Carmen Juan, Amar la herida. Edición de La Bella Varsovia, Córdoba, España,
2014. Esta joven autora nacida en Alicante en el año 1990, tiene voz propia y
un discurso libre. Libre porque habla sin recovecos, con limpidez. Amar la herida replica las pulsaciones
del dolor, el medio, las sombras y la muerte. Todo eso le sirve a la poeta para
amasar su poética. Ribetea sus versos con improntas de la adolescencia, la
juventud y de la mujer adulta, ésta más reflexiva y lírica. El poemario
adquiere su mejor momento en la sección “La herida”. Aquí, en mi opinión, es
donde la autora emplea con criterio la palabra. Es , en verdad, en esta parte donde
se atreve a arriesgar para explorar nuevas vetas en su oficio creador. Ella
descubre el “lenguaje de las bestias”, “la sangre a medio coagular de los
albatros”. Amar la herida es la
intención de superar la estocada, redimir el dolor, el miedo, las sombras. Amar la herida, sin idea masoquista, “porque
las cicatrices nuevas consienten […] las heridas jóvenes insisten”. Ese
hallazgo revela una profunda agudeza. Y solo por eso –habrá otros motivos, por
supuesto– este poemario merece se sostiene de pie. Carmen Juan en Amar la herida traza las coordenadas de
una historia, de un recuerdo, de un nombre que corta y causa daño. Ella ha
sabido conjurar la herida entre claroscuros, por eso su obra le ha merecido el
VII Premio de poesía Joven “Pablo García Baena”.
crítica, poemas, cuentos, ensayos, entrevistas, artículos de opinión. (Permitido cortar y pegar, siempre que se cite la fuente)
Sábado 5 de Abril del 2025
miércoles, 5 de noviembre de 2014
José Ángel González Franco, Aritmética del desgaste.
José Ángel González Franco, Aritmética del desgaste. Barcelona, España, 1971. Esto no es
Berlín, Madrid, 2014. Pere Gimferrer apadrina a este poeta que se gana la vida
de abogado penalista. Más allá de este soporte el célebre poeta catalán, a
veces necesario para alzar vuelo, González Franco cumple su misión desde la
cima de un lenguaje al borde de la ráfaga. Aritmética
del desgaste alberga versos más racionales que emocionales, menos
expansivos y más reservados a la hora de mostrar la armazón de su interior. Eso
no quita la asombrosa síntesis de sus composiciones y la perfección del uso de
las palabras. Al leer su obra se tiene la corazonada de que está dotado para
legar una obra de gran calibre, pero tendrá que bajar al terreno de la vida
para explotar todo su potencial. González Franco caza destellos poéticos como
“y no bailas descalzo sobre la brasa de tus palabras”, “la seriedad de las
abejas”, “luz huele a primavera”, “oscuridad muda”, “la congoja de un agujero”.
La belleza de su poesía reside en la forma, ahí es donde el “aire se esconde
entre las cortinas”. Queda la certeza de que Aritmética del desgaste es un preludio, un suma y sigue de su genio
creador.
Elena Medel, Chatterton
Elena Medel, Chatterton. Córdoba,
España, 1985. Visor, 2014. Esta joven creadora es ya el futuro. Llama
tremendamente la atención la soltura con la que construye el poema. Realmente
es una virtuosa de la palabra poética, dotada para comunicar bellamente una
particular manera de ver las cosas. Su poesía es la vida misma. Ella canta a
los estómagos vacíos, al paisaje en tránsito, a las mujeres solteras, al hombre
que duerme y a los hombres responsables; a su madre araña y a las macetas.
Los
grandes poetas y críticos de la actualidad española, tales como Francisco
Brines, J. M. Caballero Bonald, Antonio Colinas, Víctor García de la Concha,
Clara Janés, Juan Vicente Piqueras, Soledad Puértolas, Jaime Siles y Antonio de
Villena, avalan los impulsos chispeantes de esta joven creadora.
Rubén Tejerina, Animal absoluto.
Animal absoluto de Tejerina
probablemente sea el eslabón que empalma con la mejor poesía de García Montero
–¿resulta odiosa la comparación?–, pues no lo parece si se leen versos como
“coincidimos en el azar de un semáforo. / Cruzabas el paso de cebra como
cantada por Anthony and the Johnsons”. O si se analiza el estilo llano,
cotidiano, comprometido con la forma laboriosa que es la que le da categoría a
su oficio poético.
