lunes, 19 de marzo de 2012

SEAMUS HEANEY, “Norte”


SEAMUS HEANEY, “Norte”. Sigo la traducción de Margarita Ardanaz. Hiperión, Madrid, 1995.

Esta obra está relacionada profundamente con la historia del norte de Gran Bretaña, donde convergen el mundo industrial y obrero, y los sindicatos, la religión católica y el protestantismo. El norte, el Ulster, posee el influjo de los germanos y de los vikingos con lo que el resultado de esas fuerzas de choque, como se puede entrever, es tremendo.

Heaney tiene predilección por el dato arqueológico. Acude a esta fuente buscando la verdad histórica de su raza atraído afectivamente por la huella cultural de sus ancestros, como lo hiciera Pablo Neruda en “Altura del Machu Picchu”

“Norte” está entre las obras más reconocidas de Seamus Heaney, acaso por su impronta política. Sin embargo, nosotros vamos a espigar la obra para extraer algunos rasgos que nos puedan dar una primera muestra de lo que es, en verdad, el texto.

El poeta, sazonado por la edad, escribe en retrospectiva, para, de alguna forma, salvar el pasado histórico de su tierra Irlanda. «Hubo una ausencia iluminada por el sol» (Luz de sol). Hay un fuerte apego a la tierra madre, apego que simboliza en Anteo, dios mitológico hijo de la tierra: «Cuando yazgo en el suelo / Encendido me yergo cual rosa en la mañana […] Ceñido por la roca y la raíz / Me acuno en las tinieblas que engendran» (Anteo).

El arado, las ruedas de molino, la molienda, las siegas, son una constante en la memoria histórica y vivencia poética de Heaney: «¡Alzar la tapa de la turba / Y callar esta pupila soñando / Con el trigo neolítico […] Molienda para un antiguo molino, / Y vi en el ojo de mi mente / Un árbol del mundo de equilibradas piedras, Muelas amontonadas como vértebras, Y como sedimento el tritu-rado tuétano» (Belderg).

La muerte de los familiares, acaso por los conflictos habidos entre Inglaterra e Irlanda del Norte, se convierte en materia de refle-xión y poesía. Eco que, desde el recodo del alma, emerge silencioso: «La rumiante memoria / de momento calmada, es la sentencia / del odio apaciguado» (Ritos funerarios).

«Norte» da fe de los conflictos históricos entre los pueblos nórdicos, es decir, de las invasiones, de las guerras, crueldad y venganzas. Todo ello queda simbolizado en el temible y poderoso dios escandinavo, Thor. «Decía, “Asentaos / sobre el montón de palabras, horadad / el destello y el dédalo / de vuestros pliegues cerebrales. // Construid en la oscuridad. / Esperad la aurora boreal / en la incursión profunda, / no la cascada luminosa».

Heaney tiene predilección por el dato arqueológico. Acude a esta fuente buscando la verdad histórica de su raza y porque, atraído afectivamente por la huella cultural de sus ancestros, como lo hiciera Pablo Neruda en “Altura del Machu Picchu”, hurga en este pasado para dejarnos versos como estos: «Mis palabras lamen / los muelles de adoquines, y van de caza / ligeras como sandalias / sobre el suelo sembrado de cráneos» (Dublín Vikingo: pruebas). «En eterno descanso. Hasta la muerte / miente. El vacío defrauda. / No caemos como hojas otoñales / para dormir en paz. Algún traidor aliento / Reanima nuestra arcilla, nos envía muy lejos / Y con el sudor de nuestras desnudas frentes / ganamos nuestras muertes: nuestro único reposo / Cuando el ensangrentado pie halle su azada» (El esqueleto cavador). «Hueso blanco encontrado / en el pastizal: / el áspero y poroso / lenguaje del tacto […] el tuétano del hueso / es un nido de amor / en la hier-ba». (Sueños de hueso). «Tal que vertido / en brea, yace/ sobre almohada de césped / y parece llorar // su propio río negro» (El hombre de Grauballe).


En el poema “Estirpe” tal vez es donde mejor deja entrever Heaney su pasión por sus orígenes más remotos. Como si él quisiera exhumar la memoria de sus ancestros en el rito del acto creador

Con finura extraordinaria, Heaney borda dos poemas dedicados a dos mujeres anónimas, al parecer asesinadas. Los actos violentos se convierten también en materia de reflexión y denuncia. «Noto el tirón / de la soga en su nuca, / en su desnudo torso […] el dogal un anillo / en donde almacenar el amor». (Castigo). Pocas veces he visto un poema comprometido, o lo que es lo mismo, trágico, tratar con tanta belleza descriptiva y a la vez creativa, como lo hace el poeta irlandés que nos ocupa en estas líneas. «Desenredaron el helecho húmedo de su cabello / Y exhibieron su rizo […] las cuencas de sus ojos vacías como estanques de las antiguas obras» (Extraño fruto).

