
Vuelta a los orígnes
Mi inteligencia, la razón.
Despojado de todo, desnudo de tierra y hojarasca,
Por la llama que no se consume en la visión.
Y mi alma ya no gime.
85
Principio de mi aire, de mi barro –tierra
Con hambre y sed de cielo-.
Estás quieto, Argé, en tu movimiento.
Humedece este desierto
De mi nada que es sólo grieta.
Causa que dio forma a mi tiempo, ¿por qué
Tiemblo a tu paso? Oh Argé, tú arremolinas
Mi centro y revuelves mi sangre.
Mi noche es animal que resuella,
Tenso, por el relámpago que abre abismos.
Argé, saca mi carne del dolor, alíviala
Del deseo que me ahoga en su turbulencia.
Tu rostro me arrincona en el Eros, Argé,
Y me anonado en tus manos de alfarero.
Lo que he hallado de mí
Está vedado en mi carne. Me llamo
Desde el fondo. Apenas si me oigo
Porque es eterno el temblor.
84
Aún no era yo, empecéA ser hombre, a tener piel, carne, ojos, boca.
No había nacido y ya mi carne temblaba,
No tenía vida y mi barro sentía dolor,
Fuego en la piel. Unas manos
Revolvían mi nada y daban
Forma a mi existencia.
Brillaba de alegría. El triunfo apareció
En su aliento, la vida.
Lloró el barro. Ignoraba porqué.
Una herida intangible quedó en el Jardín,
Y el barro, desnudo, cayó al abismo.
83
Tus manos han hecho hablar el barro.
El barro hoy te busca en la noche. Te palpa la voz.
Le diste al barro vida. El barro anhela tu divinidad.
Huérfano se postra, míralo. Barro
Que orilla tu nombre como ola que balbuce
Su llanto. ¡Ay, que gime el barro, que sueña
Hallarte! Barro que camina y piensa. Barro
Que cree y rastrea los aletazos de tu vuelo.
¿Dónde moras, presencia sin sentidos? ¿Por qué
Le diste a este bulto de tierra olfato de cielo?
Por ver tu rostro de gloria.
82
Se deslizó como agua
Hasta poblar la atmósfera con su omnipresencia.
Su celaje aturdía el paso
Y en cada puerta un ángel aguardaba.
La realidad era impalpable.
El mundo en su adolescencia,
Empezaba a ser consciente de sus límites.
La noche rompió su madeja
Aquel ser se desvaneció ante mí
Dejándome el sabor amargo
De la caída.
81
Y yo que creí que mi espíritu
Empañado era nuevo.
Y yo que creí que mis huesos secos
Estaban vivos.
Y yo que creí que mis pies
No tropezaban en la niebla.
Y yo que creí tener el sol
En mi noche.
En mi ceguera.
Hasta que me hiciste de cielo,
Cruz y domingo.
80
Dulzura Infinita, ¿por qué te me escondes? ¿Por qué
Tu rumor de lluvia en la arboleda me seduce y subyuga?
Palpas mi cuerpo con tus manos de aire y verdor. Silbas
En un pájaro, te miro y vuelas. Herida secreta dejas a tu paso.
Dulzura Eterna, en esta vasija agrietada
No vas a hallar más que huesos secos,
Dolor enmohecido, pedazos de llanto.
¿Por qué tratas de salvar la brizna de mi humanidad?
¿Por qué alumbras mi nada con tu sonrisa?
Vencido, caigo en tu luz.
79
A lo oculto de mi alma. Ojos que ven por dentro.
Ojos que descubren tesoros enterrados
En el barro, en la compasión. No ven mis ojos,
Sino los tuyos. Serenos ojos nazarenos, que pueda ver,
Océanos en los que naveguen los niños.
Ojos en calma, poseídos de cielo, abiertos a la esperanza.
Que mis ojos y los tuyos se encuentren
Como estrellas de la mañana.
De las entrañas, temblor de pupilas intangibles,
Luciérnagas del interior
Que auscultan mi esencia. Oh niñas divinas
Que lloran la muerte, ¿acaso tengo hermosura
Para que me miren? Esos ojos deslumbran
Con sus llamas. Y yo que no los quiero ver
Y los miro. El eterno rostro encarnan.
No por humanos los percibe mi centro,
Ay pupilas sin orbe, ¿por qué ahondas
La herida en la ternura?
78
De tu corazón nacen los ríos, las raíces.
Astro aglutinante, fuerza sacra del universo.
Eres origen inefable del arco iris, pálpito
Eje de bondad y punto débil del cielo.
Todo tú en tu Corazón. Todo tiende hacia
Lo íntimo. Los vivientes
Giran en torno a ti. Los creyentes
Descansan en tu Corazón. Corazón de carne,
De barro, de Dios.
