domingo, 5 de agosto de 2007

LA CARNADA EN EL ANZUELO, Luis Beiro


Luis Beiro Álvarez es el autor de la Carnada en el Anzuelo. Es un escritor de origen cubano nacido en el año cincuenta y residente en la República Dominicana. Aquí ejerce el periodismo orientado, fundamentalmente, a las artes, y, muy en particular, a la literatura.


Beiro ha publicado una serie de obras que, para el conocimiento de quien sigue estas líneas, enuncio antes de escribir algunos apuntes sobre la novela que hoy nos ocupa. Sus obras son: Panorama de la décima (1990); Las décimas e Huchi Lora (1992); Libro de Luis Ernesto (1994); Carnada en el Anzuelo (1998); Pedro Mir en familia (2001).


El autor de Carnada en el Anzuelo sitúa el desenvolvimiento de la novela en Bulgaria. Cuenta la historia de un cubano que sale de su tierra y conoce aquel bello país. El contacto con una realidad distinta, así como con una visión diferente del mundo, de la libertad y del pensamiento en general, cuestionan hondamente al turista isleño.


El protagonista de la novela –que es el mismo que narra su viaje a las tierras balcánicas- denota nostalgia por la tierra de origen. Compara las ideas (ideologías) fijas incrustadas en su mente y esto le hace entrar en una verdadera revolución interior.


En la madurez de la vida, a los treinta y seis años, el turista cubano asume un tono reflexivo, una auténtica revisión de vida y de utopías prefabricadas. Su postura ante la vida es la de la constante búsqueda de la verdad. Valora mucho la amistad y el corazón que le dice, como a Pascal, otras cosas que no entiende la razón humana.


Hay en la novela ribetes poéticos que le dan belleza a ciertos momentos, sin embargo, esa no es la tónica general. Predomina, con mucho, la dinámica imaginativa y la ficción.


No podía faltar en un autor cubano la impronta del sistema dictatorial de Cuba. Así, por ejemplo, el desprecio por la vigilancia estatal que ejercen los simpatizantes el régimen castrista. El mundo exterior, que para los cubanos está vedado, es atractivo y lo es más cuanto más provocativa es la cortina que lo deja entrever.


Es interesante cómo Beiro, en ciertos pasajes de la obra, traspone, imaginariamente, los planos de la realidad. Cuando más interesante se vuelve es cuando se abstrae de la realidad para sobrepasarla con la imaginación.


El escritor, encarnado en el protagonista, se entrevista con una gran figura de la creación, Alphonse Lamartine. Ambos discuten sobre el arte y la literatura. En verdad, el autor hace una dura crítica al facilismo literario y a la corta visión de ciertos escritores que apenas si saben de política, historia y arte. En suma, reprueba la superficialidad de la creación literaria.


En este mismo orden, la espada de Democles, no podía faltar, cae sobre los escritores cubanos, los cuales retrasan su éxito porque no cambian las concepciones de sus personajes. El novelista, reprende a los cubanos que, en el extranjero, se dedican más a mirar vitrinas y ver qué ropas compran, en vez de aprovechar sus escasos viajes fuera del país para divulgar su cultura.


Después de la Revolución queda una conquista: la del mundo literario. No falta, como es propio de un escritor de mirada amplia sobre las artes, la resonancia sobre la pintura como forma de expresión del creador de la imagen.


Con la llegada del régimen castrista el joven protagonista renuncia a los principios del catolicismo. Una, porque ya no se podía ser creyente en un país marxista. Otra, que es una consecuencia de la anterior, porque se corría el riesgo de perder la vida.


Beiro narra cómo vuelve el personaje principal del ateísmo marxista leninista a la fe de su infancia. Sólo que esta vez lo hace, no impulsado por una ideología, sino como un acto de libertad personal no condicionado y voluble.


Este salto cualitativo, reflexionado, supone una decisión que no admite equívocos. El abandono de las ideologías implica para el protagonista un desgarramiento interior muy doloroso.


Ser sincero consigo mismo no le fue fácil. Una resistencia invisible se apoderó de toda su mente hasta la madurez de su existencia. Fue a partir de los treinta y seis años cuando empezó a estructurar de nuevo su visión del mundo y de la vida misma.


En este proceso descriptivo Beiro asume un tono humanista, meditabundo, en el cual desnuda su yo. De forma casi subliminal surten los símbolos de la corriente ideológica más temida a finales del siglo veinte: el comunismo. A saber: el color “rojo” y la palabra “izquierda”.


Los diálogos son particularmente ricos en la Carnada en el Anzuelo. Me llamó la atención la entrevista, con un tono rulfiano, que el autor establece ficticiamente entre Dimitrov, un comunista búlgaro, y el protagonista. Éste lo visita en su mausoleo y literalmente lo levanta de la tumba con la fuerza mágica de la palabra. Se dicen verdades estremecedoras el uno al otro.


Me gusta, termino ya, la ironía con que Dimitrov se dirige a su interlocutor: “sólo debe creer en la omnipotencia de Dios. Se lo dice un comunista”.

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Localización tierra natal, República Dominicana