lunes, 3 de septiembre de 2007

SUCESIONES, poesía, 1995

OBERTURA

Los campos despiertan con la música líquida
de la blanca nieve.
Despiertan los árboles con el verde trinar tierno
de sus hojas clariesmeraldinas.
Nacen los primeros pajarillos
y las primeras mariposas amarillas, rojas, pintas,
azulescamadas y bellas como el arco iris.
Vuelan tímidas.
Empuñan los rosales los infantiles pétalos por erupcionar,
y así los jardines, como violines preparan,
en el pentagrama abrileño,
los colores que oirán los ojos de mayo.
El rocío es música grana que deleita con su blancor
la alborada fresca de las primeras mañanas de abril
hasta las últimas amapolas de mayo.
Hay un rumor a retoño, a vida, a canto, a plumas, a poesía,
a luz en esta estación que me eleva entre sus cuerdas opalinas
al quinto cielo de la beldad: a la primavera.

SONATA DEL RUISEÑOR

Con el pecho hinchado y lindamente emplumado
y con las alas entreabiertas, en la rama de un naranjo
el ruiseñor toca la flauta travesera que un día le diera Apolo.
En el aire se suspenden las notas ledas, transparentes.
El ruiseñor entreabre el pico y vibra su buche
mientras emite notas sonoras que elevan, olvidada de sí, el alma
hasta el fondo de la altura.
Es de mañana y, con admiración de emperador, el sol se inclina,
reverente, con su dorada casaca, hasta donde la dulzura
encanta hasta a las plantas, hasta donde Mozart encarnado,
eterniza melodías que muchas piedras, incluso,
oirán con inaudita admiración.
La sonata es de plata, es argentino vestido
de una madonna de gala.
Sólo los colores varios de un jardín podrían parecerse
a la irisada música que sale de la flauta
del maestro de los pájaros cantores.
Escuchadle si alguna vez
sus silbos emiten entre la fronda.

SUITE DEL RIATILLO

De un monte en los senos...
dulces sonoras señas de los cristales.
(L. Góngora)

Baja canoro un hilo de música del monte.
en medio de árboles y de flores silvestres,
de abejas y abejorros, algo deleita el oído:
Es un dulzor de agua
que salta, a veces, sobre las piedras y que ríe y juega
siempre hacia abajo, como adrede, acaso con la intención
de hacer felices a otros entes que viven tristes en las sombras.
Se despierta mi alma y sonríe, abiertos los ojos,
al ver culebrear, casi al ritmo de la locura,
la inocencia pura de las montañas.
Como que mi alma se enamora de tan delgada melodía,
y quisiera retenerla en mis recuerdos
como la más delicada ocurrencia de la naturaleza.
A Vivaldi le gustará saber que aquí hay faladoladas
piezas aedas que yo interpreto
con la orquesta del alfabeto y mi pluma.

GAVOTA

Oh prados y espesuras,
de flores esmaltados.
(S.J. de la Cruz)

Los alcores, amapolados, leonados,
están gloriosos, terriblemente primaverados.
Una perdiz bermeja, alza, breve, el vuelo al verme;
y se esconde con un cándido arrullo,
que si no es de amor, es de felicidad.
Verde la hierba.
Verde la distante fronda y el olivar.
Una manada de pájaros se sienta en un pequeño cerro,
y buscan algo que no es oro, pero que vale oro.
Salta un venado tras unos arbustos.
No hay cazadores cerca.
Deduzco que alguna emoción de gozo le habrá hecho
celebrar con un brinco la buena nueva:
El nacimiento
de uno de su casta.
Mariposas a puñados se sientan sobre las amapolas,
mas se confunden con ellas, pues parecen
que buscan su color para camuflarse.
Pían los gorriones, mientras silba en una matita
un jilguero algo que él escribió.

CHORUS NATURAL

El viento sopla donde quiere
y el polen nunca sabe dónde va.
(E. Cardenal)

Con voz potente los puños de las flores
irrumpieron y cual coral de Viena o de New York
sus cuerdas bucales —sus olores—
vibraron en el vacío.
El jardín, con sus semejanzas desemejantes,
es un armonioso coro de colores, de colores que son voces:
sopranos, tenores, barítonos, contraltos y bajos.
Hay una armonía bachiana perfecta, pura, en este edén,
melodiosa como una composición vivaldiana, y sonora
como una cantata de Verdi.
¡Oh, la gracia polifónica de abril y mayo
se ha volcado sobre el jardín
—antología de perfumes y de rosas y de colores—.
Un forte, una fuga, un deleite perenne.
Todo se eterniza sobre
las cuerdas del arco iris, y de repente,
todo es música de flores y flores y flores.

