domingo, 9 de septiembre de 2007

ESENCIAS COTIDIANAS, poesía de experiencia, 1996

EMPRESARIO

Corbata de plurales colores.
El traje de cielo o mar. Zapatos africanados.
Gafas de oro, de vivos espejos. Pelo dormido,
tumbado hacia atrás,
hermanado con el calzado.

Maletín en mano, preso entre sus dedos.
Monta su coche. Mira el reloj.
Hay prisa por llegar. Enciende un cigarrillo.
El humo se pasea por el aposento móvil
y se retuerce en el aire
con adolorida pesadez.

Llega a la oficina, saluda sin mirar,
da un vistazo a la agenda : muy ocupada.
Llama a la secretaria, le dice unas cuantas cosas
que se evaporan,
hace pasar a los clientes ;
y así va desplumando el tiempo
como a la más vil perdiz.

Al atardecer monta de nuevo su nave
y emigra hacia la nada de la noche
como un pájaro taciturno.

AUTOBÚS PÚBLICO

En el autobús las miradas
son fugaces, locas ; unas caen al suelo
y otras salen por la ventana buscando el aire, una excusa,
perdidas.

Las caras se vuelven cuadros fijos,
recios e inusitados, mecánicos, crueles,
a veces dulces.

Los labios se endurecen y toman
una extraña curvatura
de odio. Usuarios sentados como parejas de tórtolas,
se rozan, mas como si llevasen paredes
de cristal, largas y anchas en las sienes, acorceladas ;
y varillas de metal en el cuello.

Usuarios de pie, como en una red una multitud
de peces casi al filo de un beso,
sin ni siquiera permitir a sus ojos
un ligero encuentro con otros ojos.

En el autobús público
la gente terriblemente junta, pero lejos de sí, a años luz,
como planetas que se repelen, pero
que giran en un mismo sistema, distantes entre sí,
sin embargo, necesitándose.

HORA PUNTA

Un hormiguero humano puebla
la gran avenida. El semáforo, como brasa encendida,
detiene con su barrera de sangre,
en el borde de la acera, al pelotón que, impaciente,
militarmente parado, armado de una feroz prisa.

Al otro lado de la negra calle aguarda, de frente,
listo para emprender una batalla
de hombros y trompicones en el paso de cebra, otro pelotón.

Pitan los taxis. Cambia a verde la luz : dos ríos
desembocan entre sí formando un remolino humano.
Observo la confusión, linda confusión
de la ciudad posmoderna.

El semáforo continúa dando órdenes,
vuelvo los ojos al rededor.

Fluye el gentío. El bullicio penetra
esta hora aguda. Poco a poco se va apagando
con el girar de la tierra que gira
sobre su cintura.

ANCIANO

Es domingo de mañana de verano.
Le veo hojear el periódico, formando un cuatro
con su pies cruzados en el balcón.
Mueve vivaces los ojitos.

De pronto les brillan como el sol, una noticia
le interesa. Pasea la mirada por las estrechas calles
de los párrafos. Para. Piensa para sus adentros.
Mueve la esquina labial
derecha, revela incertidumbre, desacuerdo, acaso.

Salta de página, y va floreando los títulos
de cada sección. Cierra un momento el diario.
Se peina, suave, los ojos. Bosteza. Vuelve
la mirada hacia la ventana desde donde la torre
de una iglesia, como un cohete se yergue
hacia las nubes.

Continúa la lectura sobre cultura. Ahí se queda
largamente bebiendo información, fina como arena
de un reloj de tiempo. Al acabar se recuesta amodorrado
sobre el mueble.

Sopla la brisa y se tropieza con Don Dámaso
y con el diario cansado, tendido sobre sus piernas
cruzadas en equis.

BAR

Hay un hombre sentado en el bar.
Lo veo con la cámara de mis ojos. Sus dedos
aprietan el cuello de un cigarrillo encendido.
El humo sale de sus cavidades
con blanda paciencia. Piensa, distante,
con la mirada fija, perdida.

Los dedos de la mano derecha trotan
sobre la mesa como caballitos de madera.
Desganado levanta un vaso de cerveza ;
sorbe, largo, el trago.

La luz rebota en los cristales
y alumbra el rostro de ése hombre
de pelo plomizo. Hay música popular sonando.
Se oyen voces que forman un cóctel
entre humo y risas.

De repente, una sombra se levantó
del recodo que yo observaba con las manos
en los bolsillos, y ascendió a los cielos.

CAJERA

Me acerco a la caja para pagar,
una muchacha rubia, de ojos zarcos, me espera.
Tiene ahorcado, en forma de cola
de trigo agavillado, sus cortos y lacios cabellos.

Pica con sus dedos divinos
los huesos cuadrados de la calculadora,
devuelve monedas de oro y billetes de simpatía.

A todos sonríe inéditamente con su sonrisa álbea.

Hay dulzura en su corazón público. Estoy
apunto de pagar. Es bella como la Venus de Milo.
Por ser ella quien es eleva a su dignidad el oficio
que realiza, vive y premia con su nevada boca.

Está entregada a su trabajo haciendo
felices a los bolsillos tristes y a los codos duros.

De perfil, la estatua, como tallada con manos de seda,
se mueve con movimientos profesionales. ¡Qué canora
su voz cuando habla !, ¡es un ángel !

PASEANDO EL CAN

Es de tarde. El día es provecto, se encorva
a medida que danza el blanquiazul globo
que nos mece en sus brazos.

Un mujer de la edad del día
pasea a su mascota canina por las aceras.
Ayer y antes de ayer la vi con el can, y hoy.

La cuerda plástica reprimía al animal los instintos,
y él le reprochaba con la mirada sus prohibiciones,
y continuaba consultando el suelo
con su nariz e iba bautizando
los recodos y las esquinas de las casas
dejando mensajes en código.

En el tronco de un árbol, acuclillado,
el chucho evacuó. Dejó el aire envenenado,
herido, rancio.

La anciana, acostumbrada a las mareas fétidas
se alejó dirigiéndole el camino el canino.

Se muere la tarde.
Dormida se va sepultando entre sombras.


CALIXTO Y MELIBEA

«De tal modo se amaban que,
siendo dos en amor,
sólo eran uno en esencia»
(Shakespeare)

Una joven pareja sentada en un banco
del parque central, toman el uno del otro
la miel que las abejas del amor en sus labios
produjeron de silvestres miradas
de amíbal, miradas que eran flores
sedientas de tacto y caricias.

Hay chopos otoñados en su derredor
y su amarillor corona su entorno con excitante
brillantez.

Mientras consumen las últimas brasas
la gente que transcurre, con disimulo, mira y no mira.

Se enciende el sol y sus rayos pasan entre los follajes
creando lagos minúsculos de luz en el concreto pasadizo.

Las dos tórtolas, mientras, se miran a los ojos. No,
quiero decir : se besan a los ojos.
Juntan su frente, y retozan,
breves, con sus narices.
Y sonríen.

BIBLIOTECA

El silencio es purísimo. Sólo la vibración
de las lámparas de mercurio
se percibe microscópicamente, como remotos grillos
de la noche.

El hojeo de los apuntes, libros y cuadernos,
es música, y el rumor
de los lapiceros, al jugar en la arena de la página,
dando vueltas, es el colmo
de la ternura.

El susurro de las palabras que se cruzan los estudiantes
es de exquisita asonancia
y premura ; las eses cortan el silencioso templo
de la sabiduría con su bisturí,
y su fina melodía
ondea en el caracol de mis oídos.

Las sillas evitan el ruido, las puertas
se abren y se cierran con meditativo sigilo litúrgico ;
los pasos mongiles temen herir el suelo
con sus tacos.

Hay aquí un sabio silencio de intelectualidad.


PLAZA DE LA FUENTE

Las palomas níveas y mansas
de la Plaza de la fuente van a los pies
de la anciana, blanca como ellas,
la cual vuelve arena los mendrugos de pan
que lleva en su saco.

Algunas palomas se asientan, amistosamente,
en sus hombros, y con sus piquitos ingenuos
les dicen, picando el cuello,
secretos a voces. Y ella les habla como a hijos
mientras les pone en sus picos
pequeñas migas.

Hasta en las manos se posan las más sociables
y comen y vuelan y vuelven.

En el centro de la Plaza de la Fuente
parece que ha nevado, y es verano. Hay todo
un círculo de ebúrneo plumaje
que rodea a la provecta mujer.

La fuente, como si de Rodrigo el Concierto de Aranjuez,
hace feliz el oído ; es lo último en dulzura
encarnado en lo blanco de lo blanco
de tantas alas.

La anciana se ha marchado seguida
alados ángeles de plumas y espumas.


DANZA CIUDADANA

Hay una armonía ciudadana
de azules magnetismos, una música
que es perla plural
en las anchas y estrechas calles,
avenidas y bulevares.

En el ojo de la capital, el zumbido de los abejorros
mecánicos es el eco de una danza
ejecutada en el anfiteatro del aire libre.

Es una danza cotidiana, martilleante,
armonía vulgar, si se quiere, mas digna de admiración.

El elástico
alejarse del sonido de los coches
araña como un gato el petrificado asfalto
de duros músculos.

Con imperativo kantiano
pestañean los tres ojos de los semáforos.
Detienen la danza o la autorizan.

Dentro de este desorden hay un orden ; no, hay
un orden desordenado en esta sonata urbana.

He acabado ebrio de ciudad,
envuelto en las ondas apócrifas del murmullo
de la civilización.


EL PERIÓDICO

En el diario del día, como en muchos días,
una fotografía detuvo
los últimos gestos de dolor
de un hombre que pasó la frontera de la vida
violentamente, sin querer, como forzado por el sino.

Tiene la cara rota por la crueldad, llena de sangre.
Además, tiene pálida la mirada fija,
y abierta la boca,
cual si tuviese en la punta de la lengua
la mitad de una palabra inconclusa.

Un cariz de la tristeza de Don Quijote
en una de sus fracasadas luchas
hay dibujada en su rostro.

El cadáver se mantiene inerte en el periódico
durante muchos días, sin pudrirse.

A las dos semanas, reciclado el papel,
vuelvo a ver el lamento estático
del cadáver de la primera plana,
pero ya no me impresiona porque otras
imágenes atroces han asaltado mis ojos.


HISTORIA

Sobre la corteza de la realidad
se asientan la historia, el mar.

Esta historia que teje la araña del presente
se va poblando de periódicos, revistas, agendas,
libros, cuyas palabras enmudecen en los archivos
oscuros del tiempo.

Cuanto más años se suceden, cuantos más siglos
se petrifiquen en el devenir
de esta corriente impetuosa, irreversible y sabia
de la existencia, más profunda se avendrá la historia,
como un pozo que en vez de crecer en agua,
crece en fondo y agua.

Crecer es sumergirse en el mar, como hacen los ríos
ambiciosos, en el mar de la realidad, y buscar
los granos de trigo que hay escondidos
en las espigas de la vida,
que es oro, alba, sueño.

Hay que romper la timidez de la inteligencia
como un cristal de coche
y salir como un rayo al encuentro del mundo.


PARAGUAS

Arena de agua, grana, vidriosa, la nubes
grises desgranan como maíz.

El cielo expresa sus emociones. Cuando
quiere llorar, no llora.

Una gran capota, del color de la tristeza
está tendida en el combado azul plúmbeo.

Pequeños cielos rojos, negros, verdes, etcétera,
cobijan el hormiguero humano
que sale de trabajar. Saltan escurridizos
los diamantes sobre los calderones en movimiento.

El paraguas es para mojarse de una forma
más disimulada ; te mojas y no te mojas con él.

Las nubes son ubres de agua, minas de arena,
de nieve, rocío y escarcha.


ESTACIÓN DE TRENES

Salen y llegan los trenes. Estoy sentado
en los asientos acostumbrados a la espera.

Al frente, la pizarra con los horarios. A su lado
un gran reloj público.

Bullen los motores de los largos gusanos de hierro.
De pronto, silencian y se quedan dormidos,
pero despiertan sobresaltados,
como de una pesadilla, y emprenden,
mordiéndose los dientes en los rieles,
y tirando chispas, protestando como esclavos.

La gente viene y va con prisas, arrastrando
las maletas y bultos de mano.

Cambia el horario de la pizarra electrónica.

Un hombre aguarda sentado, mueve la punta
de su pie derecho ; fuma, absorbe y expira el humo
que se desintegra en el aire como un pensamiento.

Fluye la gente, ansiosa por llegar a algún lugar,
a un sitio que acaso no esté muy lejos
de sí mismos.


EL SOL

Arde en puro fuego las 24 horas,
incansablemente como paja seca,
derritiendo el frío añil inmenso
del espacio.

Busca la piel y un mar donde reposar
su crepuscular cabellera.

En el fondo del cielo una moneda fraguada
pende del vacío sustentada tan sólo
en las raíces que le surten
de su elíptica cara flamante.

El sol es feliz. Se entrega al cosmos.

El sol sonríe continuamente, y no muere
su sinceridad.

Aunque las nubes se empeñen en entristecerlo,
allá arriba, muy atrás de ellas, sigue dándose
al mundo con dulzura y amor de fuego.


EN EL CINE

Un larga cola humana se extiende
en la entrada del cine. Se mueve lentamente
como las cosas de palacio.

Celebra el tiempo su paz. Las luces parpadean
i tiemblan en el entorno pardo de la ciudad.

Un abejoneo puebla, junto al rodar moribundo
de los coches, la entrada roja del cine.
La fila, a la vez que se acorta, se alarga.
Más rápida cada vez, pero más lenta.

Novios impulsivos roban rosas al rosal.
Es invierno, quizá por eso el amor, con premura
busca el amor y palpa los rincones sutiles.

El fin de semana pasa, agotado de besos,
imágenes y luces. Este es mi ambiente noventuno.


LA TELEVISIÓN

La TV ata con el imán
de sus colores ; sus imágenes se mueven
mas no piensan ni sienten.

La TV habla, aunque es muda ; es ciega,
pero hace ver.

Habla de lo perruno y lo vil,
lo hedonista ; la bruma mórbida de la tierras frías
y faltas de calor.

La TV obedece ciegamente, sin embargo,
a unos metros de uno,
te controla a distancia con el mando.

