Tegucigalpa, 4 de marzo de 2010.
Por Fausto Leonardo Henríquez
El poeta Óscar Acosta, (Tegucigalpa, Honduras, 1933) preside
Óscar Acosta es diplomático, periodista, ensayista y antólogo. Pero si algo lo caracteriza, más que ningún otro género, es su vocación de poeta. Ha escrito numerosos libros de poesía, a saber: Poesía Menor (1957); Formas del amor (1959); Tiempo europeo (1960); Tiempo detenido (1961); Escritura amorosa (1962); Vitrales (1958-1962); Escrito en piedra (1962); Poema para una muchacha (1963); Familia numerosa (1955-1975); Mi país (1971). Su poesía está escrita para ser cantada, para la ternura, para el amor y para elevar las esperanzas.
La presente entrevista nos revela aspectos muy valiosos y, como una película, nos traslada a los momentos más notables de la vida y la obra de un poeta que ha legado al parnaso hondureño lo mejor de su lira, de su talento y de su sensibilidad creadora.
F.L.H.: Yo le conocí como poeta y después como cuentista. Sus cuentos breves, “El Arca”, según la crítica, inició en Honduras un nuevo estilo de narrar y una manera inédita en el país. ¿Era usted consciente de ese acontecimiento? ¿Sabía que “El Arca” rompería fronteras y llegaría hasta nosotros, invicto?
O.A.: Cuando yo salí de Honduras al exterior, viajé a Lima, Perú. Era yo muy joven, tenía 19 años. Duré seis años en Lima, que está al sur de Perú. Durante ese tiempo me formé literariamente. Allá he sido bibliófilo, un zahorí con los libros. Encontré un libro, que era una antología de literatura fantástica, cuyos antólogos eran Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en una edición de Buenos Aires. Compré la antología y me impresionaron los cuentos breves de muchos autores, sobre todo europeos y orientales, norteamericanos, sudamericanos. En esta antología salían, incluso, cuentos breves de Borges.
F.L.H.: Por aquellos años mozos, ¿qué clase de cuentos se escribía en Honduras?
O.A.: En Honduras se estilaba el cuento criollista, con temas campesinos, de las chozas, los gamonales, las caballerizas, de los sembradores de maíz, cuentos agrestes, de la campiña. Aún no había llegado el cuento urbano, que llegó más tarde con Martínez Galindo.
F.L.H.: El contacto con la literatura fantástica, en su estancia limeña, ¿qué impulsos creadores suscitó en usted? ¿Qué nuevas ideas sobrevinieron en su joven mente, cargada de imaginación?
O.A.: Yo me dije: ¿por qué no escribir un tipo de cuento breve, un tipo de cuento maravilloso y fantástico? Fue así como en
F.L.H.: De aquellos que pudieron leer “El Arca” ¿qué decían, en grandes rasgos, cuál fue su ponderación?
O.A.: Mucha gente decía: “estos son poemas cortos, estos son narraciones breves” porque por entonces la gente no estaba acostumbrada a ese género del cuento breve extraordinario, que después ha tenido a grandes cultores, como es el caso que usted menciona de Monterroso con su famoso cuento “El dinosaurio”.
F.L.H.: Hoy, como sabemos, la percepción sobre “El Arca” ha cambiado, ¿a partir de qué momento concreto su libro de cuentos empezó a cobrar notoriedad?
O.A.: Como he dicho, mi libro no fue valorizado en aquella época, sino hasta que la universidad de Honduras, en la década de 1960 hizo una segunda edición. Fue a partir de aquí que la gente se percató de la naturaleza del libro. Hubo amigos míos, gentes mayores, que me decían de una manera aparentemente cariñosa: “Recibí tu libro con los cuenticitos”. Risas.
F.L.H.: “El Arca” es, pues, un libro fundamental en la literatura hondureña del siglo XX, partiendo de eso, ¿qué alcance ha tenido dentro y fuera de Honduras?
