miércoles, 11 de marzo de 2009

CUENTOS 1

DEMONIO MERIDIANO


En la empresa tenía fama de ser el mejor agente de seguros. Viajaba con frecuencia, daba conferencias aquí y allá. Recibía condecoraciones, diplomas de reconocimiento y bonificaciones. Poseía varias tarjetas de crédito en dólares. Tenía carro de lujo y casa abarrotada de objetos preciosos comprados en sus viajes turísticos. El sobre blanco llegó un día cualquiera. Dentro traía una nota que decía: “Gracias por sus servicios”. Esta breve pero lacónica expulsión le valió la ruina, depresión y la esterilidad total a Oscar Ortiz. El demonio meridiano lo acosó hasta hacerlo perder el juicio.


AVE SIN NIDO


El día que ella lo vio, un cosquilleo le hizo arder el corazón. Su cuerpo virgen, adulto, de unos treinta años, por primera vez había sido sorprendido con la llama inconsumible de Eros. El joven era de prosapia, un potentado mestizo, gerente de una transnacional al que toda mujer, -por ese misterio que tienen los hombres seductores, galanes y de dinero- caía postrada ante su arrolladora presencia. Interpuso Ártemis su fuerza y desintegró el noviazgo, tal vez el último de Susana. Esto sucedió después de perder la flor de la virginidad y quedar como ave sin nido.


CONFESIONES DE T
ÁNTALO

Este castigo pesa sobre mi alma desde hace siglos. El mundo ha evolucionado desde que divulgué todo lo que hoy el mundo sabe y conoce

Sigo aquí todavía, con el agua al cuello, en lo profundo de mi memoria. Miro en el pasado lo que fui, mas lamentablemente no puedo escapar de esta insoportable camisa de agua. Ya nadie pasa por aquí, salvo cuando me despierta del sueño algún explorador de mitos.

Soy y no soy, existo y no existo. Sin embargo, estoy vivo porque he llegado a trascender el tiempo. Sé muy bien que yo estoy en la memoria colectiva de la raza humana. Tuve secretos divinos que poseían parte de la verdad. Uno dice su propia verdad, y yo la dije pensando en la gente de todas las generaciones. Aquella verdad es la que todos hoy pueden manejar en torno a la técnica y a las comunicaciones, el espacio y las ciencias.

Tal vez la roca de la injusticia algún día caiga de mi cabeza, porque si algo pesa en mi vida es sentir el peso del mal causado por los de mi misma especie. Otro gran lamento que surge de lo más profundo de mi interior (cuánto lo he dicho en mis plegarias matutinas) es el hambre de eternidad que despiertan en mí las frutas del árbol de la vida. Esas frutas jugosas que se me escapan y huyen de mí causando un hambre muy honda. Es agónica mi insistencia. Vivo pensando en probar esa fruta. Es desesperante porque nunca las alcanzaré.

Si Dios no me saca de estas aguas turbias de la nada cotidiana y si no me quita esta tosca piedra de mi cabeza, seguiré postrado ante el mal.

Yo, Tántalo, confieso que deseo ir con la humanidad toda hacia donde se pone el sol, allá, donde nunca muere la esperanza.


DRAMA EN UN ACTO


Hace quince años que me casé con él. Me da todo lo que quiero: carro, vestido, joyas, sexo y dinero. Tiene buenos sentimientos y trabaja de sol a sol. Pero tiene un defecto: toma alcohol, ha embarazado a una mujer y a mí, míreme, me golpea y me amenaza con matarme con su pistola. Sólo cuando bebe.



