Animal absoluto de Tejerina
probablemente sea el eslabón que empalma con la mejor poesía de García Montero
–¿resulta odiosa la comparación?–, pues no lo parece si se leen versos como
“coincidimos en el azar de un semáforo. / Cruzabas el paso de cebra como
cantada por Anthony and the Johnsons”. O si se analiza el estilo llano,
cotidiano, comprometido con la forma laboriosa que es la que le da categoría a
su oficio poético.
Rubén
Tejerina apunta a todas las emociones humanas posibles y las comunica con
fruición. Por lo que resulta fácil verse en el espejo de su creación. Es uno de
esos creadores que tocan y cantan lo humano sin falsearlo. Pero no solo eso, y
lo que es mejor aún, lo dice con belleza, aliñando sus pensamientos con muchas
imágenes afortunadas. “Poema cansado”, “ciega voluntad”, “me duelen las
sábanas”, “presentimiento metálico”, “la mermeladas de nuestros días”,
“masticar el miedo”, “lamer la sorpresa”, “los árboles rumian taciturnos su
sosiego”. Esas son unas, ¿vemos otras imágenes? Vale. “Y la voz sin tu escucha
se me sigue suicidando en un teléfono vacío”, “los paraguas no temen la lluvia”
“la quietud del ámbar del poema”, “el itinerario de la joyería de tu boca”,
“había en tu boca un pozo de agua de lluvia atrapada”. Hay más botones de
muestra, pero para eso habrá que ir al texto.
Se
advierte en Tejeria, a ratos y solo la dosis necesaria, un mohín de melancolía.
De lo que se puede estar seguro es de que entrar en la poesía de este joven
poeta significa quedar atrapado para siempre, como él, en el “ámbar del poema”,
la intuición principal de este poemario.
Animal absoluto –tercera obra del poeta–
es una declaración definitiva, sólida, de que su autor pisa con pasos firmes en
el territorio reservado solamente a algunos. Es de esos poetas para seguirle
los pasos hasta la plenitud de su obra.
Barcelona noviembre, 2014.
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