ANIVERSARIO, UN CANTO DE MUERTE, VIDA Y ESPERANZA
Aniversario es una obra de gran significado en el proceso creativo de Pedro Gris.
Obra que está dedicada a quien fuera tu maestro de juventud, Romanof, como le llama literariamente a Nelson Minaya. El
tema de la muerte, horror vacui, la nostalgia, el suicidio, están muy presentes
en los versos que conforman este nuevo poemario.
Hay un evidente esfuerzo por entrar en el océano de
la memoria, como si entrara a navegar en internet, sin otra finalidad que la de
lograr exponer “la materialidad de lo vivido”. Gris aborda la muerte
introduciéndose en sus propias vivencias o, como lo llama él, en sus “verdades
de vida”. Y lo hace con el temblor de quien habla de la muerte con el extraño
deseo, el de Romanof, del suicidio: “Quizás el anhelo a de morir / sea por el
horror a la muerte”.
¿Qué hacer, pues, ante
el miedo a la muerte, ante el suicidio como única forma de superar la “versión
inaguantable de la realidad”? No hay respuesta fácil a esa pregunta. Pero como
salida momentánea solamente queda orar. Pero orar, paradójicamente, como mero
acto de consuelo subjetivo y no como acto confiado en Dios: “Oremos si te
apetece / aun sin fe”. Ese vacío
terrible, pero consciente, suplicante, es un “sabroso dolor llorado”.
Aniversario
preludia lo
que inevitablemente es, ya, aquí y ahora, la muerte como presagio, como
acontecimiento futuro, pero a la vez como singular instante que estalla en el
presente: “Ves esa ambulancia, salúdame, ¿crees que sobreviviré a lo que viene?
/ Aquel día la miseria se había acumulado sobre mí como la nieve / paralizando
el tránsito”.
El maestro es Romanof y el alumno RomanOn. El
primero piensa en la muerte y acaba matándose. “¡Pensar tanto en la muerte te va a matar!” El segundo atestigua el
suicidio de su maestro. RomanOn vive para contar “cosas no vividas”, las “imágenes soñadas”. La particularidad de Romanof es
el haberse precipitado al vacío de la muerte, como liberación de las manchas
del mundo, pues era un ser cuyos pies no tenían medida que le ajustara. RomanOn
no logra comprender el destino de su guía, pero sí alcanza a ver que “¡El mundo
puede ser basura cuando no lo soñamos!”
RomanOn añora las conversaciones con Romanof; echa
de menos el “ruiseñor ensordecedor que introducía el mar en la conversación”, y “la brisa esencial de las olas”. Ya sin su maestro RomanOn ha hecho su
síntesis: “Sólo en el sueño encontramos el sentido”. Dice el siquiatra vienés
Víktor Frankel en su obra “El hombre en busca de sentido", que
los hombres que estaban con él en los campos de concentración nazis se
arrojaban contra las alambradas, se suicidaban, cuando perdían el sentido de la
vida, cuando, en definitiva, dejaban de soñar con aquello que les sostenía con
vida. Esta síntesis existencial a la que llega Frankel, es exactamente a la que
llega en su poética Gris, aunque por otros caminos, claro. Y, es, precisamente,
dicha síntesis (¿saturación de ideas?) la que lo aboca a la conciencia que se
expande en un conjunto de ventanas: “¿Piensas refugiarte en el Windows de mi
conciencia, / hacerme asomos virtuales en la noche / de todas las
inauguraciones…?
Xavier Villaurrutia con su obra “Nostalgia de la muerte”, texto
fundamental del mejicano, la veo como plataforma de Aniversario. Posiblemente Gris conozca esta célebre obra. En mi
opinión, Aniversario tiene una
extraña ilación con la obra del poeta mejicano. Villaurrutia y Gris están
interconectados en tiempo y distancia con el concepto de la noche, pero sobre
todo, con el tema de la muerte. Villaurrutia asocia la noche con la muerte: “La
noche vierte sobre nosotros su misterio, / y algo nos dice que morir es
despertar” (Nocturno miedo).
Romanof era un ser refinado, “un aristócrata caribeño”, un refinado griego del siglo XX –por su cultura
universal- que “arribó, quién sabe mediante qué tipo de internet / de los
anhelos, en los mares mortuorios y repetitivos de su suicidio”. Aunque
respetaba el culto católico, Romanof era un místico sin Dios: “En el fondo
Romanof era un místico. Un místico sin Dios”.