Rubén
Tejerina apunta a todas las emociones humanas posibles y las comunica con
fruición. Por lo que resulta fácil verse en el espejo de su creación. Es uno de
esos creadores que tocan y cantan lo humano sin falsearlo. Pero no solo eso, y
lo que es mejor aún, lo dice con belleza, aliñando sus pensamientos con muchas
imágenes afortunadas. “Poema cansado”, “ciega voluntad”, “me duelen las
sábanas”, “presentimiento metálico”, “la mermeladas de nuestros días”,
“masticar el miedo”, “lamer la sorpresa”, “los árboles rumian taciturnos su
sosiego”. Esas son unas, ¿vemos otras imágenes? Vale. “Y la voz sin tu escucha
se me sigue suicidando en un teléfono vacío”, “los paraguas no temen la lluvia”
“la quietud del ámbar del poema”, “el itinerario de la joyería de tu boca”,
“había en tu boca un pozo de agua de lluvia atrapada”. Hay más botones de
muestra, pero para eso habrá que ir al texto.
Se
advierte en Tejeria, a ratos y solo la dosis necesaria, un mohín de melancolía.
De lo que se puede estar seguro es de que entrar en la poesía de este joven
poeta significa quedar atrapado para siempre, como él, en el “ámbar del poema”,
la intuición principal de este poemario.
Animal absoluto –tercera obra del poeta–
es una declaración definitiva, sólida, de que su autor pisa con pasos firmes en
el territorio reservado solamente a algunos. Es de esos poetas para seguirle
los pasos hasta la plenitud de su obra.
Barcelona noviembre, 2014.
lunes, 15 de septiembre de 2014
José Mármol: Lenguaje del mar. Luis Beiro: Jugar a dios. Giovanni Rodríguez: Melancolía inútil. María del Carmen Soler: El universo suena. Concurso de Cuentos Radio Santa María 2013. Altagracia Pérez Pytel: A mitad del sendero.
José Mármol (Rep. Dom., 1960). Leguaje del mar,
Visor, Madrid, 2012. El poeta, después de sus anteriores obras calificadas como
“poesía del pensar” ha bajado, sin abandonar del todo la reflexión, al terreno
de los sentidos, esto es, de la sensualidad, para verter las emociones de forma
natural. Con esta obra Mármol fondea el lenguaje más sonoro de la poesía, esas
aguas renovadoras de las que fluyen versos sonoros y espumantes. Para mí la
poesía de Lenguaje de mar surca las bahías del deseo, de los
acantilados de tantos mares que devoran las sales y los odios. Mar de espumas
blancas y risas. Mar agitado por vientos contrarios, por brisas de amor. El mar
recuerda el misterio de Dios, de la vida, pero también advierte de los
naufragios inevitables, de la lujuria, de las noches y las soledades, de las
miserias de los desdichados. El mar esconde, anclado en su azul profundo, la
memoria, el pasado imborrable. Lenguaje del mar es la suma del
erotismo y la sensualidad, por lo que darse un chapuzón en este mar resulta refrescante.
Poesía destilada en la mejor destilería del lenguaje, donde el bello decir abre
surcos de placer.
Luis Beiro, Jugar
a dios. Editora Unicornio, San Juan Puerto Rico, 2013. Después de leer esta
obra de Beiro se tiene la impresión de que la poesía de este autor, cubano
(1950) radicado en República Dominicana, posee la fuerza de la verdad. Esto se
fundamenta en el hecho de que el autor escribe como piensa y piensa la palabra
iluminada por la vida. Dicho de otra manera, hay en esta obra de Beiro una
vitalidad arrolladora de la que no hay forma de no sentir su impacto. Su
palabra no hace ruido, pero hiende el silencio y sacude la conciencia como una
ventolera (ver Derrumbes transitorios). ¿Cuándo se sabe que un poeta es un
artesano de la palabra? Un indicio es la audacia para cambiar de ritmos (sonetos,
versos libres), pero sobre todo para asociar las emociones del alma, los
recuerdos, los anhelos, etc., con la metáfora exacta. Jugar a dios es un intento de ser un ángel despojado de odios y
falsas pretensiones. Pero sobre todo es una poesía oral, para ser leída en voz
alta por su acento sonoro y por la agudeza de sus versos vitalistas.
Giovanni Rodríguez, Melancolía inútil, mimalapalabra editores, Honduras, 2012. Este
libro de poemas recoge una muestra de lo mejor de la poesía del autor catracho.
