martes, 13 de marzo de 2012

ALBERT MARCUSE, La dimensión estética

ALBERT MARCUSE, La dimensión estética. Edicions 62, Barcelona, 1982.

Sigo la traducción al catalán de Jaume Creus y de J. F. Ivars.


Introducción

Una de las particularidades del pensamiento de Marcuse nace de la idea freudiana de la fantasía. La fantasía es la capacidad de la persona de producir representaciones imaginarias. En la capacidad imaginativa del arte, confluyen las capas más profundas del inconsciente y los productos –la obra de arte- de la consciencia.

Marcuse se inspira también en Kant en su concepción del arte en su “crítica del juicio estético”. El juicio estético se alimenta del sentimiento del placer. De Kant, por otra parte, toma Marcuse la idea de placer estético como ámbito de la sensibilidad y de la belleza: El placer estético está relacionado con la ‘pura forma’ del objeto, cuya percepción constituye la belleza.

La dimensión estética

El ensayo “La dimensión estética” está enfocado más específicamente a la literatura que a las demás artes. Para Marcuse el arte puede ser revolucionario, sobre todo si se produce “un cambio radical en el estilo y la técnica”. Esta dimensión no dice nada respecto a la cualidad, autenticidad y verdad de la obra.

La obra de arte revolucionaria, en el sentido más genuino de la palabra, comprende la percepción, comprensión y denuncia de la realidad establecida, la manifestación de la liberación. La literatura es revolucionaria solamente en relación consigo misma, como contenido convertido en forma.

La tesis que Marcuse plantea es esta: «Las cualidades radicales del arte, es decir su denuncia de la realidad establecida y su invocación a la bella ilusión de liberación, se fundamentan precisamente en aquellas dimensiones en que el arte trasciende su determinación social y se emancipa del universo pacífico del discurso y la conducta, manteniendo de tal manera su irrefrenable presencia».

Según la tesis marcusiana, el arte crea su propia atmósfera en la cual es posible la subversión de la propia experiencia del arte, pues «el mundo que forma es reconocido como una realidad que es eliminada y deformada en la sociedad establecida». Así, pues, la «lógica interna de la obra de arte culmina en la irrupción de otra razón, de otra sensibilidad» que desestabiliza la sensibilidad reinante.

La forma estética, para Marcuse no es sino «el resultado de la transformación de un contenido determinado (un hecho actual o histórico, personal o social) en una totalidad autónoma: un poema, una obra teatral, una novela, etc.». Se opera una transformación estética por medio del lenguaje, la percepción y la inteligencia en su empeño por revelar la esencia de la realidad, del hombre y la naturaleza.

La función crítica del arte

El arte tiene una función crítica de la realidad. La obra de arte, según este autor, es auténtica por el contenido convertido en forma, y no por la forma en sí misma. De tal suerte que forma estética, autonomía y verdad se corresponden unas con otras, es decir, hay una correspondencia inseparable entre ellas. La verdad del arte radica en la fuerza que tiene para romper la realidad establecida socialmente, para descubrir lo que es real sin fisuras. De esta ruptura brota la forma estética, de suerte que el arte revela, con su ficción, la verdadera realidad.

La lectura que hace Marcuse del arte está relacionada con su visión marxista de la realidad. De ahí que, según él, el arte tiene su propio mundo con otro principio: «El mundo del arte tiene otro principio de realidad, el de la alienación, y solamente en tanto que alienación cumple el arte una función cognoscitiva: informa de verdades no comunicables en ningún otro lenguaje; en definitiva, contradice».

El arte, por otra parte, brota también del Eros: que es, en el fondo te todo «la profunda afirmación de los impulsos vitales en su lucha contra la opresión instintiva y social». Por eso el arte se opone a la sociedad establecida y su principio rector es el de la transformación, el cambio de la realidad dada como real. La alegría o la tristeza, Eros y Tánatos es una constante en la vida humana y no se resuelve en la lucha de clases.

La sociedad sigue presente en el arte, cuyo reino es autónomo. Lo está al menos de tres maneras: El arte constituye la sustancia de la representación estética, en primer lugar; y configura el ámbito de posibilidades de lucha y liberación, en segundo lugar; y, en tercer lugar, la posición del arte en la división social del trabajo, esto es, trabajo manual e intelectual, que confiere a la actividad artística de un carácter elitista.

El arte y el progreso

El arte, en definitiva, tiene una dimensión progresista, rompe con el origen de clase social, rompe con el entorno y rompe con la esclavitud de clase de familia. El arte contribuye a la lucha por la liberación de toda forma de alienación social o de clase. De esto se desprende que el arte no puede medirse ni por el origen familiar o social de los artistas ni por sus ideologías ni por si aparece la impronta o no de la clase oprimida en sus obras. Esto es evidente en autores como Poe, Proust, Baudelaire, o Valèry.

El arte, sostiene Marcuse, desafía la realidad establecida para poner en evidencia lo que es, en verdad, real. Esta realidad real, digámoslo así, se consigue por medio de la ficción, de la imaginación que es capaz de crear una realidad más real que la que la que está establecida socialmente. Esto es posible porque el arte tiene sus propios códigos, es decir, su propio lenguaje con el que ilumina la realidad. La nueva realidad que produce el arte sólo es posible gracias a este lenguaje que le es propio.

