La muerte es la más atroz certeza de la mortalidad del ser humano
Cuadernos de San Martín, 1929. La experiencia de la muerte llega a muy temprana edad. La muerte, ese tremendo problema de la existencia que aturde al más bien plantado, despierta del sueño al niño que fuera Borges. «Yo era chico, yo no sabía de muerte, yo era / inmortal; / yo lo busqué por muchos días por los cuartos sin luz» (Isidoro Acevedo).
La muerte es la más atroz certeza de la mortalidad del ser humano. Cuando ella nos roza de cerca o viene hacia nosotros sentimos horror, vértigo. Si embargo, un solo ins-tante de felicidad, un solo gesto de vida vale más que todo. Cuando la vemos llegar sentimos que vamos «hacia una muerte sin inmortalidad y sin honra […] La muerte es vida vivida, / la vida es muerte que viene; / la vida no es otra cosa / que muerte que anda luciendo […] porque la plenitud de una sola rosa es más que tus mármoles». (Muerte de Buenos Aires).
Tiempo y eternidad se debaten en la arena del circo, que es este mundo. El tiempo es fermento del no tiempo, es decir de la eternidad. «Si esto es verdad y si cuando el tiempo nos deja, / nos queda un sedimento de eternidad, un gusto del mundo, / entonces es ligera tu muerte» (A Francisco López Merino).
A veces creemos poseer la verdad toda, pero no cierto es que no es más que soberbia intelectual. Por eso es bueno caer de una vez en la cuenta que apenas si poseemos un fragmento de la verdad y del misterio. «Sólo poseo de ti una deslumbrada ignorancia». (El Paseo de julio). FLH
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