miércoles, 18 de febrero de 2009

EL DÉCIMO DÍA


El décimo día, Rubén Sánchez Féliz, Ediciones Alcance, Nueva York, 2005. En esta novela el autor incursiona en la vida de una familia de la República Dominicana, asentada en la nueva patria adoptiva, Estados Unidos de América.

Sánchez Féliz, que conoce bien la trama que se propone desmenuzar, parte de una probable enfermedad del personaje principal, Natalia, para hurgar en los sentimientos de ésta, de su marido Eduardo y de todos los familiares que la circundan bajo el mismo techo.

La sombra de la enfermedad de Natalia eclipsa el orden cotidiano de la familia inmigrante. Quiero decir, de entrada, que Natalia es un símbolo de las mujeres que llegan a EUA sin saber inglés, pero que tienen muchas ganas de vivir, de luchar y sacar adelante a la prole.

Natalia es, yendo un poco más lejos, Quisqueya, la isla que se resiste a los embates de los oleajes del Mar Caribe. Es, en suma, la dominicanidad que busca de nuevos horizontes, aún y a pesar de ir contra corriente. En ella están representados todos y cada uno de los dominicanos de a pie, de los que no tuvieron más oportunidad en la vida que la de conocer un país nuevo con una lengua diferente, pero que eso le basta para creer que, lo que no fue posible en el país de origen, lo es en tierra extranjera.

Por otra parte, Eduardo, su marido, es el hombre noble, de gran corazón, cuya visión de la vida adquiere relevancia. Digo esto porque se preocupa verdaderamente de todos los resortes familiares, pero también del trabajo y la universidad. Hasta el encontronazo de la enfermedad de Natalia tenía tiempo hasta para realizar actividades como gesto de compromiso social.

Eduardo es, en definitiva, el símbolo de los dominicanos que saben aprovechar sus dotes naturales para el estudio, a fin de mejorar su condición social. Naturalmente, combinar trabajo, estudio y familia (educar niños, acompañarlos a la escuela, etc.) es una tarea nada fácil. Quien no haya residido en EUA puede hacerse un juicio certero acerca de lo tremendo que es acoplarse a un tren de vida completamente diferente al que se vive en República Dominicana.

A mi juicio, lo mejor de la novela –que no es nada complicada- reside en imprimirle una tensa emoción a la trama. Dicho con otras palabras, Sánchez Féliz esboza un esfuerzo notable en hurgar en la sicología –debió insistir más en ello- de sus personajes. Éstos, a su vez, se muestran como son y se dejan llevar por el momento. Así, por ejemplo, ante la zozobra de no tener un diagnóstico clínico claro y en un breve lapso de tiempo, Natalia, instigada por terceros, acude a la consulta de una santera y acepta, con tal de aliviar su maltrecha salud, poner en práctica algunos consejos propios de las artes mágicas.

La obra rezuma, en verdad, un alto sentido de la dominicanidad en EUA. Se cruzan costumbres y creencias dominicanas fácilmente identificables en la novela. Eso lo considero de interés.

El décimo día suma, en definitiva, una voz a la narrativa de la diáspora. Sánchez Féliz se convierte con esta novela en un observador de la existencia de los dominicanos que, inculturizados en EUA –cosa que celebro con gusto- transpiran sus costumbres por los cuatro costados.

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Localización tierra natal, República Dominicana