domingo, 5 de agosto de 2007

POEMA “ALTURAS DEL MACHU PICCHU”, Pablo Neruda

Hermenéutica a la luz de la "Poética Interior".

Introducción

Vamos a entrar en un sorprendente poema largo del autor de Isla Negra, Pablo Neruda, quien, con su peculiar estilo, nos comunica una experiencia trascendente. Por su importancia para el Movimiento Interiorista, lo vamos a comentar con pausado ritmo y ponderada reflexión. Este estudio o ensayo crítico es un intento de aportar a la comprensión de la Poética Interior dominicana a la cual me suscribo desde los mismos momentos de su concepción. Naturalmente, este ejercicio hermenéutico se acerca a lo que dijo el célebre Marco Tulio Cicerón: “el estudio no es sólo un entretenimiento de una vida dichosa, sino también un alivio de las miserias”[1]. Espero, con todo, que el espíritu de Neruda no me reclame con los versos de un autor clásico que dicen: “Erudito, ¿por qué me explotas? / Mis cielos se encuentran abajo, / por entre esas nubes de notas”.

I Descenso a las alturas del Macchu Picchu.

El poeta, en total empatía con las ruinas del MP, entabla un diálogo con la presencia suprasensible y mítica de los antiguos habitantes de las famosas ruinas. El poema MP[2] se fundamenta en “lo que es el más grande amor[3], como dentro de un guante / que cae, nos entrega como una larga luna”.
Primeramente, el poeta al acercarse al MP, siente que durante mucho tiempo los espíritus incas lo estuvieran esperando para que cante el profundo lamento que nunca antes fuera cantado sobre aquellas ruinas: “alguien que me esperó entre violines”. Aquellos espíritus, como entre los antiguos romanos, al ver llegar al gran poeta debieron exclamar a un solo grito: “Neruda ad portas”.
Al encontrarse con el MP, el poeta arrebatado por la sacralidad del lugar dice: “En el oro de la geología, / como una espada envuelta en meteoros, / hundí la mano turbulenta y dulce / en lo más genital de lo terrestre”. El poeta desciende a lo profundo de la geología de MP, o sea entra en su atmósfera, desciende a sus misterios para, desde ahí, en comunión con el universo allí enmudecido, extraer la sustancia mítica del pasado como si se tratara de un mineral precioso: “Puse la frente entre las olas profundas, / descendí como gota entre la paz sulfúrica”.

II

Los elementos sensoriales desvelan algo más profundo que lo aparente y objetivo; algo que, escondido, atrapa al poeta / lo sacude con vital extrañeza: “me quise detener a buscar la eterna veta insondable / que antes toqué en la piedra[4]. O en el relámpago / que el beso desprendía”. Pero como la realidad interior de las cosas, el misterio sacral que esconde el MP, no se puede atrapar, salvo en imágenes que evocan lo trascendente, el artista acude a éstas para comunicarnos su experiencia: “no pude asir sino en racimo de rostros de máscaras precipitadas”.
A este tenor del momento creador, el aeda se hace una pregunta rotundamente crucial: “¿Qué era el hombre?... ¿En cuál de sus / movimientos metálicos vivía lo indestructible, lo imperecedero, la vida? Como se puede inducir, el poema MP queda abierto. La pregunta nos arroja más allá de lo superficial y anecdótico.

III

Surge la reflexión sobre el ser y la muerte. La muerte inevitable, la forzada, la de todos los días: “El ser que se desgranaba en el inacabable granero de los hechos perdidos”. Los pobladores de MP sentían que la muerte “entraba en cada hombre como una corta lanza”. La muerte llegó a todos como si hubieran bebido un veneno letal: “como una copa negra que bebían temblando”. Martín Heidegger habla de “ser para la muerte”, en cambio, el ser en Neruda se esparce en los “acontecimientos miserables”. Es como si proclamase la muerte del ser, diluido en los hechos que se olvidan.
La muerte del hombre tiene algo de inexplicable, un lado que no tiene vista posible, pero que persiste y pervive, aunque sea en la memoria olvidada de unas ruinas. Lo que sacude la conciencia del poeta es cómo el colectivo humano que poblara el MP pudo haber desaparecido. Inferimos que por falta de pan, por la espada, envenenamiento o peste.

