sábado, 12 de mayo de 2007

La otra latitud

En La otra latitud, Leonardo Henríquez confirma los lineamientos fundamentales de su trayectoria lírica: la asunción del mundo desde su vertiente simbólica y trascendente con un sentido de la belleza y el misterio. En la primera parte toma a Adán, expresión simbólica de la Humanidad , o de la Humanitud , en su sentido hondo y entrañable, con un enfoque interiorista sobre la condición humana: afirmación y certidumbre de que los humanos estamos orientados hacia la plenitud, que es el amor, la vocación espiritual, el ideal sublime y trascendente. Es la completud de una vocación universal, de una apelación cósmica. Ronda de lo sublime, valoración del misterio, ponderación de lo maravilloso que hay en todo lo viviente. (Bruno Rosario Candelier, Cfr. Comentario completo publicado en este mismo blog el 18 de octubre 2008)




UNA ARDILLA EN EL DEVENIR


Como una ardilla que trepa el tronco del devenir,

ligera y ágil, clavando sus lunas diminutas

y nuevas en la corteza

que sangra recuerdos y reaviva

y crea hojas verdes que el viento celoso

sostiene entre sus manos, así, silencioso,

me siento en esta nueva estancia, al amparo

de una cordillera de sueños.


Traje una guitarra para deleitar mi soledad,

inventar de la nada un ser sonoro,

un llanto de color, un rizo o un iris.

Sí, aquí estoy, con mi instrumento ágil

aguijoneando la blancura del silencio,

tratando de diluir

la nieve con mis palabras.


El fuego arde en mis dedos sin consumirse,

como una hoguera de aceite

por los dioses asistida.


En mi nueva residencia deambulo

tocando el timbre de mi alma

para provocar un río de versos que inunden

el cauce de un rayo de luz, de una mirada perdida

en un pensamiento

o de una ardilla que trepa el árbol del devenir

con rauda impaciencia de serenidad.



EL TEMPLO DE LOS ANHELOS

El mundo, allá, al otro lado de la niebla,

oculto detrás del espejo,

del tiempo acezante, es un chalet edificado

sobre alas azules, un templo donde todos los anhelos

brillan como el oro.


Desde este ilimitado mirador, en el que se debate

el mar de mi ser undoso, oteo el hallazgo

de un tú en la penumbra de mi intuición.

Un relámpago me ciega la vista y la rapta.


SONORA PRESENCIA


Hay un ruido tenue

en la oquedad vedada de mis íntimas veredas.


Posiblemente sea tu sonora presencia

que se debate en los entresijos

de las huellas dactilares del alma,

o en las pupilas de la noche hueso.


Hoy ha pasado el día ebrio de espíritu,

como si no buscara más fin que sollozar de alegría

bajo la copa de tus delirios de agua.


Debo ascender como el incienso hasta la cúpula

poblada de ancianas plegarias.

Desata el hilo blanco de mis años, y córtalo.


TENTATIVA


En el interior de la montaña

que se yergue en los recónditos

temblores de los instantes

que se escapan imperceptiblemente,

allí, indefenso como una hormiga

ante un río impetuoso,

busco una luz que me mire o una mano

que, calurosa, se prenda de mi vestido

y me traslade al mundo inmortal de las alondras.


Un nudo corredizo ata mi mirada,

posiblemente es el riesgo que existe en

quien quiere ser un ángel

y no una sombra.


ANGUSTIA


En la sutileza

de tu sombra de elípticos balbuceos,

lealmente prendido a ti,

insomne océano de olas,

deshago y rehago mi angustia.


Pienso cómo el tiempo se ahueca,

cómo mi cuerpo se inmaterializa

en sus laberintos

de arácnidos recodos.


El ser, oh el ser,

se me comprime la existencia

en una masa de niebla, como si fuera yo

un objeto que cae y resuena indefinidamente atormentado

por el ruido de mis sentidos de metal.

La angustia se me hace piedra en el alma.


COSMOS INTERIOR


Por el aire estatuas, celestes cuerpos

deambulan en órbita

como entes sin sueños ni visión.


Peregrinan por el vacío estrellas de breve vida,

cuerdas de guitarras rotas,

y campanas de iglesias, roncas de tañer,

cristos colgados de esperanzas como hojas verdes.


Figuras sin rostro, libros abiertos como ventanas

nadan en la ingravidez de un subrealismo daliniano

que agota el espacio abierto de mi mente.


Caballos alados vienen y van

atravesando muros, dioses sentados en tronos

y ángeles ebúrneos habitan el cielo

de oníricas galaxias.


