Hoy nos vamos a centrar en la pintura. El arte forma parte de la memoria de los pueblos. Qué seríamos sin arte, sin los artistas que nos comunican experiencias del alma.
Recientemente estuve en Tegucigalpa. Con motivo de dicho viaje saldé una deuda que tenía desde hacía mucho tiempo: visitar el Museo Nacional. Empecé mi recorrido por el primer piso en cuyas vitrinas se exhibían vasijas de barro de los mayas y objetos religiosos antiguos.
De todas las obras situadas en el primer nivel, la que me sedujo fue “El ángel del Micht” de Juan Murgi. La centralidad del ángel que baja del cielo, iluminado por una impronta de luz dorada y divina, sus alas desesperadamente abiertas, y sus manos extendidas hacia abajo –en un gesto solidario sin límites– al rescate de la figura humana, es verdaderamente conmovedor.
En el segundo piso, caminaba lento y comtemplativo, me sorprendió el cuadro “Las Monjas” de Pablo Zelaya, pintado al óleo. Dos monjas, al parecer de clausura, con cofia celeste tierno, clarito, caída serenamente sobre las espaldas les dan una impronta espiritual llena de paz.
Las dos monjas, jóvenes, de pie una, sentada la otra, tienen en sus manos unas partituras, las cuales leen al desgaire junto a un violín que yace sobre su estribo en el suelo, y a un arpa, al centro de ambas. Los dos instrumentos son de fina y delicada melodía.
La claridad del cuadro crea una atmósfera espiritual, trascendente y mística. El rostro dulce de la monjita que lee su partitura sentada es soberanamente bello y la luz le angeliza su figura femenina haciéndola aún más atractiva.
Llama la atención el corazón que cuelga sobre el pectorín blanco que cubre su pecho. En sus manos delicadas, la partitura, y más arriba, a la altura del pecho, justo en el lado izquierdo, pende el corazón como una medalla que habla.
Otro cuadro de una belleza extraordinaria es el “Contemplado”, firmado por Matute, oriundo de San Pedro Sula. Representa la caída de Cristo con la cruz. Es la silueta al desnudo, sin detalles de rostro. Sus dos rodillas en el suelo y su mano izquierda aliviando la caída y con la otra mano asiendo la cruz, imprimen al cuadro una auténtica escena de la Pasión de Cristo. Es una figura sufriente y solitaria. Es un Cristo solo, sólo con su cruz a cuestas. Es, en verdad, para contemplarlo.
crítica, poemas, cuentos, ensayos, entrevistas, artículos de opinión. (Permitido cortar y pegar, siempre que se cite la fuente)
Jueves 10 de Abril del 2025
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