FANTASÍA


De novia me ha sorprendido hoy la rubia de las noches.
Evoco palabras romeadas a la prenda del cielo.
Cae platina luz sobre el estanque, y presiento
cómo a mis ojos su dulce voz luminosa besa, en silencio.
Nubes pardas pasan por debajo de sus pies de plata
y se alejan para que pueda yo abrazarla
desde mi ventana, cual a Julieta, el varón que la amaba
hasta la incordura.
En redondo mayor me abraza
el claror divino de la reina
de las estrellas de la tierra.
Y siento que es primavera, que es tiempo de romances,
y de poemas sonoros.
No te vayas mujer de blancas mejillas,
no te vayas que tengo que besarte esos labios
de miel y de cielo.

MADRIGAL

El alba viene silbando
por el monte como una golondrina
y va despertando con su música de sol anaranjado
a los pájaros, a las fieras, a las plantas, a las flores,
y toda la ternura silvestre del monte.
Todo va tomando color,
como si la alborada trajese vestidos
para cada cosa, para cada animal, ave, insecto o planta.
De repente, la vida inició como una escena suspendida
el día anterior por la noche.
Muchos actores actúan en esta película de la natura,
y la alborada es la musa que excita de mañana
a todos los actores.
Sube el sol hacia la cumbre del cenit, lento,
galante y vigoroso
como un Cid en busca de una conquista iniciada
muy temprano con el alba.

MINUETO EN LUZ MENOR

Las estrellas están felices esta noche de mayo;
parpadean pluralmente.
Con mi guitarra les hago compañía
y ellas responden parpadeando
cual votive lights.
Venus sonríe con una ternura nunca vista
y en el esmalte de sus destellos
hay tranquila y serena paz.
Un suave olor dulce llega hasta mí
y mi nariz consulta
su procedencia hasta dar con una mata
que sólo de noche abre sus capullos perfumados.
Los grillos como flautines ensordecen la noche,
mientras luciérnagas solitarias
corean las estrellas con incansable fosforeo.

CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA

En primavera ejercitan
las abejas su trabajo al sol
por los floridos campos.
(Virgilio)

La primavera
es un largo poema que va de abril a mayo.
Stravinski la interpretó como una miscelánea
de poemas sinfónicos.
¡Oh divina música abrileña!
De plurales colores es la sinfonía, cuyo ritmo deleitan
los oídos de los ojos y los ojos de los oídos
y que la gran polifónica de la natura va interpretando,
casi al borde del éxtasis, con la dulzura
de lindos pasajes de riachuelos melodiosos,
y cálidos amaneceres abiertos
y numerosos fonemas escondidos entre las frondas.
Pájaros y pájaros y más pájaros se juntan
para la consagración de la primavera.
Todos en un rito pajaresco
ofrecen a la primavera una antología
de flores, azahares, alboradas,
cantos, plumas, besos, vuelos.
Lo mejor de la primavera
está seleccionado por Stravinski,
escuchad el aleteo canoro de sus versos musicales
y de las mariposas de sus notas,
la melodía de sus alas de seda.

CODA

Pájaros, mariposas, flores, música de agua,
claro sol y dulce vuelo de blancas nubes por el cielo.
Rocío sobre la hierba,
pichones con bocas hambrientas,
pétalos que se abren, fresca brisa de seda,
y perfume con olor a oro.
Bosques como conciertos, como música vivaldiana.
En plenitud todo ello. Rumor a divinidad, a besos,
a violines de ternura.
Blancas, rojas, azules y zafiras notas musicalizan
—en allegro— el mundo.
Da un forte de belleza, un piano, suave,
en una gota de agua
pendiente en la punta de una hoja.
Brisa, rocío, flores y pájaros al unísono,
hacen sonar sus
instrumentos de cuerdas y viento
y todo se paraliza para escucharles:
Dios, el cosmos, todo, todo.
Lentamente se va smorzando el color sonoro
de la primavera y su eco permanece en mis ojos,
en mi alma, suspendido como una pluma.

PRELUDIO

Amanece en clave de sol y el ámbar de la mañana
tremola en las hojas que la brisa primera mueve
con ternura casi maternal.
Los rayos del sol penetran como lanzas
por entre las hojas
de la fronda.
Se avecinan los días de calor,
de caricias que son fuego.
Sube al monte el astro y pone sus pies en toda la tierra
hasta someter el verde al amarillo,
y al agua en llamas.
Nubes solitarias descobijan el cielo
y huyen vagorosas
dejándolo desnudísimo;
aumenta la temperatura y con ella el amor.
Las sombras son como vasos
de refrescos en estos días estivales.
Se dilatan las flores tardías
y el tiempo es más largo y más lento
y más pesados los pies de las horas.
Es sofocante tocar en clave de sol en verano.