En el poema “Estirpe” tal vez es donde mejor deja entrever Heaney su pasión por sus orígenes más remotos. Como si él quisiera exhumar la memoria de sus ancestros en el rito del acto creador que da como resultado la obra, que es el poema. «Penetro en los orígenes / como el perro da vueltas / a sus recuerdos ancestrales / sobre la estera en la cocina».

En este apasionante poema, “Estirpe”, el aeda husmea los más secretos hallazgos de tu tierra irlandesa: sus pantanos o ciénagas, las junqueras, los brezos, la luna en el agua, (recuérdese a Anteo, hijo de la tierra). La tierra no es un accidente en la obra de nuestro autor, es parte fundante de su obra poética. «Pero pantano / que significa suave, lluvia que cae sin viento, / pupila ámbar. // Rumiante suelo, / digestión de molusco / y vaina, / profundo arcón de polen […] Suelo que dejará al desnudo / su lado más sombrío, / suelo propicio al nido / fondo de mi memoria». Este último verso es elocuente. La dimensión telúrica configura el pensamiento, el discurso poético del poeta en “Norte”. «Esta es la vocal de la tierra / soñando sus raíces / entre flores y nieve, // mutación de la atmósfera / y de las estacones, / una fruta caída que estercola / el suelo en que se pudre. // Y yo crecí entre todo esto / como un sauce llorón / que se inclinara hacia / los apetitos de la gravedad».

El mar, el Océano Atlántico también es parte del telar que teje Heaney en “Norte”. El o- céano como testigo de «oscuras filtraciones». El mar es un testigo de ambiciones hundidas, de oros flotantes. «Él es el agua, es el océano que le levanta / A ella el verdugado, tal como se levanta un pañuelo de algas / Al frente de una ola […] El mar ha dispersado su ensoñación de flotas, / El príncipe español ha derramado su oro / Y le ha fallado a ella».

Los poemas “Actas de Unión” “Los responsables de Cavehill” y “Hércules y Anteo” representan un poco el pensamiento histórico del autor. Es decir, en ellos vuelca su visión poética de la historia. O, si se quiere, su sentido de la historia y su compromiso con los mementos más cruciales de la historia de Irlanda. “Hércules y Anteo”, bajo mi punto de vista, es un poema con una gran carga simbólica y, acaso represente, el primero a Inglaterra y el segundo a Irlanda, a protestantes y a católicos. Hércules dominante, el poderoso, «el que estrangula la serpiente, el que arrastra el estiércol, / el empeñado en las manzanas de oro, / su futuro repleto de trofeos». Anteo, aunque vencido por Hércules, saca sus fuerzas de la poderosa tierra, el que esgrime los ocultos poderes telúricos como quien utiliza una ‘espuela de luz’ contra su adversario.

Heaney explora los orígenes de su identidad en el dato arqueológico para verificar la verdad histórica de su raza, es decir, comprender mejor su carácter y su idiosincrasia.

En la segunda parte de “Norte”, Seamus Heaney expone abiertamente su compromiso social por Irlanda. «Mi traicionado pueblo clama desde sus jaulas» (El sueño del legislador no reconocido). Su angustia y sus padecimientos por lo que sufre su pueblo irlandés me recuerda a los profetas bíblicos en su defensa del pueblo: «Mientras aquí con una molesta / Sequía de palabras al tiempo anzuelo y cebo […] Las señales de humo serían gritos comparadas con nosotros: / Maniobras para encontrar nombre y escuela, / sutiles discriminaciones en el trato» (Digas lo que digas, no digas nada). «Y fue la poesía la que enjugó mi frente y la que me impulsó» (Liberto).

En el verano de 1969, en la línea divisoria entre católicos y protestantes, situada en la calle Falls Road, el poeta sufre esos aconte-cimientos irreconciliables. En Norte laten las tensiones entre ingleses e irlandeses. Tensiones dadas muchas veces por cuestiones políticas y otras religiosas o ambas a la vez. «Mientras la Policía cubría a la multitud / Disparando hacia Falls […] Saturno / Enjoyado con la sangre de sus propias criaturas, / caos gigante girando sus brutales caderas / por encima del mundo» (Verano de 1969).