IV

La muerte concita al poeta poderosamente, y es ella, la muerte, la que le invita a encontrar las huellas del pasado en las profundidades, alturas y construcciones. De ahí este verso evocador: “La poderosa muerte me invitó muchas veces”.

Los antiguos habitantes del MP vivían de la agricultura y emplearon la piedra como elemento arquitectónico: El poeta es consciente de ello, por eso dice: “vine... a la mortaja de agricultura y piedra”. Sin embargo, y aún y a pesar de esa conciencia de estar en un lugar aparentemente muerto, el poeta percibe un extraño “galope de claridad”, “enterrados patrimonios de lágrimas”.

V

La preocupación por la muerte adquiere preponderancia en el corazón del poema, es decir, a partir de la mitad del mismo. La muerte no como pregunta, -este es el aporte fundamental- sino como enigma envolvente, como avasalladora sombra que perseguía a los que circulaban por el andamiaje estructural del MP. La muerte como circunstancia ineludible que tenía el tamaño de los mismos muertos. La muerte “era lo que no pudo renacer”.

Lo que realmente visiona el aeda es lo que contiene la muerte, lo que ella encierra: el dolor, la herida de los caídos en el MP. Nos hallamos ante un estado casi religioso de la creación poética: “Hundí las manos / en los pobres dolores que mataban la muerte, / y no encontré en la herida sino una racha fría / que entraba por los vagos intersticios del alma”.

Hay una natural expresión del alma que raya una religión natural. El poeta percibe en su interior el frío de la muerte, el dolor y la herida de los muertos. De allí es que surte este canto soberano al MP, de inigualable fuerza lírica.

VI
El MP está en lo alto de la tierra, a más de dos mil cuatrocientos metros de altura, constituyendo así, de suyo, un símbolo de lo eterno, de lo que está más allá de lo terreno. El MP rebasa lo meramente tangencial y estereotipado, para convertirse en realidad trascendente, sacral: “entonces en la escala de la tierra he subido/ entre la atroz maraña de las selvas perdidas / hasta ti, Macchu Picchu”.

El MP es la sede inmortal de moradores que perviven dormidos en sus graderías. En la cima de la ciudad legendaria se unen “la cuna del relámpago y del hombre”, es decir, lo infinito, divino y humano. El artista, en consonancia con la ternura cósmica, inicia un reconocimiento de la “alta ciudad” y rumia elogios inigualables: “Madre de piedra, espuma de los cóndores”, “alto arrecife de la aurora humana”.

En el escenario del MP el poeta contempla a los moradores: a las madres, al rey, a los guerreros, a los sacerdotes y los granos de la cosecha, etc. Progresivamente va entrando a una especie de arrebato poético: “Aquí los pies del hombre descansaron de noche”. El hombre vinculado al rocío, a las águilas, a las piedras: “Y en la aurora / pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida”.
El hallazgo nerudiano reside en conectar con el realismo trascendente, con las fuerzas y efluvios que, a modo de visión, nos relata en su magno poema: “Miro las vestiduras y las manos / el vestigio del agua en la oquedad sonora”.

Todo lo que formaba parte de la vida cotidiana del MP lo acogió la tierra, no para desintegrarlo, sino para conservarlo en su regazo: “porque todo, ropaje, piel, vasijas / palabras, vino, panes, / se fue, cayó a la tierra”[5].

El aire, símbolo de las fuerzas divinas, del espíritu, adquiere una connotación decisiva. El aire, como si fuera la presencia de Dios, o de los dioses, “entró con dedos de azahar sobre todos los dormidos”. Este aire llegado de improviso desempolva las tumbas de los muertos que, por cientos de años, yacían inertes en un profundo letargo, para infundirles de nuevo la vida.

VII Elegía exequial, vuelta a la aurora humana.

El poema MP es una elegía consentida y con sentido. Neruda enfoca la muerte, pero sobre todo a los muertos. Bajo mi punto de vista, el poeta escribe una elegía para cantar la memoria viviente de los muertos del MP. No es una elegía vana, sino con un auténtico y profundo enfoque que escruta las mismísimas profundidades del pasado histórico. Esto es, precisamente, lo que lo acerca a lo real trascendente del Interiorismo: “Muertos[6] de un solo abismo, sombras de una / hondonada, es así como el tamaño / de vuestra magnitud / vino la verdadera, la más abrasadora / muerte”.

