martes, 31 de julio de 2007

RELÁMPGO DE AUSENCIA, Augusto Vargas


El nuevo libro del poeta Vargas, Relámpago de Ausencia, (San Pedro Sula, 2001) es revelador. En él el poeta atribuye al agua una cualidad simbólica que él mismo siente: sed de Dios, el único que calma la sed del alma. Dato presente en el poeta Amado Nervo: “el alma es un vaso que sólo se llena de eternidad”. En nuestro poeta “el agua cree que Dios tiene sed, / vuela a mojarle los labios”. Agua, sed y Dios se conjugan en el alma del poeta Vargas y confirman uno de sus deseos más profundos: la sed de Dios que vuela a calmar de eternidad su alma.
La brevedad de sus poemas pretende atrapar la experiencia poética, la cual huye en el corto aliento de las palabras, de la Belleza en fuga. El lector podrá experimentar un escalofrío indescriptible, esto es, la gracia con que Vargas evoca a un tú que debió ser lirio en un florero y que, desde la nostalgia, “es relámpago de ausencia/ en la lluvia del recuerdo”.
El árbol de la vida, símbolo de la bondad del Creador genesíaco, contraposición del árbol del mal, apela la conciencia del poeta. Sólo desde él puede uno realizarse como criatura. Cortarle ramas a ese árbol constituye un error grave que ahuyenta el canto, la lira. Podemos acceder al poema “Tu voz sin sonido”: “mientras cortemos/ ramas a la vida/ volará el canto”.
Vargas penetra en su mundo interior y reflexivo. Desde la duda existencial, cuyas telarañas lo envuelven en su inconsciente, resurge liberándose de ella revelando la verdad profunda de su alma: “mientras escuche/ tu voz sin sonido / huirá la duda”.
El poeta, que ha conocido los lineamientos del Movimiento Interiorista, abre en su trayectoria un nuevo rumbo: el de la búsqueda de la verdades que apelan su conciencia: “Tu rubia mirada / puede convertir en pan / mis tímidas espigas”.
Trae a la memoria la vida de los nenúfares, esas flores acuáticas que se crían, asombrosamente bellas, entre agua y lodo. Vargas se sabe barro, pero de él puede, como el nenúfar, nacer la melodía de Orfeo o de Filomela. El que lo crea todo, aún de la arcilla de la tierra, Dios, deja arrullado al poeta. Es su “rubia mirada”, la que puede “hacer germinar en mi barro/ frutos que se escuchen/ en la garganta del zorzal”.
Prendido el poeta a la poesía procura ser indiferente ante el absurdo o sin sentido de la vida, sobre todo del sufrimiento y del dolor. Ha querido pintar “una cruz descalza”, una cruz sin Cristo, sin el cual es imposible obtener una respuesta a todo vacío o sin sentido.
El poeta sufre el temblor indescriptible de la muerte. Ante tamaña inquietud esta preocupación existencial aflora a su consciente de esta forma: “la vieja araña/ va tejiendo lentamente/ la almohada crepuscular/ con la hebra del suspiro”.
El poema “Lluvia en la mirada” delata una nueva actitud en el aeda. Tras la catarsis de “Los fantasmas del tormento”, esto es, de las sombras ocultas en nuestra conciencia interior, los frutos probados a escondidas del árbol del mal, “podemos erigir/ con roca sobre el espanto”. Cruz, culpa, fuga y olvido son unas constantes en nuestro poeta. No se puede escapar de la angustia de la cruz, la cual significa teológicamente lugar del dolor, del padecimiento, del abandono de los más queridos, de la muerte. Escapar de ella es imposible: “la fuga es otro espejismo” que retorna el dolor con más vehemencia.
Desde la pequeñez y la humildad el poeta quiere ascender, escalar, más allá de su propia sombra, de sí mismo. Su cuerpo es una prisión, un lugar de honda tortura de la cual quiere librarse. El poeta se desdobla para vedar su verdadero deseo: “ayúdales a escalar el muro de las penumbras”.
Los años se doblan con el tiempo y la vida es un ritual que culmina con la muerte: “He visto arquearse los años/... caminar lenta la vida/ hacia el ritual moribundo”. Desengañado de la vaciedad del mundo el poeta lo considera todo humo, nada, vaciedad. El cuerpo retorna a la tierra, al barro: “deslumbrado contemplé/ al humo ascender solemne/ dejando caer su cuerpo/ en una cuna de barro”. El poeta Antonio Machado nos viene a ilustrar también lo anterior: “todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Tijeras del tiempo
recortas las alas
de la vida".
Augusto Vargas Cabrera.

Localización tierra natal, República Dominicana