La TV hurta la masa gris de la frente,
anula la razón y la encierra en las rejas de lo frágil
y lo fugaz.

Se evaporan como vaho en el aire
las ideas creativas y las miradas aedas.

La imaginación ante la TV es un bote a la deriva,
un ave que se despluma.


CABINA TELEFÓNICA

En una esquina de la calle
la cabina telefónica es concurrida.

En el closet de cristal se encierran en sí mismos
sombras que emiten una voz que emigra en la distancia
y viaja a la velocidad del sonido
y encuentra, al otro lado, un caracol.

Hay gestos amargos, tiernos, y duras
frentes arrugadas que no percibe
en el que escucha y que sólo es testigo
el estrecho armario público.

Por todas partes hay teléfonos.
Se puede llorar, reír, fingir,
burlarse por el auricular,
y crear una nube negra en la voz que oscurezca
de falsedad e hipocresía
el arco iris canoro de la lengua.

El teléfono acorta distancia,
pero estás lejos, del tú y de ti, acaso.


GUARDA URBANO

El guardia urbano detiene la velocidad
con las palmas de la mano, la asusta con el pito.

Baja la pared de su mano izquierda
y levanta otra con la derecha.

Los coches arrancan desesperadamente,
zumbando como abejas,
a la vez que dejan una gris mancha quemada
de humo tóxico, ¿de la vida ?

¿Hacia dónde vamos ?, dímelo tú, ruido
de la ciudad. ¿Nos ahogará la amalgama
de la posmoderno ?

¿Por qué calle
del tiempo llegaremos a nuestro destino ?
Quizá el guardia urbano, le preguntaré,
pueda decirnos cómo llegar
al corazón del diamante.


POBRE RICO

Jóse cabalga por la pobreza como Don Quijote
en Rocinante de la esperanza.

Lucha con la lanza afilada de la ilusión
y desea alcanzar la Dulcinea
de la dignidad humana.

Él anda de calle en calle, como un murciélago,
buscando caballeros andantes
como él, pero no los encuentra.

La gente le huye porque tiene el pelo
a lo Beethoven, a lo Einstein,
y la barba rala y curtida
como los caballeros andantes.

Parece loco, pero es listo como una liebre.
Tiene la mirada luenga, y desde el fondo de sus ojos
surte una voz pálida,
reseca y hambrienta.

Su casa es la intemperie ; sus amigos,
los enemigos. Se alimenta como las aves
y su corazón late y vive porque un sueño
le tiene activado : el de poder besar la
Dulcinea de la dignidad humana.


NEUROSIS DE DOMINGO

El domingo ya no es de Dios
ni del descanso ; sus largas y perezosas horas
torturan con sus minutos
el hábito de estar siempre con las manos
llenas de espejos y de mariposas.

El domingo, día de neurosis, de tiempo libre,
es el eco de una sociedad que avanza,
más rápida que una loba perseguida
por sus propias pesadillas.

Las calles se aburren, vacías de ruidos
y de cláxones. El hastío se refleja
hasta en los cristales de los escaparates.

Las casas se convierten en un lugar extraño,
en el que no se sabe estar.

El domingo es una tela
que la tijera de los labios sisan. No trabajar
en domingo es el mayor trabajo,
el único empleo en el cual no se sabe qué hacer.

La gente odia no hacer nada
aunque necesita el domingo para descansar.
Amarga paradoja de esta época.


EFIGIE

El ídolo es de barro, pero de carne.
Gusta de aplausos sonoros como lluvias tropicales ;
de bailes amorfos de nubes
mareadas por el alcohólico viento boreal.

En el escenario brillan sus pendientes de plata
mientras la masa imita sus gestos patógenos.
Su voz pedregosa, raída por los trasnoches,
hiere el oído.

Hay gritos y movimientos
en los súbditos. En el escenario
la efigie rockera recibe alabanzas.
Los brazos ondean en alto
rindiéndole.

Tres meses atrás, tras largas horas
para comprar las entradas,
ciegamente, al precio de la vida, se
adquirían las entradas para entrar al templo
de mi triste época sifilítica.
HOMBRE URBANO

La soledad y el vacío son prendas
que el hombre posmoderno lleva puestas
en la sonrisa de estrés y obligaciones.

Los ojos del hombre urbano
son hondos pozos vacíos donde nadan
espectros de peces de anchas colas
tras otros océanos.

El hombre urbano ha alcanzado la luna,
mas está desengañado
de los mares navegados y de los caminos recorridos.

Ha experimentado todos los éxtasis,
sin embargo, le hace falta un algo a su alma,
acaso un rayo láser que vibre en las olas
inquietas de su ser.
MODA
Un río caudaloso es la moda,
aguas que se filtran en la arena de la multitud.

Las libertades son hojas secas,
que el viento de la publicidad airea como brisas de otoño.

Para cada temporada
tropeles de diseños de colores invaden los cuerpos.

Muslos divinos se exhiben en tacones
y faltas cortas. Peinados, cortes de pelo, pinta labios,
y gomina para el pelo aspavientan la vanidad.

El hedonismo se viste de lino, de seda
y finas colonias se esconden en el Eros de los anuncios
publicitarios.

Top Model, noventa, sesenta, noventa. Un coche de lujo
para subir al cielo y una tarjeta de crédito
para volar como gaviotas
por la clase alta.
ANTE EL ESPEJO

Todos los días me miro en el espejo,
sin embargo, hoy precisamente me he visto.
El espejo tenía mi rostro
en su liso cristal más allá de su transparencia.

No sé si era yo el que mi miraba
desde dentro del espejo. Alguien me miraba
desde el otro lado y el brillo de sus ojos,
los gestos, el pestañear se parecían a los míos.

Algo había en él, aunque fuese yo.
Me palpé para saber si yo estaba allí,
intenté tocar mi clonación en el cristal,
y topé con un muro infranqueable.

Acabé de afeitarme con religiosos movimientos
mientras un rostro de mirada penetrante
me observaba filosóficamente.
SIMPLEMENTE HUMANOS

Hoy he caminado con la gente de la calle
como uno más por el andén,
y he visto el alma en los ojos de cada persona,
testas con bahías de orillas espumosas.

La multitud andaba según la altura de la vida,
es decir justo donde hay una rampa
hacia el cielo.

Yo experimentaba en mis pupilas ese don de ser
dulcemente humanos, la inconfundible
certeza de ser parecidos. Un collar
de perlas, en esos instantes quiso saltar
de emoción en mi alma.

Sentíme hermano de tantos desconocidos
y a todos les decía Hola con la mirada,
porque todos eran como yo : caminantes.

HOSPITAL

El paciente está en cama derribado
como una estatua. Como un árbol que se alimenta
por las raíces, se alimenta por las venas.

El hospital es blanco como la nieve,
como los vestidos de las enfermeras, sin embargo,
en el fondo de tanta eburneidad
una negra sombra,
con pasos sigilosos y manos delgadas
se acerca al cuarto Nº 9.

De repente, se eclipsa la habitación, los sabios
del bisturí están conturbados,
atajando la vida que se marcha por el pasillo.

El paciente pasó a la otra orilla
en brazos de Caronte, el cual con una luz
de linterna rasgaba la oscuridad de la muerte.

OLOR A LOBOS

Un sabor a odio hay entre los seres humanos.
Se puede palpar el olor a lobos
en el aire. El amor es el odio ; la solidaridad,
la espalda de unos ojos que no quieren ver.

Los colmillos de los canes se clavan
sobre las costillas del presente. El acero
de la maldad hiere el cutis del Bien,
el busto de la historia.

El vacío existencial llena hasta el borde
el vaso roto de la ilusión
de las ranas.

Pero aún quedan muchos retoños
en el tronco del devenir,
galerías de esperanza.


AULA DE CLASES

El profesor, con el látigo de su discurso, aceitoso,
azota la paciencia de los estudiantes. Alguien
bosteza y se alarga en la butaca,
duerme un joven en la última fina
disimuladamente detrás de un compañero.

Hay caras aburridas, perdidas, lejanas,
lápices que juegan al desinterés. Una chica lee
una novela de G. G. Márquez, a su lado
una compañera estudia para examen.

La hora de hace eterna y el profesor
desenrolla y enrolla su rollo. Saltan sus pensamientos
como grillos, su imaginación teje
imágenes pendulares. Se le seca la lengua
que lucha contra el verbo como una perdiz herida.

Ha sonado el timbre y el profesor
aún está liado en la telaraña
de su discurso.


HACHE Y EME

Ni es ella ni es él, ni deja de ser ni lo uno ni lo otro.
Parece mar, pero es río. Los dos se confunden
porque son uno. Ni es H ni es M,
y es ambas cosas a la vez.

Esta guerra desconcierta
a los que pasan por su campo de batalla
porque es un tipo de enfrentamiento
donde los artefactos son más
de sombres e imagen
que de pólvora y plomo.

El alma de él es el alma de las sirenas
y el cuerpo es el de Apolo. Sólo que Apolo,
al menos por esta primavera,
es mujer que es hombre.

Los dos casados, pero divorciados
unidos como dos gotas de agua, pero distantes
de sí cual el sol dela tierra. Su separación
es la alergia que produce la unión.


EDIFICIOS DE LA CIUDAD

La población crece
y por eso planta en vez de árboles, edificios
que se convierten en laberintos
de hormigas, en cuyos pasadizos
se mueven asustadizas.

Los edificios de la ciudad son grandes jaulas
de ladrillos, maquetas
atrincheradas urbanamente. Las antenas
como libélulas disecadas
aúpan las ondas televisivas.

En las ventanas cuelgan párpados
que prohíben la claridad, las garras del sol.

El centro de la ciudad es un bosque
de ladrillos y cemento cada vez más denso
por la fronda urbana
que se expande hacia el techo del cielo.


TIEMPO

Todos vamos montados en el caballo
del tiempo, galopando, trotando a paso lento.
Los frenos del tiempo son el reloj,
pero la tozudez de este alazán
no permite ser domesticado.

Con la punta de mi pluma lo pincho
como con espuelas por el largo
camino empolvado de la historia. Son ligeros
pasos de corcel alado.

Yo voy prendido a su crin,
siguiendo los movimientos de su largo pescuezo
de hierro. Va tan ligero que diríase estar inmóvil,
cual la tierra sobre su mismo eje.

No hay tiempo para perder el tiempo,
súbete a su caballete, para pasar juntos
por el camino real de lo cotidiano,
dejando la huella de las pezuñas
marcadas en la espalda
del pasado.

Come caballo mío la hierba dorada de la tarde
y bebe el agua teñida de oro y mar,
y enfílate por los rayos últimos
del león rojo que se esconde detrás del monte.


BRISAS

La tela fina de la brisa roza la piel de la ciudad,
y sus dedos de seda son fríos y hablan
de mundos extraños.

Su visible presencia mece los cabellos
de las muchachas jóvenes,
y lasciva las faldas levanta.

Eoladas olas agracian los árboles de las aceras,
y silban los cables y las brechas
tras sus pasos. Hilos de ternura zumban
en mis oídos.

Las brisas son mares aéreos cuyas aguas
espumosas ya no nos asombran. Como un baño
de manos nos tocan el cuerpo, mientras las
ignoramos como a amigos que hace años
que no vemos.

TENEDOR

El níquel de curvas femeninas
deslumbra entre los dedos del huésped.
Los labios roban, suaves, para sus blancas
hileras, lo que el afilado cuchillo
y diestra mano ayudó a ganar.

Infatigable el ejército de su punta
rematan el cuerpo cocido en el centro de la luna.

Después de duros tajos descansa en
el borde del anillo planetario,
mientras con una servilleta,
cumpliendo con el protocolo, el huésped
se limpia los labios y, de la copa tinta
sorbe con religioso movimiento
el añejo vino.

Al final de la escena, muerto en el centro
de la luna de cerámica, cae el tenedor, inerte, al lado
del instrumento de aguda orilla.

NARANJA

Adoro este pequeño sol rojiamarillo,
tallado de gajos como de piedras las pirámides.
El astro dorado cuelga opimo
en las ramas derrengadas.

El carnoso sol,
despierta las papilas con cítrico tacto,
deleita el gusto con su amarillento sabor.

La esfera jugosa
y milenaria es un planeta líquido.
Su cuerpo desnudo, blanco como jóvenes
nubes viajeras, tienta el paladar.

La naranja esconde en su clima interior
las semillas que continuarán
la dinastía real
de un cosmos de oro.


PRIVILEGIOS DE LA VISTA

Debajo de los párpados, salientes, cristalinos,
se recrean los dos astros, alegres presas de claridad,
en los cuales, impregnados de imágenes,
gozan de los “privilegios de la vista”.

Las pestañas, como toldos tendidos,
como colas de pavos reales,
bordean las orillas mojadas,
plateando los húmedos ceros.

Los ojos como cámaras automáticas
fotografían la esencia de la luz,
y guardan en visual memoria,
paisajes vangoghnianos o la mirada quieta
de la Gioconda.

La belleza y la palabra se crían
en las aguas claras de los lagos
que se han formados entre las peñas craneales.

La vista es el alma que emigra,
más allá de los cristales de los lentes,
a enamorarse de la beldad
de las cosas.


CABELLOS NEGROS

El día tiene como cabellos
la negra melena de la noche.

Las estrellas, entretanto la noche sale de sus escondites,
se comunican con las farolas
de las calles, ya que son amigas de nocturnidades.

En invierno los días se dejan crecer el pelo.
Por las mañanas el alba se los recoge
y les hace un nudo
o una trenza de luz hasta el atardecer
cuando se los vuelve a soltar.

El día, pues, se arregla sus cabellos
como una actriz, justo al desembocar
el último rayo de oro del ocaso.


SONRISA

La sonrisa es la dulzura de la nieve,
la paz alegre de las nubes castas.

Una sonrisa amansa el odio felino
y la ira flamígera de una mirada inomable.
Cuántas guerras se habrán perdido
con esta arma de mortal ternura.

El mundo, al final de los tiempos, será blanco
como las plumas de los cisnes.

El último paso
de la evolución será el de convertir al mundo
en una sonrisa homónima a la de las olas,
porque nuestro sino es la felicidad blanca
y porque la eternidad es ebúrnea.


