martes, 31 de julio de 2007

BAJO EL PÓRTICO DEL VERSO, Azucena Gutiérrez

«Comencé a viajar cuando aprendí a leer», confiesa el célebre poeta Octavio Paz, al considerar que no más abrir un libro uno empieza a viajar mentalmente en el tiempo, sumergidos en hechos del pasado o en lecturas que nos transportan a mundos fantásticos[1].
Uno puede viajar al ritmo de Ulises Laertíada en su trayectoria hacia Ítaca, su tierra natal, y sentir todos los obstáculos como propios. Bien podríamos, inclusive, vivir el drama de Edipo Rey a través de Sófocles como una tragedia verdaderamente conmovedora. Y para poner un caso más nuestro, ¿cómo no recorrer con García Márquez, paso a paso, Cien Años de Soledad o recrear con la imaginación los cuentos de Ramón Amaya Amador?
Séneca, aficionado a la lectura llegó hasta el punto de creer que conversaba con los libros: «lo más de mi conversación es con los libros pequeños», afirmó. He aquí un libro para conversar, conocer, pensar y aprender. Francisco Quevedo, en la misma línea, emula a Séneca en estos inolvidables pensamientos que transcribimos: «en mí tengo compañía... Doyme todas las horas y tengo conversación...: razonan conmigo los libros, cuyas palabras oigo con los ojos»[2].
Nuestra autora, motivada en su propósito educacional, sugiere la misma inquietud con su libro cuando manifiesta su deseo de que los jóvenes estudiantes y maestros se acerquen «unos momentos al día al hermoso y sugestivo ámbito de la literatura».
La obra de Azucena Gutiérrez Pacheco, caracterizada por la agudeza y finura con que aborda a distintos autores, nos hará viajar por el mundo artístico de cada poeta o escritor, lo cual significa que será un solo viaje a través de su libro, pero a la vez muchos viajes por tratarse de varios autores con un universo diferenciado y plural.
La obra ensayística de Gutiérrez Pacheco, que comprende Visión del paisaje Hondureño en la poesía de Juan Ramón Molina (1996); Rosas, Lotos y Ángeles Rebeldes, 1998; y Bajo el Pórtico del Verso, es tan sustanciosa e importante que la abrazarán numerosos maestros y alumnos, sin duda. Ella dice la palabra exacta y precisa; y como es maestra, le agracia la exquisitez pedagógica, el orden de ideas y la claridad conceptual.
Bajo el Pórtico del Verso es un libro de ensayos que, a juicio de la misma escritora, «trata de versos», aunque no todo. No de cualesquiera versos, sino de lo más brillante de cada poeta y que a su vez representan un mundo de figuraciones, imágenes, sentimientos, identidad cultural y el toque de la inspiración más callada y sutil.
Azucena Gutiérrez estudia a Marco Tulio del Arca Saravia, a Julio César Pineda, al escritor y narrador José Luis Quesada y Rubén Berríos. También hace un estudio de la antología Juego de Imágenes, de Frank Martínez, poeta interiorista de la República Dominicana.
Hay en nuestra autora de ensayos un talante humanista y un rigor técnico indiscutible. Y su método, crítico analítico, está orientado hacia un punto: destacar la calidad y la belleza de todos los autores que aborda.
El esfuerzo intelectual, investigativo y crítico de Gutiérrez Pacheco es encomiable y digno de admiración. Su amor por las letras, y en especial por la poesía, es casi visceral en ella, porque no se desdice de la belleza ni de sus efluvios. Por ese pasional y entrañable amor por la literatura y el arte, poco común en las personas, podemos gozar de la conversación con este amigo Bajo el Pórtico del Verso.
Azucena se acerca a Marco Tulio del Arca para salirle al paso Bajo el Sol de Todos, en Para que mamá no intente el viaje y en Como Sol en la Ventana. Es tan elocuente la visión de nuestra autora en sus incursiones en la obra de Marco Tulio que casi conmueve. No hay duda, estamos ante un libro mayor de ensayos en la producción de Azucena Gutiérrez Pacheco.
Con maestría de cirujano, con genio y pulso firme, nuestra ensayista se acerca a la obra del poeta Julio César Pineda, para buscar, como ella afirmó en una de nuestras pláticas «la dignidad de la poesía». Esta es la más alta y profunda de sus preocupaciones literarias. Su interés último es redimir, rescatar y dignificar lo mejor de los poetas nacionales, los cuales, en el mejor de los casos, son el claro reflejo de la realidad histórica de fin de siglo.
En el fondo de la cosa, como tabla que salvó a Ulises, tiende su mano para que el lector descubra la vida y la dignidad de nuestros poetas, sin los cuales, difícil sería, no se podría conocer el palpitar de un pueblo. Y es que la misma obra de Azucena Gutiérrez Pacheco es en sí una apuesta y un aporte indiscutible por la cultura, el arte y la belleza literarias. Con su obra se constituye, junto a los autores que analiza, en pieza clave en la lista de ilustres escritores hondureños.
El objetivo último de Azucena en estos ensayos es captar “el ingrediente estético”[3] de cada autor. Dicho con otras palabras, la escritora intenta descifrar “el juego creativo, la estructura formal, los sentimientos estéticos y las transformaciones simbólicas”[4] de los poetas que estudia. Estos aspectos son los que constituyen, según Marvin Harris, los ingredientes esenciales del arte, los cuales son bien definidos por nuestra ensayista.