EL BMW DE ESTEBAN


Esteban acababa de comprar un carro nuevo, el carro que siempre soñó tener. Todos los días lo llevaba a lavar para tenerlo pulcro, nítido. Su carro se convirtió en su dios, en las niñas de sus ojos. Su esposa Iris sintió que todas las atenciones de su marido recaían en el BMW de suerte que se sentía desplazada. Al medio día, cuando pasó por el kínder a buscar a su hijo José Manuel de dos años, se detuvo para hacer una transacción en el Banco Central. El pequeño empezó a dibujar con sus crayolas en los asientos, en los cristales y todos los lugares posibles y con todos los colores posibles. Estaban, furioso, empezó a darle pao pao en la mano derecha de José Manuel. En un extraño delirio de cólera maltrató tanto al pequeño que, al llegar a su casa, Iris notó que la mano de José Manuel estaba completamente amoratada. El niño, lloraba de dolor y se quejaba. Esteban profería toda clase de insultos y maldiciones como fuera de sí. En el colmo del asunto, el niño perdió su manita y hubo que amputársela. El pequeñín, viendo que le faltaba su mano, le dijo a su padre: papi, yo me porté mal y me castigaste, ahora devuélveme mi mano, que no lo volveré a hacer. La inocencia de José Manuel le penetró la conciencia a Esteban y éste lloró su estupidez.


EL CUERNO DE AMARTEA

La Llanada Arriba, Subida de la Cuaba, año 2002. Juana Abréu, viuda de Henríquez, heredó de su marido una gran crianza de chivos. Éstos pastaban en una finca de ochenta tareas de tierra. Arroyos, manantiales y el río Dajao abastecían de agua, no sólo el inmenso rebaño de cabras, sino incluso algunas decenas de cabezas de vacas para el ordeño doméstico.

La viudez de Juana Abréu se caracterizó por una terrible soledad. Todos sus hijos ya estaban casados. Unos se habían ido a los Estados Unidos de América y otros a las ciudades del país. Ella tenía ochenta y dos años. De las familias que había en La Subida de la Cuaba en los años noventa -pese a habérselo dicho mil veces sus hijos- sólo ella se quedó custodiando el caserón que le dejó el difundo Don Luis y unos cuantos animales de crianza. Juana Abréu sabía que a su edad el final estaba cerca.

Fue entonces cuando mandó llamar al mayor de sus nietos, que siempre había sido de ayuda en los momentos cruciales de su vida, -especialmente cuando Don Luis falleció-, para comunicarle los secretos que guardaba con más sigilo que los pecados confesados a un sacerdote.

-Moy, le reveló ella, con estricta privacidad y en ausencia de oídos envidiosos, aquí tienes el Cuerno de Amartea, una chiva blanca a la que un rayo, durante una tormenta, se lo arrancó de cuajo. Andaba yo por el monte cuando sucedió el milagro de los dioses. Yo cogí el cuerno y lo guardé sin saber que era un regalo del cielo. Toma, te traerá suerte, pues es un cuerno sagrado, divino.

El joven nieto tenía en su rostro un deje de extrañeza, pero al mismo tiempo sus ojos brillaban con más intensidad. Presentía que algo grande sobrevendría a su vida. Guardó el cuerno de Amartea con mucho celo donde nadie lo encontrara.

A partir de ese día, el 5 de septiembre del año 2002, Moy empezó a sentir los efluvios del cuerno de la cabra. Resultó que un amigo bohemio, José Tatán, que regentaba un hotel casino en Barahona, una ciudad al sur de la República Dominicana, le llamó por teléfono para darle una gran noticia.

-Moy, hijo mío, -como él solía llamarlo-, un gringo compró el casino. Ven a buscar tus acciones, doscientos mil dólares.

-Tatán, ¡no lo puedo creer! Ahora sí que la pegué.

Entre tanto, Juana Abréu, contra todos sus hijos, se casó con Nono (Gregorio) un hombre esquizofrénico a quien le daban ataques de locura como al más endemoniado del mundo. Un día en La Vega, frente al Centro Médico Padre Fantino, dando gritos, saltó entre unos carros quebrándole de una patada el cristal delantero a uno de ellos.

Los quince hijos de Juana Abréu se opusieron (y dos que habían muerto de seguro se revolcaban bajo tierra) a que ella se casara con un loco. Pero como no quería pasar los últimos días de su vida sola, contra viento y marea, se casó religiosamente contra todo pronóstico con un hombre de cuarenta y pico de años. Su matrimonio, de haberlo conocido los periodistas, habría sido noticia de primer impacto.