Hay una empatía trascendente en esta elegía a los muertos de MP, es decir, una comunión profunda del ser del poeta con el ser yacente de los muertos. No hay quien llore ni mire los pies de los que ayer andaban por “el alto arrecife de la aurora humana”. Sólo las piedras hablan por los muertos, las piedras vivas, las escalinatas que conservan el llanto, los pies, los cántaros, el cuchillo y el árbol: “Hoy el aire vacío ya no llora, / no conoce vuestros pies de arcilla, / ya olvidó vuestros cántaros”.

Una tristeza aguda aflora en el poeta al percatarse de que la civilización que habitó el MP cayó desplomada con sus “costumbres, sílabas / raídas, máscaras de luz deslumbradora”. El imperio inca “cayó de repente / desde la altura hasta el final del tiempo”.

Sin embargo, con el poder de la palabra un prodigio nos sale al paso, toda la ciudad se yergue ante el poeta como si la misma magnitud de la muerte y de los muertos del MP cobraran en un instante todo su esplendor y belleza: “Pero una permanencia de piedra y de palabra: la ciudad como un vaso se levantó en las manos / de todos, vivos, muertos, callados, sostenidos / de tanta muerte”.

La muerte es la exactitud de la pervivencia. Las cosas mutan, la materia, los cuerpos permanecen transformados en lo que realmente son: “y cuando todo el hombre se enredó en su agujero, / quedó la exactitud enarbolada: / el alto sitio de la aurora humana: / la más alta vasija que contuvo el silencio: / una vida de piedra después de tantas vidas”.

Estos versos que acabamos de leer son los más esplendorosos y sublimes del cántico elegíaco que nos ocupa. Cuánta fuerza expresiva, cuánta verdad revelada. El MP es el símbolo de lo que los griegos llamaban la “isla de los bienaventurados”. El MP nos remite al más sublime anhelo del alma humana al más “alto sitio” que podemos aspirar.

El misterio del hombre está ahí, en la caja de Pandora, en “la más alta vasija” conservando la revelación de los dioses. Esa vasija contiene lo que la muerte parece negar: la vida. El MP es la vasija silenciosa que guarda “una vida de piedra después de tantas vidas”. Cada piedra del MP es una vida, un inca petrificado de vida, de eternidad auroral.

Los muertos del MP, todos en su conjunto, sufren una sola muerte y esa muerte los convoca desde el barro a una liturgia que los devuelve el temblor, a la presencia rediviva al estilo “Pedro Páramo” de Rulfo. Los muertos salen de la oscuridad a la novedosa luz auroral de la vida. El MP es una gran vasija en cuyo silencio interior de siglos, de vida, recobra todo su esplendor más allá de la misma muerte.

La vida trasciende la contingencia corpórea para perpetuarse “después de tantas vidas”[7]. Aquí radica, bajo mi punto de vista la cima de la elegía nerudiana que estudiamos. Y por ende, el hallazgo de lo real trascendente que, a juicio de la Poética Interior, está presente en los poetas universales.

VIII Empatía cósmica, amor universal.

El poeta con sus poros y sentidos interiores abiertos, poseído por los efluvios misteriosos de la gran ciudad inca, después del interludio exequial anterior, irrumpe en un cántico de amor empático[8]. Toda la elegía lo es de suyo, pero aquí es manifiesto el amor, la ternura cósmica: “Sube conmigo, amor americano…/ ven, minúscula vida, entre las alas / de la tierra…/ Amor, amor, hasta la noche abrupta, / desde el sonoro pedernal andino, / hacia la aurora de rodillas rojas, / contempla el hijo ciego de la nieve”.

Asombro ante lo inenarrable, experiencia límite que no puede ser atrapada más que entre balbuceos: “Oh, Wilkamayu de sonoros hilos… qué idiomas traes a la oreja apenas / desarraigada de tu espuma andina?”

La fuerza divina, que supera toda destreza humana, toma relevancia en la medida en que el MP ya no puede ser narrado con palabras. Ya sólo queda la imagen poética para expresar la dimensión espiritual, sacra, del cosmos. De ahí nace la pregunta: “Quién apresó el relámpago del frío / y lo dejó en la altura encadenado…/ quién va rompiendo sílabas heladas…/ en tus delgadas aguas atrevidas… Quién va cortando párpados florales / que vienen a mirar desde la tierra?”

