jueves, 10 de enero de 2008

ARROYO DEL BOSQUE

Este artículo fue publicado en La Prensa hondureña en los días de la muerte del papa Juan Pablo II

Sería impensable que un columnista estos días sea indiferente a la gran conmoción que ha causado la muerte del Papa Juan Pablo II. Aun más, un buen observador sería incapaz de obviar en sus escritos cómo este acontecimiento ha removido la sensibilidad de cristianos y no cristianos alrededor del mundo.

La muerte de Juan Pablo II ha paralizado la boda del Príncipe Carlos, ha paralizado partidos de bútbol, ha hecho gemir y compungir a millones de cristianos de los cinco continentes.
A mí siempre me llamó la atención la cercanía con la juventud. Fue un gran amigo de los jóvenes. Tenía un imán para ellos. Muchos fuimos cautivados por sus mensajes de esperanza. Nunca se proclamó a sí mismo, sino a Jesucristo como el camino, la verdad y la vida. Eso lo hizo un auténtico mensajero de Dios. Nunca se aprovechó de los jóvenes, al contrario, los alentó y animó para que sean coherentes.

Desarrolló el diálogo interreligioso entre las religiones del mundo, oró con los que son diferentes en su fe y marcó hitos en la búsqueda de la unidad de los cristianos. Eso también es un gran avance.

Defendió las etnias, a la mujer, las culturas de los pueblos, la justicia y la paz. Esto es fácil decirlo, pero nada fácil hacerlo, y sin embargo, Juan Pablo II lo hizo, prueba de ello son sus grandes documentos acerca de las cosas temporales.

Abiertamente se opuso a las guerras y propuso la concordia de los pueblos. Mantuvo el talante respecto a las nuevas corrientes que amenazan a la moral y a las buenas costumbres.
El Papa Juan Pablo II fue deportista, literato, teólogo y místico. Imagino que las cosas debieron suceder así en ese orden. Transcribo un fragmento de uno de sus poemas místicos más selectos: “La bahía del bosque baja / al ritmo de arroyos de montaña, / en este ritmo te me revelas, / Verbo eterno. / Qué admirable es tu silencio / en todo desde que se manifiesta / el mundo creado… / que junto con la bahía del bosque / por cada cuesta va bajando… / todo lo que arrastra / la cascada argentina del torrente / que cae rítmicamente desde las alturas / llevado por su propia corriente. / Llevado, ¿adónde? / ¿Qué me dices, arroyo de montaña? / ¿En qué lugar te encuentras conmigo? / Conmigo que también voy de paso –semejante a ti… ¿Semejante a ti?”

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