En el ensayo en torno a la Memoria Posible de José Luis Quesada, Gutiérrez Pacheco analiza, no sólo la poesía, sino también al poeta. En rotación lo va observando detenidamente hasta recorrer el mundo sicológico y sociológico de aquél. Nuestra autora, que tiene la doble virtud de conocer la lengua castellana y de encarnarse en el pensamiento, realidad y utopías de los escritores entre mano, considera provisional y abierto lo que escribe, porque hay en ella un espíritu inquieto e inconforme, ávido de perfección y pulcritud.
El narrador Rubén Berríos ocupa también un espacio entre las preferencias de Gutiérrez Pacheco. Se observa en este estudio de fondo, el rescate de los valores autóctonos; así como la vida de las etnias nacionales. Asimismo, nos descubre las preocupaciones vitales de Rubén Berríos y el nexo que hay entre su escritura y el entorno pluricultural de Honduras. También subraya «la voluntad integradora» del narrador de aquellos elementos antropológicos que configuran las etnias.
El ensayo dedicado a Rubén Berríos tiene el valor de elevar su figura a la categoría de escritor universal. Perece una afirmación precipitada, sin embargo, no estamos lejos de la verdad si lo vemos desde el punto de vista de uno de los poetas más arraigados a su tierra, a su cultura y a su gente, Pablo Neruda: «Sucede que cuanto más nos ahondemos, más nos renovaremos y cuanto más locales seamos podemos llegar a ser los más universales»[5].
Hay en este magnífico libro un estudio interesante (el de Juego de Imágenes, de Frank Matínez) que introduce sutilmente por vez primera en la crítica hondureña la estética del Movimiento Interiorista, que tan en boga está en varios países de las dos Américas y España. Se trata, pues, de un ensayo histórico por su novedad y por ser el inicio, acaso, de lo que se va a escribir en Honduras en los años venideros, el manantial de los nuevos valores literarios. Hay que tomar nota de este interesante ensayo.
Asombra el asombro con que Gutiérrez Pacheco se sitúa, límpida, ante los poetas y escritores. Su pensamiento y crítica literaria dinamiza la cultura y la propia identidad hondureña. Su aporte literario, que cada vez de solidifica más, se suma al de las mujeres más brillantes de Honduras, a saber: Craciela Bográn, Ángela Ochoa, Clementina Suárez y la ilustre Helen Umaña.
Hoy día escritores, poetas y todas las ramas que comprende el Humanismo, pueden consignar una cultura humanista renovada que estremezca los cimientos fríos y deshumanizados de la era digital. Podemos perder la batalla de las redes informáticas, sin embargo, podemos triunfar en las artes. «La cultura griega —afirma el fundador del Movimiento Interiorista, Bruno Rosario Candelier— fue tan cautivante y poderosa que los mismos griegos, habiendo sido vencidos militarmente por los romanos, sometieron a sus dominadores con la magia de su arte»[6].
La historia de los pueblos está contenida en las palabras. Las tradiciones, orales o escritas, también se soportan en la palabra. Esta obra ensayística de nuestra autora salva parte de la historia de Honduras y sus tradiciones. Historia y tradición son dos lados de una misma moneda. «Historia y tradición están ahí siempre —dentro de las palabras— pero aceptando tal irrefutabilidad, el autor está obligado (se siente obligado) a meter en la historia y en la tradición no sólo los problemas de su tiempo, sino la posibilidad de decir lo no dicho»[7].
Bajo el Pórtico del Verso, es un intento notorio de salir al paso del Humanismo. Este libro nos sitúa bajo el pórtico de la poesía, el cual nos deslumbra, provoca y tienta. De ahí que Gutiérrez Pacheco sienta placer intelectual y un entusiasmo incalificable por lo que ella ha descubierto bajo tal pórtico: la dignidad de la poesía y la belleza artística.
He aquí, lector, un libro para acercarte a los grandes autores hondureños de fin de siglo y a la nueva corriente literaria del Movimiento Interiorista. Esta obra es un texto mayor en la producción crítico-analítica de Gutiérrez Pacheco.
En esta obra seria y de consulta insoslayable y obligada, se alza la grandeza e inteligencia de Azucena Gutiérrez «como si de sus páginas alzara el vuelo un ave libre y alta»[8].
[1] O. Paz, Obras Completas, Vol. I, Círculo de Lectores, Barcelona, 1990, p. 15.
[2] James O. Crosby, Francisco Quevedo, Cátedras Hispánicas, Madrid, 1992, p. 179.
[3] Cf. Marvin Harris, Antropología Cultural, Alianza Editorial, Madrid, 1990, p. 472ss.
[4] Idem
[5] Pablo Neruda, Para nacer he nacido, Círculo de Letores, Barcelona, 1979, p. 217.
[6] Bruno Rosario Candelier, El Sentido de la Cultura, Editora de Colores, Rep. Dom., 1997, p. 27.
[7] Luis Antonio de Villena, 10 menos 30, Editorial Pre-Textos, Valencia, 1997, p. 29.
[8] Idem, nota nº 4, pág. 105.

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