PÓSTUMO


A todos nos llega la hora. La vida es una moneda
de dos caras.

No hay vida ni muerte, sólo eternidad —el tiempo
es su embrión.

El miedo a vivir en lo cotidiano
es la muerte más dura e injusta que jamás
ojos pueden tocar.

Sólo nos aterra la muerte
cuando estamos muertos. La vida y la muerte
son dos gotas de aguas que mi existencia
ha asumido para siempre.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

LA DANZA PÍRRICA, poesía de lo real social, 1997

DILUVIO

Vivo en una época de ríada.
Llueve en lo alto de las montañas
de la sociedad.

Los ríos, los arroyos, los canales,
todos, turbios, bajan arrastrando
lo insospechable. El débil gorrión,
inculto, de a pie, pero no memo,
despotrica, irascible,
contra las nubes
que gobiernan las alturas.

El tiempo, huracanado,
barre nidos mal hechos,
rapta frondas, bosques.
El diluvio de ideologías
pasa de cuarenta días
y cuarenta noches, y no cesa.

Muchos, queriendo entrar
en la barca que nos pasará
al siglo XXI, se dan coces
entre sí.
Yo, en la pirámide de los poetas conocida,
me refugio, y observo.


TALA

Existe una tala de valores
en el amazonas de la verde
posmodernidad.

Insensibles a la catástrofe
persisten los avaros
en despojar a las aves
de sus ramas.

Huye la hormiga del fuego
que devora sus antenas,
sus gráciles patitas, y todo
porque destruyen
tan hermoso paraje donde
viven las humildes hormigas.

Con hachas y sierras
caen los robustos valores,
desplomados como pinos
cincuentenarios.

Aves de bellas plumas de colores,
alcanzadas por las llamas
se estrellan en la duda.

Otros habitantes posmodernos
emigran a la religión en busca de una señal.

ESTRIPIS

El busto que enseña la luna
es de silicona.

Temo su amor profiláctico,
breve, de una noche.

Su cultura tatuada, llena
de grafitis pompeyescos,
es el latir de una falta
de sentido, de norte en
la vida.

¡Ojo! Es más fácil, mientras
las abejas están consultando
las flores, robar la miel de
los panales, y eso es lo
que hace el ladrón
de placeres, el apicultor epicúreo.

No ofrece amor de quilates
el satélite que unas
veces enseña todo su cuerpo
y otras, por fases, como
un eclipse estríptico, aunque
sea de plata o de oro.


ROSTROS SOBRE AGUA

Veo en la televisión
imágenes de rostros sobre
agua, de sombras dúctiles
testificando contra
la “oscuridad de la justicia”.

Pero no, “son hombres sin voz,
como flautas desgastadas
por el tiempo” que,
con su alcornoquina oratoria, llenan
de espumas sus palabras.

Jinetes que, a caballo
entre el poder y el dinero,
pugnan por galopar
sujetos a la crin del Estado.
Los relinchos, eléctricos, son constantes.

El desconcierto
huele a desesperación.

DEMAGOGIA DEL VIENTO

El fuerte viento, demagogo,
irritante, sopla desde los
Pirineos de la Ciudad,
persuade a la plebe frágil
y tima su visión átona.

Descubro bajo los papeles
una realidad virtual, que
no real, un cibernetismo
de promesas ápteras,
disfrazadas con máscaras aristofánicas.

Ni con lentes de contacto
es fácil ver el gemido
de las golondrinas morir.

Sin hojas se va quedando
la esperanza.

Los códigos para acceder
a la base de datos
del disco duro del presente
los tiene el viento,
él que arrastra las masas, las adulaciones
y los aplausos de los follajes.


HOGUERA

Digitalmente la cultura
se va configurando, temerosa,
rauda e inerme como el embrión
de una súper nova probeta. Es la
era irisada del disco compacto
de saturno, la “danza pírrica”
al rededor de la hoguera informática uránea.

La voz a través del tiempo
cruza el espacio sideral
como una lanza y se clava
en la diana con precisión de saeta.
Se informatiza el aire.
El fax envía besos.

Circuitos de alta velocidad
abren nuevos mundos a los
que se aventuran más allá del futuro
sumergidos en campos selváceos
como sombras de campos de concentración.

ÁGUILA

El águila real, con su
corvo pico y sus tiernas
uñas, mira a la undosa
serpiente sobre la tierra
batir polvo, espumas.

El águila de ojos dorados
“encorva sus manos
para arramblar con todo”
para apuntar con el índice
sobre sus presas y clamar
un real decreto de facto
a favor de sus riscos
y su estirpe.

La serpiente, con sus
alfilerados y mansos colmillos,
murmura y maldice
al príncipe de altos vuelos,
mientras escapa de sus caricias.
Pero deseosa de darle el beso
de la muerte,
el antídoto de su lengua,
el líquido de los sueños
del nunca despertar.


GRANOS DE LIBERTAD

No, no probaré ni voy a
“engullir el caldo de la política”
me resisto a tan suculento
aliño de discursos ajados.

No voy a comer en la mesa
de quien no habiendo
segado el trigo
de la justicia,
presume de haber sembrado
los granos de la libertad,
y de Pericles, el orden.

Sospecho de los vendavales
que hinchan corbatas
y exaltan pajaritas.

Quienes soplan en calidad
de cierzos y sacuden los medios
de comunicación, como si
del mar o torbellinos se tratase
llámense “paflagonios”.


MALESTAR

La cultura tiene náuseas,
digamos que un malestar de embarazo.

En ella San Mercado es el Zeus
de las Atenas posmodernas,
el dios Mammona que atrae
a los piratas de los ceros,
de las grandes cifras generosas.

Don Capital, pase y siéntese.

Don Capital es miel silvestre,
flor de labios que seduce
a hombres y mujeres sedientos.

Ese apuesto señor de señores,
jovial, atractivo, garante de porcentajes,
con manos de seda, tiene
encandilada a esta cultura
que le inciensa y le rinde alabanzas
con una liturgia de bancas
y de tarjetas de crediticios tributos.





DESCONFIANZA

La desconfianza tiene alas,
su rumor se expande
por el país. Lo que llevan
la antorcha olímpica
de los juegos
impiden “que el bien logre el triunfo”.

Los ríos de la honestidad,
están contaminados, la ética bolla
como un pez muerto. Moho verbal,
aceites y residuos de fábricas de mentiras.

No hay ecología de pensamientos.
Goteras de maldad caen. La paciencia
se muerde la lengua. Arde la brisa,
crepita la incertidumbre.

Con los pies fríos y la sangre también,
gobiernan las ranas. Su croar ha despertado
la alarma entre los grillos
que tijeretean amenazando
la madre del día que cubre
la tan deseada aurora.


OCÉANO ESPACIAL

Satélites inteligentes
giran en torno a la córnea
del globo azul, detectando
el lugar adonde van
a pacer las nubes, pastoreadas
por el viento boreal.

Más allá del tiempo, a través
del tiempo, navega la
imaginación, como una nave
que conquista el nuevo mundo
de las pléyades, la danza
de las galaxias y el real palpitar
del Corazón del Cielo
por la sonda galileica
incinerada por la ternura de la atmósfera.

El espacio es un océano
nítidamente navegado, y cuyos
puertos, que se ensanchan
como alas de cóndor o cola de pavo real,
aún desconoce el Almirante aeroespacial
y los marineros de “mar en tierra”.




CLONACIÓN DE IDEAS

La inteligencia clona ideas esmeraldinas.
Microscópicos pensamientos, químicamente
elaborados, alumbran
hallazgos felices. Hay que “sacar
a la luz con éxito las semillas
de la inteligencia”.

El homo sapiens, pez que nada en el agua
de la materia y antimateria,
con su lámpara encendida
camina por los abismos
de misterios bigbánicos.

La inteligencia, tizón que arde
sin consumirse, voraz, crujiente,
escudriña las redes del hipotálamo del cosmos,
el aparato circulatorio de los planetas,
de las criaturas errantes.

GOLONDRINAS

Las golondrinas cargan
en sus espaldas el fardo
de un llanto fosilizado.

El aire ha sido sometido vilmente al dolor.

Desde que el hongo atómico
paralizó la sonrisa de miles
de estrellas, sentimos
una culpa redonda.

Desde Hiroshima
hasta la punta de la penca
de este fecundo, pero duro peñón de años
se han repetido análogas fugas
de gases hidalgos, amantes de la vida, ¡ejem!

Gimo. Grito. Pienso. Respóndeme, luna,
¿cómo es posible que te hagamos
tantos visos metálicos de maquiavelismo?
¿Por qué tiene pena tu rostro pardo?

El mar está triste,
inclusive el sol.



PAZ

Si alguna cosa al día de hoy
quisiera dejar impresa
en la lámina del presente eólico
es, al menos, un pensamiento.

Hoy mi mente, cribada
en el paño de la transparencia,
va dirigido a aquella paloma
blanca, de dulce mirar
y gestos de niño: la Paz.

Dile a la bala, abeja
de aguijón blindado, con tus
arrullos de fagot,
que renuncie, que deponga
su bélico instinto.

Adáptate a la flora política,
a la fauna de la Economía, y, mimetízate,
toma el color del diálogo, del intercambio
de picos.

RETORNO A LA CONCIENCIA

Tendrá, acaso, que volver
hacia la conciencia
el carpintero para restaurar
uno a uno los agujeros
en las palmeras, en el cielo,
y pedir perdón al racimo,
al grano, al dátil ofendido
por su lengua de metal y misil.

Con la misma piedra, una y
otra vez tropieza la libertad.

Vendada, rota, cojea.

Orad por nosotros dulces y mansas
tórtolas enjauladas.

Sé que vamos desplegando
las velas de las ciencias,
rompiendo las olas
con turbinas tecnológicas.

Pero ¿cuándo diremos lo mismo
del mirlo, del águila y de los gorriones?



PROFANACIÓN

Política, te veo prostituida,
profanada. Tu cuerpo, hermoso
y platónico como el de Psique, atrae
a los más lujuriosos.

Ya no es lo mismo ver
cómo unos tras otros paralizan
tu aliento con orgasmos
que no son de amor,
poseyéndote epicúreamente
en lechos de mentiras y ambición,
que no de plumas.

Tus labios de coral, mordidos;
tus cabellos de oro, cayendo en cascada
sobre tus hombros de jade; y tus
divinos efluvios
de grandeza, han sido
sacrílegamente ungidos con óleos
de envidias.

Tu nombre, esculpido en el mármol
de la democracia,
se confunde entre las imágenes etruscas.



ONDA EXPANSIVA

Muros de odio han caído
como fruta que ya no resiste
la débil ramita y dan fe
de quien teorizó la gravedad.

La onda expansiva de Europa
se ensancha en espiral como una cámara de vídeo.

Aleación de ideas, puzzle
de utópicas clonaciones germinales.

Es la era del internacionalismo
de los dioses, de la universalización
de su omnipresencia. Se urbaniza el cielo.

Ensayos nucleares en el interior
de los palacios, guerras galácticas
en el cosmos de las mesas redondas.
¿El caos? ¿El orden? La metamorfosis.

CONCHA SONORA

Esta era es una “concha sonora”
que guarda en su interior
el seseo de las más prestigiosas firmas.

Una generación tras otra
se sucede como perenne
oleaje en la abrupta costa
del mar de los años.

Mañana nos juzgarán
cuando los arqueólogos
de los acontecimientos acerquen
a sus oídos la concha
de este turbulento siglo,

y escuchen cómo las olas
de nuestra barbarie
llegan a la orilla, mugiendo,
arrastrando nuestras debilidades
y excelsitudes.

Cuando eso suceda, un dulce
ardor mojará las mejillas de nuestro rostro.


PROLE

El Hurto tiene varios hijos
con la Sra. Avaricia: Estafa,
Avarito y Hurtado.

Son tres personalidades
de clase, de colonias caras y
de brillantes trajes largos de lino.

Sonrientes y amables te clavan
el punzón en el costado
de la cartera.

Es característica propia de sus genes
el caronteo, el sisar tus bolsillos
para pasarte al otro lado de río,
al lado de los hurtados,
al infierno de los estafados.

Si dejas
caer sus palabras, verás
cuán huecas eran, cuán pútridos
sus sibilinos chantajes.

SÍSIFO

El hombre ha subido la empinada
sierra de la historia,
y ha sabido llegar
hasta el altiplano del año dos mil,

mas no sin resbalar ni sin
que la piedra sisificada
de la libertad se le volviera
hacia abajo, rauda, vertiginosa,
obstruyendo el ascenso
a las hormigas, el albor de la Verdad.

Parece que una negra rueda
da vueltas en torno
a la esperanza, repitiendo
los eructos del mal, el play back del horror.

PROMETEO

Nuestro tiempo prometeico
está encadenado a la roca posmoderna,
al tronco robusto del capitalismo,
a la encina tecnólogica.

Un virus de sabiduría, de pavesas,
vértigo intelectual, puebla
las pantallas gélidas de los ilustres
soñadores igníferos.

Hemos robado el fuego
a la libertad, ¡oh dulce
equivocación afilada!, y nos
hemos quemado las yemas de los dedos,
las manos, la sonrisa, la visión.

Hay un ave en la sociedad
que devora el hígado
de nuestro tiempo.

Denota que hay una red intransitable,
resbaladiza y arácnida
en la que estamos atrapados. ¿Saldremos?
Sí, “dice la esperanza”.



CAJA DE PANDORA

La libertad es una caja de Pandora,
un diamante que reside
en la testuz.

La modeló el “Corazón del Cielo”.

Cuando el hombre abre
el divino don,
las ideas brillantes,
de oro unas, de plata, cobre y bronce otras,
titilan como luciérnagas.

La libertad es ciega, pero ve.
Repito.

Ella quiso volar sin ser ave
y, aún siendo una niña
descalza, torpe, epimeteica,
continúa ensayando la triste insensatez
de obrar a contra luz.

Nunca muere la esperanza,
pues “tan sólo allí dentro
permaneció la Espera” oculta en el jarrón.