Por medio del arte el artista puede transmitir verdades universales, verdades por demás transhistóricas. El arte apela a una consciencia que va más allá de la simple noción de clase, apela a la consciencia de seres humanos, a la consciencia de especie que desarrolla sus capacidades y facultades más genuinas.

Marcuse acaba reconociendo que, si bien es cierto que el arte tiene una dimensión política, por sí mismo no puede cambiar el mundo ni la realidad, pero puede, afirma, «transformar la consciencia y los impulsos de los hombres y mujeres capaces de cambiarlo».

El arte posee una fuerza productiva diferente a la del trabajo, pues su fuerte, sus cualidades son subjetivas, cuestión esta que choca con la noción objetiva de la lucha de clases. ¿Cómo puede el arte convertirse en un factor transformador de la consciencia?

El drama, la poesía y la novela tienen que contribuir a la transformación de la realidad de la cual se nutren para lograr la obra de arte. La realidad ha de conformarse con la estética, se le ha de someter. La realidad en la obra de arte deviene en realidad estética. La transformación de la realidad en realidad estética se vuelve denuncia y reconocimiento del mal. Por lo que la transformación de la realidad por el arte es una forma de salvar aquello que es posible salvar. En definitiva, el arte es una promesa de liberación, no sólo de la realidad, sino también de la estética e incluso de la belleza como atributo de la estética.

El arte lucha contra la noción de un progreso idealista de la humanidad y contra el exceso de confianza en el mismo. Esto es lo que hace verdadera a la obra de arte. El arte verdadero no se conforma con un final feliz, porque el reino de la libertad está más allá de la mímesi, de la apariencia y de realidad conocida y dada socialmente.

Incompatibilidad entre arte y realidad

El mundo del arte y el mundo real no coinciden, hay entre ellos una escisión insuperable. Por más que el artista quiera reconciliarlos no podrá conseguirlo. La obra de arte rompe con la realidad cotidiana, cuenta con ella como materia dada, pero debe conservar su autonomía. Porque si se sujeta a la realidad, bajo el pretexto de quererla superar, no lo logrará, sencillamente porque hay un abismo que separa la realidad real y la realidad estética.

Marcuse se empeña en sostener que en el «mundo ilusorio», es decir, ficticio, el mundo que es fruto de la imaginación creativa –que es el mundo del arte-, las cosas aparecen tal como se nos muestran y como deben aparecer. Por lo que el mundo real aparece más falso que el fundo inventado.

Memoria e idealidad en el arte

El arte tiene la cualidad de conservar la memoria de los hechos, pero también la capacidad de suscitar el mundo posible. Ella revela una nueva forma de ver el mundo. Aunque también es verdad que el arte no puede trasladar su visión de la realidad tal y como ella lo concibe. Esto se debe a que el arte, como parte constitutiva, tiene una fuerte carga de idealidad, sin embargo la esperanza que la sostiene no queda en un puro ideal. Su materialización se sitúa fuera de ella.

El lenguaje liberador de la obra de arte, recurre a imágenes liberadoras de la muerte y de la destrucción de la voluntad de vivir. Este es, en la afirmación estética, el elemento emancipador.

El arte, en definitiva, conserva la cualidad de «idea reguladora» en la lucha por la transformación del mundo. Más allá de las promesas de las fuerzas de producción y las luchas de clases, «el arte representa el objetivo final de todas las revoluciones: la libertad y la felicidad del individuo».

Crítica a la ‘razón estética’ marcusiana

Marcuse recurre a Kant y a Freud para sostener sus argumentos sobre estética, a veces oscuros. Su visión del arte está tamizada por una lectura marxista de la realidad, de la relación de los hombres, la lucha de clases y la productividad. Le atribuye al arte poderes subversivos, liberadores y progresistas.

Marcuse me resulta más convincente cuando habla de la función crítica del arte y de evocar el mundo posible, deseable. El arte es capaz de crear, aunque sea en fantasía, ficticiamente, el mundo que deseamos. La noción de marcusiana de que el arte puede «transformar la consciencia y los impulsos de los hombres y mujeres» para operar en ellos la posibilidad de cambiar el mundo es, sencillamente, iluminador y esperanzador.

Su visión del mundo y de la realidad es pesimista. El mundo real, el que vemos y en el que vivimos, no es real, ni bueno; no lo es porque no se corresponde con el ‘mundo ficticio’ que produce el arte. Para él la verdadera realidad es la que produce el arte, la realidad estética. La realidad real, la realidad histórica, es sombría, fea, imperfecta, hecha a imagen y semejanza de la sociedad. Por lo que hay que combatirla, transgredirla y romper con el orden establecido.

A mi juicio, como se ciñe más a una comprensión de estética en el ámbito literario, con la consabida connotación ideológica, da la impresión de que el campo de visión se reduce. Tal vez si su pensamiento hubiera sido más abarcador y menos político, hubiera podido llegar más lejos. Sin embargo, su ensayo es aleccionador e intuitivo.

La ‘razón estética’ marcusiana del arte se queda en la esfera de lo utópico. La libertad y la felicidad humanas siempre estarán ahí como posibilidad, como esperanza, como deseo. ¿Es posible alcanzar la libertad por el arte? ¿Podemos ser felices gracias al arte y solamente por el arte?

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