lunes, 27 de abril de 2009

JULIO ADAMES (poeta interiorista)

Julio Adames, Constanza, República Dominicana, 1963. La voz de Adames es una voz fundante, como la Manuel del Cabral o Moreno Jimenes. Lo es por su originalidad y porque su poesía imprime carácter, sacude, inquiere e interpela.

La noche se convierte en el símbolo de todas sus ansias, de sus anhelos y su búsqueda despiadada. Pone todo su empeño para encontrar el sosiego a su corazón angustiado. Cuando cree haber dado con la piedra filosofal, da tumbos entre neblinas, lo cual agudiza más su angustia metafísica. Adames –sus obras- es piedra angular de la Poética Interior.


Huéspedes en la noche


La noche. Esquirla de mi tumba.

Han crecido huéspedes en mi sueño.

Veo el ojo como se evapora una alborada.

Vuelan hojarascas.

No estoy despierto ni dormido.

Todo es una agitada respiración de ausencia…

Ando a tientas.

Exorcizando miedos se me han roto las manos.

Busco lo que se mueve como herido.

Oigo mis pasos en la ambigua meditación del Otro.

El huésped sobreviene a mi premura.

Como vacío. Como muerto.

Me acerco a la imprecisa neblina de mi padre a

y allí torno a respirar.

Su llanto es el oscuro zarpazo de los tigres.

Ojo espanto para besar un huésped

Que agoniza

Y pudre la palabra. Levitación del Ser.

Fiesta convulsa. Carne.

Aun siendo irreal el golpe acontece.

Voy a gritar.

Voy a dejar que las neblinas del huésped

Me abrume en sus placeres.

Un celaje.

Como medio borroso avizorar del ojo

a sus neblinas.

Algo anónimo crece. Se alza en vilo. Mata.

Todo lo que reposa se niega a ser espanto

de sí mismo.

La noche es absoluta.

Cabizbajo aún me he puesto a llorar

sobre mi rostro.

Oigo el arpa. El arpa y el bramido.

Al ultraje de un aliento cósmico

se disuelve mi espada.

Hora de soledad imprecisa.

Desdóblanse mis alas en su leve llovizna

de abandono. Aquí la mano.

Allí la luz. Amargo es el sonido del cuerpo que levita

la distancia.

Todas las cosas fluyen pretérito oleaje

en su neblina: respirar.

Invisible oropéndola rozándome la carne

invisible.

Sé que algo nos separa. Pero ¿qué, qué huésped

inusitado

de la forma?

Hay una luz afín.

Cuando acontece mis miembros se evaporan.

Un soplo… Es Dios.

Oigo sus pasos entre las brumas.

Luz y lloro / Lloro y permanencia…

Llueve indecisa el agua en su abandono

y todo lo que pasa se bifurca.

Me carne. Neblinas de un permanente lloviznar

Donde me veo azul respiración del huésped.

¿Un surtidor?

No sé. Yo no canto. Respiro.

Una voluptuosa respiración me antecede.

Allí está su rostro sereno en el follaje.

Es fuego… No, no hay tumbas.

He venido a yacer en la pureza de esta lentitud

del ser y de la nada.

Desciende… mi cuerpo.

Todo podría transitar en su miedosa liquidez.

Fuego que sin rumbo asciende desde sí

hacia los fuegos.

Fuego y equilibrio.

Si luz. Sin luz.

Bramar en la estancia hasta que el fuego

nos devore.

Oh, la Cayena en su simbólico oleaje

de permanencia y tránsito…

Cuando yo la besaba tomándole la voz

me fue brutal e incierta.

Oh, esa angustia de esporas dilata en el Ángelus…

Esporas… ¿Quién, quién habló?

Voz piadosa en el fuego de mi pretérito oleaje.

Pero yo no sabía adónde ir luz,

Ostra, éxtasis.

El Cisne…

Ando a tientas y esta carne, a ratos,

se me transparenta por los ojos.

¿En qué alborozo de luz se disuelven

mis airadas perfecciones?

No lo sé. Neblina las neblinas del que pasa

y en su carne la desvaída mutación del Ojo

se evapora.

Para no verse mis ojos se han vuelto en el espanto.

Y esa mutación es la del Cisne que bebía

la ebriedad de los fuegos.

Entro a un cuerpo y a una sombra.

Ahora voy a moverme en equilibrio.


Absalón en el paraíso de la noche


-¿Qué distancia me separa de ti?