DOS MUNDOS

El Primer Mundo —halcón
de suaves uñas crueles— tiene
apresado al Tercer Mundo
—ruiseñor de canora
garganta y frágiles
cuerdas vibrantes—.

El poderoso alado mundo
oprime entre sus garras
al gimiente tenor.

Le ha suprimido
del derecho al vuelo, a la vida, al canto.

El viento se lleva
sus reivindicaciones.

El ruiseñor, privado de sus
libertades esenciales,
es sometido por el halcón
que le hace sangrar
los costados y las manos.





HUIDA

Huyes, Ciudad, de ti sin percatarte,
y no te ves
en el espejo que te miras.

Buscas los deliquios
de las uvas,
los eclipses nocturnos,
y los raptos de azúcar bifurcal.

Temes encontrarte contigo,
por eso rehúyes tu propia sombra.

Si quieres ser lo que anhelas,
retorna a la orilla,
a la cuerda del equilibrio,
al olivo viejo
que siempre te ha evocado,
por su larga y sabia senectud,


el palpitar
que en tu tórax perpetúa
la verdad de tu existencia.




EFERVESCENCIAS

Hoy la justicia
es efervescencia de burbujas,
de pantomimas de gaviotas
moribundas y tristes.

Veo retorcido el cuello blanco de lo justo.

Un clamor de cascada
es el pueblo que brama
recorriendo las amargas calles
ennegrecidas.

Protesta el viento.

La tromba gubernamental
cae desde lo alto del país,
apisonante y embiste
contra la justicia,
aplastando sus miembros.

Es el signo dodecafónico
de una época flaca y escuálida.





REPLIEGUES

Contemplo el rostro contraído
de la colectividad.

Se adivina con la rapidez
del movimiento de la vista
sobre los objetos “la indefensión
aprendida” síndrome del jilguero
que no canta porque se ha convencido
de que no inventará un nuevo gorjeo
cuando la claridad del alba le sorprenda,
de que ya no sirve su canto porque no cambia
su timbre de voz.

Es el desentusiasmo de la estrella
que se abandona a la muerte, de la tarde
que se resigna porque ve cómo la oscuridad
se lanza sobre ella y ya no puede controlar
sus nervios, ni modificar el devenir.

Como levadura en la masa de la población
nos invade el síndrome del jilguero.
Hay que evitar que llegue
hasta la esmeralda,
al olivo.



CAMBIO CLIMÁTICO

Se percibe un cambio climático
en la atmósfera de la sonrisa,
apenas nieva en los montes de los labios
de esta especie que se extingue
infectada por la lluvia ácida
de un lenguaje corrupto, pestilente.

Tremola el miedo. Lo miro
por el ojo de la cerradura
de la realidad y los amarillentos aconteceres.
Es un miedo frío, indeciso.

La brisa arrastra ideologías
como hojas de otoño,
y los pinos, lejos de ser zampoñas,
como lobos aúllan.

Si no fuera por los retoños
del hendido tronco del destino
habría dicho a la tórtola
de mi alma: “a tu nido vuela”.


MI TIEMPO

Mi tiempo es un pelícano
de bajos vuelos, de sólidas huellas,
no firmes sombre el mar,
que se borran imperceptiblente
con el paso de los trabajos y los días.

Se eleva el cuello del cisne como un periscopio,
cuestionando la dirección
del intelecto, el rumbo de la nave, el norte.

Todo pasa rápido, más veloz
que los pájaros y que el sonido. Todo parece
ser nube transportada
hacia lo ignoto.

Mi linaje nada en la epidermis
del presente,
mas yo soy pez de mar,
de atlántidas profundidades.


GRIETAS

Las piedras con las que se construyó
la mansión lírica del Bienestar
se agrietan
como tierra que se agosta
o como cielo que se resquebraja,
domado por los latigazos del relámpago.

El invierno entumece sus huesos, y, con pies
fríos y sus manos heladas,
pasa descalzo por sus temores.

Las ventanas están abiertas,
danzan los visos suavemente, mientras
los chuzos solares
atestiguan la infiltración
de un aire que mata.

Los arquitectos analizan
los cimientos con prisas de cirujanos.
No ríen; en cambio, se cruzan miradas.


DITIRAMBOS

El río, sufriente entre
las piedras; el mar, cano
y celeste; y la brisa bufona
en los árboles, buscan el aplauso,
la adulación.

La voluptuosa tortuga,
enchapada de frivolidad,
se calienta a la luz
del sol de la complacencias.

El listón no es alto
para la voz si se salta
en la pértiga del favoritismo.

Piensa el roble para sí: es indispensable
estar bien con el carpintero
si en silla real me convierto,
clavado con clavos de oro.

DANZA PÍRRICA

Se le ha caído el cabello
al siglo, al milenio.

Ahora es ciudadano sin fronteras.

Una década, y dos, y tres,
forman una biblioteca de sueños,
y abren las aduanas
del futuro.

El pasado emite en la memoria
los mimos de una vida,
de muchas vidas, que bailaron
“la danza pírrica” o una
zarzuela de hojas en las ramas.

Soy testigo ocular de cómo
con su bastón
camina, lerdo, encorvado, viril,
el anciano, abatido por los duros golpes
en el pecho provecto.

GOLDEN EYE

Incuba en su nido, el porvenir,
lo inédito, el asombro.

Está abierta la puerta
de lo insospechado. El verbo
crece, el nombre toma forma.

Evoluciona la óptica homini
y trepa el Éverest de la materia
del pensamiento con agilidad
de mono en las ramas.

Juegos químicos delatan
el “golden eye” del cosmos de la mente.

Por ese espacio, incólumes,
inermes, rotamos en torno al misterio
como lunas de dulce canto y eterno ritmo.

Es cosa seria ver fluir
el río de la palabra, rozando
las orillas de la verdad, y verla
desembocar, feliz, en el atlántico
de la poesía, insondable depósito de belleza.



OMEGA

Llega el final, el omega impertérrito,
montado en el alado Pegaso.

Nos abocamos al salto,
al vacío, como paracaidistas
de oscuros agujeros desconocidos.

Emociona lo irrastreado
por la imaginación, lo intocado
por el alma, por la voz.

Oímos un rumor de agua
por el bosque lejano venir, raudo, audaz.
Es el himno, el idioma de la esperanza.

Se deshiela el hielo de lo posmoderno
y sus finos cristales zollozantes, corren
hacia el desagüe de las sombras.

Nueva nieve azucarada, pura, besa
el suelo de esta era embriónica.

CIBERCIVILIZACIÓN

Un signo ígneo,
de fácil captura prismática,
cruza la órbita
de mis ópticos astros.

Es un cromosoma
de larga estela “epocal”
que arrastra el bramido,
el rugir silenciado
de la cibercivilización.

Es un corpúsculo
que no se sabe hacia dónde
se dirige tan resuelto,
asombrado de su velocidad.

No conoce ni ruta ni puerto,
ni horizonte ni puerta
que dé hacia el sol.

Se presagia un cálido plumaje
para los hijos
de las estrellas,
un nido para la nieve.



TOJOS DESPIERTOS

Entre los espinos
despiertan los tojos,
heridos de tecnología, y están crispados.

Se alza como un pájaro
de acero la muerte,
blanca de luz, sobre
el espeso aire.

Montañas, vencidas
por escalador del pensamiento,
por el chorro de agua,
ceden, seducidas por
los arpegios de la lira
suave de Orfeo.

Nuestro ocaso es ser estalactitas,
oro dulce de los panales,
columnas palaciegas
que sostengan el templo
de la humanidad.


EPIGRAFÍA

Esta obra, escrita bajo
la encina milenaria, no es una tragedia,
sino un sonido, un color, un nombre
aún por nacer.

No es una profecía, sino
el umbral desnudo de un tiempo,
el torso de un instante
de mi vida.

Es un retrato epigráfico
de una mirada escudriñante.

He dado un nombre a esta bola
de billar que busca su boca
en la mesa verde
del destino.

Quizá fue más agudo
el dardo que la tilde
con que marqué la vocal
de una generación mimética.

Eso fue lo que el ojo vio,
no la pluma.


MUERTE

La hoja mojada del alba vieja
soporta sobre sus ancas
el grosor del crepúsculo,
el peso de sus rayos
moribundos y sinceros.

Muere en olor de multitud
la cigarra, oriunda presencia
de un grito que se pudre
entre la hierba estival de la posmodernidad;
ya nunca verá su propia biografía
la que tanto vibró por la vida.

Si tierra, lluvia; si
semilla, retoño, pero jamás
extinción, cenizas; jamás
alfiler en la piel, en la manos.

El descenso es inevitable
cuando se ha subido
a la cordillera de la existencia.

Calla, cigarra, para que se oiga
tu eco.



MAR CANSADO

Con brillantes “versos de oro”
tapio el cuerpo de un período
sin padre, aunque no sin
quien lo engendrara.

Este duro y lapidante
caminar entre zigzagueos
se suspende.

Y es que el brasero,
por la leña alentado,
vuelve a la calma.

Es hora de detener el flujo
de la araña verbal
que teje con hilo de aire,
marcando el periplo de sus inquietudes
en la tela fina.

Hasta el mar se cansa
de jadear, no menos el pájaro que canta.


CAMPO VERDE

El sol sentía
en los inicios de la alborada
un suave cosquilleo de cristal.

Entonces trepar en los árboles
era sencillo, sentarse en la orilla
de los arroyos y cavar
en el suelo, mas todo “se quedó
como un lirio”: el pulmón
de la alondra, la farola
que alumbra en la noche
y la fotografía de mis abuelos.

El gusto de la fruta
ha cambiado después de tantos golpes,
es mejor esperar a que vuelva
a verdear el campo
de los ideales: el pensamiento.




EPITAFIO

Un último instante
me resta en este póstumo suspiro
para colocar un epitafio en el mármol
de mi generación.

Soy aeda de tenaz saliva
y llana frente vertical. De veintinueve
anillos que vertebran
mi juventud de sereno roble maderero.

Aguardo la llegada
del cirujano, de aquel perito
que levante el cadáver de mi voz,
si está muerta, o la eleve
a la dignidad, si está viva.

Pero hasta que eso suceda
poned en mi tumba: “la musa le
ha derramado un dulce néctar
en la boca”.

lunes, 3 de septiembre de 2007

LA METAMORFOSIS DEL SUEÑO, poesía en N.Y.

PRIMERA PARTE :

EL CASTIGO

En brazos me sacarán
de esta jungla de túneles los vigilantes
de silencios petrificados.

Caerá sobre mí el peso del horror, el metal
del sonido y abrirá mi frente
por haber andado descalzo sobre los vidrios
de las tinieblas.

Con un látigo me azotará el eco de los trenes
que huyen de la luz. Jamás el sol
dará su resplandor a los vagones que transportan
la muerte a punto de estallar.

Nunca debí entrar a los intestinos
de la ciudad más alta del planeta, ni rastrear
las huellas de la soledad en lo más profundo
del suelo.

Mi experiencia es semejante
a la de un velero que hincha el viento,
pero que el mar rompe entre sus fauces blancas.

ESPECTROS

Sumergido en las arterias de New York
olisqueo el rastro confuso
de cuerpos que se pierden como fantasmas
en la oquedad del ruido negro.

Crisálidas de acero sueñan una metamorfosis
no de pavesas de átomos de metal ígneo,
sino de claridad.

El silencio cruje, carbonizado,
mientras se muerde la esperanza las uñas largas.
Nunca sale de las tinieblas quien no percibe
el aroma de la luz.

Arriba el mundo crece hasta el cielo,
absorbiendo el líquido de las nubes. Abajo mueren
las ilusiones, las miradas.

GOLONDRINA

Día tras día navego en las cavidades férreas
de New York, peregrinando
como una golondrina en el desierto
de sonrisas ausentes, adivinando
hacia dónde sopla el viento
para seguir sus suaves corrientes seguras.

Subo, bajo, salgo, entro, mas no llego a la
plataforma de la iridiscencia. Será que no hay
una estación para subir al sol, al vértice
del Empire State.

La belleza está manchada de grafitis,
rota como una porcelana.

Es árida la palabra si sale de las cuevas,
de los raíles subterráneos y negros.

Confundido como un grano de arena
en la extensa playa, me hallo
en esta selva amazónica de subsuelo. Aquí
abajo hay vida, pero no sé si estrellas.

FIGURACIONES

Un gran rugido se cierne de la subterránea
tubería por donde las sombras
deambulan desvaídas, tibias, escuálidas.

Hondo llanto el hierro tritura, voraz. Manos
que un día fueron enarboladas
por el tiempo, aquí yacen, rotas,
al filo de lo imposible.

Ojos con la retina caída claman, vidriosos,
desorbitados, un milagro de los cristales.

Creo que un día lo que circula por los rincones
ignotos de las venas abiertas
de estos umbríos senderos
de la subterraneidad neoyorquina
saldrá como un rayo o como un pez,
vibrando febrilmente.

ENIGMA

Rueda el ruido, dando a los muros
con su frente. La tenue luz
de los túneles parpadea, amarillenta.

El batir de tacos conjuga
el enigma de una civilización que va
más aprisa que el reloj, la brisa o el sonido.

Ando por estos meandros bajo tierra
porque intuyo un final en el que, montado
en el tren que va hacia lo azul,
hacia el grito del diamante,
encontrará colmado el vaso de mi voz, ya madura
como la redonda luna parda.

Todo es oscuro aquí dentro,
confuso el horizonte, miope el salto.

El ciego sigue las sendas sonoras,
las vibraciones de sus sentidos, yo, como el ciego,
me aventuro al asombro.

SERES EXTRAÑOS

He visto la ternura volverse tosquedad,
arado pedregoso y reseco. Miradas
que antes eran serenas, luminosas, ahora
las veo feroces, torvas e hirientes.

En esta gran ciudad de cristales
la nieve que cae de los labios se mancha
con el agónico afán de las lluvias ácidas
de oscuros gestos.

Miro crecer retoños sin hojas, sin piel,
sin savia, deformados por el ambiente salobre
de fantasmas grises.

Crecen edificios de deshumanización,
rascacielos de seres extraños.

Los sueños fenecen como insectos
y las alegres ilusiones de quienes
quisieron un día subir al cielo sin escaleras
ni ascensor.