Moy, por su parte, era el único beneficiario de la anciana que, para unas cosas era tan loca como Nono, y para otras era astuta y clarividente. Sucedió que un vendedor de billetes de la lotería nacional, mientras Moy hacía una parada de semáforo en un viaje que hiciera a Santo Domingo, le vendió una ristra de números que tenía de remate. No supo cómo ni porqué compró los números, pues casi nunca gastaba dinero en esas pendejadas, como decía él, pero por fortuna alcanzó el premio mayor. Con el dinero que ganó se compró un carro nuevo y un apartamento de lujo en Santiago de los Caballeros.

Pocos días después, nada era casual, una empresa importante de La Vega –a la que nadie podía hacer frente por poderosa e influyente- le había invadido a Moy un terreno de ocho tareas, ante lo cual interpuso una demanda judicial que ganó obteniendo una fuerte suma en efectivo en concepto de indemnización.

Ante los sorprendentes efectos del cuerno de Amartea, Moy fue a visitar a su abuela, Juana Abréu, para contarle lo acontecido. Al verlo, ella se adelantó y le dijo:

-Hijo, cuida el cuerno de la chiva, es el cuerno de la abundancia. El que lo posee nunca tendrá necesidad de nada; ni de amor, bienes, dinero o salud.

-Mamá Juana, ¿quién le dio a usted el cuerno?

-Zeus, hijo, él me lo confió y me autorizó entregarlo al primer nieto de mi descendencia.

-¿Zeus?, ¿el dios mitológico?

-Sí, él es quien me dio el cuerno de la chiva y por una revelación que me hizo eres tú el heredero del mismo. No hablemos más de eso, que los dioses se pueden rebelar y arrebatarte la felicidad que ahora tienes y la que tendrás hasta el fin de tu vida.

En efecto, Moy ya no preguntó nada más para no contrariar a la anciana y al extraño dios del mito que, fuera quien fuera, algo bueno le estaba procurando.

La abuela guardó para sí otro de los secretos que pronto iba a ser una gran sorpresa para su nieto. Para entonces, ya no quedaban chivos en la hacienda de doña Juana, salvo una marrana recién parida, una chiva blanca con un solo cuerno y dos panales de abeja para producir miel.

La ausencia del rebaño de cabras hizo que pronto la hacienda se poblara de matorrales. De día sólo las chicharras se oían y raras aves perdidas en los montes.

Moy había comprado todas las tierras que en herencia les correspondían a los tíos suyos, o sea, a los hijos de doña Juana Abréu. Una mañana de sol radiante, salió a explorar los condominios que le correspondían y otros que compró a los campesinos colindantes con el dinero que se sacó en la lotería. Bajó al río Dajao, a la parte que da a lo del difunto Honorio, abuelo paterno del joven afortunado. Mientras se lavaba la cara en el agua poco profunda del río, pudo ver en el fondo una piedra brillante que le llamó la atención. La observó detenidamente. Se dijo para sí con un aire de triunfo en el rostro:

-¡Oro, esto es oro!

Siguió mirando y pudo percatarse de que la peña del río tenía un ligero tintineo dorado. Extrajo un pedazo de roca color carbón con adherencias que parecían escarcha a la luz del sol. Intuyó que podía ser oro y llevó una muestra a un laboratorio de minería en la capital. Un ingeniero especialista en metalurgia le dio el diagnóstico de la muestra.

-Esto es oro, pero el oro legítimo está abajo, en lo profundo de la roca.

-Quiere decir, Ingeniero, que tengo una mina.

-En efecto, tiene usted mucho oro, es usted rico.

Moy, asesorado por ingenieros y expertos, legalizó la mina y empezó a explotarla. En pocos años acumuló una gran fortuna. Se compró un yate en Puerto Plata y una casa en la playa.

A nadie le dijo nada del cuerno de la chiva Amartea. Juana Abréu murió rodeada de abejas y de una chiva blanca con un solo cuerno.

Nono enloqueció por completo. Fue el único que, en su locura, pudo ver que la chiva Amartea era sólo un producto de su esquizofrenia y todo este cuento también.


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Localización tierra natal, República Dominicana