miércoles, 25 de febrero de 2009

EL SILBIDO DE LA SERPIENTE

Tendría yo unos seis años cuando, con mi hermano mayor, salimos, por encargo de mi padre, a apartar el becerro de una vaca que hacía pocas semanas había parido. Mientras cumplíamos con el encargo, se nos hizo tarde y la noche, como una sábana, cayó muy pronto por la loma de Pozo Colorado (municipio de La Vega, Rep. Dominicana).

El camino de regreso, que conocíamos casi con los ojos cerrados, apenas si se podía adivinar. La noche, bajo los cafetales y las amapolas tropicales, son más oscuras que las noches sin lunas. Los grillos roían las tinieblas y las ranas de la quebrada, por donde está la Tina de Mendre, que ha dado de beber a generaciones de vecinos y a cientos de animales, hacían más profundo el misterio de la oscuridad.

Mientras caminábamos de regreso a casa, sentí bajo mis pies un extraño y blando bulto, acilindrado. Pronto conocí, por el vagido que emitía, que se trataba de una gruesa culebra. Yo no sabía el riesgo que corría -caso de ser venenosa la serpiente- pero lo cierto es que cogí un peñón y que empecé a golpearla sin piedad.

Naturalmente, niño al fin, no le pude hacer nada al bicho aquel. Los mazazos ni cosquillas le hicieron a la culebra, salvo aumentar más su furia. Sus silbidos se hicieron más agudos. De su boca salía un espantoso hedor que no tiene igual en la fauna de los malos olores.

Al ver que no podíamos, mi hermano y yo -Rómulo y Remo- abatir la culebra, corrimos adonde nuestros abuelos. Allí avisamos a nuestros tíos quienes, con afilados machetes y colines de chapear, fueron al lugar donde les dijimos que estaba el reptil.

Al día siguiente, bajo una mata de guama, en el patio de los abuelos, estaba el trofeo -la culebra decapitada- para el asombro de todos los vecinos; tendría unos dos metros o más.

Como complemento directo, vamos a decir bárbaramente, de la historia anterior, que las culebras tenían un cierto atractivo para el niño que fui y que, en cierto modo, sigo siendo al recordar mi infancia.

En una ocasión, mientras jugaba a explorar la vida de los insectos fui a dar al tronco de una mata de roble, en cuya base había un hueco. Yo me acerqué y hurgué un nido de hojas. Había una culebra, no muy grande, gira, que, al parecer, domía pacíficamente.

El muy atrevido niño metió la mano en la covacha y la extrajo sin la menor pizca de miedo. Alzó su mano con la culebra en el puño ante los demás niños que corrían despavoridos. Tal vez fue esa la última vez en la vida que se atrevió a retozar con una culebra que pudo haberle costado, a saber, la vida.

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Localización tierra natal, República Dominicana