viernes, 14 de junio de 2013

La historia de la noche, 1977, Jorge Luis Borges.

La Historia de la Noche, 1977. Este es el décimo primer poemario de Jorge Luis Borges. Percibo en este trabajo un intento de síntesis en el cual la sabiduría, el conocimiento, alcanza su cima. El hombre, Dios, la ciencia, el mito, las creencias gravitan en la razón del poeta.

El bardo argentino se mira a sí mismo, en el ocaso de su vida, como Ulises Laertes, que, de retorno a casa, suspira recordando las ansias de conquistar el mundo y los peligros terribles que corrió en sus andanzas. En Las mil y una noches Borges halla las metáforas que, de alguna manera, han sido las suyas propias. 1. El río, su pesadilla número uno. 2. El tapiz, el cual con su aparente desorden de trazos y colores alberga una perfecta armonía y un secreto orden. El cosmos, el universo es figura de ese tapiz. 3. El sueño, el sueno como aspiración del Paraíso, pero también como el sueño que se desdobla en otro sueño y así hasta perderse en la oscuridad misma del sueño. 4. El tiempo, que se extiende ante nuestros ojos como un mapa sin bordes precisos; tiempo que devora insaciablemente a las generaciones, y que contempla la ‘larga vigilia de los astros’. Tiempo insomne, tiempo de sombras, lima de los mármoles. «Las Noches son el Tiempo, el que no duerme» (Metáforas de las Mil y Una Noches).

El poeta va de lo simple a lo complejo, de lo pequeño a lo maravilloso. De ahí que, con el asombro que produce el mago ante los ojos de un niño, nos diga: «Música del Japón. Avaramente / de la clepsidra se desprenden gotas / de lenta miel o de invisible oro / que en el tiempo repiten una trama / eterna y frágil […] En esa música / yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro» (Caja de Música).

En los personajes de leyenda el poeta se mira a sí mismo. Traspone en los héroes mitológicos sus dolencias. O, dicho de otra manera, hay personajes que son metáfora del mismo Borges. Por ejemplo, Endimión, Ulises, Don Quijote. «Yo dormía en la cumbre y era hermoso / mi cuerpo, que los años han gastado […] Diana, la diosa, que es también la luna, / me veía dormir en la montaña / y lentamente descendió a mis brazos / oro y amor en la encendida noche» (Endimión en Latmos). «La reina supo que era el rey        cuando se vio en sus ojos» (Un escolio). «No quiero ser el que soy […] Soy un hombre entrado en años. […] Lo he sentido / a veces en mi triste carne célibe […] Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño / que entreteje en el sueño y la vigilia […] Mi Dios, mi soñador, sigue soñándome» (Ni siquiera soy polvo).

Jorge Luis Borges abunda en referencias culturalistas de lugares, personas y personajes de la literatura universal. Hay en su poesía diafanidad, la hay incluso en el uso de las metáforas y las adjetivaciones. «El húmedo zaguán. La vieja casa. En el patio que fue de los esclavos / la sombra de la parra se aboveda» (Buenos Aires, 1899).

El hombre no puede llegar a realizar todas las cosas que desea. La vida tiene un límite. Sin embargo, podemos soñar o imaginar no sólo lo que pudo haber sido sino lo que puede ser. «Pienso en las cosas pudieron ser y no fueron. / El tratado de mitología sajona que Beda no escribió. / La obra inconcebible que a Dante le fue dado acaso entrever» (Thinks that maght have been).

Ahora el poeta está ante el espejo de su conciencia. Luces y sombras, miedos y certezas abruman su alma. «Yo, de niño, temía que el espejo / me mostrara otra cara o una ciega / máscara impersonal que ocultaría / algo sin duda atroz […] Yo temo ahora que el espejo encierre / el verdadero rostro de mi alma, lastimada de sombras y de culpas, / el que Dios ve y acaso ven los hombres» (El espejo).

La más aguda certeza del poeta Jorge Luis Bor-ges, sobre todo la del Borges de siete décadas, es la de saberse memoria. Del poeta sólo queda la memoria, lo vidido. Neruda dirá de sí mismo ‘confieso que he vivido’. Borges sabe que ha vivi-do por la dicha que destila su memoria, es decir por los recuerdos que afloran desde el fondo del inconsciente. «Soy la carne y la cara que no veo […] Soy el que no conoce otro consuelo / que recordar el tiempo en la dicha» (The thing I am).

El problema de la ceguera amplía la agudeza del poeta. El tacto se convierte en el sentido cómplice. El ciego ve por el tacto, por los oídos. Ahora ya nadie se mira en espejo porque quien está ante él no ve más allá que su propia oscuridad. «Un hombre ciego en una casa hueca / fatiga ciertos limitados rumbos / y toca las paredes que se alargan». (Un sábado).

Borges, que halla una analogía entre él sueña y el sueño de Chiang-Tzu, el cual “soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre” (El bastón de laca). Al final de la vida, como sucede con el poeta al escribir “Historia de la noche”,  nos preguntamos, ¿soy en verdad el que quise ser, el que soñé ser? Y si creo que soy el que soñé ser, ¿no será que no sé distinguir el que antes era y el que ahora digo que soy? 

Edipo Rey inventó la noche en los cuencos de sus ojos. Tiriel, de William Blake, no conoció más que la oscuridad de sus ojos. Borges conoció el día y la noche o, mejor, un perenne crepúsculo. «A lo largo de sus generaciones / los hombres erigieron la noche […] En el principio era ceguera y sueño / y espinas que laceran el pie desnudo […] Ahora la sentimos inagotable / como un antiguo vino / y nadie puede contemplarla sin vértigo / y el tiempo la ha cargado de eternidad» (Historia de la noche). FLH

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