O.A.: Han aparecido ensayos, como por ejemplo uno muy bueno de Eduardo Bähr y de Hellen Umaña, entre otros escritores más, que revaloran esos cuentos míos que han salido en antologías españolas y suramericanas. Hay una antología del Fondo de Cultura Económico de México, preparada por Edmundo Valadés, de la que destaco un hecho bien simpático porque me cambian el nombre y me ponen “César Acosta”. Risas.
F.L.H.: Aquel libro de “cuentecitos” dejó de ser anónimo y él solo, sin más fuerza que la propia, se encumbró en el parnaso nacional hondureño, a este tenor, ¿se analiza y estudia su obra en las universidades del país?
O.A.: Ya el libro entró por la puerta grande en
F.L.H.: Normalmente en un libro de cuentos hay algún cuento que atrapa y es, por así decir, el emblema de la obra, en “El Arca” ¿cuál es el cuento que más llama la atención de la crítica?
O.A.: Me ha sorprendido que en una antología del cuento breve en España salga publicado un cuento mío con mucha nombradía que se llama “El regresivo”. Es un cuento que algunas personas han querido verlo con una reminiscencia de un cuento de Carpentier llamado “Regreso a la semilla”.
F.L.H.: ¿Tiene usted alguna explicación a esto? ¿A qué se debe?
O.A.: Cuando analizan a uno, es que uno se da cuenta de las cosas. Muchas veces los críticos literarios ven cosas que el creador no ha visto. Este fenómeno también pasa con la pintura.
F.L.H.: ¿Podría usted ilustrar esta afirmación, reveladora, por cierto?
O.A.: Yo soy amigo de Mario Castillo y éste me comentaba que Miguel Ángel Ruiz -que es otro maestro de la plástica hondureña-, no se ha dado cuenta de una de las cosas que él hace, que es que él logra unos azules que sólo a él se lo he visto. Miguel Ángel es un maestro en el manejo de los azules, pero posiblemente para él pase inadvertido. Tienen que señalárselo de fuera. Eso me pasó a mí con “El Arca”. Para mí fue un juego como de artificio y no me imaginaba yo que después iba a pesar en la literatura hondureña.
F.L.H.: Después de este libro de cuentos breves y fantásticos, ¿ha continuado el cultivo de este género?
O.A.: Después de mi libro de cuentos “El Arca” sólo he publicado cuentos sueltos. Que tal vez si los reúno haría una edición más voluminosa.
F.L.H.: Esto que usted dice es extraño o al menos llamativo, ¿por qué no siguió publicando cuentos con el rigor de su primer libro?
O.A.: Esto se debe a que mi fuerte es la poesía. Me considero esencialmente poeta. Tal vez si fuera por gradaciones yo sería un 90 por ciento poeta y un 10 por ciento cuentista.
F.L.H.: El cuento, según la clásica definición, debe tener un punto de partida, un nudo y un desenlace. Los cuentistas, por lo general, acaban construyendo su propia teoría de lo que es un cuento. Cuando leemos a Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. (1959)», uno tiene la impresión de que la clásica definición se tambalea.
O.A.: Yo fui muy amigo de Monterroso a quien conocí en México, hace muchos años, allá por los años 60. Después nos vimos en un congreso de escritores que convocó Sergio Ramírez en Costa Rica cuando era secretario general del Consejo Superior Universitario. Ahí conocí, porque asistió a ese congreso, a Juan Rulfo, que era un hombre monosilábilo, pues casi no hablaba. Era muy corto de palabra, pero era un hombre que se tomaba su vino. Risas.
F.L.H.: Veo que usted tiene sentido del humor, poeta. Se agradecen esos puntillazos.
O.A.: En ese tiempo hacíamos muchas bromas, entonces hacíamos parodias y yo le hice una parodia al cuento “El dinosaurio”, decía: «Cuando el dinosaurio despertó, el General Carías ya estaba allí». Risas. Porque estuvo como 16 años de presidente, ¿verdad?