En fin, “Norte” marca un hito en la obra de Seamus Heaney tal vez como ninguno de sus otros libros. El compromiso social de nuestro autor es mucho más que un acto de insumisión ante los problemas sociales que les ha tocado vivir. Su inteligencia y talento lo consagra a la poesía, a la palabra, «con palabras / Que afectan a mi lengua como óbolos».

CONCLUSIÓN

En “Norte” he podido hallar varios nervios que articulan el poemario. 1. El apego a la tierra. Este dato está presente en “Muerte de un naturalista” y en “La linterna del espino” y es parte, qué duda cabe, del conjunto de la obra de Heaney. El apego a la tierra, al menos en “Norte” tiene una simbología especial. Anteo, el dios hijo de la tierra, es un símbolo del hombre irlandés apegado a tu terruño, a su entorno natural y a sus cultivos. 2. La exhumación de la memoria. Heaney explora los orígenes de su identidad en el dato arqueológico para verificar la verdad histórica de su raza, es decir, comprender mejor su carácter y su idiosincrasia. 3. Los conflictos sociales. El idilio casi romántico de “Muerte de un naturalista” aquí ya no se percibe apenas. Hay una clara consciencia de la historia de Irlanda, de sus conflictos internos y con el vecino país inglés. Su poesía no es abiertamente social, a lo nerudiano, pero su palabra está vinculada al compromiso transformador de su pueblo. 4. “Norte”, un punto hacia el que caminar. Irlanda avanza hacia su norte, es decir, hacia la realización de su propia identidad como pueblo. Entre tanto, tendrá que sufrir, no sólo los embates de las olas del Océano Atlántico, sino las marejadas ideológicas que durante décadas han enfrentado a irlandeses e ingleses.


Cuadernos de san Martín Jorge Luis Borges

La muerte es la más atroz certeza de la mortalidad del ser humano

Cuadernos de San Martín, 1929. La experiencia de la muerte llega a muy temprana edad. La muerte, ese tremendo problema de la existencia que aturde al más bien plantado, despierta del sueño al niño que fuera Borges. «Yo era chico, yo no sabía de muerte, yo era / inmortal; / yo lo busqué por muchos días por los cuartos sin luz» (Isidoro Acevedo).

La muerte es la más atroz certeza de la mortalidad del ser humano. Cuando ella nos roza de cerca o viene hacia nosotros sentimos horror, vértigo. Si embargo, un solo ins-tante de felicidad, un solo gesto de vida vale más que todo. Cuando la vemos llegar sentimos que vamos «hacia una muerte sin inmortalidad y sin honra […] La muerte es vida vivida, / la vida es muerte que viene; / la vida no es otra cosa / que muerte que anda luciendo […] porque la plenitud de una sola rosa es más que tus mármoles». (Muerte de Buenos Aires).

Tiempo y eternidad se debaten en la arena del circo, que es este mundo. El tiempo es fermento del no tiempo, es decir de la eternidad. «Si esto es verdad y si cuando el tiempo nos deja, / nos queda un sedimento de eternidad, un gusto del mundo, / entonces es ligera tu muerte» (A Francisco López Merino).

A veces creemos poseer la verdad toda, pero no cierto es que no es más que soberbia intelectual. Por eso es bueno caer de una vez en la cuenta que apenas si poseemos un fragmento de la verdad y del misterio. «Sólo poseo de ti una deslumbrada ignorancia». (El Paseo de julio). FLH

martes, 13 de marzo de 2012

ALBERT MARCUSE, La dimensión estética

ALBERT MARCUSE, La dimensión estética. Edicions 62, Barcelona, 1982.

Sigo la traducción al catalán de Jaume Creus y de J. F. Ivars.


Introducción

Una de las particularidades del pensamiento de Marcuse nace de la idea freudiana de la fantasía. La fantasía es la capacidad de la persona de producir representaciones imaginarias. En la capacidad imaginativa del arte, confluyen las capas más profundas del inconsciente y los productos –la obra de arte- de la consciencia.

Marcuse se inspira también en Kant en su concepción del arte en su “crítica del juicio estético”. El juicio estético se alimenta del sentimiento del placer. De Kant, por otra parte, toma Marcuse la idea de placer estético como ámbito de la sensibilidad y de la belleza: El placer estético está relacionado con la ‘pura forma’ del objeto, cuya percepción constituye la belleza.

La dimensión estética

El ensayo “La dimensión estética” está enfocado más específicamente a la literatura que a las demás artes. Para Marcuse el arte puede ser revolucionario, sobre todo si se produce “un cambio radical en el estilo y la técnica”. Esta dimensión no dice nada respecto a la cualidad, autenticidad y verdad de la obra.