Oh, madre, de dije, invocando la bestia del trueno…

Después penetré al vértigo de la mazmorra donde

una melodía secreta me nombraba y fui tiempo y

memoria…

Fui Absalón surgiendo de la Noche.

-¿Qué ángel desplumado derrama en el olvido sus

trompetas?

No lo sé, oh, madre; mas en copiosos rumores

de lámparas vacías

soy el que ha develado la diminuta muerte.

Solo y sin nombre me vi por los angostos

senderos de las nocturnidades.

Solo y oteando el intangible espacio de la vasta

memoria.

Oh, soledad de sombra y melodía.

Confinando espacio para la quemadura

de la insomne plegaria de la noche

el agua siempre río abajo corre o se desliza

en las altas purezas vacías de la muerte.

Oh, la muerte, espesura de tigre diluida en tempestad.

Y absolutas miradas que retornan clarísimas

a la vaga ilusión que todo vuelca.

Oh, ilimitado espacio de manchadas voces

en la tibieza de la Nada.

Oh, pájaro que besa al nadir infinito;

oh, pieles transfiguradas en melodía y sombra,

mirad: la luminosa flecha atraviesa cantando

el vasto corazón que ahora invoco en el vértigo.

Soy soñado por un silencio de agua y sepultura.

-¿Qué fue del breve rostro en inútil crucigrama

de espera?

-¿Quién robó las esferas del vientre inventor

de estatuas,

y este salvaje minotauro embistiendo contra

el antiguo murallón del miedo,

y este respirar de pájaros dormidos,

y esta transparente presencia de unicornio casi

desdibujado,

muerto a veces de claridad y retorno?

Ah, voy a lo extenso.

¿A sumergirme en aguas sublunares?

Soy el ungido de la Noche.

Breves las cosas son aguas de este río y acuden

a la Noche diálogos incesantes, muertos que me besan

con sus labios azules…

Ah, hijo de mi precipitado vértigo,

tocad, tocad mi oído en oración circular de la Noche.

Abrumada de trotes y relinchos, la bestia

hoy desciende ungida en el asombro.

-¿Quién sueña ser flautista durmiendo al escorpión?

-¿Qué músico pernocta junto a las atigradas

esfinges del desierto?

Oh, madre; oh, noche, no lo sé.

Perseguido por un ángel soy en tu ceguera.

(Recordad: el escorpión es otra muerte disfrazada).

Ah, transfigurado el rostro de la Noche,

la Nada de los rostros me sorprende:

¡cuánta luz hay en el techo!

¡cuánto espacio en el pájaro que asoma al vértigo

del ojo!

¡cuánta música en la extensión de la calma!

Pero ¿qué luz es esa que devela los hechizos del rostro

en el espejo?

Rotos los pies azules en la Noche;

rotas las manos, el cráneo cercenado;

vago con la ubicua certeza del poliedro y la otra

memoria

quemada por el grito:

lo azul como la breve edad, breve y transparente,

la barba blanquecina,

la eterna dimensión del llanto en el espejo,

la luz, la luz del ojo, plagio sutil de luna, la húmeda rosa

de la edad diluida,

la mano del mendigo perdida en los escombros,

y la urdiembre ya rota de la araña;

¡todo se vuelca en soles de vacío!

todo en vértigo iluso, corazón calcáreo!

A mis espaldas, la bestia…

-¿A dónde va la huella?

-¿A dónde el ojo sin su rotundo hechizo?

Ah, bestia…, Ah, inmortal esplendor, ¿y la calma?

Soy Absalón, madre, el hijo de tu rabia.

(Las palomas también comen sus sombras

en el mágico hechizo de las llamas)

Soy el hijo de tu primera orfandad, venid;

tocad mis labios. Soy tu hijo de sepultura y sombra.

(Las palomas comen sus sombras transparentes).

Yo, el eterno,

el antiguo durmiente de infinitos manglares,

el que salva con la oración al amuleto herido, echo

abajo

la puerta-habitación-llena de mares;

revés de luz como una mujer

contra el rostro perdida. Yo, y mi fuga

atemporal más alta, doy de cabezazos vacíos en el

infierno.

Oh, Noche; oh, eterna confusión de agua en oleajes

donde el tigre bebe; oh macha, porción de sombra,

mágico poliedro ahíto de hastío

en luz…

¡Haz tuyo mis ojos!

¡Haz tuyo mi corazón de barro!

Soy Absalón, el huérfano, llorando bajo un árbol de

sombra

y melodía.

Oh, exultante sombra.