A tantos misterios secretos el amor cosmológico o empatía cósmica, es lo que tangencialmente, alivia las más profundas motivaciones poéticas del autor. El amor y la muerte, lejos de ser antagónicos, recobran una fuerza inusual, pues nada de lo que parece inerte en el MP deja de tener el efluvio que vincula todo lo existente material con lo intangible y trascendente: “Quién precipita los racimos muertos / que bajan en tus manos de cascada? Quién despeña la rama de los vínculos?”

En el interior del poeta el reino del MP vuelve a su auge, a su esplendor. Es en el alma inspirada del artista donde el mundo olvidado y mítico de la civilización inca retoma verdadera realidad: “Ven a mi propio ser, al alba mía, / hasta las soledades coronadas. / El reino muerto vive todavía”.

IX Ditirambo a la patria pura del Macchu Picchu.

En el fragmento nueve el aeda eclata en un gozoso elogio de metáforas memorables. En esta unidad poemática cada verso, a modo de letanía, es una joya. Yo diría que es como el ad libitum lírico más elocuente del conjunto del poema. Ninguna imagen parece sobrar, ni mucho menos, sino, más bien, elevar el clímax de la emoción creadora. Entresaco las que más llaman la atención:

“Águila sideral, viña de bruma.
Escala torrencial, párpado inmenso.
Geometría final, libro de piedra.
Campana patriarcal de los dormidos.
Torre sombrera, discusión de nieve.
Ventanas de las nieblas, paloma endurecida.
Cúpula del silencio, patria pura.
Luna arañada, piedra amenazante.
Ola de plata, dirección del tiempo”.

Tal vez sea esta la mejor descripción jamás escrita acerca de MP. La poesía realza aspectos que el lenguaje común apenas si puede esbozar con esfuerzo. Con estas brillantes imágenes el poeta acentúa numerosos elementos que engrandecen aún más lo que fue y es en sí mismo el MP, a saber: la cercanía con el cielo, lo divino, el misterio y la sacralidad palpitante del lugar; la memoria escrita en el patrimonio arqueológico como si este fuera un libro, la fuente fundante de la civilización humana allí dormida; ámbito de naturaleza caracterizada por un clima adverso y hostil, cómplice inseparable y eterno del MP, donde el tiempo no pasa, sino que pasan los humanos y perdura la vida, aunque allí yacen los muertos.

X

El poema MP crea una atmósfera casi teofánica del hombre que allí estuvo. El aire es testigo, aliento del hombre transformado en una sustancia cosmógena imperecedera. El fragmento número diez retoma la idea original con que inicia la épica elegíaca del MP: el aire, eminente testigo de los espíritus incas: “Aire en el aire, el hombre dónde estuvo? / Fuiste también el pedacito roto / del hombre inconcluso”.

El poeta se resiste a creer que semejante monumento arqueológico sea sólo un amasijo inerte. Él escruta los elementos naturales, los interroga con autoridad como si ellos callaran los secretos más reservados de los incas. La gran pregunta del poeta versa sobre el hombre, sobre el ser humano, grandes y pequeños, reyes y súbditos, sirvientes y artesanos: “Déjame, arquitectura, / roer con un palito los estambres de la piedra, / subir todos los escalones del aire hasta el vacío, / rascar la entraña hasta tocar al hombre”.

Transido de empatía el poeta se despoja de estereotipos para entrar en diálogo directo con el MP asumiendo que éste pueda decirte sin ambages dónde tiene escondido al hombre: “¡Devuélveme el esclavo que enterraste! Muéstrame los vestidos del siervo y su ventana. Dime cómo durmió cuando vivía. Dime si fue su sueño / ronco, entreabierto, como un hoyo negro / hecho por la fatiga sobre el muro”.

No cabe duda de que la intensidad del poema alcanza al fin su clímax. El poeta entra en lo escondido y vedado del MP y, como Prometeo, sube “al alto vacío de los dioses” movido por una causa: la del hombre, tácitamente del esclavo, del miserable y del siervo. El poeta siente un profundo dolor por esa clase social. Se interesa hasta por su ropa de vestir, si dormía bien, por sus fatigas y su hambre. Quiere “tocar el hombre” inca, sentirlo para acompañarlo en su desventura.