Pero un ser como Romanof, tan refinado y culto, “amaba freudianamente a su abuela, que lo adoraba, y
a Polanquito, (especie de “muchacho andaluz”). ¿Qué quiere decir “freudianamente”? ¿Quiere decir que era enfermizo,
sicótico? ¿No era acaso una pasión amorosa platónica, o sea, imposible? Ese
amor platónico ¿pudo haber agrietado la estructura de su personalidad ese amor
“freudiano”? El hecho es que RomanOn se pregunta: “¿Por qué se habrá suicidado
este pobre amigo mío / que algún día llegará a ser mi maestro?” El suicidio de
Romanof fue la última enseñanza para RomanOn, que aún respira por la herida que
dejara su maestro.
RomanOn quiere dar el salto a Dios, pero no puede,
aunque quiera, puesto que es, como Romanof, un “místico sin Dios”. Aquí entra
en juego el fenómeno de la conciencia, de la autoconciencia, tema que aflora
continuamente en la creación poética de Gris. Esa conciencia universal “en
simetría con la nuestra”, posiblemente sea la “conciencia de los universos”, es decir, el “equivalente a un internet o refugio de la conciencia
humana”.
La razón poética de RomanOn cae por su propio peso,
debido a que “toda realidad es triste en esencia porque siempre será meramente
referencial”. Más aún, la realidad es una “sombra de paradigma”. El sentido
trágico de la vida unamuniano está presente en la poética de Gris, que ve crudamente la imperfección humana y la sopesa con la
tristeza profunda de saber que es prácticamente imposible alcanzar la
perfección: “La existencia trágica atada
a la nostalgia de su propia perfección inalcanzable”. Esa afirmación de que la
perfección es imposible se relativiza cuando el Galileo dice a sus discípulos:
“Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto”. O cuando Teresa de Ávila,
la monja santa, dice en Las Moradas,
que la perfección se logra amando a Dios y amando a los semejantes.
Sin embargo, lo más triste y trágico de la vida, no
es tanto el lastre de la imperfección, sino la “consciencia de la muerte” que
tiene el hombre. “Ou plus tôt / ou plus
tard, / le trajet est égal / pour tous les voyageurs”, dirá el poeta Chateaubriand. Esa consciencia de la
muerte está en conexión con el pensamiento metafísico de Martín Heidegger, el
cual habla de que “el
hombre es un ser para la muerte”. Gris lo dice con otras palabras: “Nuestro pecado original es la consciencia de la
muerte”.
Lo que atormenta a RomanOn no es tanto la
imperfección humana, cuanto la consciencia de la muerte. La muerte como
problema existencial. Es el absurdo de la vida que tiene, sin duda forma y
belleza, pero aparejada con la inevitable realidad de la descomposición, la
destrucción, la muerte. El oro mezclado con el barro. “Belleza y forma humanas traen consigo principios de descomposición, de
destrucción de identidad y de la horma única, al final”. Ante esto, ¿qué hacer?
O reafirmarse en la vida o suicidarse. Romanof escogió lo segundo.
El discípulo, RomanOn, logra identificarse con su
maestro y recrea su imaginario poético con aciertos y originalidad: “confusión
dichosa; el cerebro en blanco pensando con los sentidos, / los sentidos pensando
sin el pensamiento, la sensación de que nuestra sensibilidad / andaba
levitando”. En esas extrañas experiencias interiores, “de un blanco rutilante”
es que RomanOn identifica lo que él llama “verdades de vida”, jugando entre el
dolor y el placer para aliviar la existencia: “armo y desarmo el puzzle del
dolor y sus placeres”.
La nostalgia será siempre eso, nostalgia, puesto que
jamás volveremos adonde estuvimos. La nostalgia del pasado está en todas partes
y en ninguna. Si una cosa es cierta, eso
es lo que hemos vivido. Mas lo vivido no deja de ser un vago producto químico
que pulula entre las sinapsis cerebrales que nos trae la memoria. “La nostalgia
no tiene territorio. / No regresaremos al lugar añorado / aunque lo visitemos. / Retirémonos al lugar de lo vivido. / ¡Sobre
lo que hemos sido no hay azar!” La agudeza de RomanOn alcanza cuotas de
genialidad: “El pasado no vendrá a nuestro encuentro / si acaso como fantasmas
indocumentados”. “Todo lo que hemos llegado a ser sin semejanza / regresará a
nosotros como espectros”. Dice también, con cuánta razón: “nunca podremos
juntarnos en lo vivido”.
RomanOn es consciente de que su fe, su escasa fe, no
es suficiente para creer que el cuerpo o el alma de su maestro Romanof, o la de
todos los que han vivido en la historia de la humanidad, estén en algún lugar.