F.L.H.: Usted conserva viva en la memoria un pedazo de la historia de sus contemporáneos. ¿Conoce usted los orígenes de Monterroso?
O.A.: Monterroso nació en Tegucigalpa de madre hondureña y se fue a Guatemala cuando tenía 15 años, entonces le tocó esa etapa de Carías, parte de la historia de Carías. Y la gente decía que Carías había sacado a su familia porque era guatemalteca.
F.L.H.: Entonces, ¿cuál es la versión veraz de asunto? ¿La conoce usted?
O.A.: En realidad salieron del país, me dijo Tito (Monterroso) porque su padre era un mal empresario y le iba mal en todas las empresas que ponía. Puso una imprenta en Tegucigalpa y la imprenta quebró. Y salió una oferta en Guatemala y por eso fue que emigraron a Guatemala.
F.L.H.: Como veo, usted conoció la familia de Monterroso bien de cerca, ¿no es así?
O.A.: Monterroso era hijo de una hondureña que se llamaba Amelia Bonilla y nieto de un señor que fue muy célebre, un gran abogado, ministro de gobernación y de relaciones aquí en Tegucigalpa, que se llamaba Don César Bonilla. Yo he rastreado los archivos para ver si había escrito cuento, narrativa, algo, pero no hay nada, nada, sólo hay informes oficiales. Era un personaje de la política hondureña.
F.L.H.: Siendo Bonilla un personaje sobresaliente de tu tiempo ¿se le hizo algún homenaje, aunque fuera póstumo?
O.A.:
F.L.H.: En otro orden, usted ha destacado también como poeta. Tal vez se le conozca más, en el ámbito literario sobre todo, por cultivar el género del bello decir, la poesía. A lo largo de su trayectoria como poeta hondureño, ¿en qué momento de su creación poética cree haber alcanzado su máxima expresión? ¿Con qué obra?
O.A.: Como le decía, yo me fui de aquí de Honduras casi siendo aún un mozalbete y allá en el Perú fue que empecé a leer poesía y me relacioné mucho con los poetas del 50, de 1950.
F.L.H.: ¿Algunos nombres?
O.A.: Sí, cómo no. Por ejemplo, está Francisco Bendezú, Alberto Escobar, Washinton Delgado y los Maestros eran Jorge Eduardo Eielson, y Javier Sologuren, que no eran veinteañeros, sino que eran mayores de treinta. Entonces, yo me relacioné con ellos y leíamos mucho. Había una librería que se llamaba “Juan Mejía Baca” que llevaba mucha novedad sobre todo poesía de México, de Argentina y Chile. Esta era la librería que nos nutría a nosotros. Había un personaje, que sí era un maestro, que era el que orientaba a uno, que se llamaba Sebastián Salazar Bondy. Él nos decía: “Acaba de llegar una nueva antología de la nueva poesía argentina, cómprenla antes de que se termine”. Porque a veces sólo llegaban veinticinco ejemplares. Pues como digo, era él el que nos orientaba.
F.L.H.: Y ¿a partir de qué instante usted le roba la lira a Orfeo?
O.A.: Fue a partir del momento que le digo que empecé a escribir poesía, una poesía sin mucho oropel, sin muchos adjetivos. Es la poesía de los seres y las cosas. Y de ahí nace ese libro de poesía mía que se llama “Poesía Menor”, que creo que es el libro fundamental de mi obra poética. Es un libro como de veinte poemas. Es una poesía muy vital, como le digo, sin mucho brillo, muy coloquial, desnuda. Es una poesía de lo esencial cotidiano: de los perros, de los burros, de los caballos, de las casas, del teléfono. Este es el libro que considero yo que es el más importante de mi producción.