LA COLMENA

Es árido el encuentro con los seres,
inciertos los rituales mágicos de los túneles.
La humanidad injertada de estrellas,
apagadas unas, latentes otras,
se exhuma impermeable
en el hueco del patio cosmopolita.

New York, panal de edificios,
los humanos como abejas asaltan tus estambres,
sedientas del néctar que domina
la ambición. El espeso y onírico anhelo
de hojas verdes late en todas ellas.

Cuesta ver donde no se ve nada más
que agua turbia. Duele la aguja
en la pupila del alma. Hay, ciertamente,
en este vasto mugir de razas,
un llanto de indiferencia
ancho como el océano.

HORMIGAS SUBTERRÁNEAS

New York es un hormiguero
en el interior de sus calles. Numerosas
entradas y salidas evidencian que la tierra
es hueca por dentro y que allí debe haber
vida, un universo de ignotas galaxias.

Como una hormiga penetro al agujero.
Salta a la vista la fetidez agria
que emana de los hierros, del vacío.

Las hormigas cuando se cruzan
se topan las antenas, más éstas que veo,
se ignoran. Todas viajan muy juntas,
sin mirarse, sin embargo. La civilización
pulula bajo los laberintos
de la magna urbe.

Hay hormigas de élite, se nota por el porte,
el maletín, corbata y zapatos de marca. Las demás
son obreras, soldados que luchan
por un terrón de esperanza
por un grano de dignidad.

IMPACIENCIA DE LA NADA

No quiero ver más estrellarse
el espejo de mi imagen contra la pared.
Llevo días desatando sombras, caminando
como un explorador de misterios
en los laberínticos mundos de New York.

Sólo encuentro cuerpos móviles, ruido
arenoso, olas que envisten
los arrecifes de la atmósfera.

Percibo alarmas, pitidos, y un vago
olor a desesperación, a prisas.

No hallo el final de estos túneles. Es difícil
llegar solo al umbral de la salida
si no nos asimos a los rieles de quienes
conducen el tren de la sabiduría.

Negarse equivale a dejar sin aliento
el diamante de los latidos.

SERES AGOTADOS

La humedad envuelve con su telaraña
el ámbito del aire. Los cuerpos
se dilatan como cera y buscan ansiosos
corrientes de frescura.

Los opacos senderos donde el llanto eléctrico
es eco del llameante círculo sideral
apilan soledad, mustias voces
que salen de la negritud ambulante,
roídas por el cansancio.

Los trenes bostezan en cada estación
como bestias de carga,
dejando salir de sus entrañas
comprimidas abluciones de ira.

Tiembla el universo cuando sus pasos de gigantes
pisan el rellano donde espera la gente,
estresada, el abrir de sus fauces.

La calor enerva el gusto por la continuidad
de la lira, y desafina el brillo del canto.

EL RETO

Salir de las sombras es el reto : escalar
los rascacielos. La idea es pasar del llanto al canto, de ser presa encadenada por silencios de acero a ser alas o hélice en las alturas.

Tanto tiempo llevan los esqueletos sumergidos
que ya sin aliento los cuerpos bogan
en la bóveda del subsuelo de metal.

Horrísonos chirridos
de máquinas confunden las voces humanas
como cascajo que se despeña de un barranco,
chocando entre sí las piedras.

Querría saber si estos túneles
conducen a una brillante boca, porque si he vivir
en estos laberintos, habré de inventar
un nuevo canto.

Mas sólo anhelo subir al cielo, a las torres
gemelas donde el mundo se expande
ante la atónita mirada.

ESTATUA DE LA LIBERTAD

Llévame entre tus alas, libertad ; sácame
de esta cárcel sin ventanas
que converjan con la verdad.

Que no falten a mis rodillas el temple
del águila, el valor del rayo
que perfora montañas de nubes en el horizonte.

Acorázame, libertad, con la armadura
del pez escamado. Hazme triunfar
sobre la inanidad del laberinto
para que alcance, con la sonrisa dibujada
en los labios, el último escalón que lleva
al cielo, a las más altas brisas
de New York.

Suelta mis pies, mis manos, que pueda
luchar contra la nocturna arena de voces
gemebundas. Soy libre como la Estatua de la Libertad, como el viento
que roza su antorcha.

LA TORMENTA

Aún no pasa la tormenta subterránea.
Truena el hondón perforado por el bramar
de los trenes. Caen sobre mí muros
de vapor, piedras de ruido
en el caracol de mis oídos tiernos.

Es agudo el calor. No hay oxígeno.
La piel transpira. El óxido
se desprende de las columnas. No quepo
en mí. Se agota mi voz. La lengua,
reseca, se pega en su despejado
cielo suplicando el dulce agua de las alturas.

Pronto abandonaré la tumba del llanto,
fósil sonoro que los rascacielos esconden
bajo sus arquitecturas vivientes.

Aguardo el tren de la luz,
la metamorfosis del sueño.

LA RENUNCIA

Siento en las plantas de mis pies
cómo los rieles tejen el asombro, el himno
que he deseado desde que me
introduje en el subsuelo de New York
en busca de otros mares vírgenes.

Abandono esta jauría de hierros,
«que me condenen si miro hacia atrás».
Renuncio a convivir con el crujido de la negritud,
a ser esclavo de olvidados cometas que nunca
chocaron contra la luna.

Nunca bajaré a la soledad, ni daré mis
horas a los canes sombríos. Aprietan
mi mirada las tenues bombillas colocadas
en lo alto de las cavidades amenazantes.

Mi pronta fuga las dejará desnudas, vacías,
porque sólo yo he resistido la tortura
de los laberintos, el filo se sus rayos.

TOPOS

Acaba de partir el tren. Sin embargo,
nunca es tarde para quien espera, digo en voz
baja, mientras oteo los rieles
anhelantes, rígidos con ruido aún amargo.

Todos orbitamos en torno a una luna
en esta nave subespacial, horadando tierra
como topos, y traspasando
el Hudson River como peces argénteos.

El ágil gusano arrastra vagones de rostros :
negros, blancos, asiáticos, latinos ; rostros
duros, pero frágiles porque nunca los labios
el metal igualan, ni el alma ni el mármol
el diamante imitan.

Llego al fin de trayecto. Bajo del tren. Acto
seguido escucho el mar diluirse
como un trueno entre eléctricos tics
en la distancia, jadeante.

EL HOMBR SUBTERRÁNEO

Adiós túneles sin corazón. Vacíos
y taladrados por los años aquí quedan,
sepultando pasos grises.

Cadáveres de crispas como estrellas fugaces
han sobrevivido solamente
lo que un suspiro, porque en tan hueco mundo
la nada se apodera de todo intento
de perdurabilidad.

Mi corazón no está hecho para ser triturado
por el fuego del vacío, ni por la hienas
que gruñen, carnívoras, en los rincones
de cada estación.

Soy un hombre subterráneo,
un ser que se hunde día a día en la tierra
movediza del cielo. No deseo
más hondura que la altura.



SEGUNDA PARTE : Los privilegios de la vista

WORLD TRADE CENTER

Estoy perdido en el amazonas de Manhattan.
Prendida mi vista en los cipreses
de acuíferos destellos ; cipreses
con punta de acero en las que se asienta
el sol como un ave.

Diminuto, microscópico me siento
en World Trade Center. Cruzo las anchas
avenidas pobladas de insectos amarillos,
raudos como sustos. Bulle Manhattan
como una cascada, envuelta en un eterno
bramar de mar.

Manhattan es una divina selva
de árboles de cristal. ¡Oh, frondas cuadradas,
troncos que se yerguen silenciosos hacia el cielo !

MAÑANA DE SOL

Dora el sol el Est River
que desde el fondo se va encendiendo
como paja de trigo.

Hay movimiento en el ambiente : helicópteros
que escalan el aire, nubes que pasean
como globos, lentas; barcos
que rompen la llanura del río,
dejando tras sí una cola
de espumas que van muriendo en el sendero
como nieve que se desvanece.

La brisa despierta y juega en la fronda, tímida.
Cantan los pájaros. El sol acaba de llegar
a la altura del Brooklyn Bridge.

Desde esa altura domina la gran ciudad,
dispuesto a combatir con sus espadas
la invasión de las sombras.

TARDE DE LLUVIA

Llueve. Las calles brillan
como charolados esmaltes. Cae, gris, la tarde,
gimiendo taciturnamente. Se puede adivinar
el sol escondido entre la espesa capa de níquel,
meditabundo. En las aceras fantasmas,
sombras, imágenes vagorosas,
pasan cansinas.

Los automóviles como luciérnagas
alumbran la tenue opacidad del día,
mientras sus ruedas, como celo, depilan
el negro humor del asfalto, murmurando largamente.

Mustio el gelidizo viento, estremece las ramas
de los árboles. Plañen los gorriones, pese
al diluvio. La tierra respira ahogadiza.
Son las siete de la tarde y aún llueve sobre todas las cosas.
Y el mundo aún no se acaba.

AVES DE ACERO

Grandes aves aladas escalan nubes.
Buscan un lugar, un norte indicado
por la sinceridad de la brújula del sol.

Un leve rastro blanco sostiene el eco luengo
de un batir de plumas. En la pista del J.F.K.
aterrizan otras aves como águilas de plata.

Serenas, abrazan la gravedad. Y sus turbinas
hilan fuerza, brío de corceles
cuyos frenos unas manos lideran seguras.

Aquí en este puerto aéreo
descubro la sed de quienes parten en busca
de espumas, la ansiedad de quienes
regresan al insomnio
de la polis, inermes.

ESPERANDO EL TREN

El cielo exhibe con desnudez
el dulce fuego ardiente.

La brisa reza en los pabellones
de mis oídos. Se oye el tren en la distancia ;
llega, jadeante. Se estremece la tierra. Sentado
aquí contemplo la sombra de mi mano
al escribir sobre la arena de la página.

Subo al tren ligeramente, no sea
que no haya otro al cual subir y pierda así
la oportunidad navegar en la oquedad,
de conocer la forma del sonido.

Bulle el torrente de la rutina. El reloj
anuncia un tiempo más que de oro
de vida, mas la masa, indiferente,
ignora el silbo o el galopar del aire
en la sangre.

EL PROMENADE

Sentado en el Promenade de Brooklyn
paseo la vista lentamente por los espigados
edificios de Manhattan tocando sus formas
con el tacto de la visión. A mi derecha,
en diagonal, pende el Brooklyn Bridge
sostenido por la torre del tiempo.

El súper hombre ha tocado el azul del cielo,
la piel ebúrnea de las alturas.

El Est River, taciturno, hormigueante,
esconde en sus aguas las huellas de barcos
que han pasado dejando tras de sí tan sólo espumas,
cifras rotas de la Bolsa.

Ahí está delante mío
el ojo del mundo, apuntando hacia el sol,
hacia el mar profundo
del hondo cenit.

Torno a pasar mis ojos por las vastas alturas
de Manhattan y descubro la geometría
de los cristales inquietos.

EL BROOKLYN BRIDGE

Camino sobre el Brooklyn Bridge.
Su cuerpo que tiembla, vibra,
no de miedo, sino de firmeza.
Hilos tensos sostienen su vida. Hilos
largos como cabellos. Por debajo
pasa un brazo de mar, el Est River, brillante,
fiel a sí mismo.

En él se retrata Manhattan y se contempla
como Narciso en su espejo,
sin nunca ahogarse en sus profundidades,
aunque no sin danzar como un barco. Se alarga
hacia el sol, y podríase llegar
por él a las encumbradas nubes.

Sopla la libertad con más soltura
en el centro del puente.

Querría tener las piernas como las columnas
que soportan este puente,
para que pasen sobre mis espaldas
todas las cargas, todos los latidos ; para que todos
puedan pasar a la otro lado de la esperanza,
a la otra orilla, donde nos esperan
ascensores que nos subirán
al cenit de la alegría.

LOS RASCACIELOS

Los héroes del espacio, transparentes
como el agua del Hudson River,
apuntan como cohetes hacia un lugar
aún no colonizado.

Tan hondas están sus raíces como altas
sus puntas de lanza.

En cada edifico persiste un deseo
de llegar más lejos, un ansia de superar
la pequeñez, la imagen sobre el espejo
líquido que bordea la isla abatida
como un pez atravesado
por el arpón de la economía.

La delgadez de ciertos edificios contrasta
con la fragilidad de las luces bajo la lluvia,
inconfundible protesta
de la certidumbre.

SUBSISTENCIA

Como nueces en gargantas de cristal
suben y bajan los ascensores, luminosos.
Multitud de seres desaparecen
como el pestañear de las intermitentes
luces de los taxis.

La rapidez es un factor
clave para subir al cielo, se deduce.

No debe haber somnolencia
donde impera la intrepidez de los números
y la inclemencia de la computadora. Los
dedos ordenan, las máquinas, como esclavos,
rezongan. Se han despersonalizado los puestos
de trabajo donde antes estuvo el cuerpo
del aire sentado sobre la luz.

Bravo es subsistir rodeado de dinosaurios
mientras las corrientes de hojas verdes
arrastran y hechizan con su olor
a las más nobles libélulas.

ESENCIAS DE LA CIUDAD

De las alcantarillas sale el vaho
replicando al cielo su crueldad,
pero éste muere retorcido, inerme,
en la atmósfera que le mira torvamente.

La gente se aglomera en los semáforos,
los cláxones marcan
las normas del mal conducir
entre las moles enhiestas. Se asfixian
el ruido y la claridad en las esquinas.

El cielo está enchapado de papel,
que por su color, está a punto de quemarse.

Gime el suelo herido por los frenazos.
Cuánto ritmo descompasado,
cuántas manos rotas como vasos de porcelana.
Huesos astillados por el progreso,
miradas fracturadas por la miseria,
mientras halcones elegantes
rondan en limosinas.

En New York el pensamiento
y la honestidad caminan sobre alfileres.

EL PRIVILEGIO DE LA VISTA

Alzo la mirada y ella levanta vuelo,
sobre la belleza
arquitectónica de los rascacielos.

Recorro la forma, el volumen
que en el espacio ocupan, la materia que apresa
el brillo ardiente del sol
y detengo el gusto allí donde se excede
el arte de construir.