Centro sin rango, totalidad primigenia,
Alfa y omega del ser, lluvia interminable
De misterio. Tu corazón se expande
En la llama. Retoña compasivo en los tristes,
Clarea en la amarga noche.
Corazón que subsiste sin tiempo,
Diana del secreto de cruces lastimadas.
Acuno mi mañana
¿Qué tengo yo para que pongas tu mano
Sobre mi aliento y mi carne sin corteza ni niebla?
Escrutas con tu mirada
El lienzo de mi vida y orillas mi lecho de barro
Con tus impalpables brazos
Que me estrechan con divina ternura.
En el ámbito en que nos hallamos
Ni es noche ni es día, aquí el rumor
Es Paraíso y nada más.
76
A ti, luz sin llanto ni maldad,
Te abrí mi casa. Quédate y abre
Las ventanas. Mañana, cuando decidas
Irte con tus pies albos, avísale
Al leve viento de la arboleda, que sueñe,
Que tarde en venir.
Estate aquí, en esta casa de absoluta quietud,
Para que nos descubran asidos al infinito, al pan,
Las libélulas.
75
En medio del desierto, del mundo, en la soledad
Más callada, el que ES ha descendido
Hasta hacer temblar mi carne
Como una débil hoja. Alguien que no puedo
Nombrar, alto en su propia mañana, anda
Cerca, revelándome sus secretos
En este Edén arrepentido.
Mi historia se escribe en la lluvia.
Mi lengua se petrifica. Rezo.
En su seno mi libertad es un hallazgo,
Un vuelo.
74
Mi ser se turba como una novia.
El vaho es amor. Sustancia
De amor el vino en la copa.
Amor que me ama. Amo al Amor.
Amor, semilla de vida, ventana, latido
Gracia de luz.
73
Estaba mi alma recogida
Balbuciendo plegarias al Padre. Pródiga
Ante él se halló, incólume, y en su regazo
De fuego la introdujo en un gesto
De amor puro e inefable, y ella, ebria, tan sólo
Abbá sabía murmurar.
La gracia era toda claridad
Y la humana caída resurrección. El avecilla,
Los límites reservados a la aurora.
Al abrir los ojos sólo la huella
De un abrazo quedó impregnado
En mi interior.
72
El Altísimo me cubre con sus cálidas alas.
Una brecha se abre en mi humanidad
Y un breve soplo sacude la fronda,
Murmurando delicias de riachuelo.
La gracia se derrama como lluvia.
Un ángel vuela arrebatándome la lira
Entonces la lluvia se hace trino.
71
El cielo se derramó sobre la tierra,
Y calmó sus poros sedientos.
El sosiego vino al inquieto barro
Que mis huesos amarran.
Hoy he sentido renacer la luz;
El Edén, enérgico, nuevo.
Retorno al lecho de la noche,
Húmedo de cielo
70
Se queja mi barca. Las olas baten
Su frágil armazón. Tú calmas la ira del viento
E increpas la duda. Remo al interior del mar.
Sólo la vastedad de tu nombre me sostiene.
Una luz de cirio crece.
69
Pozo, tu mirada de medio día.
Sosiego halló la aridez de mi tierra.
Me diste a cántaros el cielo, en un abrazo
La eternidad.
Me fui contigo a lo profundo del pozo
Y allí muero
Y bebo tus delicias.
68
Tú, el Simple, te pusiste a los pies de la nada.
La historia se ríe de ti, se escandaliza
El interior de la tumba y se revuelven los abismos.
A tu cintura ataste el Viento.
Lavaste el rostro de la humana noche.
La dejaste translúcida, como una novia
Que entra a tu esencia.
67
Sobrevuelo el misterio como torpe avecilla,
Que no pudiendo sostenerse
En la ingravidez divina, sobre plumas
Trasciende lo infranqueable.
Miel esos instantes ilimitados. Memoria del alma
Trastocada tras el encuentro con el Todo.
Testigo es esta capilla
De “música callada”.
66
Te recuerdo como en agua mansa
El cisne contemplativo.
Al través de la ventana
Aún joven la luna.
Bajo mis pies murmura el tiempo la eternidad.
Cruzo el meridiano de mi estancia en la tierra.
Mis recuerdos empiezan
A ser nostalgia en huida,
Grito de ángel que aletea en el Origen.
Deseo volver a la tierra, amasado
Por tus manos increadas.
Me llama la Llama.
65
Roca total en su inmensidad,
Conciencia infinita de Himalayas.
Roca de viva mirada. La Roca
Se acerca, respira. El humo del incienso
Esconde su desnudez.
En sus brazos los ríos se abren
Y yo me quedo balbuciendo
Alegrías desconocidas.
64
Del altar el pan:
Ácima divinidad
En frágil sombra.
Celajes blancos
Atestiguan tus huellas
En la naditud.
