martes, 9 de agosto de 2011

JORGE LUIS BORGES, Fervor de Buenos Aires

JORGE LUIS BOR-GES, Obra poética. Emecé Editores, Buenos Aires, 1998. El día 10 de septiembre de 1998, estando yo en Buenos Aires, tuve la feliz ocasión de hacerme con esta obra de setecientas páginas en la que se podemos leer los trece libros de poe-sía del célebre escritor y poeta argentino.

Diez años después vuelvo a releer a Borges. Decido, pues, rescatar algunos poemas y versos que despertaron en mí una especial simpatía. Debo decir que he sentido rechazo al ‘borgianismo’ del que hacen gala ciertos escritores y, tal vez por eso mismo, hacia la obra del ilustre escritor argentino. Pero hoy que vuelvo a reencontrarme con el Jorge Luis Borges poeta, debo decir mi ‘mea culpa’ y honrar su memoria con mi lectura y mis palabras indoctas.

Fervor de Buenos Aires, 1923. El poemario abre con una referencia cultural hebrea. Los griegos pensaban en conceptos, los hebreos en imágenes. Borges distingue este dato lo hace ver su obra. Él también, que tiene la doble virtud, la de pensar en imágenes y la de pensar en conceptos, nos proporciona una bella imagen poética. «Penumbra de la paloma / llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde / cuando las sombra no entorpece los pasos / y la venida de la noche se advierte / como una música esperada y antigua […] Las vidas de los hombres arden / como velas aisladas» (Calle desconocida).

En los primeros poemas se puede apreciar una fogosa virtualidad en la adjetivación: «piadosas curvas», «lentitud cimarrona», «trémula inmortalidad»; «la joven flor platónica, / la ardiente y ciega rosa que no canto, / la rosa inalcanzable»; «ávido puñal», «follaje de estrellas»; «vago miedo», «furtiva noche felina», «tiempo caudaloso».

En lo que puede ser un juego de palabras encontramos belleza formal y belleza intelectual: «Y el mármol no hable lo que ca-llan los hombres» (Inscripción en cualquier sepulcro). El desdoblamiento de la filosofía platónica y la analogía de la noche con los ojos de un ciego tienen una especial certeza, es decir de verdad profunda. «Y ya que las ideas / no son eternas como el mármol / sino inmortales como un bosque o un río […] La noche gastada / se ha quedado en los ojos de los ciegos» (Amanecer). «Toda la santa noche la soledad rezando / su rosario de estrellas desparramadas» (Noche de san Juan). «Alguien descrucifica los anhe-los / clavados en el piano» (Sábados).

La vida necesita que todos los días reciba un nuevo impulso de nuestra parte. No se puede esperar de la vida, al contrario, ella espera de nosotros que la elevemos a lo más alto. «Habré de levantar la vasta vida / que aún ahora es tu espejo: / cada mañana habré de reconstruirla» (Ausencia).

La oscuridad –«se oscureció mi dicha»-, encierra una inquietud existencial, no evidente en un primer instante, pero que puja, lucha por salir. «La oscuridad está en la sangre / de las cosas heridas» (Atardeceres); «Oh tardes merecidas por la pena, / noches esperanzadas de mirarte» (Despedida). FLH.

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