Estas son las pirámides posmodernas,
el daguerrotipo de la inteligencia,
la cuerda del equilibrio.

Aplaudo con las pestañas
el privilegio que tienen mis ojos castaños
de ver la historia crecer en vertical,
hacia los pirineos neoyorquinos.

REINO AZUL

Absoluta desnudez viste al cielo. Sólo el sol
se consume en el horno
de la media tarde. Estoy ascendido,
encumbrado en el Empire State.

El asombro paraliza mi pulso. Los edificios
que no alcanzan del todo las nubes
son retoños que nunca crecerán ;
se lamentan subyugados por la ingravidez.
Todos apuntan hacia un reino azul,
a un lugar donde moran
las constelaciones.

¡Qué jungla de naves, qué bosques
heridos por la luz del sol !

I TWIN TOURS

En minuto y medio he subido al cielo,
raptado por el águila dorada. He
ascendido, no muerto, aunque
con el aliento suspendido.

Garzas de nieve, que a penas agitan
sus alas sobre las serranas y neoyorquinas
cimas, como turistas pasean por el cielo abierto.

Manhattan está sembrada
de cohetes que miran hacia el espacio.

Un poco más arriba y floto, orbito
en el cosmos. Llegará el día
en que rompa la camisa de fuerza
de la gravedad y navegue en el espacio
como una nave metarritmizada.

II La tarde, como un fénix,
muere y se hace cenizas
sobre el Est River. El eco de su agonía
serpentea sobre el metal acuífero.

El aire, seda de luz, es plateada frescura
de lluvia estival.

Ruge la ciudad, se encienden las bombillas
y se multiplican como blancas espumas.
Innúmeros ojitos parpadean
como brasas alegres
que el volcán nocturno encendiera.

Yo, ser opaco, con dos satélites
ópticos, espero, como la tarde
morir, mas no fenecer.

III Esta es la ciudad el imperio
ígneo de los faroles, cuyas noches de luz
tienen sus pupilas iluminadas
perennemente.

Los días no conocen
la nocturnidad, han perdido
la noción de cuándo reina la luna argentina.

En el espejo del Est y Hudson Riven
se sumergen las jirafas de cuellos largos,
y dibujan sus siluetas gelatinosas
hasta el amanecer. Duplican
sus ventanas centelleantes
y sus pequeños soles rojizos.IV En la cumbre del cielo
donde las nubes se abrazan, estoy yo.
Es de noche. El manso viento bate sus alas.
Está oscuro el cenit
como luna que brilla por su ausencia.

Estoy en la Torres Gemelas,
New York es el cielo poblado
de estrellas titilantes.
Las constelaciones han abandonado
las alturas para venir
a la Ciudad de las luces.

Largas avenidas pobladas de cocuyos,
atraviesan el centro de Manhattan.
Los carros nadan en los bruñidos
cristales nocturnizados, como peces de fuego.
Brooklyn fosforea, sus calles
son lava que refulge, ríos de luces
que se precipitan
hacia el océano de la noche.

New Jersey, iluminado brilla
como un campo de diamantes encendidos.
El cielo se ha quedado sin estrellas
por haber perdido las niñas de sus ojos
y dárselas a New York.

VERANO

Es verano. La resolana aprieta
los cuerpos con desesperación contenida.

El sol se consume de sed.

El bulto de las sombras agranda
la forma rectangular
de las torres silenciosas y viriles.
Son anchas las calles por donde corre
el viento con cuatro ruedas,
aullando en los semáforos.

El aire sepulta con lástima
el agónico acezar del lobo urbano.
Desde el Promenade veo cómo se desploma,
al fondo, exhausta, sobre el agua de oro y trigo,
la tarde sincera.

UN MUNDO IGNOTO

En la azotea, estática, alerta,
una antena amarilla capta ondas sonoras,
verbos que bogan por el aire, elípticos,
buscando un asidero.

Satélites que laten en el Corazón del Cielo
auguran un mundo virgen, divino.
Un mundo esculpido a mano
por el sonido azul del espacio, al que aspiran
las grandes plantaciones de jeringuillas
de Manhattan.

Atento a las ondas de la antena,
como un tigre que acecha agazapado,
sin pestañear, aguardo la revelación
del pasadizo que lleva al anillo
del planeta de oro.

LA MUERTE DE LA UTOPÍA

Ha caído atropellada la utopía
en la esquina. Herida en la sien,
sangra moribunda. Un rayo de luz
rebotado de unas ventanas
unge y cicatriza su herida.

La utopía gime al tiempo
musita un mensaje en jeroglífico.

En todas las esquinas van cayendo
las hojas transidas de calor. Los retratos
de la luna amarillean. Se van
haciendo difíciles los caminos
que llevan a “La ciudad de la alegría”.

Todos los vuelos han sido suspendidos,
incluso los de la imaginación,
sólo nos queda el de la esperanza.

SÚPER HOMBRE

Palpar el cielo puede convertirse
en un ciclón, en un torbellino
que sacude el polvo del Súper Hombre.
Nunca más bajo se halla
quien en las alturas pierde el eurítmico
caminar sobre el agua, el vuelo
de la golondrina.

Una voz nos llama desde lo invisible,
pero el ruido de los papeles, sacudidos
por el viento del norte, oculta detrás del espejo
el rostro alado de la inteligencia.

Es fácil subir al cielo
y apoderarse de las estrellas, mas no quiero
la luz de Venus si es vejando
el titilar de la más nimia hija de la noche.

ASPIRACIONES ÚLTIMAS

Mi cuello se petrificará
si continúo mirando al infinito.

Cato el néctar de la belleza
que mora en esta ciudad, escondida
entre las calles, fugitiva ; sin embargo,
mi cuello perdió su poder giratorio y mi lengua
el jugo que humedece la palabra.

La voz se me rompe como madera
al clavar. Respiro a penas. El pulso
me pesa, lo mismo que la imaginación.

Continúo oteado la contumacia
de los misiles de Manhattan,
que se obstinan en subir al océano astral,
porque yo también aspiro
a alcanzar un lugar en el cielo de las pléyades.

VUELO FINAL

Voy montado en una libélula. Zumba
su hélice y revolotea el aire. El piloto, ducho,
orienta el metálico insecto. Desde el aire
los sentidos se invierten. La visión
es ancha, redonda.

El ángulo desde el cual creemos
ver brillar el satélite de plata, no es siempre
el ángulo de la hermosura. Por eso
es preciso dar la vuelta al pensamiento,
y reestructurar sus galerías.

Pausadamente aterriza la libélula
de mis ideas, calculando cómo poner
sus patitas en el suelo.

SUCESIONES, poesía, 1995

OBERTURA

Los campos despiertan con la música líquida
de la blanca nieve.
Despiertan los árboles con el verde trinar tierno
de sus hojas clariesmeraldinas.
Nacen los primeros pajarillos
y las primeras mariposas amarillas, rojas, pintas,
azulescamadas y bellas como el arco iris.
Vuelan tímidas.
Empuñan los rosales los infantiles pétalos por erupcionar,
y así los jardines, como violines preparan,
en el pentagrama abrileño,
los colores que oirán los ojos de mayo.
El rocío es música grana que deleita con su blancor
la alborada fresca de las primeras mañanas de abril
hasta las últimas amapolas de mayo.
Hay un rumor a retoño, a vida, a canto, a plumas, a poesía,
a luz en esta estación que me eleva entre sus cuerdas opalinas
al quinto cielo de la beldad: a la primavera.

SONATA DEL RUISEÑOR

Con el pecho hinchado y lindamente emplumado
y con las alas entreabiertas, en la rama de un naranjo
el ruiseñor toca la flauta travesera que un día le diera Apolo.
En el aire se suspenden las notas ledas, transparentes.
El ruiseñor entreabre el pico y vibra su buche
mientras emite notas sonoras que elevan, olvidada de sí, el alma
hasta el fondo de la altura.
Es de mañana y, con admiración de emperador, el sol se inclina,
reverente, con su dorada casaca, hasta donde la dulzura
encanta hasta a las plantas, hasta donde Mozart encarnado,
eterniza melodías que muchas piedras, incluso,
oirán con inaudita admiración.
La sonata es de plata, es argentino vestido
de una madonna de gala.
Sólo los colores varios de un jardín podrían parecerse
a la irisada música que sale de la flauta
del maestro de los pájaros cantores.
Escuchadle si alguna vez
sus silbos emiten entre la fronda.

SUITE DEL RIATILLO

De un monte en los senos...
dulces sonoras señas de los cristales.
(L. Góngora)

Baja canoro un hilo de música del monte.
en medio de árboles y de flores silvestres,
de abejas y abejorros, algo deleita el oído:
Es un dulzor de agua
que salta, a veces, sobre las piedras y que ríe y juega
siempre hacia abajo, como adrede, acaso con la intención
de hacer felices a otros entes que viven tristes en las sombras.
Se despierta mi alma y sonríe, abiertos los ojos,
al ver culebrear, casi al ritmo de la locura,
la inocencia pura de las montañas.
Como que mi alma se enamora de tan delgada melodía,
y quisiera retenerla en mis recuerdos
como la más delicada ocurrencia de la naturaleza.
A Vivaldi le gustará saber que aquí hay faladoladas
piezas aedas que yo interpreto
con la orquesta del alfabeto y mi pluma.

GAVOTA

Oh prados y espesuras,
de flores esmaltados.
(S.J. de la Cruz)

Los alcores, amapolados, leonados,
están gloriosos, terriblemente primaverados.
Una perdiz bermeja, alza, breve, el vuelo al verme;
y se esconde con un cándido arrullo,
que si no es de amor, es de felicidad.
Verde la hierba.
Verde la distante fronda y el olivar.
Una manada de pájaros se sienta en un pequeño cerro,
y buscan algo que no es oro, pero que vale oro.
Salta un venado tras unos arbustos.
No hay cazadores cerca.
Deduzco que alguna emoción de gozo le habrá hecho
celebrar con un brinco la buena nueva:
El nacimiento
de uno de su casta.
Mariposas a puñados se sientan sobre las amapolas,
mas se confunden con ellas, pues parecen
que buscan su color para camuflarse.
Pían los gorriones, mientras silba en una matita
un jilguero algo que él escribió.

CHORUS NATURAL

El viento sopla donde quiere
y el polen nunca sabe dónde va.
(E. Cardenal)

Con voz potente los puños de las flores
irrumpieron y cual coral de Viena o de New York
sus cuerdas bucales —sus olores—
vibraron en el vacío.
El jardín, con sus semejanzas desemejantes,
es un armonioso coro de colores, de colores que son voces:
sopranos, tenores, barítonos, contraltos y bajos.
Hay una armonía bachiana perfecta, pura, en este edén,
melodiosa como una composición vivaldiana, y sonora
como una cantata de Verdi.
¡Oh, la gracia polifónica de abril y mayo
se ha volcado sobre el jardín
—antología de perfumes y de rosas y de colores—.
Un forte, una fuga, un deleite perenne.
Todo se eterniza sobre
las cuerdas del arco iris, y de repente,
todo es música de flores y flores y flores.

FANTASÍA


De novia me ha sorprendido hoy la rubia de las noches.
Evoco palabras romeadas a la prenda del cielo.
Cae platina luz sobre el estanque, y presiento
cómo a mis ojos su dulce voz luminosa besa, en silencio.
Nubes pardas pasan por debajo de sus pies de plata
y se alejan para que pueda yo abrazarla
desde mi ventana, cual a Julieta, el varón que la amaba
hasta la incordura.
En redondo mayor me abraza
el claror divino de la reina
de las estrellas de la tierra.
Y siento que es primavera, que es tiempo de romances,
y de poemas sonoros.
No te vayas mujer de blancas mejillas,
no te vayas que tengo que besarte esos labios
de miel y de cielo.

MADRIGAL

El alba viene silbando
por el monte como una golondrina
y va despertando con su música de sol anaranjado
a los pájaros, a las fieras, a las plantas, a las flores,
y toda la ternura silvestre del monte.
Todo va tomando color,
como si la alborada trajese vestidos
para cada cosa, para cada animal, ave, insecto o planta.
De repente, la vida inició como una escena suspendida
el día anterior por la noche.
Muchos actores actúan en esta película de la natura,
y la alborada es la musa que excita de mañana
a todos los actores.
Sube el sol hacia la cumbre del cenit, lento,
galante y vigoroso
como un Cid en busca de una conquista iniciada
muy temprano con el alba.

MINUETO EN LUZ MENOR

Las estrellas están felices esta noche de mayo;
parpadean pluralmente.
Con mi guitarra les hago compañía
y ellas responden parpadeando
cual votive lights.
Venus sonríe con una ternura nunca vista
y en el esmalte de sus destellos
hay tranquila y serena paz.
Un suave olor dulce llega hasta mí
y mi nariz consulta
su procedencia hasta dar con una mata
que sólo de noche abre sus capullos perfumados.
Los grillos como flautines ensordecen la noche,
mientras luciérnagas solitarias
corean las estrellas con incansable fosforeo.

CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA

En primavera ejercitan
las abejas su trabajo al sol
por los floridos campos.
(Virgilio)

La primavera
es un largo poema que va de abril a mayo.
Stravinski la interpretó como una miscelánea
de poemas sinfónicos.
¡Oh divina música abrileña!
De plurales colores es la sinfonía, cuyo ritmo deleitan
los oídos de los ojos y los ojos de los oídos
y que la gran polifónica de la natura va interpretando,
casi al borde del éxtasis, con la dulzura
de lindos pasajes de riachuelos melodiosos,
y cálidos amaneceres abiertos
y numerosos fonemas escondidos entre las frondas.
Pájaros y pájaros y más pájaros se juntan
para la consagración de la primavera.
Todos en un rito pajaresco
ofrecen a la primavera una antología
de flores, azahares, alboradas,
cantos, plumas, besos, vuelos.
Lo mejor de la primavera
está seleccionado por Stravinski,
escuchad el aleteo canoro de sus versos musicales
y de las mariposas de sus notas,
la melodía de sus alas de seda.