La obra de arte revolucionaria, en el sentido más genuino de la palabra, comprende la percepción, comprensión y denuncia de la realidad establecida, la manifestación de la liberación. La literatura es revolucionaria solamente en relación consigo misma, como contenido convertido en forma.

La tesis que Marcuse plantea es esta: «Las cualidades radicales del arte, es decir su denuncia de la realidad establecida y su invocación a la bella ilusión de liberación, se fundamentan precisamente en aquellas dimensiones en que el arte trasciende su determinación social y se emancipa del universo pacífico del discurso y la conducta, manteniendo de tal manera su irrefrenable presencia».

Según la tesis marcusiana, el arte crea su propia atmósfera en la cual es posible la subversión de la propia experiencia del arte, pues «el mundo que forma es reconocido como una realidad que es eliminada y deformada en la sociedad establecida». Así, pues, la «lógica interna de la obra de arte culmina en la irrupción de otra razón, de otra sensibilidad» que desestabiliza la sensibilidad reinante.

La forma estética, para Marcuse no es sino «el resultado de la transformación de un contenido determinado (un hecho actual o histórico, personal o social) en una totalidad autónoma: un poema, una obra teatral, una novela, etc.». Se opera una transformación estética por medio del lenguaje, la percepción y la inteligencia en su empeño por revelar la esencia de la realidad, del hombre y la naturaleza.

La función crítica del arte

El arte tiene una función crítica de la realidad. La obra de arte, según este autor, es auténtica por el contenido convertido en forma, y no por la forma en sí misma. De tal suerte que forma estética, autonomía y verdad se corresponden unas con otras, es decir, hay una correspondencia inseparable entre ellas. La verdad del arte radica en la fuerza que tiene para romper la realidad establecida socialmente, para descubrir lo que es real sin fisuras. De esta ruptura brota la forma estética, de suerte que el arte revela, con su ficción, la verdadera realidad.

La lectura que hace Marcuse del arte está relacionada con su visión marxista de la realidad. De ahí que, según él, el arte tiene su propio mundo con otro principio: «El mundo del arte tiene otro principio de realidad, el de la alienación, y solamente en tanto que alienación cumple el arte una función cognoscitiva: informa de verdades no comunicables en ningún otro lenguaje; en definitiva, contradice».

El arte, por otra parte, brota también del Eros: que es, en el fondo te todo «la profunda afirmación de los impulsos vitales en su lucha contra la opresión instintiva y social». Por eso el arte se opone a la sociedad establecida y su principio rector es el de la transformación, el cambio de la realidad dada como real. La alegría o la tristeza, Eros y Tánatos es una constante en la vida humana y no se resuelve en la lucha de clases.

La sociedad sigue presente en el arte, cuyo reino es autónomo. Lo está al menos de tres maneras: El arte constituye la sustancia de la representación estética, en primer lugar; y configura el ámbito de posibilidades de lucha y liberación, en segundo lugar; y, en tercer lugar, la posición del arte en la división social del trabajo, esto es, trabajo manual e intelectual, que confiere a la actividad artística de un carácter elitista.

El arte y el progreso

El arte, en definitiva, tiene una dimensión progresista, rompe con el origen de clase social, rompe con el entorno y rompe con la esclavitud de clase de familia. El arte contribuye a la lucha por la liberación de toda forma de alienación social o de clase. De esto se desprende que el arte no puede medirse ni por el origen familiar o social de los artistas ni por sus ideologías ni por si aparece la impronta o no de la clase oprimida en sus obras. Esto es evidente en autores como Poe, Proust, Baudelaire, o Valèry.

El arte, sostiene Marcuse, desafía la realidad establecida para poner en evidencia lo que es, en verdad, real. Esta realidad real, digámoslo así, se consigue por medio de la ficción, de la imaginación que es capaz de crear una realidad más real que la que la que está establecida socialmente. Esto es posible porque el arte tiene sus propios códigos, es decir, su propio lenguaje con el que ilumina la realidad. La nueva realidad que produce el arte sólo es posible gracias a este lenguaje que le es propio.

Por medio del arte el artista puede transmitir verdades universales, verdades por demás transhistóricas. El arte apela a una consciencia que va más allá de la simple noción de clase, apela a la consciencia de seres humanos, a la consciencia de especie que desarrolla sus capacidades y facultades más genuinas.

Marcuse acaba reconociendo que, si bien es cierto que el arte tiene una dimensión política, por sí mismo no puede cambiar el mundo ni la realidad, pero puede, afirma, «transformar la consciencia y los impulsos de los hombres y mujeres capaces de cambiarlo».

El arte posee una fuerza productiva diferente a la del trabajo, pues su fuerte, sus cualidades son subjetivas, cuestión esta que choca con la noción objetiva de la lucha de clases. ¿Cómo puede el arte convertirse en un factor transformador de la consciencia?

