
José Frank Rosario, Moca, República Dominicana, 1948. Escritor de oficio, poeta agudo e ingenioso. Concitado por el misterio de la vida, canta con vibrante tono. El entorno visible, el mundo material, es, para él, el lado débil de la verdadera realidad, la que no perciben nuestros ojos, pero sí nuestros sentidos interiores.
La muerte, los sueños, el universo, todo lo que nos envuelve, es una antesala de la eternidad. Navegamos, unos sin saberlo, otros a tientas, otros con los remos que les provee la poesía, hacia la realidad inmaterial, intangible y eterna; a la realidad que a todos nos trasciende y nos atrae, porque se agranda en nuestro interior y se expande imparable.
Entre el polvo y la ceniza
Un día ya no estaré frente ante este paisaje inmóvil.
Me superarán las circunstancias, todo lo que será
materia acaba en una forma precisa.
Y lloverá de nuevo,
y saldrá la luna a peregrinar entre los astros,
a brillar impávida por sobre los matojos.
La rueca de los días
hilará otras historias, otras solemnidades
y fiestas, donde otras banderas
en otros mañanas acontecidos,
se plantarán como alto al fuego
de la vida. La vida
enroscada en otras manos, en otros
pies y otras sienes,
para contar historias que no serán
las mías. Mudable mapa somos
aun siendo intransferibles, porque la ruta
es una noche sin visión,
oscuridad donde la llama
que encendimos
será sólo un reflejo a la distancia,
un arco o espejo agonizantes,
un ademán perdido,
un gesto solitario,
una frase de amor, quizás,
escrita sobre el viento.
La vida es un tumulto. Una
marea de abejas es la vida
que viene desde el fondo
de la substancia de la noche. Cercarla,
atarla al palo mayor de la presencia
de los años es la tarea. Pero dónde el capitán
de tan alta nave, dónde el marinaje,
dónde poleas y cuerdas y velas
y remos. El viaje
es inmóvil. Nos pasa ante los ojos
el paisaje que nos arrastra
a un destino sin razón
que nos convoca a ciegas,
destino común vivido a solas:
un traspié y la indetenible maquinaria
que nos llama
y torcernos entre flores de engranajes
solidarios, descontrola su giro,
descompasa sus vueltas,
se niega a ser la misma o a seguir adelante,
y todo el universo con sus astros,
sus planetas y galaxias giratorias
no serán suficientes para detener el salto.
Lo intangible es más fuerte
que mil mundos de materia,
y el destino más voraz e inexorable
que la misma voluntad de persistencia.
Vendrá con él el golpe fiero,
el zarpazo entre la niebla,
la fiel desgarradura que arde y quema
mientras tratamos vanamente
de dar soplo inextinguible a la existencia.
No son ya cosas de estos mares
de respiración y aliento,
el impedir la catástrofe: Lo contundente humano
asienta su hermosura
en la perenne contingencia de lo asedia.
Fuerte ciudad es el cuerpo
con sus murallas de carne,
con sus sentidos en almenas,
con su instrumental de manos. Nada impide,
sin embargo, su precipitar violento
en un instante cualquiera,
aun rodeado de otros
cuerpos, tangenciales
a esta historia individual, escrita
a mano pura sobre otros cuerpos que volaron,
hechos polvo sobre polvo,
ajenos a cualquier rigor que pudiera
serenar el caos.
Un día, este paisaje que ahora bebo
no estará ante mí.
Será escenario de fondo para otros
viajeros que vendrán
deseosos de pagar su cuota de peregrinaje.
Y el paisaje será el mismo. Mi presencia
no habrá añadido una sombra más
ni un matiz menos a sus colores en fuga,
a pesar de toda la ternura
con que mis ojos lo revistieron.
Pasa el amor del hombre sobre la tierra
como un diáfano manantial de olvido.
La muerte y otros desvaríos
Que le crecía una mano, de nuevo.
Y sobre la mano carne mórbida, irisada.
Y tenía otra vez los pies y los ojos. Y uñas
de escarcha,
inflexibilidad en las coyunturas, y cerebro
en llamas, y ganas de levantarse y saltar,
y que saltaba y era otra vez entero…
No sabía el cadáver porqué soñaba
esa recurrente pesadilla.
§
Morir es asolar
con todos los fuegos y todas las hachas
los ecosistemas del corazón en fuga.
§
Sinhué mira las tripas regadas por el suelo
del cadáver último a él entregado
para hacerlo esplendente momia. Las mira de nuevo
las escupe, harto de ser taumaturgo
de una eternidad que se llena de polillas.
§
Kavafis retuerce ideas.
La sacra inconsciencia teje los versos más lúcidos.
Un lobo.
¿Cómo haces para que nunca se apaguen los ecos?
§
Pieza a pieza desmontar el mundo
hasta hallar
entre la orina y la escoria
el cadáver de la muerte.
O al menos su máscara.
Íntimos improperios
Pienso en el río. Apenas
lo pienso
ya es otro río, otras aguas.
§
El universo es animal en expansión, dicen,
y que respira agazapado en sus constelaciones.
Animal es, ciertamente,
y por ello tenebroso. Basta ver cómo acecha
cada noche con sus infinitos ojos fijos,
con su mirada sin párpados.
§
Llamarte como se llama a una puerta: dando
golpes firmes sobre un madero muerto.
Y que respondas,
sea desde tu oscuro pasado o de tu porvenir
incierto. Nada más triste en la noche
que una voz batallando entre los huesos
de un cadáver de silencio.