CODA

Pájaros, mariposas, flores, música de agua,
claro sol y dulce vuelo de blancas nubes por el cielo.
Rocío sobre la hierba,
pichones con bocas hambrientas,
pétalos que se abren, fresca brisa de seda,
y perfume con olor a oro.
Bosques como conciertos, como música vivaldiana.
En plenitud todo ello. Rumor a divinidad, a besos,
a violines de ternura.
Blancas, rojas, azules y zafiras notas musicalizan
—en allegro— el mundo.
Da un forte de belleza, un piano, suave,
en una gota de agua
pendiente en la punta de una hoja.
Brisa, rocío, flores y pájaros al unísono,
hacen sonar sus
instrumentos de cuerdas y viento
y todo se paraliza para escucharles:
Dios, el cosmos, todo, todo.
Lentamente se va smorzando el color sonoro
de la primavera y su eco permanece en mis ojos,
en mi alma, suspendido como una pluma.

PRELUDIO

Amanece en clave de sol y el ámbar de la mañana
tremola en las hojas que la brisa primera mueve
con ternura casi maternal.
Los rayos del sol penetran como lanzas
por entre las hojas
de la fronda.
Se avecinan los días de calor,
de caricias que son fuego.
Sube al monte el astro y pone sus pies en toda la tierra
hasta someter el verde al amarillo,
y al agua en llamas.
Nubes solitarias descobijan el cielo
y huyen vagorosas
dejándolo desnudísimo;
aumenta la temperatura y con ella el amor.
Las sombras son como vasos
de refrescos en estos días estivales.
Se dilatan las flores tardías
y el tiempo es más largo y más lento
y más pesados los pies de las horas.
Es sofocante tocar en clave de sol en verano.

MÚSICA DE ESPIGAS

¡Mirad el trigal! Miradle, no con los ojos,
sino con los oídos.
Es música lo que sus espigas emiten, dorada,
divinamente dorada.
¡Tanto trigal amarillobosque,
evoca la más cara puesta de sol!
Los pájaros oyen sus maraquitas
y vienen a comerse sus notas sabrosas.
La brisa austra se deleita acariciando con sus dedos
la manchega llanura de trigo, porque hay placer, locura,
en sus melodías de granitos comunitarios.
He venido a beber música del seco aplaudir
de las migmeas matitas de trigo.
Y es que hallo desveladas en ellas
el ritmo de la poesía, que es melodía, eternidad.
El sol sueña por las tardes al son suave
de las espigas y ha aprendido del trigo,
con humilde resignación,
a ser oro en el ocaso y lámina de ofir
sobre el mar encendido.

FUGA

Los opimos almendros gestan
en el útero fraguado del estío sus últimas sonrisas.
Canta un pájaro y vuela asustado.
Pasa, rápido, un gran puñado de golondrinas.
El viento sopla, al compás de fusas, las morunas nubes,
y luego se abre un claro silencio azul,
y se alejan los islotes de futuras lluvias inciertas.
De nuevo pasan, veloces, fugaces golondrinas;
algunas quedan colgadas en el vacío.
Fina la afilada voz de un jilguero,
la alta temperatura evapora y quiebra.
Se está formando un fuerte nublado en el sur.
Las nubes huracanadas giran
y giran en espiral, fantásticas,
como si tuvieran pesadillas.
De pronto, llueve, pero en el acto se va
como una fuga de Bach,
y aparece el arco iris como una corona de diamantes.
Truena, relampaguea, y el flash se pierde, desaparece,
junto con el tambor de las montañas.
El silencio orna de quietud esta hora avulcanada.

PÁJARO DE FUEGO

Las calles de carbón tiemblan,
las delatan los espejismos
del sol de las tres.
Junio y julio han durado años en diluirse,
y han pasado
con los días prendidos como volcanes.
Hoy es el último día de julio, quien está empeñado
por sellarlo en las paredes inocentes del verano.
Cómo queman las manos del sol a esta hora de media tarde.
Mejor es que no acaricie si hace sufrir.
Mira las pobres piedras, sudorosas,
cómo exhalan el vaho
de sus cuerpos, extenuadas de sed.
El sudor húmedo de la frente provoca mi mirada y la sala.
Dobladas las rosas, caen rendidas sobre sus hombros.
Sólo el rumor monótono de las abejas zumba
en el vago silencio destemplado de la tarde adormecida.
No hay brisa, sólo el horno que Vulcano mantiene encendido.
Pájaro de fuego, el sol que baja
con las alas flamantes.

CLARO DE LUNA

Por las noches de verano
el amor toma forma de besos
y se pasea prendido de las manos
bajo el carro de la luna.
Las serenatas a julietas suenan como arrullos
al frente de iluminadas ventanas plateadas.
La plata de la luna vale como el oro
si está esparcida sobre manso estanque o fronda clara.
Becquerianos poemas recita el agua de la fuente,
y se tornan hermosos los ojos de la amada, si hay luna.
El corazón se enciende en rojo amor de rosas
y sólo el agua platina del sol nocturno
lo puede apagar bajo las copas de un árbol
o tras cortinas pardas.
La guitarra —con clásico son— eleva sus notas
melodiosas y argentinas a la altura de lo supremo,
justo hasta donde Dios aplaude el don
con respetuosa admiración y calor divinos.
Verano, es verano,
es tiempo de desabrigar el corazón
y la ternura.

ENCUENTRO

He salido al balcón a buscar
la frescura
de tu presencia.
La brisa abraza mi cuerpo y susurra en mi oído
un cálido idioma como si de caracol, el rumor a mar.
Los reales cocoteros jóvenes
silban canciones ignotas entre sus pencas y racimos,
de dorados frutos de dura piel alcornoquina
y blanca camisa compacta
y líquido sabor cristalino.
Una acuarela vangohniana de la natura
con jugosos frutos de oro, los naranjos adultos,
parecen planetas, pequeños soles.
Puedo sentir a través de la mirada
el hálito piano que despides y
que sale a mi encuentro, aquí, hacia este balcón
donde te espero con la camisa medio abierta.

OPUS Nº 7

Cae la tarde con ritardante compás: suave, lenta,
como con largas notas provocadas.
Centellean los últimos rayos del día
y un candor liláceo bruñe el esplendor del horizonte
que parece detenerse entre berbejo
y oro y amarillo hoja.
Aves migratorias en consonante grafía aérea
cruzan en paralelo el fondo cuarzo del oeste.
En este instante rueda con rapidez la moneda de fuego,
como persiguiendo otros países
en el lado opuesto de la tierra,
mas es la tierra la que huye de los candentes besos
de quien le ha declarado su guerra de amor,
amor que es rescoldo que quema,
y que tortura de ternura.
Es agosto, me agobia con la manía del sol que se da
de esa forma tan tigresca: con sus garras de llamas
que hechizan el cosmos.

OPUS Nº 8

Maduran las frutas.
Los árboles parecen estar satisfechos,
se les nota en sus rostros plenos
la buena savia que les llegó al corazón, a sus huesos.
La nieve se desprendió imperceptiblemente
de las cabezas puntudas
de las cordilleras y se volvió líquida fonía.
Los pichones ya son jóvenes y lucen sus lindos plumajes;
andan, calientes, piropeando a las muchachas. Ya algunos
han contraído el "consortio totus vitae".
Sorprenden orquestas de mirlos, perdices,
tórtolas y algún que otro violinista
como el ruiseñor o el jilguero.
Se está yendo el estío
como un peregrino
cansado; me da la espalda,
y apuro la mistela que escanció con sano hedonismo
la primera alborada de esta célebre estación,
interpretada en clave de sol
por el maestro de la luz.

SINFONÍA Nº 1

Las playas olvidadas son visitadas por sirenas
que se desnudan de la cintura para arriba sin pudor.
Se divierten las olas con la arena, y van y vienen,
y vienen y van unas tras otras.
Sombrillas obligan al sol hacer sombra,
mientras sus cuerpos de guitarra
barnizan con sol su piel, las sirenas rubias.
El mar está feliz al tener de visita tantos huéspedes
y les crea un lelo oleaje que es un vals bailable,
escuchable hasta el fin del tiempo.
El sol camina por la orilla de la playa, natural, sin excitarse.
Le centellean sus pies luminosos
en las diminutas piedrecillas,
se complace en tocar con sus dedos calientes
los cuerpos lustrados con aceite de playa.

OPUS Nº 10

La gente por las calles denota que es verano,
sus pasos lo dicen y sus finos tejidos claros.
Hay mucha humanidad en los parques y cascos antiguos.
Las heladerías son un panal de abejas,
un rumoreo almibalado.
Las cafeterías y restaurantes
son eco vivo de las vacaciones,
de quienes han huido de las garras urbanas
y de las trémulas mordeduras del estrés.
Cámaras fotográficas y vídeos cámaras
sujetan con desgana
lo que la memoria y la mirada,
como un estómago lleno casi regurgita.
Los aviones están cansados de traer y llevar turistas
entre sus anchas alas desplumadas.
Llegan a la gran ciudad, bajos, arrasando los altos edificios.
A veces querría poder hablar para expresar
el displacer que le provoca el placer
de sumergirse en los intestinos
de la Estatua de la Libertad
o de la Tour Eifel.
Contemplo y callo, para poder hablar, bajo palabra,
de una música destemplada, aburrida, anestesiante
y ordinaria del verano.

OTOÑALESCA

«No son músicos, sino las hojas del árbol
las que producen música».
(Las Mil y una Noches)

Los bosques se tornan vangohnianos
y los paisajes, terriblemente otoñados,
con su pluma ínclita, describiría Tolstoi.
Un amarillo limón endulza de hermosura
los follajes de tal suerte que sólo la mirada fija,
pero rápida, de una cámara —el alma—
podría retener como en una foto, intacta.
El ocaso combina, con sabia maestría,
su otoñal amarillo con el amarillo bosque,
pintado con malicia de artista y pincel, en la arboleda.
Hay algo celeste en estas hojas maduras,
me lo dice el corazón, que no sabe mentir, sino sentir.
Hay música, encanto, paz, y un manso rumor a hojas
que Tagore haría entrar en la poesía con espiritual son
y tierno verbo, como Mozart el minueto
de Don Juan o del Divertimento sobre el pentagrama.
Me gusta comtemplar, absorto,
la evolución de lo que en abril y mayo
fue irrupción de flores y hojas, palabra vegetal,
y realización maternal de las plantas fértiles,
las cuales se pintan el pelo de rubio fuego,
de trigo y oro porque, acaso, temen a la vejez.

CONCIERTO EN Re m

Bajo el otoño todos los seres
se rinden a la libertad.
(Mao Tse—Tung)

De repente se rompen los colores,
y una capa de amatista triste
se adueña en redondo de la esfera del cielo.
Los pájaros engrifan sus pechugas y esconden sus cabezas
bajo las sábanas calientes de sus alas.
No hay cantos, más que el frío piar de gorriones y urracas
o de ciguas viudas.
La gente no pasea ya por las calles ni bulevares.
Las voces se han vuelto pálidas,
se nota en las canciones de la radio.
A veces un gris soleado, como piedra pirite,
aviva los pasos de las horas melancólicas,
pero pronto, por las tardes, en especial, se nubla
por donde se supone se acuesta el sol.
Muchos días pasan y el sol no se ve.
Tan sólo por el reloj se adivina
por dónde va hacia las doce o hacia las cinco y treinta.
Oh, cómo me aprieta el corazón
esta melodía en tono menor!
Se hace larga, muy larga y su mustia armonía
es gemela al Requiem de Mozart.

REQUIEN Nº 1

Llueve. No salta la lluvia.
No cae contenta como otras veces;
parece que está de luto.
Ha oído las campanas acongojadas de la iglesia
y por eso acompaña en su duelo a los familiares del difunto,
del día que ha muerto.
Hubiera preferido quedarme en primavera para no oír
esta sinfonía plomiza que, en clave de otoño,
sumerge al mundo en sentimientos de piedras galenas.
Por las aceras pasan, cabizbajos, duendes con paraguas negros.
Gime la gente —las hojas de los árboles— y sus mejillas
sienten el dolor líquido que baja por sus pendientes, lento.
Aprieta la harina. Y se aleja la limusina gris
—nube espesa— y la siguen
silenciosas mujeres enlutadas
—otras nubes que son plañideras—
y la lluvia fluye, mientras el órgano de la Iglesia,
—los relámpagos y los luengos truenos— recita, en versos
algo que parece ser de Bach.
Van tres días enteros de lágrimas y apenas
comienza el otoño.

ESTUDIO

Después de muchos días cenizos el sol, entre la multitud
de nubes preñadas, intenta mirar, forzoso, la tierra.
A ratos queda ciego,
sin posibilidad de saludar las plantas y los arados,
pero vuelve, con contado tiempo, a aclarar
este brumoso tiempo niquelado.
Cordilleras de agua emigran hacia aquí.
El gelidizo vientecillo lo informa con el altavoz de los follajes.
Las hormigas como pequeños, pero grandes ejércitos,
buscan asilo bajo las piedras y las cuevas,
y soldaditos, como esclavos, llevan cargas que superan
su peso con creces. Son listas. Intuyen algo.
Están inquietas las ramas de los árboles, nerviosas.
¡Ah, es que viene el aguacero zumbando,
a medio kilómetro de aquí!
Corren las gallinas a los aleros
y unas cuantas muchachas,
desprevenidas,
a sus casas vuelan.
Está lloviendo con sol. Agua y sol fundidos:
Arco iris seguro.
Se está casando una bruja, dicen,
cuando sucede este fenómeno.
El arco iris es la única sonrisa digna del otoño.

VALS

Hoy ha amanecido más claro
que en los días felices de primavera.
Silenciosa brisa ronda por el aire, azul de tan limpio,
y como un hilo de metal hiende
los cuellos que unen a las hojas de sus ramas;
las hojas rojas, tansanias, marrones,
como helicópteros, unas, bajan,
venciendo el espacio vacío y como columpiándose,
otras, hacia delante y hacia atrás, logran aterrizar divinamente;
también hay unas que tardan años en llegar a la tierra,
orbitando en el hueco cielo, perezosas,
y hay otras que pierden el control
y caen de bruces contra el suelo porque sus cuerpos
violan las leyes de la gravedad.
Poco a poco se van quedando calvos los árboles del bosque
mientras van entrando en un sueño profundo que acabará
en abril, cuando las mantas del invierno, la flora guarde.
Las hojas, con pausado descenso de avioneta planeadora,
se entregan como almas a Dios, en los brazos de la brisa.