El drama, la poesía y la novela tienen que contribuir a la transformación de la realidad de la cual se nutren para lograr la obra de arte. La realidad ha de conformarse con la estética, se le ha de someter. La realidad en la obra de arte deviene en realidad estética. La transformación de la realidad en realidad estética se vuelve denuncia y reconocimiento del mal. Por lo que la transformación de la realidad por el arte es una forma de salvar aquello que es posible salvar. En definitiva, el arte es una promesa de liberación, no sólo de la realidad, sino también de la estética e incluso de la belleza como atributo de la estética.

El arte lucha contra la noción de un progreso idealista de la humanidad y contra el exceso de confianza en el mismo. Esto es lo que hace verdadera a la obra de arte. El arte verdadero no se conforma con un final feliz, porque el reino de la libertad está más allá de la mímesi, de la apariencia y de realidad conocida y dada socialmente.

Incompatibilidad entre arte y realidad

El mundo del arte y el mundo real no coinciden, hay entre ellos una escisión insuperable. Por más que el artista quiera reconciliarlos no podrá conseguirlo. La obra de arte rompe con la realidad cotidiana, cuenta con ella como materia dada, pero debe conservar su autonomía. Porque si se sujeta a la realidad, bajo el pretexto de quererla superar, no lo logrará, sencillamente porque hay un abismo que separa la realidad real y la realidad estética.

Marcuse se empeña en sostener que en el «mundo ilusorio», es decir, ficticio, el mundo que es fruto de la imaginación creativa –que es el mundo del arte-, las cosas aparecen tal como se nos muestran y como deben aparecer. Por lo que el mundo real aparece más falso que el fundo inventado.

Memoria e idealidad en el arte

El arte tiene la cualidad de conservar la memoria de los hechos, pero también la capacidad de suscitar el mundo posible. Ella revela una nueva forma de ver el mundo. Aunque también es verdad que el arte no puede trasladar su visión de la realidad tal y como ella lo concibe. Esto se debe a que el arte, como parte constitutiva, tiene una fuerte carga de idealidad, sin embargo la esperanza que la sostiene no queda en un puro ideal. Su materialización se sitúa fuera de ella.

El lenguaje liberador de la obra de arte, recurre a imágenes liberadoras de la muerte y de la destrucción de la voluntad de vivir. Este es, en la afirmación estética, el elemento emancipador.

El arte, en definitiva, conserva la cualidad de «idea reguladora» en la lucha por la transformación del mundo. Más allá de las promesas de las fuerzas de producción y las luchas de clases, «el arte representa el objetivo final de todas las revoluciones: la libertad y la felicidad del individuo».

Crítica a la ‘razón estética’ marcusiana

Marcuse recurre a Kant y a Freud para sostener sus argumentos sobre estética, a veces oscuros. Su visión del arte está tamizada por una lectura marxista de la realidad, de la relación de los hombres, la lucha de clases y la productividad. Le atribuye al arte poderes subversivos, liberadores y progresistas.

Marcuse me resulta más convincente cuando habla de la función crítica del arte y de evocar el mundo posible, deseable. El arte es capaz de crear, aunque sea en fantasía, ficticiamente, el mundo que deseamos. La noción de marcusiana de que el arte puede «transformar la consciencia y los impulsos de los hombres y mujeres» para operar en ellos la posibilidad de cambiar el mundo es, sencillamente, iluminador y esperanzador.

Su visión del mundo y de la realidad es pesimista. El mundo real, el que vemos y en el que vivimos, no es real, ni bueno; no lo es porque no se corresponde con el ‘mundo ficticio’ que produce el arte. Para él la verdadera realidad es la que produce el arte, la realidad estética. La realidad real, la realidad histórica, es sombría, fea, imperfecta, hecha a imagen y semejanza de la sociedad. Por lo que hay que combatirla, transgredirla y romper con el orden establecido.

A mi juicio, como se ciñe más a una comprensión de estética en el ámbito literario, con la consabida connotación ideológica, da la impresión de que el campo de visión se reduce. Tal vez si su pensamiento hubiera sido más abarcador y menos político, hubiera podido llegar más lejos. Sin embargo, su ensayo es aleccionador e intuitivo.

La ‘razón estética’ marcusiana del arte se queda en la esfera de lo utópico. La libertad y la felicidad humanas siempre estarán ahí como posibilidad, como esperanza, como deseo. ¿Es posible alcanzar la libertad por el arte? ¿Podemos ser felices gracias al arte y solamente por el arte?

Localización tierra natal, República Dominicana