§
Que me den la luz desesperada,
la imagen última que brilla en los ojos
de los moribundos.
Es el único recurso disponible
para saber cuán irrecuperable es la existencia.
§
Quien no sabe que a sí mismo
se pertenece es enemigo en el ruedo
es misterio corroído
es campana de falsos dobles
que extravía a los viajeros.
Es árbol de ambiguos frutos
es fuente en peligro constante
es aire contaminado.
Masa.
Bajo el Sueño
Porque tememos a la otra orilla
es que olvidamos Porque es demasiado fulgor
en los rincones y demasiada certitud
de contrario
Porque a fuerza de temer lo que tememos
es peligrosa la materia el don del salto
las palabras encharcadas el turbio suceder
de nuestros pasos
En tierra que se esfuma con ser vista
es la amenaza de la niebla a cada instante
súbita incongruencia de las horas del espacio
del ritmo con que llueven circunstancias
no ordenables
en la vigilia que nos toma por los hombros y
nos sacude
nos coloca en la inmediata percusión del reloj
y sus agujas sus tics-tacs frenéticos
goteando aguas que crecerán con el día
y nos llevarán constantes sin ningún alto poder
que las detenga
a las grutas escamosas de olores conocidos
donde habita en anestesia
en sus imágenes
Industria que se reitera hasta la locura
abordaje sin descanso a un nave
de oculto tesoro impredecible y dragón
que muerde el aire imaginado
par espantar visitantes que urgen
razones a un viaje sin destino Terquedad
se requiere y muchas bendiciones de los dioses
para despertar a salvo Algún rasguño
permanece algún tibio desencanto en la región
más madura del instinto Una cicatriz mil veces
machacada anda las sienes del alma Siempre
será noche y siempre vendrán
de negro los corceles
a recoger el hálito que exuda el cuerpo
en su cama Cuerpo exultante y temeroso
del viaje porque anhela saber
lo que en su corazón ya sabe
pero que pronto olvida veloz cabalgando
los párpados del rayo entrevisto
en unos cuantos segundos
de total clarividencia Visión palpable
que ha de disolverse cuando encuentre
el cristal de los sentidos Recordar
el amanecer en la conciencia Dolor
si transportamos a la vida
el bagaje que allá se nos concede Sagrado don
el del olvido Bendito reloj intangible
que marca puntual el arribo –no hacer caso
del ruido de hierros y cadenas- del carruaje
del alba.
Sueñoniebla
Por los pies colgado desde una altura
imposible El mundo
o superficie de mármol rayado en rombos
saltaba hacia mis ojos como amenaza
a la existencia. No volver hacia atrás no poder
no ver quién me sostenía
y qué confianza en el sujetamiento Y aquella
superficie que saltaba como corazón de piedra
hacia mí hacia mi nariz y mis ojos
con posible estallido total imprevisible
y los monjes que después cabecibajos
escribían con rapidez
en lengua indescifrable sobre el polvo del piso
y fueron llama en los giros
rombos y letras entrecruzados y rostros ocultos
por las capuchas negras No entender
el mensaje no
saber quiénes ni por qué escribían por qué
se afanaban en aquel
escribir sin pausa brincando hacia mis párpados
Nadie lo dijo
Quizás la voz del miedo Era el Juego
El Juego en caligrafía
que se traza con la sangre la piel las uñas
Si se araña la espalda de la tierra
ahora mosaico piedra losa mármol
No ver No saber Saltar No entender
latir con el ritmo oscuro
con que respira la tierra Mientras
vivir el terror de morir sin la respuesta
Sin una voz que grite sin opción colgando
de la vena yugular del universo Cenizas
El expolio Garra de la vida
entre la vida y otra:
entre un sueño y el siguiente
no cesa jamás el Juego.
Sueñovuelo
Arracimadas como masa oscilante
en óxido con rumbo sólo de ellas
conocido Encapotadas para no ser vistas
Un rayo hiende su gruta y las descubre
mientras huyen Se erizan Son de pluma
de paja seca azulina hecha jirones
en los molinos de viento
Son de hebras turbinazas manchas
con peso bocanadas de neblina
húmedos rastros y vuelvo vuelto alto gravitante
pasan y no vuelven
no vuelven como la vida río arriba
de nosotros mismos como las ansias
de atarse a algo como el amor
que tampoco vuelve atado a ellas las nubes
que viajan
y yo atado a mi cama que sueño
irme con él y con ellas
y entre los dedos la grasa del recuerdo piel
de cebra desgastada por el uso
Recuerdo de amor descifran
escritura sobre el agua
Escritura sobre mí seco río arriba
que lo veo y las veo
pasar Cansado
antes del viaje
tiritando astros y cuchillos
Tieso.
Montaña
Te pertenece la eternidad
barco de muerta proa
sólo porque aprendiste
desde tu origen de sombras
a navegar inmóvil.
Bibliografía activa: Entre el polvo y la ceniza (inédito); La muerte y otros desvaríos (inédito); Íntimos improperios (inédito); Piedra de amolar sueños (inédito). (Cf. Entre el polvo y la ceniza, Poesía Completa, Edciones de la Secretaría de Estado de Cultura, República Dominicana, 2008.)
Bibliografía pasiva: Bruno Rosario Candelier: El Movimiento Interiorista, Ateneo Insular, R. D., 1995. B. R. Candelier: La búsqueda de lo absoluto, Ateneo Insular, R. D., 1997. B. R. Candelier: El Interiorismo. Ateneo Insular. R. D., 2001. B. R. Candelier: El Ideal Interior, Ateneo Insular, R. D., 2005.
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