FARRUCA

El alba se levanta con allegro blancor.
Brilla en los charcos de agua su festivo vestido luminoso.
Fina acrobacia centellea en las gotas sorprendidas
en los valles de las hojas de los platanales.
Es fantasía y fuga el hormigueo dorado sobre el lago.
Sin esperarlo el día se entristeció, lloroso, expresa
el lamento de un violín casi patético.
Pero apareció radiante de nuevo el sol,
saltando como un niño en las colinas.
Sin embargo, las nubes volvieron a tejer arpegios grises,
mustios, becquerianos.
Se eleva el vaho de las calles
como humo de cigarrillo que se retuerce
y va muriendo, suave, lentamente, en el aire,
como nota redonda en un calderón.
Una tormenta tropical pasa, arremolinante y vigorosa,
tocando tambores orquestales,
y rompiendo cuerdas de luz, octavadas.
Aumenta el ritmo de la tormenta.Un tono más alto. Forte.
Culebrea la arqueada lluvia en el aire,
como violines que se derriten en aplausos menudos.
Sigue la tormenta beethoviana, estruendosa, veloz, huracanada.
hasta que desaparece en el silencio y la distancia, muriendo.

TIENTOS MÍSTICOS
A J.V. Ribes.

El cielo está mudo, oculto el azul, de tan gris.
No se mueve. Espeso. Infranqueable.
A punto de desprenderse.
Como una gran nebulosa de llanto reprimido
ocupa toda la inmensidad del cosmos.
Es una música afónica, pero que el alma oye.
Una polvareda de agua casi invisible
el céfiro arrastra con lenta calma muerta.
Los cristales de mi ventana se vuelven miopes.
Los día se abrevian hasta quedar cortos como siglas.
Cuando amanece es casi de noche, por eso hay que sorber
pausadamente el licor de la vida y catar,
con profesionalidad, el sabor de cada acontecimiento.
Como es otoño, hay que enseñar los labios a sonreír,
y a los ojos educarlos para que hagan pasar
por sus puertas de cristal
todas las fotos que el día les muestre
como huéspedes distinguidos,
porque no hay primavera —duerme como una princesa
en las plumas del tiempo—
hay que improvisar flores de labios
y claros soles de albas miradas.
Esto es tentar, aunque parezca dodecafónico,
los sabrosos colores del misterio.

RAPSODIA

A veces me abraza la alegría, y estoy alegre,
pero es tristeza lo que siento. ¡pasa! ¿no?!
Hay sol, pero al otro lado de la frontera
que separa el cielo de la tierra.
Es lunes, mas como si martes.
Hastío. Risas. Locura. Depresión.
El piano se encarama por escalas muy altas
y rueda hasta el bajo más bajo como un trueno que se inicia
en el pico de una montaña hasta chocar con la más luenga distancia
Mi pluma escribe de súbito, está embarazada de minuetos,
valses, y muchas piezas rayadas como un disco
por las melancolías otoñales que la atormentan.
Trota en mi sien el color gris.
Le ruego a esta estación que no entre en mi casa,
nunca, nunca más.
Su espectro está sellado en mis ojos.
Veo una muchacha, divinizada por un rayo de luz
fugado de su núcleo,
pero allí está esta sombra cenicienta
sonando en mi alma con una persistencia
que me encoge el pecho
y lo domina con cruel desdén.

SONATINA

Cuánta tristeza en una hoja de otoño.
(V. Aleixandre)

Los barrenderos recogen las últimas hojas de las aceras,
y como que están marrones de tan secas,
una tostada, pero tierna música, surge de sus huesecillos
que se rompen entre las manos del rudo amo que las quebranta.
Yo las compadezco y les hablo y les prometo
que tan pronto llegue a mi casa
diré a mi pluma escriba sus dulces suspiros,
para que se sigan oyendo a través de los siglos
sobre el papel como una canción de otoño.
Los barrenderos siguen apilando montones de hojas,
esto es, de música tostada y crugiente,
pero me duele ver cómo las maltratan
con gigantescos peines.
Sentía que las infaustas hojas me miraban,
que me hablaban y que me cantaban. No sé.
Iban felices a morir juntas a un recipiente
con un andantino son
de dedos que estallan al apretarlos.

ALLEGRO

¡Es el último día de otoño!
Han salido de sus casas jilgueros,
ruiseñores y yo.
La temperatura es estupenda.
Claro sol y lindo cielo
conjugan su beldad con la nuturaleza.
Sonrío. Abro los brazos como si fuese a salir volando.
Las piedran se estiran y como tortugas se calientan.
Corro cincuenta metros como un perrito
que ha estado encerrado durante días.
Paro. Callo. ¡Ay!, se entristecieron mis ojos
al ver muerto un gorrión en el suelo.
Otros colegas suyos le rezaban, al parecer,
desde el árbol más próximo. Me uní a su dolor.
Fue el único momento amargo que encontré.
Seguí marchando como un loco de felicidad hacia el sol
que me esperaba en un claro; me encontré con él:
era la luz, que me besó con ósculo divino;
quedé paralizado por la ternura con que me abrazó,
total, el cuerpo.
El éxtasis lo mantuve hasta la esquina
que hay al doblar la tarde.
Me convencí de que hay días de otoño,
aunque sea el último,
que son más de primavera que de primavera.

ADTEMPO

Al entrar el invierno el sol se puso un abrigo
y la luna una bufanda.
Mis letras sienten el roce
de la gélida brisa de esta estación,
tiemblan de frío,
pero las acurruco dentro de la palabra calor.
Presiento que esta sonata de invierno
traerá nieve, mucha nieve,
es decir, blanca música algodonada,
pero a su vez, filos airescos
que cortarán de cuajo la fría música invernal.
El cielo se está encapotando de nata
y de intensas montañas de leche,
que se van coagulando con un silencio pasmoso.
Hay un murmullo atmosférico,
cual orquesta que afina antes de iniciar su actuación
en medio de un auditorium.
De repente, todo se paraliza,
quedando en una mansa paz de museo
y, sin esperarlo, una catarata de música
se desprendió del cielo
con iridiscentes notas.

FORTE ESTRUENDOSO

De los Pirineos baja una helada melodía que aúlla
entre las agujas de los pinos.
Arrastra con su forte vendaval plumas
y hojas tardías del otoño.
Oh, como un bravo mar aéreo
una beethoviana sinfonía
estremece la tierra y el cosmos.
En las sierras albaceteñas
no se agita tanto el ímpetu del viento
como en estos contornos altos de la tierra.
Se esconden bajo los paraguas de los calderones
las humildes hormigas negras de los pentagramas,
que, armónicas, abren paso a Eolo que sopla
con todas sus fuerzas las más agudas flautas.
El mar se espanta, se impacienta.
Las nubes huyen de un lado para otro, desorientadas,
como gente que, ante un terremoto, no sabe qué hacer
ni hacia dónde huir.
Los pájaros no vuelan, son volados. Y gritan alocados
buscando escondrijos en algún rincón o árbol.

DOLCE

Al pasar la tormenta una flor silvestre
—locura del invierno—
agarrada en el cráneo de una roca,
dejó sonar su color amarillo
como una sirena de fina voz angelical.
Miro el contorno. Hay otra flor, y otra, y otra, y otra
y todas, como una coral, cantan con sus colores
un himno de victoria al mal genio del tiempo que las ofendió.
Hablo con ellas, pero me obligan a dialogar silbando,
pues es el idioma que entienden las flores.
Y ellas se abren más y más
hasta que dijeron con sus petalabios
de canoro amarillor,
que siga silbando, aunque sea invierno,
porque hay más música
en los parajes de la imaginación.
Me despedí de ellas, siempre melódicamente,
y me dirigí hacia el camino que va
de FA a DO, buscando caídas
de dulce y divertente ritmo.

RONDÓ

Los árboles, además de desnudos,
están congelados, fijos.
No hay ni alba ni crepúsculo, ni luna ni sol,
porque en inivierno se duermen divinamente.
Las palomas se engrifan,
los gorriones se vuelven pequeños puños de lana,
y pían anunciando su final.
La luz del día está en Si menor,
melancólicamente pensativa y congelada
y con un brillor que linda
entre otoñadas y grises tardes.
No sé dónde situar
esta temperatura tan sin sangre caliente.
Todo ahí afuera es frío como una partitura sin tocar.
Gotea el cielo finas lágrimas granizadas.
Los pies de mi sombra se hielan con el paso de los días
y más cuando pasa por las aguas invernadas
de pasajes musicales profundamente gélidos,
justamente como hoy que el día está sumergido
en la opacidad de la tristeza.
PETITA ÓPERA

Está cayendo aguanieve con ritmo andante,
con tal finura y timidez que parecería un violín octavado.
A veces acelera el compás y cae con velocidad de fusas.
Una ola de mixtura blancuzca sucede a otra con dulzura
como fuga líquida tras fuga líquida.
Las calles con opaco brillo espejean
como negra frente sudada
y los coches apartan de sus medias lunas
la medio lluvia y la medio nieve que inunda el tiempo.
Estoy grabando con el vídeo de mis ojos y de mis oídos
la tierna y dulce música semi congelada.
Se humedecen mis palabras al salir por la punta de mi pluma.
En verdad que no podía creer
que en invierno vibraran mis oídos
al escuchar la mojada melodía
que cubre todo el panorama de este día frizado y frizante.
Abrid los oídos para que que puedan ver
la sonoridad del aguanieve.

CUM DUOLO

Es de noche. El cielo está despejado.
La luna está creciendo como un globo,
y en el centro de la nave cósmica,
billones de diamantes tremolantes,
unos más lejos y otros más cerca —porque esa es,
diría Ernesto Cardenal,
su forma de ser parte en la danza armoniosa del universo—,
padecen al desnudo la estación de la nieve.
Un profundo silencio oscurece el espacio
desheredándolo de habituales estrellas fugaces
—que son notas que huyen hacia lugares ignotos,
como mordentes de luz—.
Se espera algo cuando el cielo se desmantela.
Es la cábala de los que participamos
del hechizo de la clasical music de las estaciones.

MODERATO

El pronóstico del tiempo
ha anunciado que va a nevar.
Espero... Es verdad, nieva.
Un blanco encendido
va cubriendo los cerros y cimas altas.
Me acerco a ver caer la nieve, como azúcar blanca
se almacena a un mismo nivel.
Mientras tanto, de algodón las nubes sus copos van tirando,
como pétalos de rosas, que no son en realidad rosas,
sino fantasía y ternura blancas.
Estoy en el corazón del invierno
viendo nevar sus arterias.
Es un lugar para soñar, en el que estoy,
para escuchar el microsonido de la nieve,
la cual se engancha en las ramas de los pinos
poblándolas de un blancor divino,
pero que también llega al suelo alfombrándolo
con su pureza nupcial.
Toda esta álbea sonata me porta a la más extática
de mis experiencias de la nutura.
Decidme si aquí no hay armonía
de lo blanco blanco con las blancas notas de Vivaldi
en su Winter Melody.
¡Cómo excita mis ojos negros
la sonata blanca de la blanca nieve!

LARGHETTO

La nieve está dormida en los lomos de los árboles
y cubre todo el valle y los picos luengos
como una manta ebúrnea.
Todo está quieto, suspendido,
pero metamorfoseándose.
Ahora que la nieve se funde y se endurece
como músculos intencionados,
la temperatura baja y sube la intensidad del frío,
y por ende más difícil es tocar las cuerdas
que dan sonoridad al invierno.
Sin embargo, sigue sonando el hielo
con su sólida blancura de cristal.
Al caminar sobre la nieve los pies chapotean con ritmo.
Cojo en mis manos un puñado de azúcar escarchada,
la aprieto cerca del oído y oigo un crujir poliníveo.
Se me entumecen las manos,
no puedo escribir las impresiones
que me rodean los ojos con marfíleo resplandor.
Este paraje es como una sonrisa sincera, abierta,
amplia, cuya belleza
no está sino en la paz que hay extendida por todas
partes como una sábana.

A CUATRO VOCES

A cuatro voces la primavera, el verano,
el otoño y el invierno
la cantata del universo interpretan.
Cuatro tiempos para cuatro estaciones,
al compás de cuatro por cuatro.
En cada estación hay un tiempo del año
en el cual hay otros tiempos,
cual en un directorio subdirectorios,
breves, pero de oro y plata.
La danza universal metarritmiza todas las cosas:
a la luna la parte en cuatro,
a los doce meses los divide entre tres,
que toca a cuatro.
El sol, la luna, la tierra, Venus son cuatro.
Dos bocas en un beso forman cuatro labios.
Dos que se miran se besan con los ojos, que son cuatro.
Las cuerdas del violín
con las cuales Vivaldi hizo
volar notas como mariposas, son cuatro.
La primavera, soprano, el verano tenor,
el otoño barítono, y el invierno bajo, profundo.
Cuatro voces para cuatro estaciones, para cuatro tiempos,
que duran para siempre como un beso que nunca se olvida.


REQUIEM Nº 2

Bajo la escarcha formada por la nieve
ha quedado mi pluma muerta, sepulta,
sin sangre, seca, sin saliva.
Intento cogerla, pero mis dedos están duros
como barillas de hierro.
Hace mucho frío en esta hora
en que me enfrento a la agonía.
Creo que es el frío de la muerte.
El céfiro corta como un cuchillo mis mejillas
y con él mis labios,
con lo cual no puedo pronunciar
apenas más que las palabras que me quedan,
moribundas, en la punta de la lengua.
Lo único que me queda son mis oídos
para seguir escuchando la música, florida, flamígera,
becqueriana, o helante de las estaciones.
Por mis oídos sabré que vivo,
porque la vida me entra a borbotones
a través de ondas sonoras
que son la alegría de la primavera,
la ira del verano,
la tristeza del otoño, y la muerte en el invierno.
La música de las cuatro estaciones es idioma del alma,
manantial de poesía.

Localización tierra natal, República Dominicana