La apelación profunda, los efluvios divinos, la empatía cósmica y la pregunta esencial por el hombre nos indican que Neruda tuvo momentos asombrosamente reveladores de verdades trascendentes. Es esa una forma interiorista de allegarse al pasado.

XI La trascendente medida del hombre.

El itinerario creativo del poema MP nos ha traído de nuevo a lo esencial de la idea del autor: muerte, vida, dolor, para acabar con una solemne aclamación acerca del hombre. Desde el inicio del poema Neruda nos alerta con lo que considero el eje programático del texto que analizamos: el hombre en clave de civilización yacente, esto es, el Nous o espíritu reinante en el MP.

El poeta inicia así su viaje a las altas profundidades del MP: “hundí la mano turbulenta y dulce / en lo más genital de lo terrestre” (I) y se prepara para culminar con el mismo tema con el cual iniciara: “Déjame arquitectura,…/ rasar la entraña hasta tocar al hombre” (X). La intencionalidad del poeta es evidente: “Me quise detener a buscar la eterna veta insondable / que antes toqué en la piedra” (II). El hallazgo es elocuente: se encuentra con la muerte y los muertos (III, IV, VII) para cantar, bajo el asombro, la inmensidad del MP (VIII). Después de elogiar las alturas del MP vuelve a concentrar su atención en el hombre en el fragmento X y XI para acabar con el rapto inspirador que cierra el poema.

El afán único del poeta es poder tocar la realidad intangible de los hombres desaparecidos del MP, de los que nadie se acuerda. Entra en un verdadero clímax poético como si se tratara de un delirio o alucinación: “A través de un confuso esplendor, / a través de la noche de piedra, déjame hundir la mano / y deja que en mí palpite, como un ave mil años / prisionera, / el viejo corazón olvidado”.

Dicho en clave interiorista, Neruda nos hace partícipes de una revelación de verdades profundas, a saber: “que el hombre es más ancho que el mar[9] y que / sus islas / y que hay que caer en él como en un pozo para salir del fondo / con un ramo de agua secreta y de verdades sumergidas”.

Tácitamente, el poeta mete la mano en lo profundo del hombre, siempre inacabable como el mar y nunca conocido del todo como un tesoro oculto en un pozo, con el fin de extraer algo de “agua secreta”. No todas las “verdades sumergidas” – profundas – se nos revelan, sin embargo, el poeta tiene el privilegio de tocar, al menos de forma puntual, “la trascendente medida” del hombre.

No es nada pretencioso afirmar, al término de nuestro itinerario hermenéutico, que Neruda, en su búsqueda de “verdades sumergidas” no sólo no se halló ante la trascendencia humana, la de una civilización, sino, incluso, ante el ser. En dos momentos aparece la inquietud por el ser. En el fragmento III y en el XI en el primero afirma: “El ser como el maíz se desgranaba en el inacabable granero de los hechos perdidos” y en el segundo: “veo el antiguo ser, servidor, el dormido / en los campos, veo su cuerpo, mil cuerpos, en hombres, / mil mujeres”.

El poeta, como un arúspice, convoca a los muertos con una empatía absolutamente conmovedora. No duda de que los caídos del MP lo escuchan y reconocen. Son sus hermanos y él quien los resucita: “Sube conmigo, hermano. / Dame la mano desde la profunda / zona de tu dolor diseminado”.

En el poema hay una opción o primacía ideológica: la defensa de los obreros, o sea, de la clase social trabajadora. El poeta tiende la mano al labrador, tejedor, pastor, domador, albañil, aguador, joyero, agricultor y al alfarero. Es como si el poeta mirara sus rostros adoloridos y los conjurara a que le cuenten todas sus crujías para propalarlas al mundo: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta”.

Pero no sólo se limita a un recuento de todos los males vividos y revividos en el reino de la muerte, sino que asume empáticamente todo el sufrimiento ajeno —el de los pobres socialmente- : “dejadme llorar, horas, días, años, edades ciegas, siglos estelares”. Los muertos dejan de ser una anécdota para convertirse en sangre y dolor, vivencia interior del poeta. La empatía trascendente –la del poeta y los muertos de la clase social trabajadora- no puede tener mayor belleza que la final:

“Dame el silencio, el agua, la esperanza.
Dame la lucha, el hierro, los volcanes.
Apagándome los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre”.