-¿Qué loba diluida me colma en sus entrañas?

Ah, es la Noche, vértigo absoluto de mi madre que me

llama

a su calma, a su inmortal abrazo de absoluto.


El treno fatigado


Dejo los velos helados caer al piso, sin lágrimas,

como un chasquido de aposento donde nada se oye,

sólo un hipo de lámparas y el goce de párpados rozando

el sueño,

sólo un azul de labios en la equívoca danza de neblinas

del miedo.

Dejo también los dedos, el colgajo de nada en la

llovizna de mi acontencer,

y una tarde baldía de besos y tinieblas.

Hoy la fuga del tacto hiela mi llanto.

Finísimas lilas de mi piel se agolpan en la nada que

respiro. Las recojo mojadas, las tiendo en el cordel y, a

veces, las ahogo en el agua.

Por oscuras hectáreas de mi ser me busca la hirsuta

mariposa de la muerte.

Ocre como lodo de belleza. Afligidas madejas le

empañan los calcados cabellos, y transmutan su piel en

manchas estupefactas de collares oscuros…

Es en vano. Eternamente busco cerrar los ojos.

La ventana es esta agua inmóvil bajo

cientos de párpados.

A veces la abro en sueño. Siento miedo. Allí está

acezando la oscura mariposa.

Allí están los pórticos perversamente abiertos. Me

hundo en el cristal. Me cuelgo en sus altares. y en la

rosacidad de su deseo siento que ahoga el llanto, y allí

sigo,

flotando en las tinieblas cual si fuera esa rosa en cuyo

negro polen el pastor soplara

el deslumbre del bosque que aborrece.

Entonces es memoria lloviznada el tiempo. Y un vaso,

sólo un vaso el fangoso llanto de belleza en mis ojos. En

el hangar mi olvido no acontece. No sufre.

No cava otras memorias. Yo floto en su olor puro.

Como bebiendo el

cáliz en una fumarada de temores.

Árbol de soledad en el cabalgamiento marchito de la

hora.

Espejos sin agua cerrando estas verjas de locura, y este

pozo, este pozo

que en el huerto del desnacer,

solloza.


Bajo un velo de llamas


Brumas de tersas manos

en oblación, aprietan

lirios sin sentido.

§

En los ojos, la nada

del caracol desanda

su saliva.

§

Volví: el polvo

del camino despertaba

mis huellas.

§

La ventana diáfana

a un cielo que no ve

asciende.

§

Es un Dios:

el ímpetu de luz

en el follaje verde.

§

Si me cae encima

el cielo: diré

que era hambre.

§

Asusté al abismo

arrojándole un puñado

de viento.

§

¡Cuánta luz!

Bajo la roja arcilla

de la cruz.

§

Encumbrada niebla,

sed de los troncos

¡Aliviadme!


Hebras de tiempo

Afuera niebla.

Insectos cargan trozos

de una ventana.

§

Oh melancolía

en lo oculto del alma

pelean los ángeles.

§

Tiempo: materia

comible; mas el alma

es insaciable.

§

¿Yace en el cáliz

el caos de Dios o el vino

de la muerte?

Bibliografía activa: Huéspedes en la noche (1991); El treno fatigado (1994); Espejo de la oruga (19946); Bajo un velo de llamas (1999); Parábolas para muñecas (2000). Hebras de tiempo (2005).

Bibliografía pasiva: Salvador Goutier: Cuerpo de baile, la narrativa de Julio Adames. Cayo Claudio Espinal: Cuerpo de baile. Héctor Amarante: Una lectura a cuerpo de baile. Máximo Vega: Cuerpo de Baile. Mythos, Nº 18, 2003, Pág. 14. Pedro Antonio Valdez: Estudio a Huéspedes en la noche. Rafael Lantigua: Estudio a Huéspedes en la noche. El Siglo, (Biblioteca) 1993. René Rodríguez Soriano y Ramón Tejada Holguín: Blasfemia angelical. Frank Martínez: Juego de Imágenes, Isla Negra, R. D., 1995. Bruno Rosario Candelier: Valores de las letras dominicanas, PUCMM, R. D., 1991. B. R. Candelier: El Movimiento Interiorista. Ateneo Insular, R. D., 1995. La búsqueda de lo absoluto. Ateneo Insular, R. D., 1997. B. R. Candelier: El Interiorismo. Ateneo Insular, R. D., 2001. B. R. Candelier: El Ideal Interior. Ateneo Insular, R. D., 2005.

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