RECREACIÓN


Arde en mis manos el sol.

Un volcán, a merced de su ígnea verdad,

confronta las profundidades del cielo.


Hasta aquí llegan los entes en su pensar,

hasta aquí los insondables

aposentos combados de la frente orillada

por la salinidad de los alisios subterráneos.


Del hondo silencio de mi alma

un alarido de llamas (perenne rugir de un sol sincero)

se expande por los mares de mis venas,

por los ríos de mis experiencias límites

y mis lluviosas palpitaciones

como si el mundo que creara Dios

se estuviera, inconfundiblemente, recreando

dentro de mí.


UMBRAL


Sé que debo pasar ese umbral,

ese pasadizo oculto que los ángeles recorren

en sus alabanzas y susurrantes aleteos interminables.


No dudo que más allá de la inteligencia

se expanda un inmenso ocaso donde el viento

exclame: ¡éste es mi paraíso!


Sin embargo, se nublan de claridad mis ojos

cuando intentan descifrar los arcanos

elixires de la infinitud.


Este veraz deseo de ser eternamente humano

se descompone como un castillo de naipes

y me aterra la felicidad,

la certeza de ser

imagen de Dios por siempre.


LA FUGA


Son intentos de espantar la sombra de mi cuerpo,

mantra oscuro de arañas perdidas, las olas del aire.


Los cláxones de los taxis ensordecen

la luz argentada de mi alma esclarecida.


Huyo perseguido por los rugidos

de la ciudad felina, atacado y herido

por las dentelladas de la niebla.


Huyo hasta donde el roce de la soledad

me tranquiliza y me trae jarros de paz como de agua.


No viajo hacia la nada porque es el sin sentido,

voy hacia el fondo claro de la plenitud,

al encuentro de mi Alfarero.


ASCENSIÓN


Por la escalera, visión eléctrica,

de los rayos solares asciendo

hasta una dimensión supra sensorial,

donde los seres toman vida,

donde las montañas son criaturas, bebés,

donde las rocas, las torres de las iglesias y sus cruces

son figuras sobre mansas lagunas hormigueantes.


Es el alma la que se marcha tras sus alegrías,

mi Yo va tras ella

porque sabe que busca

en la oscuridad, a tientas, la fuente de agua

que emana del azul y combado océano celeste.


En el alfombrado amanecer de oro,

impávido, traspaso la gravedad reservada

a los ángeles.


LA LLAMADA


Todo intento por romper

la barrera de la vida, frontera liviana,

es como chocar con una pared blindada de bruma.


Sé, y lo consulto mirando

la huella clara de la Verdad

en el fondo del agua de mi ser, que estamos

llamados a ser aves que emigren

a la república de la Plenitud.


¿Cuál es el camino a seguir? El palpitar verde

del corcel que galopa en tu pecho,

el brillo del amor en tus ojitos inseguros.


MAGIA


Te vi en el aire

sostenido entre los dedos de la brisa;

no hablaste, sin embargo, tu presencia

se sentía como un suave susurro al oído.


Mis ojos, al verte, te besaron.

Supe quién eras porque tu cuerpo

era ebúrneo.


A nadie le dije, pese a que te paseabas

entre la multitud,

de mi experiencia por temor

a que desaparecieras mágicamente.


Sólo lo pensé y ya no estabas.


EL ÁNGEL


El ángel tuvo un sueño, un alegre

y onírico hallazgo más allá de los cinco

continentes de la percepción.


Respiró un aire celeste, luminoso, perceptible

únicamente en una órbita

de íntimos latidos.


Sus alas sentían el hálito divino

de sedosos murmullos de un Ser, cuyos pasos

estremecen al alma sedienta e inocente.


Una dulce mirada oyó resonar

como un remanso límpido, y no supo más de la gloria.


FILOMELA


El avecilla estaba sentado

en la punta grácil de una rama. Tenía

los ojitos como los de un niño que acaba de plañir.

Era tímido.


Me acerqué a enjugar su gris pena.

De repente desapareció entre la fronda nebulosa

del gigante árbol, como refugiándose

de mí y desde lo alto se le oía su tristeza recitar.


Oculto en la copa dejó de clamar al viento

su gris llanto, y bajó lentamente hasta la rama más baja

y me miró con sus ojitos de niño llorón

y me dijo: arpegio la lira mustiamente

y desgarro mi garganta,

porque fui desterrado del Olimpo. Dime cómo

se llega a la eternidad.


Y le dije: sigue con tu lira para que me vaya contigo

al infinito.

