre en la silla de guano que estaba en la calzada del ventorrillo. Mercedita echó su cabeza adolorida en la almohada. Una rabia sorda se adentraba en sus pensamientos. Estaba convencida de que no había remedio... Apretó sus piernas enrojecidas, y unos leves sollozos se escaparon de su garganta, quedando atrapados para siempre en la sábana manchada.


ALTAGRACIA DEL CARMEN PEREZ ALMANZAR

Nació en Santiago Rodríguez, Línea Noroeste, República Dominicana. Egresada de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, y de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, con una Licenciatura en Comunicación Social, mención Periodismo.


Cuentos y poemas de su autoría, pueden ser leídos en las Antologías realizadas por el Dr. Bruno Rosario Candelier, Ateneo Insular“ La Creación Interiorista”, 2001.


La Antología de Cuentos “Para Matar la Soledad“, año 2000, del Taller de Narradores de Santiago.

La Antología „El cuento contemporáneo de Santiago“, Ediciones Ferilibro, 2005).


La Antología de Jóvenes Poetas Dominicanas “Safo”, Ediciones Ángeles de Fierro, (Poesía, 2004).

Ganadora del Primer Lugar, del XII Concurso Literario Alianza Cibaeňa, en el Renglón Cuentos, con su libro „A Mitad del Sendero“, Sept.2007.


Miembra del Ateneo Insular y del Taller de Narradores de Santiago. Forma parte además del equipo Editorial de la revista Mákinas y la revista literaria Mythos.


Localización tierra natal, República Dominicana