F.L.H.: Según la edad y la circunstancia existencial los poetas, influidos por el mundo y por las ideas, se van creando su propia personalidad artística, según esto, ¿cuál es el hilo conductor, o lo que es lo mismo, el denominador común, a lo largo de su creación poética?
O.A.: A partir de mi primer libro he escrito poesía amorosa, mucha poesía para los héroes, mucha poesía con temas específicos, como los poemas a Copán, (ver poemario “Escrito en piedra”) y por eso le digo que es una poesía sobre los seres y las cosas. Porque usted como poeta sabe que todo es poetizable, todo, todo. No hay nada a lo que no se le pueda crear una aureola como de poesía viva. Eso Neruda lo viene diciendo con su canto a la cebolla, ¿verdad?
F.L.H.: Por otra parte, desde principios de década de este siglo XXI ha habido en Honduras un despertar considerable en el ámbito literario, tanto en
O.A.: El auge de poetas y narradores de la última década, particularmente en
F.L.H.: Yo no sé si en el pasado se había dado una generación de narradores y poetas como el de la última década y que además están organizados; con gran capacidad de divulgación con sus propios sellos editoriales y con Internet como medio divulgativo de todas sus hazañas.
O.A.: Esto es un acontecimiento nuevo en el panorama literario hondureño. En el pasado éramos lobos esteparios, solitarios. Cada uno hacía su propia voz. Pero por ejemplo, aquí en Tegucigalpa está un grupo que se llama “Paispoesible” y en
F.L.H.: Brevemente, dígame ¿a qué generación literaria pertenece?
O.A.: Mire, yo pertenezco a la generación de Honduras del 50. Cuando yo me fui al Perú, los miembros de mi generación éramos cinco: Adolfo Alemán, narrador, Armando Zelaya, narrador y poeta, David Moya Posas, que era fundamentalmente poeta, Pompeyo del Valle y su servidor. Pompeyo que es del 29 y yo que soy del 33. Después vienen otros poetas, pero que no pertenecían a ese grupo como Antonio José Rivas y Roberto Sosa.
F.L.H.: Siguiendo el hilo de la conversación respecto a la nueva generación de escritores, ¿qué valoración hace usted del trabajo que están haciendo los poetas y narradores hondureños de nuevo cuño, los cuales sobresalen por sus publicaciones, su divulgación impresa y también en internet?
O.A.: Yo creo que eso es beneficioso, porque ese árbol de la literatura necesita que lo hamaqueen, ¿verdad? Y que caiga frutos, así podremos saber si son amargos o no. Porque estuve en San Pedro Sula, hace como unos dos años, y conversaba con Julio Escoto y Armando García, que había un grupo de muchachos que era irreverente, que iba contra todo, que era más bien como destructivo. No me parecía a mí que se burlaran de los grandes maestros, que para qué leer a Darío, que para qué leer a Huidobro, a Vallejo, que son cascarones vacíos. Eso me parece, más bien, que era una pose, porque la poesía es un ejercicio serio. La poesía no es para mofarse ni de la literatura tampoco, sino que es una tarea muy noble. Yo sí creo en el respeto.
F.L.H.: ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas, el primer contacto con los maestros?
O.A.: Darío, en primer lugar, Neruda y todos los escritores cuyos libros se podían leer y conseguir en las empobrecidas librerías de aquí de Tegucigalpa. Ahora con el Internet, por ejemplo, uno busca que José Emilio Pacheco se gana el premio Reina Sofía y lo encuentra fácilmente y aparece la biografía, la foto de él, poemas de él que usted puede leer en el momento.
F.L.H.: Usted es un poeta con mucha experiencia y conocedor de su oficio, ¿cómo concibe usted la lírica, esto es, el arte poético?