Esta noción del más allá abisma todavía más el vacío y la angustia de la muerte
en el poeta. “Por la mala calidad
de mi fe (¿valdría decir “mi mala fe”? Comprendo que su cuerpo / enceguecido
por los peces no reposa en aquel nicho / ni en ninguna otra parte”.
RomanOn, sacudido por el recuerdo vivaz de la muerte
de su maestro Romanof, rayando el nihilismo más exacerbado llega a afirmar: “No
existiremos de ninguna forma / tampoco nosotros”. Ni siquiera pasando de unos a
otros el “recado genético”, pues “la reproducción no nos salva. Nada nos
salva”. ¿Por qué motivo o razones llega a este límite? Porque “he llegado a
notar que la muerte / anula nuestras existencias “reales” / transformándolas en
virtualidades de la memoria / de otros, que termina también borrada”.
¿Qué queda después de
que mueran los que nos recordarán? Queda, acaso, la posibilidad de una especie
de “internet de la conciencia” universal. “Resucitaremos en sus recordaciones y
ahí acabamos, / si acaso no emigramos a algún tipo de Internet de la
conciencia”. Estas palabras de Gris están en paralelo con las de Juan Bosch en su cuento "La muchacha de la Guaira": "Nosotros, los seres humanos, nos perdemos en la muerte, en la nada [...] Yo tengo un lindo recuerdo, un solo recuerdo bonito en mi vida, Hans, pero va a perderse, va a desaparecer cuando me muera".
Pero la cuestión que percute la conciencia del
poeta, de RomanOn, es el final de la vida: la muerte. “La muerte es el gran tabú de la vida”. Más aún, pone en duda, como
hacen los escépticos, no sólo la idea de la perfectibilidad humana, sino la
posibilidad de la vida en el más allá. Piensa que esa creencia es un producto
del miedo. “La obsesión por una supuesta sobrevivencia ultra terrenal / y la
presentación de la perfección de nuestra esencia vital / como pruebas de
trascendencia son para mí, / a veces, elaboraciones de nuestros genes metidos
en el miedo”. Sin embargo, hay visos de esperanza, paradójicamente, cuando el
mismo RomanOn afirma: “Nadie se muere dos veces ni tres o se refleja / sobre
cuerdas que tañen hacia otro universo”.
La realidad conocida, la experiencia acumulada,
viaja no sabemos hacia dónde: “Por razones que desconocemos / lo conocido viaja
/ hacia lo desconocido. / Nunca, al parecer,
podremos juntar lo que transcurre”. Lo cierto es que, y esta es otra
visión poética de RomanOn, “la realidad es un caballo desbocado expandiéndose
hacia la pradera”. Resuena aquí la teoría de la expansión del universo de Edwin Hubble y de Lemaitre.
Ni el pensamiento ni el cuerpo pueden abrir la
muerte. Es imposible. No es posible. “La muerte es una puerta cerrada que el
pensamiento no abre”. “El cuerpo no
puede abrir la muerte, es imposible / está al otro lado de su esencia”.
Nuevamente se avista un rayo de luz en esta poética
del tánatos de RomanOn. Moriremos, sí, pero la extinción no es absoluta ni total.
Hay una transformación de un cuerpo mortal a un cuerpo (si se puede decir así)
glorioso e inmortal. ¿Cuál es esa esperanza de vida más allá de la muerte? Ya
se ha dicho algo arriba, viviremos en un “collage de paraíso”, esto es, en un “internet de la conciencia”. No hay
una negación nihilista total, sino la duda que no cesa, la “mala fe” del poeta. “Juntos / vivos y en modo de
muerte, en lógica de sueño, / en las
atmósferas raras de la muerte despertaremos, / en collage de paraíso, suerte y
destino coexistiendo […] Vivirás en una especie de internet de la conciencia, /
vedado a tu imaginación que lo ha creado”.
Pero no le basta a RomanOn intuir esa forma de vida.
Pues lo que le mata en vida es saber, mientras vive ahora, que un día morirá
irremediablemente. Este es el gran problema de RomanOn, que es consciente de su
propia muerte. No le angustia tanto el después, sino este ahora muriente que
llega con la fuerza de un huracán a su conciencia. Aquí RomanOn escribe, tal
vez su mejores versos: “Saber que moriremos nos mata en vida / y luego el trance místico, los
segundos precisos / del tiempo imaginario de la muerte. / La diferenciación. El
salto. Y ya quizás muerto / la rosa contemplativa ¡el gozo de lo irreversible!,
el orgasmo de la conciencia sumergiendo / al mundo en su irrevocable
temporalidad”.
