La isla quisqueyana experimenta una ola de inmigrantes de origen haitiano como pocas veces se ha visto y esto, obviamente, tiene alarmados y divididos a los dominicanos. El alarme nace a consecuencia de la innegable presencia de haitianos en numerosos ámbitos y geografía del territorio nacional dominicano. La presencia del colectivo haitiano es notoria en zonas rurales, barrios y urbes.
Lejos de ser una presencia cómoda y aceptada por los naturales dominicanos, ha generado, tanto en intelectuales como en la gente de a pie, una vorágine de críticas que a mí me han resultado alarmantes. Primeramente, el pueblo llano piensa que hay que sacar a los haitianos del país y no razona más que eso. Arguye, además, que molestan y piden demasiado. Las actitudes que con frecuencia se miran hacia los haitianos es de desprecio y, la que más, de indiferencia.
En segundo lugar, hay un sustrato fóbico en sector de la dominicanidad y se trata de la sospecha de una “invasión” bajo el temor de que su llegada masiva se debe a que aún creen que el país, como lo fue en los años de 1822-1844, les pertenece. Eso es discutible, claro. Sin embargo, no deja de llamar la atención este aspecto. En tercer lugar, algunos intelectuales sostienen que sí hay xenofobia y discriminación hacia los haitianos, pero eso es lo menos.
Hay quienes quieren, y lo dicen abiertamente, que los haitianos sean expulsados de
El agudo problema migratorio de Haití es para el gobierno dominicano un gran reto. Se requiere un amplio sentido humanitario y de justicia. El diálogo entre los dos países dará paso a una nueva manera de convivir como vecinos e individuos que se nutren de la misma isla.
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