domingo, 21 de agosto de 2011

JOSÉ ACOSTA, La Multitud, novela, 2011.

LA MULTITUD

En la búsqueda de la memoria originaria

La Multitud, Santuario, Rep. Dominicana, 2011, del escritor dominicano José Acosta, sale a la luz con una intencionalidad clara: la de sacudir la conciencia, es decir, de revolver, como hiciera Miguel de Unamuno con sus y novelas, la imaginación del lector. Esa revuelta de la razón no es otra cosa que un intento de pensar el mundo de forma diferente, aguda e intuitiva. Dicho lo cual, querría centrarme en lo que considero el argumento central de la obra, bastante original, por cierto.

El personaje clave de La Multitud, Hugo Santana, representa al hombre culto, solitario, reflexivo, pero vacío. Su actitud ante la vida es la de ‘romper la línea recta’ por la que avanzan los mortales con el fin de hallar la ‘cosa’ y sus otras posibilidades. La ceguera, el miedo y la alucinación embargan el alma insaciable de Santana.

Santana trata de conocer la fuente originaria de la sabiduría, o sea, el punto de partida del conocimiento humano. En su diálogo con los diferentes personajes, él sostiene que hay una ‘primera memoria’ consustancial a nosotros. Esa memoria conserva grabado todo lo que aconteció en el Paraíso.

Santana, naturalmente, no logra explicar qué fue lo que pasó con esa ‘memoria originaria’, pero tiene la intuición o certeza, racional, por supuesto, de que la traemos con nosotros en los genes; con la sola desgracia de que hemos olvidado todo. No recordamos lo que guarda la memoria, ya que algo impide que fluya el recuerdo.

El narrador, Acosta, articula un discurso sicológico. Sus personajes dan cuenta de las angustias existenciales, de la realidad, del pasado y del futuro, del yo, de la eternidad. De todas esas inquietudes universales del género humano, encarnadas en Santana, la del miedo a sí mismo es la más temible. Miedo a su yo, a la verdad que subyace en su interior.

Así las cosas, Acosta, que lleva el hilo conductor de su obra, cerca a Santana al punto de hacerlo topar frontalmente con la autociencia de la muerte, es decir, de la temporalidad de la vida humana. La muerte, no como tragedia, sino como una forma de ‘detenerse en el tiempo’, de ‘quedarse sin futuro’, que completa el círculo de la vida.

La muerte, pues, para Santana, solamente se da cuando el hombre ‘decide vivir en algún lugar de su pasado’. Quedarse en el pasado, o, lo que es lo mismo, en la memoria, es una forma de negar el presente y, por ende, de morir.

José Acosta, que acumula ya varias novelas, introduce en su ficción a un poeta real. Me refiero al poeta Pedro José Gris (cap. 12, pág. 110) para explicar la ‘teoría de los saltos’, tesis defendida por Gris para quien la humanidad avanza cualitativamente por acumulación de energía o de conocimientos.

La Multitud, plantea, pues, la cuestión teórica, filosófica si se quiere, de que «todo conocimiento, habido y por haber, le fue otorgado al hombre en el momento supremo de la creación, allá, en el Edén perdido».

El hombre puede pararse ante la puerta del conocimiento primigenio, la fuente misma de toda sabiduría. Esa puerta que se abre con el deseo de saber. Una vez saciado ese deseo, tan sólo queda la sensación de no haber conseguido nada.

La ‘teoría del conocimiento’ de la que discuten los personajes de La Multitud, consiste pues, en que los conocimientos que el ser humano adquiere a lo largo de su vida brotan de una fuente originaria (Paraíso) y llegan a la memoria consciente de mentes privilegiadas que introducen en el mundo nuevos inventos y tecnologías.

Hay ocultos en los genes humanos ‘facultades extraordinarias’. Hemos heredado de Adán la sabiduría, pero para recordarla es preciso ejercitar la memoria, la primera memoria. Para llegar a ella, esto es, para llegar al Paraíso, es necesario viajar mentalmente. Nosotros somos Adán. Buscamos el Paraíso perdido. Y, en esa constante búsqueda, nos afanamos por mejorar el mundo y la existencia humana.

Adán comenzó nombrando las cosas, ‘acumulando’ los nombres de las cosas y pasándolos de una generación a otra, hasta hoy. El pasado humano es localizable «en los huesos, en las piedras, en las huellas que fue dejando a su paso el carbono».

Cada descubrimiento, cada nuevo hallazgo de la ciencia y la tecnología, cada conocimiento adquirido por ‘acumulación’, no es sino un intento del hombre por retornar al Paraíso. En el Jardín de la memoria, el primer hombre, Adán, escondió todos los secretos del cielo y la tierra.

En realidad, lo que consideramos comúnmente como nuevo descubrimiento, no es sino un recordar lo que ya sabíamos. Recordar es reaprender la sabiduría primigenia de la que fuimos privados en el Paraíso.

Pues bien, esos son los hilos filosóficos que mueven la ficción de José Acosta en esta interesante novela que podemos leer, si se quiere de un par de sentadas. La clave narrativa de Acosta está, sin duda alguna, en que sabe lo que quiere decir, y, lo que es más importante, sobre todo cara al lector, es que sabe cómo decirlo. Y con eso digo todo.

Por Fausto Leonardo Henriquez

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