Garganta de Dios:
Orfeo caribeño,
Zorzal de fuego.
63
Te hablo desde este altar en llamas.
El incienso te busca. El fuego inconsumible
Arde en mi gemido.
Zarza que devora en mis entrañas
Noches aún niñas.
Belleza, revelas la eternidad en los abrazos.
¡Muero en llamas, retenme en tu velo!
Sangro infancia, avanzo en el estremecimiento.
Mi conciencia abre su mañana.
Me desgarra el origen. Se pudre la noche.
Ay manos que me tejieron, oh ternura
Perdida en el Edén.
Sopla en mi nariz tu nombre
Para que renazca en el vientre el alba.
61
Inciensas el altar que te redime,
La piedra donde la sangre habla por ti.
El Todo te endulza el paladar de vino,
Limpia la muerte en tus entrañas.
Entras al ágora sacrificial
Atraído por él entre lienzos
Y celajes de ángeles.
Tu caída es hoy gloria.
60
¿Qué hondas manos
Alargan tu angustia en la tierra? Persigues
Secretos mundos que nadie ve,
Ni siguiera tú con tu ceguera enterrada.
¿Entiendes porqué existes? Soportas
El peso en tu cabeza, Tántalo, y no desmayas,
Ni gimes. Invisible, tu sangre madura
En ramas de savia y rezo.
Toda tu ansia de ser se entierra,
Se esconde en el interior de Gea.
En la orilla del río, en el contacto con el gusano
Raíz profunda que tiemblas y te abrazas
A la noche, a la tierra sin luz. ¿Quién
Eres al fin? ¿Cielo? ¿Vida
En los abismos? El cielo retoña
En la raíz madre del olivo
Y recapitula todas las raíces
En el Amor.
59
Por mi humanidad sube un dolor
Que estremece mi casa.
Me retuerzo como el mar, como serpiente.
Oh dolor, ¿cuándo anclaste en este puerto
Y te quedaste ahogando mañanas?
Se agotaron las lágrimas,
No amanecen los hospitales.
Fue vida. Mujer infinita, en la humedad
Intemporal de la matriz
Engendraste el sacramento, el llanto
De la carne que tiembla,
Dile a mis pies que regresen
Al agua transparente, a la antigüedad
Esencial de la luz.
58
El dolor nubla la tarde. Todo él
Se atrinchera en un rincón de mi cuerpo.
Dolor que labra la piel y golpea
La puerta con puños de hierro. Tenaza
Que muerde mi carne hasta hacerla gemir.
Qué hondo el río de piedras, cuán atroz
Su dentellada. El tiempo no corre. Una espada
Traspasa mi corazón. Aprieto el grito
En mi dientes para calmar
Los relámpagos de esta hora sexta.
57
¿Quién soy yo que a ratos la carne me bulle
Como un enjambre de abejas? ¿Quién,
Si en el altar la luna sale de mis manos,
Redonda, con vida? Yo, que sé beberme
El alba a rezos, que conozco
Los gemidos de las palomas en el alero
Del templo, ¿qué tengo de hondo
En esta orilla que me hala hacia dentro
O me arroja al fango?
Busco un asidero en el joven barro
Y no encuentro más que mi aliento
Atrapado a lo eterno como araña en su tela.
56
Ese puente tendido
Hacia el otro lado, ese puente fijo,
Que no se estremece ni se perturba,
Ese puente que tiene profundas esencias
Y tensos los nervios, ese puente que tiende
Su espalda para mudar
La luz del sol y el cansancio
De una hormiga, ese puente no muere,
Vive, se entrega, se inmola a sí mismo.
El río le reza entre las piedras.
Ese puente espera, aguarda a que pasemos
Al otro lado donde moran
Los vivos.
55
Alguien te empuja a beberte
El agua de los glaciares. ¿Qué fibras
Mueven tus recodos que lloras espumas?
Río en fuga, detén tu curso en esta orilla,
En mis manos. ¿Por qué avanzas
Tan aprisa?, ¿qué locura te arrebata
La calma? En tu fondo te lastimas
Y no hay cura para tu mal, excepto
En el océano. Llévame en tu piel
Que yo también al mar me precipito.
54
Hablo de la tierra, de lo hondo de ella.
Hablo de la grieta
Que se abre en el alma.
Duele la angustia.
Un viento secreto camina
Por mi vera como un lamento.
Ansío la lluvia, el origen de los ríos. Jadeo.
Brota agua y no es de la roca. Sale agua
De la nada. Es Dios que mana. Y yo
Aquí reseco como camino.
53
Las paredes amortajan
La oscuridad en que me hallo. Es frío
El abismo de la muerte. La nada
Me perfuma. Un lienzo envuelve
Mi esperanza. Palpo mis gusanos.
Muere la muerte. Madrugada,
Rumor de ángeles.