MÚSICA DE ESPIGAS

¡Mirad el trigal! Miradle, no con los ojos,
sino con los oídos.
Es música lo que sus espigas emiten, dorada,
divinamente dorada.
¡Tanto trigal amarillobosque,
evoca la más cara puesta de sol!
Los pájaros oyen sus maraquitas
y vienen a comerse sus notas sabrosas.
La brisa austra se deleita acariciando con sus dedos
la manchega llanura de trigo, porque hay placer, locura,
en sus melodías de granitos comunitarios.
He venido a beber música del seco aplaudir
de las migmeas matitas de trigo.
Y es que hallo desveladas en ellas
el ritmo de la poesía, que es melodía, eternidad.
El sol sueña por las tardes al son suave
de las espigas y ha aprendido del trigo,
con humilde resignación,
a ser oro en el ocaso y lámina de ofir
sobre el mar encendido.

FUGA

Los opimos almendros gestan
en el útero fraguado del estío sus últimas sonrisas.
Canta un pájaro y vuela asustado.
Pasa, rápido, un gran puñado de golondrinas.
El viento sopla, al compás de fusas, las morunas nubes,
y luego se abre un claro silencio azul,
y se alejan los islotes de futuras lluvias inciertas.
De nuevo pasan, veloces, fugaces golondrinas;
algunas quedan colgadas en el vacío.
Fina la afilada voz de un jilguero,
la alta temperatura evapora y quiebra.
Se está formando un fuerte nublado en el sur.
Las nubes huracanadas giran
y giran en espiral, fantásticas,
como si tuvieran pesadillas.
De pronto, llueve, pero en el acto se va
como una fuga de Bach,
y aparece el arco iris como una corona de diamantes.
Truena, relampaguea, y el flash se pierde, desaparece,
junto con el tambor de las montañas.
El silencio orna de quietud esta hora avulcanada.

PÁJARO DE FUEGO

Las calles de carbón tiemblan,
las delatan los espejismos
del sol de las tres.
Junio y julio han durado años en diluirse,
y han pasado
con los días prendidos como volcanes.
Hoy es el último día de julio, quien está empeñado
por sellarlo en las paredes inocentes del verano.
Cómo queman las manos del sol a esta hora de media tarde.
Mejor es que no acaricie si hace sufrir.
Mira las pobres piedras, sudorosas,
cómo exhalan el vaho
de sus cuerpos, extenuadas de sed.
El sudor húmedo de la frente provoca mi mirada y la sala.
Dobladas las rosas, caen rendidas sobre sus hombros.
Sólo el rumor monótono de las abejas zumba
en el vago silencio destemplado de la tarde adormecida.
No hay brisa, sólo el horno que Vulcano mantiene encendido.
Pájaro de fuego, el sol que baja
con las alas flamantes.

CLARO DE LUNA

Por las noches de verano
el amor toma forma de besos
y se pasea prendido de las manos
bajo el carro de la luna.
Las serenatas a julietas suenan como arrullos
al frente de iluminadas ventanas plateadas.
La plata de la luna vale como el oro
si está esparcida sobre manso estanque o fronda clara.
Becquerianos poemas recita el agua de la fuente,
y se tornan hermosos los ojos de la amada, si hay luna.
El corazón se enciende en rojo amor de rosas
y sólo el agua platina del sol nocturno
lo puede apagar bajo las copas de un árbol
o tras cortinas pardas.
La guitarra —con clásico son— eleva sus notas
melodiosas y argentinas a la altura de lo supremo,
justo hasta donde Dios aplaude el don
con respetuosa admiración y calor divinos.
Verano, es verano,
es tiempo de desabrigar el corazón
y la ternura.

ENCUENTRO

He salido al balcón a buscar
la frescura
de tu presencia.
La brisa abraza mi cuerpo y susurra en mi oído
un cálido idioma como si de caracol, el rumor a mar.
Los reales cocoteros jóvenes
silban canciones ignotas entre sus pencas y racimos,
de dorados frutos de dura piel alcornoquina
y blanca camisa compacta
y líquido sabor cristalino.
Una acuarela vangohniana de la natura
con jugosos frutos de oro, los naranjos adultos,
parecen planetas, pequeños soles.
Puedo sentir a través de la mirada
el hálito piano que despides y
que sale a mi encuentro, aquí, hacia este balcón
donde te espero con la camisa medio abierta.