HELIO


Querría recorrer el interior del sol,

conocer su intimidad, sentarme con él

en la terraza que da al espacio sideral

poblado de hormigueantes luciérnagas

y explicarle el sentido que dan a mi existencia

sus dorados brazos de fuego.


Más allá de la claridad están los secretos

del diamante, el origen químico del alma.


Por eso Helio, príncipe que rige

el cosmos de mi ser más oceánico,

en una reciprocidad dichosa, sutil y ardiente,

supone el centro por el cual todos los rostros

llegarán a ser gotas azules de divinidad.


TIEMPO


En el espejo de la soledad veo

el rostro del tiempo.


El tiempo me mira con un aire de tristeza,

como avisándome que la vida

es mucho más que un cuenco de experiencias,

de memorias, de bosques perdidos

en otoños rebeldes.


En sus pupilas intento adivinar

el eco de otro ritmo, de otras vidas

donde el reloj no sea una sirena que despierta

el fantasma de la muerte,

de mis canas y mis recuerdos.


TRANSFORMACIÓN


Llegará el día en que verás mi cuerpo

transformado en espada,

y con ella me verás hendir

el miedo a la pantera negra de las noches amargas.

Seré rayo del Olimpo,

divinidad de los cerros

más emblemáticos de las islas sonoras

de los mares aún sin auscultar.


Si toda mi historia acabará en la nada,

entonces, trágame dinosaurio gris

de metálicos huesos.


Esto dijo el árbol dolido de finitud.


EXPECTROS


La distancia es miope.

Vienen a su abrevadero de antenas y parabólicas,

trastocadas, las ondas sin sangre,

las ondas sin polen.


Por el aire circulan voces como espectros,

seres extraños que buscan aterrizar

en algún lugar.

Almas vagabundas se esconden en ansiosas

redes digitales.


Errantes espíritus sin faz

fenecen en los pantanosos valles,

acorralados por un espacio informe

de la realidad virtual.


EL SUEÑO DE LEONARDO


Desperté en un mundo

donde no oía el ruido arenoso

de los carros, lejos del mudo y grotesco

tambor de la violencia.

Vi el cielo abierto como un túnel iluminado

por el cual entraban,

vestidos de blanco, silbando, los lirios.


Cuando entré en un clima sobrenatural

tocaba mi piel y la sentía como de aire,

y al hablar no hacía falta la voz,

sino la mirada

y la sinceridad del cristal desnudo

del alma rutilante.


Vi, además, que desapareció la edad en todos

los seres eternizados por la Vida.


Deseé quedarme en aquel alegre Apocalipsis

pero una fuerza de gravedad, como a Ícaro,

me devolvió a la materia.


MISTERIO INSONDABLE


Misterio que encierra

el Éverest de la existencia, frío llanto

de nieve, cierzo huracanado de protesta,

¿por qué no lo desvelas tú que la hiciste

cuando aleteabas sobre el bolero

de las aguas prehistóricas?


Anidó tu aliento en los ríos de asombro,

en riscos anudados a las costillas

de tu imagen.


Te fuiste y dejaste colgado en el árbol

tus iniciales; cuando las borró el paso de los años

y olvidamos cuál de todos los altos habitantes

de frondas sedientas de nubes había sido,

la araña del misterio

arropó su existencia con su seda líquida

vedando las cosas,

el origen y fin de todas ellas.


OCULTACIÓN


Sentado aquí, reflexivamente, al borde de la vida,

sustentado por un aliento

más fino que mi voz,

pienso en lo que hay en ese abismo impenetrable

donde te escondes.


Es ese abismo insondable, profundo e irrastreado

el que provoca que mi pluma ausculte

la inteligencia de los entes que balbucean

la presencia de otra latitud,

la que persigo con un desespero y agonía

que me causa ensoñación y vértigo.


¿Por qué persistes en ocultarte a mis ojos?

¿Cómo es que te escabulles entres las hojas?

¿Qué pretendes, que muera

sin haber atrapado

el lienzo de tu mirada?


REPROCHE


Truena entre los montes y cerros

de taciturnos campos

adoloridos de una Verdad dura

como un diamante, pero dulce a la lengua.


El eco se expande, como reproche

al mismo cielo azul, hasta desvanecerse

en el confín del silencio abrupto.

Si estuviera desvelada

esa cortina de lluvia, el rostro indescifrable

que detrás aparece fijamente,

oteando el mundo,

dejaría de protestar el viento.


Nota: En el libro La Creación Cosmopoética, Bruno Rosario Candelier, Academia Dominicana de la Lengua, 2005, págs. 513-517, fue publicado el ensayo que éste escribió como prólogo a La Otra Latitud.

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