sábado, 13 de septiembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: "Canto del extranjero" (1976)

“Canto del extranjero” (1976). Todos tenemos, de alguna manera, derecho a hacernos nuestro universo mental y vivir acorde a ese reino que es sólo nuestro. Tal vez nadie sea capaz de entender del todo qué motivaciones mueven lo hilos de lo que pudiera ser el Edén o el paraíso, el mío o el de otro, realidad imaginaria que se convierte en razón, en causa del arte poético. Ese reino se ve afectado por la amargura, la soledad, la desdicha y la muerte: «Vigiladora de violeta amarga / a la entrada del reino […] De dónde la desdicha / de nuestras naves en la noche blanca?».

En este poemario el autor, que ya ha recorrido trecho en su creación con sus libros anteriores, consolida su genio artístico, es decir, su propia voz. El recuerdo de seres amados que ya no están, pero que perviven en el recuerdo, inundan el alma del poeta con profunda melancolía: «Ni siquiera tus pasos recordados, / ese blanco rumor que te acercaba / por el cielo nocturno / por la oscura vigilia; […] No sé qué soledades / habitan tu alma, / no sé qué cielo impronunciable».

Voz y estilos propios caracterizan a Giovanni Quessep. “Canto extranjero” nos muestra a un poeta con una voz desgarrada, elegíaca, pero también con un estilo sereno, formal, culto. Elementos estos presentes en “El ser no es una fábula” y “Duración y leyenda”. Sus desvelos consisten en hablar de la vida y de la muerte, pero en sueños, así, encantado por las musas: «No han de cerrarse nunca / mis ojos que ya son / el polvo de otra luna […] Hablando en sueños de la muerte / entre flores y las ruinas […] Hablando en sueños de la vida / vendrá una sombra amada».

Ante la imposibilidad de volver al país de origen, a la cuna madre, al lugar de los ancestros, el poeta recrea esa memoria en sus versos. Es consciente de que su pasado se difumina inexorablemente y sólo la palabra hecha fábula poética, que también está sometida al tiempo, mantendrá vivo el recuerdo: «(Tejió el amor la túnica imprecisa) […] Dónde la oculta voz que te nombraba / El extranjero la doliente luna».

El mar, las naves que lo surcan, forman parte del imaginario artístico de Giovanni Quessep. La imagen de la nave y de la otra orilla del mar es una constante en la obra de nuestro autor, quien recurre a ellas para descubrirnos su estado interior. Todos habitamos en la otra orilla del mar. Navegamos, unos conscientemente y otros llevados por el viento, por el azar, hacia algún destino: «El hombre solo habita / una orilla lejana […] Extranjero de todo / La dicha lo maldice».

Extranjero no sólo de su tierra natal, sino también en la mirada de los otros; extranjero de sí mismo, extranjero de la dicha, de su fábula: «Si supiera qué cielo / perdido hay en mi alma, / qué flor oculta esparce en ella / su historia de desdicha. Nada / me queda para el sueño / de aquel hermoso país blanco». El bardo canta para reconstruir aquel cielo perdido, o sea, el Jardín del Edén, el paraíso. Pero sólo lo puede soñar, como Alicia ante el espejo, porque la realidad concreta repele la realidad imaginaria. No obstante, él cohabita con sus hadas y duendes. No renunciará a este reino jamás. Él oye, ve y convive con los seres del Jardín: «¿Dónde podrías mirarte si no fuera en la fábula, / si está roto en la sombra el espejo de plata?». // «Alguien cruza el jardín / desvelado de fábulas».

“Canto extranjero” es la obra del lamento, del canto hondo y elegíaco. Quessep dedica una sentida elegía a su padre. En ella recuerda la música, las leyendas, la lengua materna, el árabe; las ruinas de Biblios, antigua ciudad fenicia, hoy ciudad del Líbano, Jubail, el cedro, la rueca de las hilanderas, las ánforas, y el sabroso dátil de las palmeras del desierto: «Y me contaba en el idioma / de su lejana Biblos / donde hay un ánfora que guarda / una alondra color de vino […] La soledad de piedra / de esa otra Biblos que es la muerte». // «Si te olvido si no florece una nostalgia / y en la memoria cierra sus páginas un cuento / es que el edén tu nombre amado / será tal vez la muerte». Una vez más, la imagen de su padre aparece más nítidamente cuando más fuerte es el sentimiento que en mi comentario al “libro “El ser no es una fábula” llamé “complejo de Ulises Laertíada”, esto es, la nostalgia de la tierra natal y de los seres amados. Este “complejo” elegíaco no abandonará al poeta en ninguna de las etapas de su creación poética: «Para siempre recuerdo / la piedad de tus ojos en la sombra / donde habitan las fábulas […] Todavía mi alma percibe tu rumor entre las hojas / de aquel blanco jardín».

En el poema “Canto del extranjero”, el más emblemático de este libro, aparte de “A la sombra de Violeta” y “Elegía” nuestro bardo hila –aquí viene de nuevo el símil de la hilandera o del artesano de tapices– los secretos de su alma. Canta, teje y desteje la poesía, porque de esta manera vence la hostilidad que le circunda –como Penélope vence a sus numerosos pretendientes– y nos lleva también a nosotros a visualizar, aunque sea en un abrir y cerrar de ojos, el Jardín de Claudia, como si de Dante el cielo de Beatriz : «Dime el secreto de tu voz oculta / la fábula que tejes y destejes / dormida apenas por la voz del hada / blanca Penélope […] en tu noche se pierde el extranjero / Blancura de isla […] El extranjero asciende a tu colina / siempre más solo […] Jardín de Claudia como por el cielo / Claudia celeste».

El hombre es un ser infieri, en constante búsqueda. Quessep busca coherentemente una verdad que lo sostenga. Escribe, fabula, para construir esa verdad. Verdad que habita en un reino mágico, onírico. Somos parte de ese “país de las maravillas”, mas nos sentimos fuera de él, extranjeros. Cuando descubres, como le sucede a nuestro poeta, que eres parte consustancial de ese Edén, que te hechiza su belleza, entonces se ahonda el deseo volver a él, de echarte a la mar como Ulises que gime por Ítaca.

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Localización tierra natal, República Dominicana