miércoles, 10 de septiembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: "El ser no es una fábula" (1968).

Iniciamos un periplo por la obra de este notable poeta colombiano, desconocido para muchos. Su poesía, como la de los grandes maestros de la creación artística, me ha cautivado. Sus obras poéticas, publicadas en España bajo el título de “Metamorfosis del jardín”, poesía reunida (1968-2007), Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2007, es una joya patrimonial de la literatura hispanoamericana. Expongo mi lectura de sus poemarios a sabiendas de que siempre nos quedamos cortos en la interpretación o hermenéutica de la obra.

El ser no es una fábula” (1968). Este libro marca el camino que el autor va a seguir a lo largo de toda su obra poética. El hilo conductor con el cual el poeta teje el tapiz de su poética es la nostalgia, la melancolía: «La nostalgia es vivir sin recordar / de qué palabra fuimos inventados». Hay, naturalmente, muchos otros hilos –que trataremos de descubrir a lo largo de sus obras- con los que el artista zurce el tapiz de su fábula.

Podemos subsistir a los lugares y al tiempo gracias a que podemos soñar o, lo que es igual, inventar un mundo, el deseado o el perdido, en el cual poder vivir y superar la adversidad. La vida humana, lo real y lo doloroso, es como un juego de dados en la que a veces se gana o se pierde. El poeta fluctúa entre ambas cosas: «Soñamos y perdemos. Los dados falsos, las huecas imágenes en la tierra». Existe una tensión en el alma del poeta entre el pasado y el futuro. Y esa tensión del presente es la esperanza: «Vamos perdiéndonos, precipitándonos de esperanza […] El resto es camino. ¿Dios? Silencio». Hamlet, del célebre William Shakespeare, en el momento de expirar exclamó: “El resto es silencio”.

La lucha por no perder la memoria, el pasado ancestral es otra constante en la obra de Giovanni Quessep. Esa lucha interior es sufrida en silencio y sosegada con la palabra poética: «¿Algún día no fue nuestro / el mar, su ciclo de labios y pájaros, / su complicado amor, el son eterno de su discordia?» No hay calma en el alma del poeta que, como el mar, se bate en la orilla: «Hoy el silencio se hace nuevamente discordia».

La experiencia humana del creador le impele a madurar en la sombra, es decir, en la soledad. El artista se ve obligado a inventar un mundo en el que pueda, poéticamente, habitar a pesar de las complicadas grietas de la vida: «Nosotros caminamos / a la ausencia / como fantasmas / en la viva sombra». Empujados por el tiempo, por todas las tormentas de la existencia, el poeta comprende que: «La vida no es / el volumen de ser en lo que sueñas. / La vida es esto que madura en sombra».

Cargamos con nosotros mismos, con nuestro cuerpo, con nuestros recuerdos más recónditos. Soñamos lo que fuimos, la nostalgia lo reinventa, y, ante el miedo a la muerte y de que desaparezca eso que somos, sólo nos queda el canto, es decir, la palabra, la única que nos salva de toda negación posible, de la muerte misma desde la cual resurge como un sol el poeta: «Nadie / olvida que morir es esta impura / claridad».

El poeta, que crece en tierra extranjera, conoce su pasado árabe. La nostalgia de la que hemos hecho mención arriba tiene su raíz más profunda en el desarraigo de la cultura y la tierra de la que es oriundo el poeta, o mejor, sus padres y abuelos. Durante muchos años el poeta vive con el alma desgarrada: «Todo es exilio y mar». «Cuando oí su relato del exilio / vino la gran desolación».

Podemos decir que a partir de cuando el poeta tiene conciencia de ser extranjero, de ser otro, de otra raza, que tiene que empezar de cero, sin posibilidad de volver a su tierra ancestral, carcomido por la melancolía, es cuando empieza en verdad a vencer la soledad y el vacío, la nostalgia y la lejanía. Aquí se inicia el canto elegíaco –el complejo de Ulises Laertes-, la poética de la discordia, la fábula, la leyenda, el tapiz de su visión onírica y poética. «Tienes la fábula al fondo, no te afirmas / sino en olvido y músicas pasadas». El poeta vive poéticamente su ser y estar en el mundo y su escritura certifica que realmente cuenta su propia existencia: «El ser no es una fábula, se vive / como se cuenta, al fin de las palabras».

Desde la ficción poética, que es un invención o un dictado a la conciencia, el artista mira las cosas –que son tuyas para cantarlas- como propias, aunque sea como una sombra: «Todo te pertenece en esperanza: / El canto de los pájaros, el nombre / de tu destino […] Nunca los sueños, nunca el paraíso: / Todo te pertenece, en sombra y agua».

El tiempo fluye, con dos cauces, el temporal y el intemporal, eterno, como agua imparable y ese sentido heraclitano de la existencia despierta la intuición del poeta: «No se detiene el agua que te busca, / que te nombra los sueños y las manos. […] Ah doble cauce de tiempo encarnado».

Así las cosas, para ganarle tiempo al tiempo, para sacarle partido a esta vida que es transitoria, aunque con una chispa de no tiempo, es fundamental sentir el amor: «Se ganan días si el amor invade / la hermosura del ser». Sin embargo, al hombre le invade con frecuencia la desolación, la noche, la muerte. La esperanza, que ya apareció más arriba en este poemario, forjada precisamente en esas experiencias duras de la vida, y asumida como actitud vital, llena de sentido: «Cada esperanza tiene su memoria, / su sol de hierro, su llanto de exilio; […] cada esperanza cruza por la muerte / con dura transparencia y dura sombra».

La esperanza despierta en la conciencia humana del poeta la claridad de que no todo está perdido, que hasta de lo que parece que es sombra y nada más, una luz brilla y sale a nuestro encuentro: «Esta luz de la tarde no termina / sino en nosotros: tiempo que revierte / a la esperanza, nos acerca sueños / perdidos en las cosas».

La muerte, que domina el tiempo, amenaza la esperanza e incluso los anhelos, lo sueños del alma humana. Esto es bien importante para el poeta, quien se refugia en la poesía, como un alquimista de la belleza y de la palabra, para hechizar, encantar o exorcizar el influjo atroz del tiempo y muerte: «La muerte comienza a exhalar / ese aroma nocturno, ácido, / que va por dentro de los sueños».

El mar y la soledad son una moneda de dos caras. El mar solo, siempre en discordia, es un símbolo de la soledad del alma del artista, que está en el mundo, exiliado: «El mar que nunca vuelve / nos lleva en su oleaje. […] (Oh exilio y hundimiento / irrefutable.) / La soledad es esto: / El mar en todas partes». «El mar abre la noche, quema sueños / con su tiempo hacia abajo».

Giovanni Quessep, transido de nostalgia y soledad interior, para afrontar los azares de la vida y situarse ante el tiempo y la muerte, intenta responder de forma coherente a todo ello con la palabra. La poesía, con la que fabula y sueña, le da aliento y esperanza. Cantando su soledad, exorciza, encanta, los laberintos, las noches.

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