1. JUAN MIGUEL DOMÍNGUEZ PRIETO. Fausto Leonardo Henríquez, en Arca de amasar diluvios, oye en sí la cadencia del asombro, que es el ritmo no métrico del más allá: el más acá entrañado hasta las transfiguraciones. Cuanto más se cree, más urgencia se siente por apresurarse a la niñez –hacia la que confluyen, si las hay, y en este poeta las hay, esta creencia y aquel canto.
En el tiempo de presentar estas composiciones, fuera se advierte la vieja incuria espartana hacia la realidad de la niñez y el misterio del poeta; como si en el renacer de la iniquidad no pudieran ambos nunca desclavarse. Y es que no pueden, si hay verdad. A uno y otro balbuceo, en esencia, los clava el mismo clavo: el de los sabios y entendidos del bajo reino, para quienes resulta un infierno el cielo de lo que permanece infante sobre el corazón e inefable en los labios. Baste decir que Fausto Leonardo es un poeta para que deba escucharse todo esto anterior. O que él hace la senda que lleva a nacer de nuevo, para que piensen qué pureza nos espera en su canto. La única fuente que me salva / …aún mana.
Es para pararse, la eternidad que hay en este hermoso testimonio. No sé qué que queda balbuciendo: salva… mana. Abrevadero de calma… hamaqueados. Sí. Pero, para infancia o canto, se precisa el dolor, la cruz. Clavo, se lee arriba; clavo que ahora se glosa más. Esta poesía entraña la paradoja cristiana de la sed propia que es al otro a quien sacia, la incomprensible querencia de hacerse al humus como semilla por navegar, de raíz, la humillación y la oscuridad de otros. Y es, el canto de ello, apaciguado. Porque hay esperanza –con la inocencia conquistada–. Poesía hacia la Luz, entre el martirio de la semilla.
2. DRA. TEONILDA MADERA. El poemario Arca de amasar diluvios es un entrañable ejercicio de intimidad que revela la soledad irremediable del drama humano. La voz poética utiliza un despliegue de figuras retóricas que transmutan la realidad de su mundo empírico en un mundo de ensueño creado a través de la magia de la poesía. Los balsámicos efectos del misticismo que fluye en el texto ponen de relieve la pugna que existe entre lo sacro y lo profano. La inusitada sutileza que emana de los versos de este poemario apunta hacia un desarraigo emocional que la memoria evoca. El hombre, el poeta y el cura que cohabitan en esta obra se redimen a través de la catarsis del lenguaje poético que le da la fuerza y la libertad que conduce hacia el ascenso divino donde el alma atormentada alcanzará la paz deseada. Fausto Leonardo Henríquez está adscrito al Interiorismo. Es por eso que su poesía es un resplandor sublime que nos hechiza.
3. DR. BRUNO ROSARIO CANDELIER. Apelado por la creación poética, que comparte con su vocación sacerdotal y su inclinación mística, Fausto Leonardo Henríquez es un singular cultor y promotor de las letras. Este valioso poeta dominicano encauza, con el lenguaje de las imágenes, lo que concita su intuición ante la verdad, la belleza y el misterio, mediante una visión lírica, metafísica y simbólica afín a su sensibilidad social, espiritual y estética. Su poesía canaliza el sentido de lo viviente intuido mediante la energía interior de la conciencia, que el poeta expresa desde la perspectiva de su sensibilidad profunda, por lo cual asume la vertiente interiorista de la creación con la connotación trascendente de hechos, fenómenos y cosas. Sin desvirtuar la dimensión estética y mística de su creación, hace de la poesía un vínculo humanizante y sublime a favor del más hermoso sentido de la vida, como se manifiesta en esta nueva obra poética, que confirma y potencia su talento creador.
4. POETA JOSÉ ACOSTA. Los seres comunes viajan al pasado pero no saben traer nada de allí; son fantasmas de sus propias historias. El poeta verdadero, en cambio, en cada viaje trae del pasado ese soplo de vida que echa a andar las palabras. Como los candelabros, saben delinear su sombra. En el poemario Arca de amasar diluvios, el escritor dominicano Fausto Leonardo Henríquez hace de su pasado un tótem que lo protege de la vacuidad del presente. Cada verso es un pez en la punta de un sedal lanzado en el mar de lo ido, un ladrillo bullicioso en la pared del lenguaje. La voz poética abre una puerta y mira. “La muerte ha sembrado el campo”, nos dice. Y como si le hablara a sus recuerdos, pide: “Sube a mis hombros, apóyate/ En la columna que sostiene la noche, reposa”. El poeta ve y rescata, sufre y canta, siente y prodiga. Y como si supiera que todo pasado es oscuro, nos dice: “Vigila la luz conmigo para no perecer/ en el torbellino de la oscuridad”. Poemario que, en lugar de letras, está hecho de nostalgia, de senderos, hojarascas, cafetales y maíz. Un viaje que alumbra.
Nota: texto publicado en poemario "Arca de amasar diluvios".
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