OPUS Nº 7

Cae la tarde con ritardante compás: suave, lenta,
como con largas notas provocadas.
Centellean los últimos rayos del día
y un candor liláceo bruñe el esplendor del horizonte
que parece detenerse entre berbejo
y oro y amarillo hoja.
Aves migratorias en consonante grafía aérea
cruzan en paralelo el fondo cuarzo del oeste.
En este instante rueda con rapidez la moneda de fuego,
como persiguiendo otros países
en el lado opuesto de la tierra,
mas es la tierra la que huye de los candentes besos
de quien le ha declarado su guerra de amor,
amor que es rescoldo que quema,
y que tortura de ternura.
Es agosto, me agobia con la manía del sol que se da
de esa forma tan tigresca: con sus garras de llamas
que hechizan el cosmos.

OPUS Nº 8

Maduran las frutas.
Los árboles parecen estar satisfechos,
se les nota en sus rostros plenos
la buena savia que les llegó al corazón, a sus huesos.
La nieve se desprendió imperceptiblemente
de las cabezas puntudas
de las cordilleras y se volvió líquida fonía.
Los pichones ya son jóvenes y lucen sus lindos plumajes;
andan, calientes, piropeando a las muchachas. Ya algunos
han contraído el "consortio totus vitae".
Sorprenden orquestas de mirlos, perdices,
tórtolas y algún que otro violinista
como el ruiseñor o el jilguero.
Se está yendo el estío
como un peregrino
cansado; me da la espalda,
y apuro la mistela que escanció con sano hedonismo
la primera alborada de esta célebre estación,
interpretada en clave de sol
por el maestro de la luz.

SINFONÍA Nº 1

Las playas olvidadas son visitadas por sirenas
que se desnudan de la cintura para arriba sin pudor.
Se divierten las olas con la arena, y van y vienen,
y vienen y van unas tras otras.
Sombrillas obligan al sol hacer sombra,
mientras sus cuerpos de guitarra
barnizan con sol su piel, las sirenas rubias.
El mar está feliz al tener de visita tantos huéspedes
y les crea un lelo oleaje que es un vals bailable,
escuchable hasta el fin del tiempo.
El sol camina por la orilla de la playa, natural, sin excitarse.
Le centellean sus pies luminosos
en las diminutas piedrecillas,
se complace en tocar con sus dedos calientes
los cuerpos lustrados con aceite de playa.

OPUS Nº 10

La gente por las calles denota que es verano,
sus pasos lo dicen y sus finos tejidos claros.
Hay mucha humanidad en los parques y cascos antiguos.
Las heladerías son un panal de abejas,
un rumoreo almibalado.
Las cafeterías y restaurantes
son eco vivo de las vacaciones,
de quienes han huido de las garras urbanas
y de las trémulas mordeduras del estrés.
Cámaras fotográficas y vídeos cámaras
sujetan con desgana
lo que la memoria y la mirada,
como un estómago lleno casi regurgita.
Los aviones están cansados de traer y llevar turistas
entre sus anchas alas desplumadas.
Llegan a la gran ciudad, bajos, arrasando los altos edificios.
A veces querría poder hablar para expresar
el displacer que le provoca el placer
de sumergirse en los intestinos
de la Estatua de la Libertad
o de la Tour Eifel.
Contemplo y callo, para poder hablar, bajo palabra,
de una música destemplada, aburrida, anestesiante
y ordinaria del verano.

OTOÑALESCA

«No son músicos, sino las hojas del árbol
las que producen música».
(Las Mil y una Noches)

Los bosques se tornan vangohnianos
y los paisajes, terriblemente otoñados,
con su pluma ínclita, describiría Tolstoi.
Un amarillo limón endulza de hermosura
los follajes de tal suerte que sólo la mirada fija,
pero rápida, de una cámara —el alma—
podría retener como en una foto, intacta.
El ocaso combina, con sabia maestría,
su otoñal amarillo con el amarillo bosque,
pintado con malicia de artista y pincel, en la arboleda.
Hay algo celeste en estas hojas maduras,
me lo dice el corazón, que no sabe mentir, sino sentir.
Hay música, encanto, paz, y un manso rumor a hojas
que Tagore haría entrar en la poesía con espiritual son
y tierno verbo, como Mozart el minueto
de Don Juan o del Divertimento sobre el pentagrama.
Me gusta comtemplar, absorto,
la evolución de lo que en abril y mayo
fue irrupción de flores y hojas, palabra vegetal,
y realización maternal de las plantas fértiles,
las cuales se pintan el pelo de rubio fuego,
de trigo y oro porque, acaso, temen a la vejez.

CONCIERTO EN Re m

Bajo el otoño todos los seres
se rinden a la libertad.
(Mao Tse—Tung)

De repente se rompen los colores,
y una capa de amatista triste
se adueña en redondo de la esfera del cielo.
Los pájaros engrifan sus pechugas y esconden sus cabezas
bajo las sábanas calientes de sus alas.
No hay cantos, más que el frío piar de gorriones y urracas
o de ciguas viudas.
La gente no pasea ya por las calles ni bulevares.
Las voces se han vuelto pálidas,
se nota en las canciones de la radio.
A veces un gris soleado, como piedra pirite,
aviva los pasos de las horas melancólicas,
pero pronto, por las tardes, en especial, se nubla
por donde se supone se acuesta el sol.
Muchos días pasan y el sol no se ve.
Tan sólo por el reloj se adivina
por dónde va hacia las doce o hacia las cinco y treinta.
Oh, cómo me aprieta el corazón
esta melodía en tono menor!
Se hace larga, muy larga y su mustia armonía
es gemela al Requiem de Mozart.

REQUIEN Nº 1

Llueve. No salta la lluvia.
No cae contenta como otras veces;
parece que está de luto.
Ha oído las campanas acongojadas de la iglesia
y por eso acompaña en su duelo a los familiares del difunto,
del día que ha muerto.
Hubiera preferido quedarme en primavera para no oír
esta sinfonía plomiza que, en clave de otoño,
sumerge al mundo en sentimientos de piedras galenas.
Por las aceras pasan, cabizbajos, duendes con paraguas negros.
Gime la gente —las hojas de los árboles— y sus mejillas
sienten el dolor líquido que baja por sus pendientes, lento.
Aprieta la harina. Y se aleja la limusina gris
—nube espesa— y la siguen
silenciosas mujeres enlutadas
—otras nubes que son plañideras—
y la lluvia fluye, mientras el órgano de la Iglesia,
—los relámpagos y los luengos truenos— recita, en versos
algo que parece ser de Bach.
Van tres días enteros de lágrimas y apenas
comienza el otoño.

ESTUDIO

Después de muchos días cenizos el sol, entre la multitud
de nubes preñadas, intenta mirar, forzoso, la tierra.
A ratos queda ciego,
sin posibilidad de saludar las plantas y los arados,
pero vuelve, con contado tiempo, a aclarar
este brumoso tiempo niquelado.
Cordilleras de agua emigran hacia aquí.
El gelidizo vientecillo lo informa con el altavoz de los follajes.
Las hormigas como pequeños, pero grandes ejércitos,
buscan asilo bajo las piedras y las cuevas,
y soldaditos, como esclavos, llevan cargas que superan
su peso con creces. Son listas. Intuyen algo.
Están inquietas las ramas de los árboles, nerviosas.
¡Ah, es que viene el aguacero zumbando,
a medio kilómetro de aquí!
Corren las gallinas a los aleros
y unas cuantas muchachas,
desprevenidas,
a sus casas vuelan.
Está lloviendo con sol. Agua y sol fundidos:
Arco iris seguro.
Se está casando una bruja, dicen,
cuando sucede este fenómeno.
El arco iris es la única sonrisa digna del otoño.

VALS

Hoy ha amanecido más claro
que en los días felices de primavera.
Silenciosa brisa ronda por el aire, azul de tan limpio,
y como un hilo de metal hiende
los cuellos que unen a las hojas de sus ramas;
las hojas rojas, tansanias, marrones,
como helicópteros, unas, bajan,
venciendo el espacio vacío y como columpiándose,
otras, hacia delante y hacia atrás, logran aterrizar divinamente;
también hay unas que tardan años en llegar a la tierra,
orbitando en el hueco cielo, perezosas,
y hay otras que pierden el control
y caen de bruces contra el suelo porque sus cuerpos
violan las leyes de la gravedad.
Poco a poco se van quedando calvos los árboles del bosque
mientras van entrando en un sueño profundo que acabará
en abril, cuando las mantas del invierno, la flora guarde.
Las hojas, con pausado descenso de avioneta planeadora,
se entregan como almas a Dios, en los brazos de la brisa.

FARRUCA

El alba se levanta con allegro blancor.
Brilla en los charcos de agua su festivo vestido luminoso.
Fina acrobacia centellea en las gotas sorprendidas
en los valles de las hojas de los platanales.
Es fantasía y fuga el hormigueo dorado sobre el lago.
Sin esperarlo el día se entristeció, lloroso, expresa
el lamento de un violín casi patético.
Pero apareció radiante de nuevo el sol,
saltando como un niño en las colinas.
Sin embargo, las nubes volvieron a tejer arpegios grises,
mustios, becquerianos.
Se eleva el vaho de las calles
como humo de cigarrillo que se retuerce
y va muriendo, suave, lentamente, en el aire,
como nota redonda en un calderón.
Una tormenta tropical pasa, arremolinante y vigorosa,
tocando tambores orquestales,
y rompiendo cuerdas de luz, octavadas.
Aumenta el ritmo de la tormenta.Un tono más alto. Forte.
Culebrea la arqueada lluvia en el aire,
como violines que se derriten en aplausos menudos.
Sigue la tormenta beethoviana, estruendosa, veloz, huracanada.
hasta que desaparece en el silencio y la distancia, muriendo.

TIENTOS MÍSTICOS
A J.V. Ribes.

El cielo está mudo, oculto el azul, de tan gris.
No se mueve. Espeso. Infranqueable.
A punto de desprenderse.
Como una gran nebulosa de llanto reprimido
ocupa toda la inmensidad del cosmos.
Es una música afónica, pero que el alma oye.
Una polvareda de agua casi invisible
el céfiro arrastra con lenta calma muerta.
Los cristales de mi ventana se vuelven miopes.
Los día se abrevian hasta quedar cortos como siglas.
Cuando amanece es casi de noche, por eso hay que sorber
pausadamente el licor de la vida y catar,
con profesionalidad, el sabor de cada acontecimiento.
Como es otoño, hay que enseñar los labios a sonreír,
y a los ojos educarlos para que hagan pasar
por sus puertas de cristal
todas las fotos que el día les muestre
como huéspedes distinguidos,
porque no hay primavera —duerme como una princesa
en las plumas del tiempo—
hay que improvisar flores de labios
y claros soles de albas miradas.
Esto es tentar, aunque parezca dodecafónico,
los sabrosos colores del misterio.

RAPSODIA

A veces me abraza la alegría, y estoy alegre,
pero es tristeza lo que siento. ¡pasa! ¿no?!
Hay sol, pero al otro lado de la frontera
que separa el cielo de la tierra.
Es lunes, mas como si martes.
Hastío. Risas. Locura. Depresión.
El piano se encarama por escalas muy altas
y rueda hasta el bajo más bajo como un trueno que se inicia
en el pico de una montaña hasta chocar con la más luenga distancia
Mi pluma escribe de súbito, está embarazada de minuetos,
valses, y muchas piezas rayadas como un disco
por las melancolías otoñales que la atormentan.
Trota en mi sien el color gris.
Le ruego a esta estación que no entre en mi casa,
nunca, nunca más.
Su espectro está sellado en mis ojos.
Veo una muchacha, divinizada por un rayo de luz
fugado de su núcleo,
pero allí está esta sombra cenicienta
sonando en mi alma con una persistencia
que me encoge el pecho
y lo domina con cruel desdén.

SONATINA

Cuánta tristeza en una hoja de otoño.
(V. Aleixandre)

Los barrenderos recogen las últimas hojas de las aceras,
y como que están marrones de tan secas,
una tostada, pero tierna música, surge de sus huesecillos
que se rompen entre las manos del rudo amo que las quebranta.
Yo las compadezco y les hablo y les prometo
que tan pronto llegue a mi casa
diré a mi pluma escriba sus dulces suspiros,
para que se sigan oyendo a través de los siglos
sobre el papel como una canción de otoño.
Los barrenderos siguen apilando montones de hojas,
esto es, de música tostada y crugiente,
pero me duele ver cómo las maltratan
con gigantescos peines.
Sentía que las infaustas hojas me miraban,
que me hablaban y que me cantaban. No sé.
Iban felices a morir juntas a un recipiente
con un andantino son
de dedos que estallan al apretarlos.

ALLEGRO

¡Es el último día de otoño!
Han salido de sus casas jilgueros,
ruiseñores y yo.
La temperatura es estupenda.
Claro sol y lindo cielo
conjugan su beldad con la nuturaleza.
Sonrío. Abro los brazos como si fuese a salir volando.
Las piedran se estiran y como tortugas se calientan.
Corro cincuenta metros como un perrito
que ha estado encerrado durante días.
Paro. Callo. ¡Ay!, se entristecieron mis ojos
al ver muerto un gorrión en el suelo.
Otros colegas suyos le rezaban, al parecer,
desde el árbol más próximo. Me uní a su dolor.
Fue el único momento amargo que encontré.
Seguí marchando como un loco de felicidad hacia el sol
que me esperaba en un claro; me encontré con él:
era la luz, que me besó con ósculo divino;
quedé paralizado por la ternura con que me abrazó,
total, el cuerpo.
El éxtasis lo mantuve hasta la esquina
que hay al doblar la tarde.
Me convencí de que hay días de otoño,
aunque sea el último,
que son más de primavera que de primavera.

ADTEMPO

Al entrar el invierno el sol se puso un abrigo
y la luna una bufanda.
Mis letras sienten el roce
de la gélida brisa de esta estación,
tiemblan de frío,
pero las acurruco dentro de la palabra calor.
Presiento que esta sonata de invierno
traerá nieve, mucha nieve,
es decir, blanca música algodonada,
pero a su vez, filos airescos
que cortarán de cuajo la fría música invernal.
El cielo se está encapotando de nata
y de intensas montañas de leche,
que se van coagulando con un silencio pasmoso.
Hay un murmullo atmosférico,
cual orquesta que afina antes de iniciar su actuación
en medio de un auditorium.
De repente, todo se paraliza,
quedando en una mansa paz de museo
y, sin esperarlo, una catarata de música
se desprendió del cielo
con iridiscentes notas.

FORTE ESTRUENDOSO

De los Pirineos baja una helada melodía que aúlla
entre las agujas de los pinos.
Arrastra con su forte vendaval plumas
y hojas tardías del otoño.
Oh, como un bravo mar aéreo
una beethoviana sinfonía
estremece la tierra y el cosmos.
En las sierras albaceteñas
no se agita tanto el ímpetu del viento
como en estos contornos altos de la tierra.
Se esconden bajo los paraguas de los calderones
las humildes hormigas negras de los pentagramas,
que, armónicas, abren paso a Eolo que sopla
con todas sus fuerzas las más agudas flautas.
El mar se espanta, se impacienta.
Las nubes huyen de un lado para otro, desorientadas,
como gente que, ante un terremoto, no sabe qué hacer
ni hacia dónde huir.
Los pájaros no vuelan, son volados. Y gritan alocados
buscando escondrijos en algún rincón o árbol.

DOLCE

Al pasar la tormenta una flor silvestre
—locura del invierno—
agarrada en el cráneo de una roca,
dejó sonar su color amarillo
como una sirena de fina voz angelical.
Miro el contorno. Hay otra flor, y otra, y otra, y otra
y todas, como una coral, cantan con sus colores
un himno de victoria al mal genio del tiempo que las ofendió.
Hablo con ellas, pero me obligan a dialogar silbando,
pues es el idioma que entienden las flores.
Y ellas se abren más y más
hasta que dijeron con sus petalabios
de canoro amarillor,
que siga silbando, aunque sea invierno,
porque hay más música
en los parajes de la imaginación.
Me despedí de ellas, siempre melódicamente,
y me dirigí hacia el camino que va
de FA a DO, buscando caídas
de dulce y divertente ritmo.

RONDÓ

Los árboles, además de desnudos,
están congelados, fijos.
No hay ni alba ni crepúsculo, ni luna ni sol,
porque en inivierno se duermen divinamente.
Las palomas se engrifan,
los gorriones se vuelven pequeños puños de lana,
y pían anunciando su final.
La luz del día está en Si menor,
melancólicamente pensativa y congelada
y con un brillor que linda
entre otoñadas y grises tardes.
No sé dónde situar
esta temperatura tan sin sangre caliente.
Todo ahí afuera es frío como una partitura sin tocar.
Gotea el cielo finas lágrimas granizadas.
Los pies de mi sombra se hielan con el paso de los días
y más cuando pasa por las aguas invernadas
de pasajes musicales profundamente gélidos,
justamente como hoy que el día está sumergido
en la opacidad de la tristeza.
PETITA ÓPERA

Está cayendo aguanieve con ritmo andante,
con tal finura y timidez que parecería un violín octavado.
A veces acelera el compás y cae con velocidad de fusas.
Una ola de mixtura blancuzca sucede a otra con dulzura
como fuga líquida tras fuga líquida.
Las calles con opaco brillo espejean
como negra frente sudada
y los coches apartan de sus medias lunas
la medio lluvia y la medio nieve que inunda el tiempo.
Estoy grabando con el vídeo de mis ojos y de mis oídos
la tierna y dulce música semi congelada.
Se humedecen mis palabras al salir por la punta de mi pluma.
En verdad que no podía creer
que en invierno vibraran mis oídos
al escuchar la mojada melodía
que cubre todo el panorama de este día frizado y frizante.
Abrid los oídos para que que puedan ver
la sonoridad del aguanieve.