Es una antología personal de sus obras Morir
todavía, Las horas bajas y de una
nueva selección de poemas titulada Requiem.
La pretensión que encierra esta antología puede resumirse en lo siguiente:
dejar constancia de un sentimiento universal de angustia ante la muerte, pero
también de un intento feroz de sobrevivir. Melancolía
inútil hace constar cuánto vibran las cuerdas del alma de un poeta herido
por el desamparo existencial, el ansia de superar las grietas que le impone la
vida misma (el dolor, la soledad, la melancolía, la transitoriedad de la
existencia) y el abismo de las horas que prolongan la noche y el asedio del
tiempo. No hay estrellas, solo noches; no hay encuentros, solamente ‘vestigios
del amor’. El poeta es voz, lira, garganta de zorzal. Su canto le resulta
desgarrador. Se puede uno imaginar a un poeta maldito a lo Baudelaire que
sobrevive a su tragedia, a su propio suicidio. Como un escorpión que se mata
con su aguijón es el poeta en Melancolía
inútil. Solo la poesía lo levantará y le devolverá la vida.
María del Carmen Soler, El universo suena. Ediciones Torremozas, Madrid, 2014. La lectura de esta libro de poemas resulta
consoladora. La autora se ejercita en la palabra para definir lo que es la
poesía para ella, cómo se construye, con qué materia se forja el poema, etc. La
poeta descubre su mundo de sueños, sus esperanzas más sinceras. La preocupación
por todo lo que ensombrece el camino hacia Dios y enturbia el amor es una
constante en su poemario. Si algo puede definir el alma artística de María del
Carmen es su capacidad para oír: “La voz de la esperanza / que grita en cada
semilla”, como si diera continuidad a aquella intuición poética blaikiana de
que el ‘mundo cabe en un grano de arena”.
Concurso
de Cuentos Radio Santa María, La Vega, República Dominicana, 2013. Edición
número 20. Los tres primeros premios recayeron en Héctor Santana Pérez, Ungry Young Girls; Yuniris Ramírez, ¿Puedes mirar debajo de la cama?;
Fernando Berroa, El purgatorio terrenal
de Pedro Bernardone. Hay cuatro menciones de honor para Edwin Castillo
Frías, El eterno día de Eufemmio Obrero; Carlos
Díaz, Un affair virtual; Danilo
Rodríguez, Decay; y Altagracia Pérez
Pytel, Mi belly dance. Con esta
pléyade de escritores se puede afirmar sin ambages que la literatura dominicana
y caribeña tiene, más que una promesa, una realidad. Imaginación,
creatividad, ingenio narrativo es lo que rezuman estos narradores dominicanos.
No es ocioso decir que se espera lo mejor de ellos más allá de un certamen
literario. El aliciente lo tienen, pero la mejor literatura muchas veces se
escribe, no al fragor del elogio, sino del esfuerzo y dedicación.
Altagracia
Pérez Pytel, A mitad del sendero.
Ediciones Juguetes de Madera, Santiago, R. D., 2014. Libro premiado en el año
2007 por la Alianza Cibaeña en su XII convocatoria. Uno de los principales
hilos con los que la periodista y narradora Pérez Pytel compone esta obra es el
poético, como atinadamente señala Máximo Vega, pero además, al calor de ese
elemento fundamental, hay otro más sutil e importante, a saber: la destreza
para entrar en el alma de los personajes, empleando para ello todos los
recursos posibles (arcaísmos, expresiones coloquiales, regionalismos, etc.) creando
con ello una atmósfera veraz con la que se conquista rápidamente al lector. La
autora consigue arrancar el sentimiento de compasión, al situar al lector ante
sus personajes, no como un juez, sino como un ser compasivo y solidario. Tal
vez sea un acierto afirmar que Los
miserables de Víctor Hugo es una metáfora de A mitad del sendero. Esto lo demuestra el hecho de que en su obra
Pérez Pytel humaniza a sus personajes, a los miserables, los rescata, los salva y repara su memoria. Ese es su
mejor logro, en mi opinión. Ella, al mostrar el dolor y la realidad misérrima
de muchos seres humanos, especialmente del sexo femenino, denuncia el lado
sombrío de la existencia, así como la injusticia deshumanizadora. ¿No es esta
una de las funciones de la literatura? Entonces, si esto es verdad, estamos
ante una obra de cuento de mucha importancia. A mitad del sendero es la primera obra publicada de la periodista
Altagracia Pérez Pytel. Cabe, pues, esperar la siguiente.
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