O.A.: La lírica es como un bosque o algo así. Uno penetra en ese bosque de alguna forma y a medida que avanza va descubriendo cosas diferentes. Por ejemplo, yo he incursionado en poesía patriótica, si así se puede decir, cantándole a los pinos de Honduras, a las formas de Honduras. Tengo, incluso, hasta poesía política, siempre tratando de que el país mejore, como con un aguijón para que la gente se despierte, para que la gente piense en otras cosas y que no esté adormilada ni fatigada, tirada en un sillón; no, no, sino que busque el quehacer.
F.L.H.: La palabra poética conserva su dinamismo, ¿cómo ha experimentado el paso del tiempo en su trabajo creador?
O.A.: En poesía, como le digo, se hacen nuevos descubrimientos. Yo creo que la poesía no envejece, no es un bosque muerto, sino que es un bosque vivo en el que cada día se encuentran nuevos brotes. Uno no envejece con la poesía ni la poesía envejece. Podrá envejecer el cuerpo, pero la poesía no. Pero cambian las ópticas y los modos de decir también. La poesía es como el idioma, creo yo, es una cosa viva que se puede ir renovando todos los días. La poesía es como un río que tiene diferentes formas mientras va cayendo. Las olas nunca son iguales, siempre son diferentes.
F.L.H.: Usted ha dicho antes que se siente más poeta que cuentista, ¿por qué motivo?
O.A.: Porque me permite expresarme mejor. Los sentimientos los expreso mejor en poesía, porque yo creo que todo lo puedo decir en poesía. En cambio, en un cuento estoy como limitado, en eso del desarrollo del cuento me siento como encapsulado, constreñido. En poesía siento mayor libertad de creación.
F.L.H.: Usted ha dicho antes que se siente más poeta que cuentista, ¿por qué motivo?
O.A.: Porque me permite expresarme mejor. Los sentimientos los expreso mejor en poesía, porque yo creo que todo lo puedo decir en poesía. En cambio, en un cuento estoy como limitado, en eso del desarrollo del cuento me siento como encapsulado, constreñido. En poesía siento mayor libertad de creación.
F.L.H.: Como Director de la Academia Hondureña de la Lengua Española, ¿cuáles han sido sus mejores momentos, sus logros más destacados?
O.A.: Hemos logrado cuestiones materiales, por ejemplo la sede nueva de la Academia, pues el huracán Match se llevó con la riada la casa de la Academia, que quedaba en Comayagüela. Hemos logrado, con Cooperación Internacional, tener una sede apropiada para la Academia, muy digna, que está aquí en el centro histórico de Tegucigalpa.
F.L.H.: Aparte de tener una nueva sede de la Academia, ¿qué otros logros usted ha conseguido como Director de la misma?
O.A.: Otra labor que yo creo que he hecho ha sido la animación cultural: hacer publicaciones, obsequiarlas, porque no se venden, se venden pocas, pero las obsequiamos a las universidades, instituciones culturales, escuelas y escritores. La misión de la Academia no es cobrarle a una pobre escuelita, que tiene los anaqueles vacíos, no, la misión de la Academia es popularizar la cultura, las letras y que se mejore el lenguaje. En un país tan depauperado como el nuestro no se puede pretender vivir de la cultura. De ahí la necesidad de popularizar la cultura y hacerla accesible al gran público y que la literatura salga a la calle, en ferias, en un festival cultural o en una efemérides, como por ejemplo, la de Juan Ramón Molina, la de Froylán Turcios. No queremos quedarnos en casa, en esos eventos siempre estamos presentes y solemos designar a algún académico para que salga a la calle y hable en nombre de la Academia.
1 comentario:
¡Muy buena entrevista!
Y curiosa la información que Armando García y Julio Escoto le pasaron a Acosta, exagerándola. Ninguno de nosotros aseguró nunca que para qué leer a Huidobro o a Vallejo o a Darío (que leímos siempre con entusiasmo en nuestros primeros años). En cambio sí podíamos decir (aunque después de leerlos) que para qué leer a Escoto o a García.
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