SÍNTESIS.

Sin pretender agotar la multisignificatividad del poema “Alturas de Macchu Picchu”, querría, no obstante, arriesgar unas conclusiones que creo son claves, al menos en lo que ha sido mi periplo interpretativo: A) El tiempo. El tiempo es uno de los ejes transversales del poema que nos ocupa. Neruda resucita el tiempo, el pasado, y lo actualiza en el presente, palabra a palabra, para dar forma a otro tiempo que tiene lugar en el poema[10]. El poeta busca el reencuentro con el hombre del pasado, un abrazo totalizante en nombre de todos los hombres de hoy. B) Considero el poema una gran elegía, al estilo Friedrich Hölderlin, cuyo hilo conductor es la empatía cósmica, es decir, la entrañable identificación del autor con la ciudad inca y sus antiguos moradores. C) Otro elemento constitutivo de la elegía es el tema de la muerte. Como un taumaturgo el aeda, con el poder de la palabra, se interna en esa dimensión suprasensorial para levantar de las tumbas a los muertos, revelando así verdades humanas de la realidad trascendente. D) La preocupación por el ser. El hombre muere, pero su ser no desaparece, se configura con el hábitat o ámbito esencial trascendente de la civilización humana a la que pertenece.


____________________________________
Estudio realizado en Honduras, América Central, año 2004.
[1] Marco Tulio Cicerón, Del Supremo Bien y del Supremo Mal, Lib. V, 53.
[2] En lo sucesivo estas dos letras aludirán exclusivamente al Macchu Picchu. La numeración en números romanos corresponde al fragmento o unidad poemática de “Alturas del Macchu Picchu”, cuyo autor es el célebre Pablo Neruda.
[3] Michel Deguy, Toma y daca, tiene unos versos interesantes que pueden introducirnos en el sentir de Neruda: “El amor es más fuerte que la muerte decías / pero la vida es más fuerte que el amor”.
[4] José Hierro, en el Libro de las alucinaciones, aunque parezca conjetural, escribe: “Pisé las piedras, / las modelé con sol / y con tristeza. Supe / que había allí un secreto / de paz, un corazón / latiendo para mí”.
[5] Robert Sabatier en su poema “El esqueleto y la rosa”, guarda cierta semejanza con nuestro autor: “Oh, las flores de la muerte / sólo pueden brotar en plena tierra”.
[6] Los grandes poetas captan laderas humanas pocas veces conocidas. Comparemos los versos de Miguel Hernández, en su soneto “El hombre no reposa”: “No hay muertos. Todo vive: todo late y avanza. / Todo es un soplo extático de actividad moviente. / Piel inferior del hombre, su traje no ha expirado”.
[7] Esta es la eternidad acaso de la que habla Jorge Luis Borges: “Sólo perduran en el tiempo las cosas / que no fueron del tiempo”.
[8] Bruno Rosario Candelier, El Interiorismo, p. 38 dice que la creación mitopoética “conlleva sentir el mundo como lo sentían los que creían en los dioses para lo cual es preciso habitar poéticamente el mundo, lo que implica sentirlo como algo vivo y sagrado hasta experimentar la sensación de que la eternidad resplandece en su hondura intangible o lograr la comunión espiritual con la energía entrañable del Cosmos sintiendo el agua, el fuego, el aire y la tierra como una expresión viva y auténtica de lo divino”.
[9] Esta metáfora encierra posiblemente lo que dijera Varron (cita San Agustín, en La Ciudad de Dios XIX, 3) que “en la naturaleza del hombre hay dos cosas, cuerpo y alma, y que de estas dos no duda que el alma es mejor y mucho más excelente”.
[10] Este pensamiento nos aproxima a lo que Octavio Paz dijo en la conferencia dada el día que le entregaron el premio Nobel de literatura, 1990: “La poesía está enamorada del instante y quiere revivirlo en un poema; lo aparta de la sucesión y lo convierte en presente fijo”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

http://www.accessmylibrary.com/coms2/summary_0286-32015855_ITM?email=catracho_20111966@yahoo.es&library=

Anónimo dijo...

http://html.rincondelvago.com/alturas-de-machu-pichu_pablo-neruda.html

Anónimo dijo...

http://www.neruda.uchile.cl/critica/fschwartzmann.html

Localización tierra natal, República Dominicana