José Goroztiza, con su obrta “Muerte sin
fin”, aborda, al igual que Villaurrutia, el tema de la muerte. “Muerte sin fin”
es una obra fundamental en la poesía mejicana del siglo veinte. Goroztiza se ve
sacudido por el tiempo y la muerte. Aquejado por el tiempo escribe: “Es el
tiempo de Dios que aflora un día, / que cae, nada más, madura, ocurre, / para
tornar mañana por sorpresa… Es un vaso de tiempo que nos iza en sus azules
botareles de aire y nos pone su máscara grandiosa”. Su visión de la muerte no
tiene fin, el poeta mejicano lo dice así de forma insuperable: “Largas cintas
de cintas de sorpresas / que en un constante perecer enérgico, / en un morir
absorto, / arrasan sin cesar su bella fábrica / hasta que –hijo de su misma
muerte, / / gestado en la aridez de su escombros- / siente que su fatiga se
fatiga… / muerte sin fin de una obstinada muerte, / sueño de garza anochecido a
plomo / que cambia sí de pie, mas no de sueño, / que cambia sí la imagen, / mas
no la doncellez de su osadía”.
Para mí lo mejor de Aniversario está en este tramo final en que se vislumbra
un canto a la vida, un rayo de esperanza para la existencia, poética o
filosóficamente hablando, aunque falte el salto de la fe, que ya está en RomanOn
como semen fecundando el sinsentido de la vida.
El poeta intuye “lo que habremos de ser”, “lo que
hemos llegado a ser en el amor”. Su numen aflora con lucidez al afirmar:
“Algunos espíritus intensos miran por nuestros ojos / la luz arqueada por la
gravedad de lo que amamos”.
No hay fe en RomanOn, “buena fe”, en contradicción con su “mala fe”, -porque es pálida y
frágil y no porque sea mal intencionada-, pero hay amor, que es más grande que
la fe. Por el amor llegamos a ser en verdad lo que soñamos. En el amor
alcanzamos, no se sabe cómo, la plenitud de la existencia. “El icono formidable
de lo que hemos llegado a Ser en el amor / establecerá paradigma a los que
todavía no aman”. Sí, RomanOn, el amor es “paradigma” de la vida del hombre. Si
no hay amor, no somos nada. Si algo perdura, dice Pablo de Tarso, eso es el
amor, pues “el amor no pasa nunca”.
El discípulo se propuso una oda a la muerte de Romanof.
Sin embargo, al cantar la muerte de su maestro, se ha encontrado con sus
propios fantasmas. Aniversario no es sino una forma de decir al mundo que Romanof
sigue viviendo en la memoria de su discípulo, que el día que él también muera
se llevará a la tumba sus recuerdos. Pero con la salvedad remota de que pueda
pervivir en “collage de paraíso” o en un “internet de la conciencia” universal.
Le queda a RomanOn la posibilidad, imaginaria si se quiere, de que su maestro y
amigo “nade todavía mar adentro / sin llegar a saber / que ha muerto”.
Existencia intuida como posibilidad y no como negación en medio de la noche
como “el último rumor de los ahogados” como canta Francisco Matos Paoli en el Canto de la Locura.
Con este poemario Pedro Gris, a quien he llamado
RomanOn, en evidente paralelismo con su maestro, Nelson Minaya, Romanof, “tiene que haber arqueado el paso de la luz”. Aniversario le echa un pulso a la muerte. Es una
provocación a la muerte, que llega inexorablemente, y que le calcina la
inteligencia, la razón la razón al poeta.
Aniversario es una obra que reafirma que algo se va con la muerte y algo perdura.
En De convivio dice Dante: “Todos los
escritos, tanto de los filósofos como de los demás sabios escritores, están
todos concordes en que en nosotros hay algo de perpetuidad”. Aniversario, en toda lógica, con sus
paradojas, no escapa de esa afirmación del visionario italiano.
La poesía de Gris, RomanOn, es una poesía recia,
inquietante, universal. Poesía que hila el “collage de paraíso” que en lo
secreto anhela el alma. Porque el hombre es, en esencia, un ser que se resiste
a la muerte y desea, aún sin saberlo, el amor, la vida, la visión luminosa de
la perfección que Dante simboliza en la belleza divina de Beatriz. Aniversario conmemora la muerte de
Nelson Minaya y prefigura nuevas sendas, luminosas, para Pedro Gris.
Zaragoza (España) 6
de febrero de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario