lunes, 3 de septiembre de 2007

LA METAMORFOSIS DEL SUEÑO, poesía en N.Y.

PRIMERA PARTE :

EL CASTIGO

En brazos me sacarán
de esta jungla de túneles los vigilantes
de silencios petrificados.

Caerá sobre mí el peso del horror, el metal
del sonido y abrirá mi frente
por haber andado descalzo sobre los vidrios
de las tinieblas.

Con un látigo me azotará el eco de los trenes
que huyen de la luz. Jamás el sol
dará su resplandor a los vagones que transportan
la muerte a punto de estallar.

Nunca debí entrar a los intestinos
de la ciudad más alta del planeta, ni rastrear
las huellas de la soledad en lo más profundo
del suelo.

Mi experiencia es semejante
a la de un velero que hincha el viento,
pero que el mar rompe entre sus fauces blancas.

ESPECTROS

Sumergido en las arterias de New York
olisqueo el rastro confuso
de cuerpos que se pierden como fantasmas
en la oquedad del ruido negro.

Crisálidas de acero sueñan una metamorfosis
no de pavesas de átomos de metal ígneo,
sino de claridad.

El silencio cruje, carbonizado,
mientras se muerde la esperanza las uñas largas.
Nunca sale de las tinieblas quien no percibe
el aroma de la luz.

Arriba el mundo crece hasta el cielo,
absorbiendo el líquido de las nubes. Abajo mueren
las ilusiones, las miradas.

GOLONDRINA

Día tras día navego en las cavidades férreas
de New York, peregrinando
como una golondrina en el desierto
de sonrisas ausentes, adivinando
hacia dónde sopla el viento
para seguir sus suaves corrientes seguras.

Subo, bajo, salgo, entro, mas no llego a la
plataforma de la iridiscencia. Será que no hay
una estación para subir al sol, al vértice
del Empire State.

La belleza está manchada de grafitis,
rota como una porcelana.

Es árida la palabra si sale de las cuevas,
de los raíles subterráneos y negros.

Confundido como un grano de arena
en la extensa playa, me hallo
en esta selva amazónica de subsuelo. Aquí
abajo hay vida, pero no sé si estrellas.

FIGURACIONES

Un gran rugido se cierne de la subterránea
tubería por donde las sombras
deambulan desvaídas, tibias, escuálidas.

Hondo llanto el hierro tritura, voraz. Manos
que un día fueron enarboladas
por el tiempo, aquí yacen, rotas,
al filo de lo imposible.

Ojos con la retina caída claman, vidriosos,
desorbitados, un milagro de los cristales.

Creo que un día lo que circula por los rincones
ignotos de las venas abiertas
de estos umbríos senderos
de la subterraneidad neoyorquina
saldrá como un rayo o como un pez,
vibrando febrilmente.

ENIGMA

Rueda el ruido, dando a los muros
con su frente. La tenue luz
de los túneles parpadea, amarillenta.

El batir de tacos conjuga
el enigma de una civilización que va
más aprisa que el reloj, la brisa o el sonido.

Ando por estos meandros bajo tierra
porque intuyo un final en el que, montado
en el tren que va hacia lo azul,
hacia el grito del diamante,
encontrará colmado el vaso de mi voz, ya madura
como la redonda luna parda.

Todo es oscuro aquí dentro,
confuso el horizonte, miope el salto.

El ciego sigue las sendas sonoras,
las vibraciones de sus sentidos, yo, como el ciego,
me aventuro al asombro.

SERES EXTRAÑOS

He visto la ternura volverse tosquedad,
arado pedregoso y reseco. Miradas
que antes eran serenas, luminosas, ahora
las veo feroces, torvas e hirientes.

En esta gran ciudad de cristales
la nieve que cae de los labios se mancha
con el agónico afán de las lluvias ácidas
de oscuros gestos.

Miro crecer retoños sin hojas, sin piel,
sin savia, deformados por el ambiente salobre
de fantasmas grises.

Crecen edificios de deshumanización,
rascacielos de seres extraños.

Los sueños fenecen como insectos
y las alegres ilusiones de quienes
quisieron un día subir al cielo sin escaleras
ni ascensor.

LA COLMENA

Es árido el encuentro con los seres,
inciertos los rituales mágicos de los túneles.
La humanidad injertada de estrellas,
apagadas unas, latentes otras,
se exhuma impermeable
en el hueco del patio cosmopolita.

New York, panal de edificios,
los humanos como abejas asaltan tus estambres,
sedientas del néctar que domina
la ambición. El espeso y onírico anhelo
de hojas verdes late en todas ellas.

Cuesta ver donde no se ve nada más
que agua turbia. Duele la aguja
en la pupila del alma. Hay, ciertamente,
en este vasto mugir de razas,
un llanto de indiferencia
ancho como el océano.

HORMIGAS SUBTERRÁNEAS

New York es un hormiguero
en el interior de sus calles. Numerosas
entradas y salidas evidencian que la tierra
es hueca por dentro y que allí debe haber
vida, un universo de ignotas galaxias.

Como una hormiga penetro al agujero.
Salta a la vista la fetidez agria
que emana de los hierros, del vacío.

Las hormigas cuando se cruzan
se topan las antenas, más éstas que veo,
se ignoran. Todas viajan muy juntas,
sin mirarse, sin embargo. La civilización
pulula bajo los laberintos
de la magna urbe.

Hay hormigas de élite, se nota por el porte,
el maletín, corbata y zapatos de marca. Las demás
son obreras, soldados que luchan
por un terrón de esperanza
por un grano de dignidad.

IMPACIENCIA DE LA NADA

No quiero ver más estrellarse
el espejo de mi imagen contra la pared.
Llevo días desatando sombras, caminando
como un explorador de misterios
en los laberínticos mundos de New York.

Sólo encuentro cuerpos móviles, ruido
arenoso, olas que envisten
los arrecifes de la atmósfera.

Percibo alarmas, pitidos, y un vago
olor a desesperación, a prisas.

No hallo el final de estos túneles. Es difícil
llegar solo al umbral de la salida
si no nos asimos a los rieles de quienes
conducen el tren de la sabiduría.

Negarse equivale a dejar sin aliento
el diamante de los latidos.

SERES AGOTADOS

La humedad envuelve con su telaraña
el ámbito del aire. Los cuerpos
se dilatan como cera y buscan ansiosos
corrientes de frescura.

Los opacos senderos donde el llanto eléctrico
es eco del llameante círculo sideral
apilan soledad, mustias voces
que salen de la negritud ambulante,
roídas por el cansancio.

Los trenes bostezan en cada estación
como bestias de carga,
dejando salir de sus entrañas
comprimidas abluciones de ira.

Tiembla el universo cuando sus pasos de gigantes
pisan el rellano donde espera la gente,
estresada, el abrir de sus fauces.

La calor enerva el gusto por la continuidad
de la lira, y desafina el brillo del canto.

EL RETO

Salir de las sombras es el reto : escalar
los rascacielos. La idea es pasar del llanto al canto, de ser presa encadenada por silencios de acero a ser alas o hélice en las alturas.

Tanto tiempo llevan los esqueletos sumergidos
que ya sin aliento los cuerpos bogan
en la bóveda del subsuelo de metal.

Horrísonos chirridos
de máquinas confunden las voces humanas
como cascajo que se despeña de un barranco,
chocando entre sí las piedras.

Querría saber si estos túneles
conducen a una brillante boca, porque si he vivir
en estos laberintos, habré de inventar
un nuevo canto.

Mas sólo anhelo subir al cielo, a las torres
gemelas donde el mundo se expande
ante la atónita mirada.

ESTATUA DE LA LIBERTAD

Llévame entre tus alas, libertad ; sácame
de esta cárcel sin ventanas
que converjan con la verdad.

Que no falten a mis rodillas el temple
del águila, el valor del rayo
que perfora montañas de nubes en el horizonte.

Acorázame, libertad, con la armadura
del pez escamado. Hazme triunfar
sobre la inanidad del laberinto
para que alcance, con la sonrisa dibujada
en los labios, el último escalón que lleva
al cielo, a las más altas brisas
de New York.

Suelta mis pies, mis manos, que pueda
luchar contra la nocturna arena de voces
gemebundas. Soy libre como la Estatua de la Libertad, como el viento
que roza su antorcha.

LA TORMENTA

Aún no pasa la tormenta subterránea.
Truena el hondón perforado por el bramar
de los trenes. Caen sobre mí muros
de vapor, piedras de ruido
en el caracol de mis oídos tiernos.

Es agudo el calor. No hay oxígeno.
La piel transpira. El óxido
se desprende de las columnas. No quepo
en mí. Se agota mi voz. La lengua,
reseca, se pega en su despejado
cielo suplicando el dulce agua de las alturas.

Pronto abandonaré la tumba del llanto,
fósil sonoro que los rascacielos esconden
bajo sus arquitecturas vivientes.

Aguardo el tren de la luz,
la metamorfosis del sueño.

LA RENUNCIA

Siento en las plantas de mis pies
cómo los rieles tejen el asombro, el himno
que he deseado desde que me
introduje en el subsuelo de New York
en busca de otros mares vírgenes.

Abandono esta jauría de hierros,
«que me condenen si miro hacia atrás».
Renuncio a convivir con el crujido de la negritud,
a ser esclavo de olvidados cometas que nunca
chocaron contra la luna.

Nunca bajaré a la soledad, ni daré mis
horas a los canes sombríos. Aprietan
mi mirada las tenues bombillas colocadas
en lo alto de las cavidades amenazantes.

Mi pronta fuga las dejará desnudas, vacías,
porque sólo yo he resistido la tortura
de los laberintos, el filo se sus rayos.

TOPOS

Acaba de partir el tren. Sin embargo,
nunca es tarde para quien espera, digo en voz
baja, mientras oteo los rieles
anhelantes, rígidos con ruido aún amargo.

Todos orbitamos en torno a una luna
en esta nave subespacial, horadando tierra
como topos, y traspasando
el Hudson River como peces argénteos.

El ágil gusano arrastra vagones de rostros :
negros, blancos, asiáticos, latinos ; rostros
duros, pero frágiles porque nunca los labios
el metal igualan, ni el alma ni el mármol
el diamante imitan.

Llego al fin de trayecto. Bajo del tren. Acto
seguido escucho el mar diluirse
como un trueno entre eléctricos tics
en la distancia, jadeante.

EL HOMBR SUBTERRÁNEO

Adiós túneles sin corazón. Vacíos
y taladrados por los años aquí quedan,
sepultando pasos grises.

Cadáveres de crispas como estrellas fugaces
han sobrevivido solamente
lo que un suspiro, porque en tan hueco mundo
la nada se apodera de todo intento
de perdurabilidad.

Mi corazón no está hecho para ser triturado
por el fuego del vacío, ni por la hienas
que gruñen, carnívoras, en los rincones
de cada estación.

Soy un hombre subterráneo,
un ser que se hunde día a día en la tierra
movediza del cielo. No deseo
más hondura que la altura.



SEGUNDA PARTE : Los privilegios de la vista

WORLD TRADE CENTER

Estoy perdido en el amazonas de Manhattan.
Prendida mi vista en los cipreses
de acuíferos destellos ; cipreses
con punta de acero en las que se asienta
el sol como un ave.

Diminuto, microscópico me siento
en World Trade Center. Cruzo las anchas
avenidas pobladas de insectos amarillos,
raudos como sustos. Bulle Manhattan
como una cascada, envuelta en un eterno
bramar de mar.

Manhattan es una divina selva
de árboles de cristal. ¡Oh, frondas cuadradas,
troncos que se yerguen silenciosos hacia el cielo !

MAÑANA DE SOL

Dora el sol el Est River
que desde el fondo se va encendiendo
como paja de trigo.

Hay movimiento en el ambiente : helicópteros
que escalan el aire, nubes que pasean
como globos, lentas; barcos
que rompen la llanura del río,
dejando tras sí una cola
de espumas que van muriendo en el sendero
como nieve que se desvanece.

La brisa despierta y juega en la fronda, tímida.
Cantan los pájaros. El sol acaba de llegar
a la altura del Brooklyn Bridge.

Desde esa altura domina la gran ciudad,
dispuesto a combatir con sus espadas
la invasión de las sombras.

TARDE DE LLUVIA

Llueve. Las calles brillan
como charolados esmaltes. Cae, gris, la tarde,
gimiendo taciturnamente. Se puede adivinar
el sol escondido entre la espesa capa de níquel,
meditabundo. En las aceras fantasmas,
sombras, imágenes vagorosas,
pasan cansinas.

Los automóviles como luciérnagas
alumbran la tenue opacidad del día,
mientras sus ruedas, como celo, depilan
el negro humor del asfalto, murmurando largamente.

Mustio el gelidizo viento, estremece las ramas
de los árboles. Plañen los gorriones, pese
al diluvio. La tierra respira ahogadiza.
Son las siete de la tarde y aún llueve sobre todas las cosas.
Y el mundo aún no se acaba.

AVES DE ACERO

Grandes aves aladas escalan nubes.
Buscan un lugar, un norte indicado
por la sinceridad de la brújula del sol.

Un leve rastro blanco sostiene el eco luengo
de un batir de plumas. En la pista del J.F.K.
aterrizan otras aves como águilas de plata.

Serenas, abrazan la gravedad. Y sus turbinas
hilan fuerza, brío de corceles
cuyos frenos unas manos lideran seguras.

Aquí en este puerto aéreo
descubro la sed de quienes parten en busca
de espumas, la ansiedad de quienes
regresan al insomnio
de la polis, inermes.

ESPERANDO EL TREN

El cielo exhibe con desnudez
el dulce fuego ardiente.

La brisa reza en los pabellones
de mis oídos. Se oye el tren en la distancia ;
llega, jadeante. Se estremece la tierra. Sentado
aquí contemplo la sombra de mi mano
al escribir sobre la arena de la página.

Subo al tren ligeramente, no sea
que no haya otro al cual subir y pierda así
la oportunidad navegar en la oquedad,
de conocer la forma del sonido.

Bulle el torrente de la rutina. El reloj
anuncia un tiempo más que de oro
de vida, mas la masa, indiferente,
ignora el silbo o el galopar del aire
en la sangre.

EL PROMENADE

Sentado en el Promenade de Brooklyn
paseo la vista lentamente por los espigados
edificios de Manhattan tocando sus formas
con el tacto de la visión. A mi derecha,
en diagonal, pende el Brooklyn Bridge
sostenido por la torre del tiempo.

El súper hombre ha tocado el azul del cielo,
la piel ebúrnea de las alturas.

El Est River, taciturno, hormigueante,
esconde en sus aguas las huellas de barcos
que han pasado dejando tras de sí tan sólo espumas,
cifras rotas de la Bolsa.

Ahí está delante mío
el ojo del mundo, apuntando hacia el sol,
hacia el mar profundo
del hondo cenit.

Torno a pasar mis ojos por las vastas alturas
de Manhattan y descubro la geometría
de los cristales inquietos.

EL BROOKLYN BRIDGE

Camino sobre el Brooklyn Bridge.
Su cuerpo que tiembla, vibra,
no de miedo, sino de firmeza.
Hilos tensos sostienen su vida. Hilos
largos como cabellos. Por debajo
pasa un brazo de mar, el Est River, brillante,
fiel a sí mismo.

En él se retrata Manhattan y se contempla
como Narciso en su espejo,
sin nunca ahogarse en sus profundidades,
aunque no sin danzar como un barco. Se alarga
hacia el sol, y podríase llegar
por él a las encumbradas nubes.

Sopla la libertad con más soltura
en el centro del puente.

Querría tener las piernas como las columnas
que soportan este puente,
para que pasen sobre mis espaldas
todas las cargas, todos los latidos ; para que todos
puedan pasar a la otro lado de la esperanza,
a la otra orilla, donde nos esperan
ascensores que nos subirán
al cenit de la alegría.

LOS RASCACIELOS

Los héroes del espacio, transparentes
como el agua del Hudson River,
apuntan como cohetes hacia un lugar
aún no colonizado.

Tan hondas están sus raíces como altas
sus puntas de lanza.

En cada edifico persiste un deseo
de llegar más lejos, un ansia de superar
la pequeñez, la imagen sobre el espejo
líquido que bordea la isla abatida
como un pez atravesado
por el arpón de la economía.

La delgadez de ciertos edificios contrasta
con la fragilidad de las luces bajo la lluvia,
inconfundible protesta
de la certidumbre.

SUBSISTENCIA

Como nueces en gargantas de cristal
suben y bajan los ascensores, luminosos.
Multitud de seres desaparecen
como el pestañear de las intermitentes
luces de los taxis.

La rapidez es un factor
clave para subir al cielo, se deduce.

No debe haber somnolencia
donde impera la intrepidez de los números
y la inclemencia de la computadora. Los
dedos ordenan, las máquinas, como esclavos,
rezongan. Se han despersonalizado los puestos
de trabajo donde antes estuvo el cuerpo
del aire sentado sobre la luz.

Bravo es subsistir rodeado de dinosaurios
mientras las corrientes de hojas verdes
arrastran y hechizan con su olor
a las más nobles libélulas.

ESENCIAS DE LA CIUDAD

De las alcantarillas sale el vaho
replicando al cielo su crueldad,
pero éste muere retorcido, inerme,
en la atmósfera que le mira torvamente.

La gente se aglomera en los semáforos,
los cláxones marcan
las normas del mal conducir
entre las moles enhiestas. Se asfixian
el ruido y la claridad en las esquinas.

El cielo está enchapado de papel,
que por su color, está a punto de quemarse.

Gime el suelo herido por los frenazos.
Cuánto ritmo descompasado,
cuántas manos rotas como vasos de porcelana.
Huesos astillados por el progreso,
miradas fracturadas por la miseria,
mientras halcones elegantes
rondan en limosinas.

En New York el pensamiento
y la honestidad caminan sobre alfileres.

EL PRIVILEGIO DE LA VISTA

Alzo la mirada y ella levanta vuelo,
sobre la belleza
arquitectónica de los rascacielos.

Recorro la forma, el volumen
que en el espacio ocupan, la materia que apresa
el brillo ardiente del sol
y detengo el gusto allí donde se excede
el arte de construir.

Estas son las pirámides posmodernas,
el daguerrotipo de la inteligencia,
la cuerda del equilibrio.

Aplaudo con las pestañas
el privilegio que tienen mis ojos castaños
de ver la historia crecer en vertical,
hacia los pirineos neoyorquinos.

REINO AZUL

Absoluta desnudez viste al cielo. Sólo el sol
se consume en el horno
de la media tarde. Estoy ascendido,
encumbrado en el Empire State.

El asombro paraliza mi pulso. Los edificios
que no alcanzan del todo las nubes
son retoños que nunca crecerán ;
se lamentan subyugados por la ingravidez.
Todos apuntan hacia un reino azul,
a un lugar donde moran
las constelaciones.

¡Qué jungla de naves, qué bosques
heridos por la luz del sol !

I TWIN TOURS

En minuto y medio he subido al cielo,
raptado por el águila dorada. He
ascendido, no muerto, aunque
con el aliento suspendido.

Garzas de nieve, que a penas agitan
sus alas sobre las serranas y neoyorquinas
cimas, como turistas pasean por el cielo abierto.

Manhattan está sembrada
de cohetes que miran hacia el espacio.

Un poco más arriba y floto, orbito
en el cosmos. Llegará el día
en que rompa la camisa de fuerza
de la gravedad y navegue en el espacio
como una nave metarritmizada.

II La tarde, como un fénix,
muere y se hace cenizas
sobre el Est River. El eco de su agonía
serpentea sobre el metal acuífero.

El aire, seda de luz, es plateada frescura
de lluvia estival.

Ruge la ciudad, se encienden las bombillas
y se multiplican como blancas espumas.
Innúmeros ojitos parpadean
como brasas alegres
que el volcán nocturno encendiera.

Yo, ser opaco, con dos satélites
ópticos, espero, como la tarde
morir, mas no fenecer.

III Esta es la ciudad el imperio
ígneo de los faroles, cuyas noches de luz
tienen sus pupilas iluminadas
perennemente.

Los días no conocen
la nocturnidad, han perdido
la noción de cuándo reina la luna argentina.

En el espejo del Est y Hudson Riven
se sumergen las jirafas de cuellos largos,
y dibujan sus siluetas gelatinosas
hasta el amanecer. Duplican
sus ventanas centelleantes
y sus pequeños soles rojizos.IV En la cumbre del cielo
donde las nubes se abrazan, estoy yo.
Es de noche. El manso viento bate sus alas.
Está oscuro el cenit
como luna que brilla por su ausencia.

Estoy en la Torres Gemelas,
New York es el cielo poblado
de estrellas titilantes.
Las constelaciones han abandonado
las alturas para venir
a la Ciudad de las luces.

Largas avenidas pobladas de cocuyos,
atraviesan el centro de Manhattan.
Los carros nadan en los bruñidos
cristales nocturnizados, como peces de fuego.
Brooklyn fosforea, sus calles
son lava que refulge, ríos de luces
que se precipitan
hacia el océano de la noche.

New Jersey, iluminado brilla
como un campo de diamantes encendidos.
El cielo se ha quedado sin estrellas
por haber perdido las niñas de sus ojos
y dárselas a New York.

VERANO

Es verano. La resolana aprieta
los cuerpos con desesperación contenida.

El sol se consume de sed.

El bulto de las sombras agranda
la forma rectangular
de las torres silenciosas y viriles.
Son anchas las calles por donde corre
el viento con cuatro ruedas,
aullando en los semáforos.

El aire sepulta con lástima
el agónico acezar del lobo urbano.
Desde el Promenade veo cómo se desploma,
al fondo, exhausta, sobre el agua de oro y trigo,
la tarde sincera.

UN MUNDO IGNOTO

En la azotea, estática, alerta,
una antena amarilla capta ondas sonoras,
verbos que bogan por el aire, elípticos,
buscando un asidero.

Satélites que laten en el Corazón del Cielo
auguran un mundo virgen, divino.
Un mundo esculpido a mano
por el sonido azul del espacio, al que aspiran
las grandes plantaciones de jeringuillas
de Manhattan.

Atento a las ondas de la antena,
como un tigre que acecha agazapado,
sin pestañear, aguardo la revelación
del pasadizo que lleva al anillo
del planeta de oro.

LA MUERTE DE LA UTOPÍA

Ha caído atropellada la utopía
en la esquina. Herida en la sien,
sangra moribunda. Un rayo de luz
rebotado de unas ventanas
unge y cicatriza su herida.

La utopía gime al tiempo
musita un mensaje en jeroglífico.

En todas las esquinas van cayendo
las hojas transidas de calor. Los retratos
de la luna amarillean. Se van
haciendo difíciles los caminos
que llevan a “La ciudad de la alegría”.

Todos los vuelos han sido suspendidos,
incluso los de la imaginación,
sólo nos queda el de la esperanza.

SÚPER HOMBRE

Palpar el cielo puede convertirse
en un ciclón, en un torbellino
que sacude el polvo del Súper Hombre.
Nunca más bajo se halla
quien en las alturas pierde el eurítmico
caminar sobre el agua, el vuelo
de la golondrina.

Una voz nos llama desde lo invisible,
pero el ruido de los papeles, sacudidos
por el viento del norte, oculta detrás del espejo
el rostro alado de la inteligencia.

Es fácil subir al cielo
y apoderarse de las estrellas, mas no quiero
la luz de Venus si es vejando
el titilar de la más nimia hija de la noche.

ASPIRACIONES ÚLTIMAS

Mi cuello se petrificará
si continúo mirando al infinito.

Cato el néctar de la belleza
que mora en esta ciudad, escondida
entre las calles, fugitiva ; sin embargo,
mi cuello perdió su poder giratorio y mi lengua
el jugo que humedece la palabra.

La voz se me rompe como madera
al clavar. Respiro a penas. El pulso
me pesa, lo mismo que la imaginación.

Continúo oteado la contumacia
de los misiles de Manhattan,
que se obstinan en subir al océano astral,
porque yo también aspiro
a alcanzar un lugar en el cielo de las pléyades.

VUELO FINAL

Voy montado en una libélula. Zumba
su hélice y revolotea el aire. El piloto, ducho,
orienta el metálico insecto. Desde el aire
los sentidos se invierten. La visión
es ancha, redonda.

El ángulo desde el cual creemos
ver brillar el satélite de plata, no es siempre
el ángulo de la hermosura. Por eso
es preciso dar la vuelta al pensamiento,
y reestructurar sus galerías.

Pausadamente aterriza la libélula
de mis ideas, calculando cómo poner
sus patitas en el suelo.

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Localización tierra natal, República Dominicana