CUM DUOLO

Es de noche. El cielo está despejado.
La luna está creciendo como un globo,
y en el centro de la nave cósmica,
billones de diamantes tremolantes,
unos más lejos y otros más cerca —porque esa es,
diría Ernesto Cardenal,
su forma de ser parte en la danza armoniosa del universo—,
padecen al desnudo la estación de la nieve.
Un profundo silencio oscurece el espacio
desheredándolo de habituales estrellas fugaces
—que son notas que huyen hacia lugares ignotos,
como mordentes de luz—.
Se espera algo cuando el cielo se desmantela.
Es la cábala de los que participamos
del hechizo de la clasical music de las estaciones.

MODERATO

El pronóstico del tiempo
ha anunciado que va a nevar.
Espero... Es verdad, nieva.
Un blanco encendido
va cubriendo los cerros y cimas altas.
Me acerco a ver caer la nieve, como azúcar blanca
se almacena a un mismo nivel.
Mientras tanto, de algodón las nubes sus copos van tirando,
como pétalos de rosas, que no son en realidad rosas,
sino fantasía y ternura blancas.
Estoy en el corazón del invierno
viendo nevar sus arterias.
Es un lugar para soñar, en el que estoy,
para escuchar el microsonido de la nieve,
la cual se engancha en las ramas de los pinos
poblándolas de un blancor divino,
pero que también llega al suelo alfombrándolo
con su pureza nupcial.
Toda esta álbea sonata me porta a la más extática
de mis experiencias de la nutura.
Decidme si aquí no hay armonía
de lo blanco blanco con las blancas notas de Vivaldi
en su Winter Melody.
¡Cómo excita mis ojos negros
la sonata blanca de la blanca nieve!

LARGHETTO

La nieve está dormida en los lomos de los árboles
y cubre todo el valle y los picos luengos
como una manta ebúrnea.
Todo está quieto, suspendido,
pero metamorfoseándose.
Ahora que la nieve se funde y se endurece
como músculos intencionados,
la temperatura baja y sube la intensidad del frío,
y por ende más difícil es tocar las cuerdas
que dan sonoridad al invierno.
Sin embargo, sigue sonando el hielo
con su sólida blancura de cristal.
Al caminar sobre la nieve los pies chapotean con ritmo.
Cojo en mis manos un puñado de azúcar escarchada,
la aprieto cerca del oído y oigo un crujir poliníveo.
Se me entumecen las manos,
no puedo escribir las impresiones
que me rodean los ojos con marfíleo resplandor.
Este paraje es como una sonrisa sincera, abierta,
amplia, cuya belleza
no está sino en la paz que hay extendida por todas
partes como una sábana.

A CUATRO VOCES

A cuatro voces la primavera, el verano,
el otoño y el invierno
la cantata del universo interpretan.
Cuatro tiempos para cuatro estaciones,
al compás de cuatro por cuatro.
En cada estación hay un tiempo del año
en el cual hay otros tiempos,
cual en un directorio subdirectorios,
breves, pero de oro y plata.
La danza universal metarritmiza todas las cosas:
a la luna la parte en cuatro,
a los doce meses los divide entre tres,
que toca a cuatro.
El sol, la luna, la tierra, Venus son cuatro.
Dos bocas en un beso forman cuatro labios.
Dos que se miran se besan con los ojos, que son cuatro.
Las cuerdas del violín
con las cuales Vivaldi hizo
volar notas como mariposas, son cuatro.
La primavera, soprano, el verano tenor,
el otoño barítono, y el invierno bajo, profundo.
Cuatro voces para cuatro estaciones, para cuatro tiempos,
que duran para siempre como un beso que nunca se olvida.


REQUIEM Nº 2

Bajo la escarcha formada por la nieve
ha quedado mi pluma muerta, sepulta,
sin sangre, seca, sin saliva.
Intento cogerla, pero mis dedos están duros
como barillas de hierro.
Hace mucho frío en esta hora
en que me enfrento a la agonía.
Creo que es el frío de la muerte.
El céfiro corta como un cuchillo mis mejillas
y con él mis labios,
con lo cual no puedo pronunciar
apenas más que las palabras que me quedan,
moribundas, en la punta de la lengua.
Lo único que me queda son mis oídos
para seguir escuchando la música, florida, flamígera,
becqueriana, o helante de las estaciones.
Por mis oídos sabré que vivo,
porque la vida me entra a borbotones
a través de ondas sonoras
que son la alegría de la primavera,
la ira del verano,
la tristeza del otoño, y la muerte en el invierno.
La música de las cuatro estaciones es idioma del alma,
manantial de poesía.

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