
Ramón Antonio Jiménez, San Francisco de Macorís, 1962. El alma del poeta, suspendida en un hilo, entre sombras y neblinas, apenas con una llamita, se adentra en lo trascendente; lugar ese donde se solaza el convocado poeta quien, herido en su interior, sólo escucha los pasos del “Otro”.
Poeta de la angustia que causa la sed de absoluto. Jiménez nos sitúa ante una nueva realidad, como hacen los verdaderos orfebres de la poesía. Canta las inquietudes universales del ser humano, sobre todo las que apuntan lo divino.
Crónica Circular
Una estancia de celajes
y ecos de sombras
construye la dimensión para su espacio
Más allá del silencio
ancladas quedan las palabras
Junto al cirio
la estatura del llanto
es una estrella oscura
que instaura su horizonte
Desnudo en la náusea de Adán
en el agua náufraga de la noche
desrrostrado el espejo
escucha sus pasos
junto a la sombra del otro
Gregaria al cieno
pernocta la mirada
Y ya no es alucinación
una espada para el costado del hastío
En la mansión de la lluvia
con llanto de mujer
un ángel llorando está
Quién
amamanta la angustia
cuya cifra del parto
es trastocada
Quién
desanda perdido
los puñales del espejo
Oculto tras la luz
quién se complace en deshacer en silencio
la noble estela
que a su paso va dejando
el último vuelo de un pájaro herido
El fuego sueña su delirio
de círculos y tiempo
junto a la vigilia del árbol
en medio de los caminos
cansados de andar el día
entre las mil paredes de sombra
que inventa la noche
para derribar la distancia
Detrás del sueño
desnace la niebla
Y ebrio de azul y origen
destiempo el caracol
su rumor de ola endurecida
donde dioses alumbran mundos
en el interior del sueño de otros dioses
que también son soñados
En la doctrina del agua
resplandece el murmullo errante del silencio
Que nadie siente la ficción de la muerte
sobre sus piernas
cuando el celaje transite los corredores
en la región subterránea de la noche
cuando el espejo
busque el tacto
la imagen del otro espejo
cuando la transparencia
aprisione en su beso
las manos donde copula la historia
cuando germine el olvido
con su carrusel de cábalas cotidianas
Oh
el alucinado
que en su oscuro tabernáculo
su evangelio ha escrito
Espejos cóncavos que se miran
son las cosas
Y he oído al mar
convocar el agua suya
que aletea en mi pecho.
Salmo
No tejía el pájaro
su vuelo sobre las cumbres
ni había llegado la flor
a mirar con asombro la mañana
ni los corales cifraban los días
desde su invicto silencio
y ya eras polen embriagado
más allá del cauce de los orígenes
Fósil de agua
Quizás en el ámbar duermen las auroras
allí donde el cielo es un estanque petrificado
sin horizonte en su tiempo
sin miedo al olvido
a la sombra que germina en la mirada
Todo es ausencia en su alcoba de silencios
en su muerte secreta y transparente
Mansión de la noche
La ciudad ha muerto
Es la hora en que toda voz huye aterrada
lugar donde el ángel convoca
hasta la nostalgia el flamboyán
esa invicta sonrisa que apacigua la muerte
ese extraño acontecer que hiere al silencio
Aquí donde germina el lirio de la espera
sigiloso puñal que busca el costado del sueño
Todo tumulto de ausencias
propone la diadema de llanto
reclama la clarividencia del miedo
su signo de distancia erigida
Mirada los balcones de la tarde
colmados de miradas y gemidos
Cada pájaro es una ilusión errante
extraviada en la memoria del tiempo
He aquí los caminos conjurar el horizonte
el palpitante llamado a la derrotada mañana
el oráculo alucinado de la copa del instante
Que nadie simule el júbilo
en la danza del fuego de los espejos
Que nadie proclame la hipocresía del azahar
La lluvia no será jamás
el germen sonoro de los orígenes
ni estará en su aposento
el tierno temor de las palomas
Desde la cólera del relámpago
un dios ahuyenta las auroras
El mar es un bochorno
al tabernáculo del silencio
El ojo azul del cielo
ya no bebe la esperanza en el reflejo del rocío
el conquistado espacio en el párpado de la herida
Oh los astros arrodillados
en los labios de la noche
Oh la oscura efigie que desnuda el viento
Noche del círculo
Hacia su origen
confluyen las aguas
que van y retornan
Hacia el espejo marchan los días
¿Hacia dónde ascendemos
cuando nos precipitamos
en el paisaje de la muerte?
La máscara
He aquí la ficción de lo imposible
La distancia simula la noche del miedo
allí donde el mar
es sólo un celaje de naufragios
un paisaje que hay hacia ninguna parte
Ah la piel donde eclosiona la mañana
Ah el beso fluyendo hacia el silencio.
Estación del miedo
Tú soñaste
un techo de pájaros
tienes en la lluvia
un paisaje de espejos
donde busca eternamente
un ángel su rostro
Tú que creías la muerte
una estancia de horrores
una oscura efigie
que ahuyenta la memoria
tienes ahora en la palabra
el hastío de la belleza
la triste forma de lo perfecto
Trapecios
Cruzar a la otra orilla
a la catedral invicta de sus ojos
Soñar los trapecios
las uvas de los labios
en el cisne de la navaja
el felino en llamas de su cuerpo
ese tabernáculo
donde entramos sin pasado
Huir sin nombre
de esta ciudad amurallada
Y despertar sin regreso
más allá de los puentes
Textura de una noche eterna
Ciega en su cerrada furia de andamio
la piedra cae
hacia su propio temor
sin voz
en su oscuro pozo
sin párpados en su dormido árbol
en su callado jinete
Morfología del laberinto
Perdido entre la carne
el hombre es una fuga
hacia lo inconcluso
hacia la otra muerte
allí donde la forma duele
y es un sigilo de espada la memoria
Cada hombre es su abismo
su ebrio sendero sin huellas
una lámpara
oscureciendo su silencio
Paisaje del egoísmo
El puerto del llanto
espejo de lo que huye
paisaje sumergido en el ojo
de lo que está sin dormir
sin órbita en el reposo
en la máscara
del simulado acontecer del miedo
Ah
el ángel
que atormentado por la belleza
busca eternamente su sombra
Apología
La serpiente no tiene prisa
no tiene horizonte
en su pequeño andamio
sólo una oblicua mirada de sospecha
En su sueño de gloria confusa
es una interrogante que no teme
Bibliografía activa: Melancolía, 1984; Crónica Circular, Ateneo Insular (1997); Nociones de arte (1998); Apología del insomnio (2001); Presencia del miedo, Ed. Ángeles de Fierro, San Francisco de Macorís, (2003).
Bibliografía pasiva: Bruno Rosario Candelier, Crónica Circular, prólogo La experiencia interior de Ramón Antonio Jiménez; Juan Gelabert, La presencia del miedo o el laberinto del sueño. Sixto Gabín, La presencia del miedo o las ciudades que emigran hacia la lluvia. Epílogo a Presencia del miedo por Bruno Rosario Candelier, Ramón Antonio Jiménez es un caso singular en las letras dominicanas. B. R. Candelier: El Movimiento Interiorista. Ateneo Insular, R. D., 1995. B. R. Candelier: El Interiorismo. Ateneo Insular, R. D., 2001. B. R. Candelier: La búsqueda de absoluto. Ateneo Insular, 1997. B. R. Candelier: El Ideal Interior. Ateneo Insular, 2005.