52
Noche, ¿qué secreto encubre tu ansia?
¿Por qué te avienes a mí
Que no tengo más que tiempo? Algo
Grande nace en este instante, algo innombrable,
Algo que gira, gira y gira
Revolucionando el ámbito de llamas,
Viento y cielo.
Se abrió la puerta, temblaba la tierra,
Y el mar y el gentío.
Entraste mudo, mirando la topografía
De mi edad.
51
Habito en mí, transido de cielo.
Mi carne es aún niña.
Avanza mi edad en el cauce.
Raíces le han salido a mi tiempo,
Luna a mis ojos.
Quedo aquí como un árbol, ¿oyes
El viento en sus ramas?
50
¡Ave, Cirio!
Faro en llamas enciende la leña
De mis huesos, alegra el zorzal
En la madrugada.
Que tenga luz en esta noche,
Que muerte me sobra en la carne.
Ay, Cirio, bájame de la cruz
Este llanto, apura el vino
En mi resucitada boca.
Gime la noche apoyada en mi ventana
Y en ella miro al otro que soy:
Gota de fuego
Que retorna a su esencia.
49
¿Por qué te asomas a mi ventana
Con tu ser de brisa?
Tocas mi sangre. Un ruido
De raíces se apodera de mí.
El cielo está aquí con su claridad.
El reloj perdió la memoria.Donde abunda la eternidad
Sólo alas faltan. ¿Dónde estás Zorzal?
La montaña descansa en mi hombro,
Tú te avienes en sus nubes preñadas.
Como toda la luz en mis ojos.
48
Vid, tronco vivo de cielo, mira
Esta rama crecida, torpe en su andadura.
La rama, Vid, te comulga, te posee la savia.
En ti vibra la eternidad. De tu tronco
Retoña la palabra y crece la luz.
Atráeme a ti, oh Vid, que retoñe
En tu ser, misterio de suelo y cielo.
Ay, que muero sin retoñar. Tremola
Mi rama, apenas podada en la edad. Las hojas
Amarillean. Inyéctame tu aliento de gloria.
Se secan mis días si no llueve el fuego
De tus raíces. Sepúltame
En tu tronco, que resucite en tu savia.
47
¿Por qué me habla esa puerta? ¿Por qué se abre
Y extiende sus brazos en horizontal?
Esa puerta es de cielo, de carne. Puerta
Que se anonada y se empequeñece. Puerta que llora
Y sube al monte y camina sobre las aguas.
Puerta que se mira con la fe y se abre
Con los rezos de las tórtolas.
Por José Acosta
Para que exista el mundo, hay que colocarle límites: una noche que lo oculte y un sol que lo defina. En el poemario "Ínsula presentida" de Fausto Leonardo Henríquez, la profundidad tanto es un elemento que ahoga como una madeja que invita a entrar, a percibir un mundo que, pese a su atmósfera desgarrante, está lleno de luces, de llamas, de reflejos que asaltan desde el principio del tiempo hasta un mediodía indefinido. "El mundo en su adolescencia,/ Empezaba a ser consciente de sus límites.", escribe el poeta, confiriéndole al mundo la certeza de un principio, asegurando después, en otro poema, que su espíritu es más viejo que la propia conciencia de tener un espíritu: "Y yo que creí que mi espíritu/ Empañado era nuevo."
El tiempo tiene un sentido perturbador, ejerciendo a la vez un poder mágico: "Me desgarra el origen. Se pudre la noche." Esas noches que según el poeta son "aún niñas".
Y ese llamado a ese mundo "que nadie ve", sólo el poeta que, como lleno de lo Trascendente, exclama: "Dile a mis pies que regresen/ Al agua transparente, a la antigüedad/ Esencial de la luz". Para luego admitir que: "El tiempo no corre. Una espada/ Traspasa mi corazón. Aprieto el grito/ En mis dientes para calmar/ Los relámpagos de esta hora sexta".
Este poemario es un canto al tiempo, no al que nos arrastra hacia el futuro, sino al que dejamos atrás, antes del nacimiento. "Ínsula presentida" está salpicado de poemas de una belleza y un lirismo extraordinarios, como la serie que empieza con el número 57, los cuales colocan a su autor, entre las voces más altas de la nueva poesía latinoamericana.
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Corta mención puedo hacer ahora (por espacio) de desempeños novos en poesía: el de “Ínsula presentida” (Ateneo, 2004) del reverendo Fausto Leonardo Henríquez, conductor de la propuesta Interiorista en valle de Sula. Mística y ardor, universalidad y comarca, espejo de mundo y de otro allá, sus versos retrotraen a placeres sólo alcanzables en islas de meditación y paz. Pasión duramente contenida, libertad para volar, Henríquez ya culminó la plenitud que únicamente provee la singularidad. (Julio Escoto, Honduras)
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